Un santo para cada día San Blas
Fue nombrado el Patrón de los laringólogos y de los expertos en las afecciones de la garganta
El obispo de Sebaste fue decapitado en el año 316
| Francisca Abad
Nació en Armenia en la ciudad de Sebaste, allá por la segunda mitad del Siglo III, siendo muy venerado en toda la zona de la antigua Yugoslavia y también su popularidad se ha extendido tanto en la Iglesia oriental como occidental, seguramente por enorme fama taumatúrgica de la que goza, se entremezclan, a veces, leyendas poco verosímiles, como suele suceder con aquellos personajes de los que no se tienen fuentes históricas rigurosas. En el caso que nos ocupa contamos con las Actas de S. Blas en donde se pondera paciencia, humildad, mansedumbre, castidad e inocencia, virtudes que sin duda fueron tenidas en cuenta a la hora de buscar un candidato para ocupar la sede episcopal de Sebaste cuando ésta quedó vacante. Fue también uno de los 14 auxiliadores a quienes en la Edad Media se les tenía especial devoción y a ellos se intercedía para curar de las enfermedades. En el caso concreto de Blas no se sabe si realmente fue médico, o al menos tenía algunos estudios relacionados con la medicina. El caso cierto es que fue nombrado el Patrón de los laringólogos y de los expertos en las afecciones de la garganta.
Blas estaba llamado a ser el pastor providencial, destinado a hacer frente a una situación trágica, motivada por las feroces persecuciones de los emperadores romanos, que obligaban a los cristianos a vivir en la clandestinidad; el mismo Blas se vio obligado en una ocasión a huir a la montaña para refugiarse en una gruta del monte Argeo, llevando allí una vida de auténtico eremita, entregado a la oración y la penitencia sin ningún consuelo humano, solo le visitaban algunos animales salvajes, de ahí que también los veterinarios le tengan como Patrón. En las soledades del monte Argeo la leyenda nos ofrece el dato pintoresco, según el cual los animales acudían a la cueva para ser cuidados por el anacoreta. Después de algún tiempo los perseguidores le encuentran y le dicen: “Salte de la gruta, el prefecto te llama”. “Bienvenidos seáis, hijitos míos responde Blas … Vayamos prontamente y sea con vostros mi Señor Jesucristo que desea la hostia de mi cuerpo”. En el trayecto hasta Sebaste se le acercó una madre con su hijo moribundo, a causa de una espina de pescado que tenía atravesada en su garganta. El Santo, invocando a Dios y colocando sus manos sobre la garanta del niño, logró curarle; de ahí venía la costumbre de colocar a los niños, en muchos pueblos el día de San Blas, una cinta alrededor de su cuello, de esta tradición podemos dar fe los que contamos con algunos añitos.
Llevado a presencia del Prefecto éste intenta por las buenas y por las malas que reniegue de su religión, cosa a la que Blas se niega con toda determinación. En vista de que ni las promesas ni las torturas daban el menor resultado, el obispo de Sebaste fue decapitado en el año 316, según opinión autorizada. A partir de aquí la devoción y el culto a S Blas se extendió como un reguero de pólvora, erigiéndose templos e iglesias en su honor, tanto en Oriente como en Occidente; una de ellas llegó a estar entre las 24 abadías más importantes de Roma. Fue cruelmente torturado y luego decapitado en la época del emperador romano Licinio, el 3 de febrero del año 316.
Reflexión desde el contexto actual
El hombre actual se ha vuelto excesivamente hipercrítico y en su locura ya no sabe distinguir muy bien que una cosa es el testimonio heroico de los santos, merecedores por ello de veneración y otra cosa bien distinta es el envoltorio con que a veces se nos presenta su ejemplaridad. El hecho de que en torno a ellos hayan surgido leyendas poco verosímiles no merma en nada su grandeza. Cuando se propone un modelo a imitar resulta normal que se le idealice.