Un santo para cada día: 16 de junio Santa Lutgarda
Un día, tendría entonces 18 años, sucedió un hecho prodigioso. De pronto sintió que alguien se le acercaba y mostrándole las llagas del costado le habló diciendo, que quería su amor para siempre
La vida en la Edad Media estaba empapada de misticismo, nada de lo que se hacía o se dejaba de hacer era ajeno a la presencia de Dios, implícita o explícitamente todo, absolutamente todo llevaba el sello de la trascendencia. La vida de las personas y de las naciones solo tenían sentido desde la experiencia religiosa; nada escapaba a la presencia de Dios, juez de todo de todo lo que acontecía en el mundo. Este va a ser el escenario en el que se va a desarrollar la vida de Lutgarda con dos fases, si no contrapuestas al menos diferente.
Nace Lutgarda en Tongres ( Bélgica) hacia el año 1182 dentro de una familia acomodada que le pudo ofrecer una infancia feliz. Como era una muchacha muy agraciada, su padre había depositado sus esperanzas en ella y pensaba sacar un buen partido, casándola con un rico hacendado o noble caballero, por lo que la proporcionaba buena ropa, cuidaba los detalles y hacía lo posible por hacer de ella una señorita distinguida. Para cuando llegara el momento de casarse su padre había dispuso una buena dote en forma de dinero que confió a un mercader inglés con el fin de que negociara y pudiera incrementar los fondos, pero los negocios fueron mal y su fortuna fue a menos. La madre por el contrario pensaba en el futuro de su hija de otra forma, su aspiración era hacer de su hija una buena cristiana, más como veía que a pesar de ser solo una adolescente todos los que la conocían quedaban prendados de su belleza y que Lutgarda por su parte no le hacía ascos, sino que se mostraba complacida con estas amistades comenzó a temer por ella, pensando que podía precipitarse por la pendiente del desenfreno, de modo que tomó la resolución de meterla como interna en el convento benedictino de Sta. Catalina para que allí asentara la cabeza.
Durante este tiempo que pasó en el internado de Santa Catalina de las benedictinas no dio motivo alguno para que nadie pudiera quejarse de su comportamiento, disciplinada, dócil, aunque la costó acomodarse a este nueva forma de vida, tampoco es que se distinguiera como una residente modélica, digamos que era una de tantas. En este tiempo de permanencia en el convento intimó con un joven al que había tomado cierto cariño y con el que se veía con bastante frecuencia, puesto que en el convento se podían recibir visitas, hasta que un día, tendría entonces 18 años, sucedió un hecho prodigioso. De pronto sintió que alguien se le acercaba y mostrándole las llagas del costado le habló diciendo, que quería su amor para siempre. Lutgarda aceptó el reto y desde entonces ya no habría otros amores que no fueran los de su celestial Prometido. A partir de aquí todo cambió y ninguna de las monjas podía explicarse lo que había sucedido.
Lo primera decisión que tomó fue hacerse monja y consagrar su vida a Dios para siempre, comenzaba así la segunda etapa de su vida. La madre se alegró de la decisión de su hija. Pronto las demás monjas notaron cosas especiales en ella. Pasado el año de prueba a plena satisfacción se procedió a emitir los votos y la vida de Lutgarda se agigantaba cada vez más y más y la comunidad comenzaba a tenerla como una santa, por lo que muy a pesar suyo la nombraron abadesa a los 24 años, pasando a regir durante un largo periodo de tiempo los destinos de la Comunidad con singular tino , ternura y prudencia. Movida por el deseo de una entrega más generosa al Esposo acabó renunciando a su cargo de superiora, buscando una vida más austera en el convento cisterciense de Aywiéres, fue aquí donde entregada al Amor recibiría favores y gracias especialísimas que la convirtieron en una de la místicas más grades de la Edad Media. Poseyó el don de curación, de profecía, tuvo visiones místicas en que se le mostraba el Sagrado Corazón de Jesús, levitaciones místicas, pudo compartir el sufrimiento del Señor crucificado; viéndosela heridas y gotas de sangre sobre la frente y la cabeza, siéndole revelado que ello tenía todo el valor de un martirio. Once años antes de su muerte perdió la vista, quedando en un total aislamiento del mundo exterior. Triste acontecimiento que ella lo interpreto como signo del cielo. Predijo su muerte que habría de ocurrir el 16 de junio del 1246 y dulcemente se despidió de la Comunidad cuando tenía 64 años
Reflexión desde el contexto actual
Casos como el de Lutgarda dejan sin argumentos a todos aquellos que no admiten otras realidades que excedan lo puramente fenoménico. El hecho de que yo no tenga ojos para ver las realidades que me sobrepasan no quiere decir que estas no existan. Por encima de nuestro mundo fenomenológico hay un espacio reservado a lo sobrenatural por mucho que nuestra sociedad materializada se empeñe en nega