Un santo para cada día: 16 de diciembre Santa Adela (Entre el palacio y la mazmorra)
Da igual vivir en chozas o en palacios; el auxilio siempre nos viene del Señor en quien debemos de poner toda nuestra confianza, por muy desesperada que sea la situación en que nos encontremos
Transcurría el turbulento siglo X. Eran tiempos de rivalidades, luchas, traiciones y cambios súbitos de fortuna. En una oscura cárcel de Italia se encontraba una mujer harapienta, con la cabellera desgreñada, en cuyo rostro se podía leer la profunda angustia de su corazón. Llevaba allí varios meses en condiciones infrahumanas. Los carceleros estaban admirados del aguante de esa desdichada mujer, que ni gritaba, ni se quejaba, ni se desesperaba, solo rezaba, lloraba y sonreía. A su lado había otra mujer que tampoco entendía como esta mujer pudiera sobrellevarlo todo con tanta paciencia. Era su fiel sirvienta Ingunda, que le ayudaba todo lo que podía a soportar tanta desgracia. Debajo de esos harapos aún se podía descubrir la dignidad y el señorío de una reina, que es lo que en realidad era esa pobre mujer caída en desgracia. Precisamente estaba allí encerrada porque no había consentido en abdicar el reino que le había sido usurpado y que en justicia le pertenecía.
Se llamaba Adela, hija del rey de Borgoña Rodolfo II y Beta de Suabia. Fue educada en palacio y sabía lo que era vivir en medio del lujo y el esplendor y las fiestas, con una infancia de cuentos de hadas. A los quince años, como era frecuente en esos tiempos, la hermosa princesa fue prometida a Lotario II rey de Italia, pasando a ser su esposa. A poco de estar casados pudieron celebrar con júbilo la llegada al mundo de su pequeña Emma, llamada a ser con el tiempo la reina de los francos. La vida en palacio trascurría con normalidad hasta que un día, Berengario que codiciaba el trono de Italia, da muerte a Lotario se hace con el reino y toma como prisionera a Adela, arrebatándole de sus brazos a su hija Emma. A partir de entonces, los oscuros calabozos de una fortaleza de la alta Italia van a ser su destino. A Adela ya solo le quedaba la esperanza de que Dios se acordara de ella y pusiera fin a su desgracia. No había otra esperanza, pensaba. Entretanto la fiel sirvienta, que era lista como el hambre y el capellán que les asistía, urdieron un plan de fuga, que por imposible que parezca acabó dando resultado y después de mil peripecias las dos presas se pudieron ver a salvo.
Una vez en libertad, Adela, que no había abdicado del trono a pesar de todas las presiones a que había sido sometida, entró en contactos con Otón I de Alemania, pidiéndole que le ayudara a recuperar su reino, a lo que el emperador germano accedió con toda presteza. A Berengario no le quedó otra salida que salir huyendo. Una vez en presencia del emperador germano, Adela se postró a los pies de quien la había salvado, pero el rey muy gentilmente la ayudó a levantarse y conmovido por su integridad y por su belleza, pidió que se casara con él y así fue. Adela se convertía nuevamente no ya solo en reina de Italia sino también de los pueblos germánicos. Comenzaba una nueva etapa. La reina olvidó y perdonó. Tenía todavía una vida por delante para dar gracias a Dios, construir monasterios e iglesias, ayudar a los pobres, colaborar con su marido en la construcción del Sacro Imperio Romano- Germánico, protegiendo al papa cuando éste se vio en peligro. Estando en Roma ambos a dos, fueron coronados conjuntamente por Juan XII como emperador y emperatriz del Sacro Imperio Romano Germánico el 2 de Febrero de 962, caso excepcional en la historia.
Durante su largo reinado no dejó la emperatriz de mirar por sus súbditos, trabajando por expandir la religión cristiana por todos los rincones del imperio, ayudando a religiosos, sacerdotes, monjes y predicadores a cumplir su sagrado ministerio. Odilón, su director espiritual, que llegó a ser santo, pudo decir de ella estas reveladoras palabras. "La vida de esta reina es una maravilla de gracia y de bondad". No podíamos olvidarnos de su función pacificadora que ejercitó con tino y eficacia.Su fecundo y próspero reinado hizo que a su esposo se le conociera como “Otón el Grande” y a ella como “Elena la Santa”. Matrimonio éste que nos recuerdan a los Reyes Católicos de España.
Adela viviría el tiempo suficiente como para ver reinar a su nieto. Otón III se encargaría de regir los destinos de su pueblo, mientras ella se retiraba a un monasterio a preparar su último viaje a la casa del padre. El 16 de diciembre del año 999 moría santamente y todos los que habían sido súbditos suyos lloraron su muerte
Reflexión desde el contexto actual
Adela, reina y santa, conoció el anverso y reverso de la vida, las cadenas de las cárceles y los lujos de los palacios, la humillación y la gloria, pero sobre todo pudo ser testigo de primera mano de que Dios nunca abandona sus fieles y que El hace proezas con su brazo, derribando del trono a los poderosos y ensalzando a los humildes que confían en El. Da igual vivir en chozas o en palacios; el auxilio siempre nos viene del Señor en quien debemos de poner toda nuestra confianza, por muy desesperada que sea la situación en que nos encontremos. Este y no otro es el secreto de la sabiduría divina.