Un santo para cada día: 29 de julio Santa Marta de Betania (Diligente asistenta y anfitriona de Jesús y sus discípulos)
| Francisca Abad Martín
Marta, la hermana de Lázaro y de María, es un personaje muy unido a la vida pública de Jesús y que ha dado pie para muchas discusiones sobre la prioridad de la vida contemplativa frente a la vida activa.
Ella era la mayor de los tres hermanos que vivían en Betania, una aldea a corta distancia de Jerusalén, que fácilmente podía recorrerse a pie en poco tiempo. La familia tenía una gran amistad con Jesús, de tal confianza, que siempre que estaba en Jerusalén iba a hospedarse en su casa.
Uno de esos días que Jesús está con ellos, Marta se esfuerza, como de costumbre, por atenderle lo mejor posible, tanto a él como a sus discípulos, pero no puede dar abasto con tanta faena doméstica por lo que se siente agobiada. La casa debía ser grande por disfrutar de una desahogada posición económica. De aquí vino todo. Nos lo cuenta bien San Lucas: En una de esas estancias de Jesús, en que estaban todos pendientes de sus palabras, entre ellos Lázaro y su hermana María. Marta en cambio, al ser la mayor y tener asumido el papel de “ama de casa”, si bien le hubiera gustado escucharle, tuvo que hacerse cargo de los urgentes quehaceres domésticos.
Probablemente pensó que, si su hermana le ayudaba, terminaría antes y ella podría también disfrutar de las enseñanzas de Jesús. Como tenían confianza con Jesús, se atreve a hacerle ese pequeño reproche: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile, pues, que me ayude” (Lc 10, 40). En realidad, no serían unas palabras de reproche hacia su hermana, sino más bien lo que trataba de dar a entender era que si su hermana le ayudaba, ella también podría escucharle. Tampoco parece que la respuesta de Jesús estuviera cargada de reprensión, sino que trata más bien de darle una lección y con ello nos la da a todos: “Marta, Marta, tú te preocupas por muchas cosas, cuando de pocas hay necesidad. María ha escogido la mejor parte y nadie se la arrebatará”. Es posible que, dada la austeridad de Jesús, le pareciera que las atenciones que le dispensaban eran demasiadas y Él con poco tenía bastante.
La segunda ocasión en que aparece Marta en el Evangelio, es cuando Lázaro está gravemente enfermo y las dos hermanas, angustiadas, le envían un mensaje a Jesús para que salve a su hermano. Lógicamente el mensaje tardaría en llegar y además Jesús no se apresura en acudir. Bien sabía Él lo que iba a suceder. Cuando llegó Jesús y Marta se enteró acudió a su encuentro. María se quedó en casa guardando el luto. Entonces Marta se atreve a decirle: “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano”. Le dice Jesús: “Tu hermano resucitará”. Marta le contestó: “Sé que resucitará en el último día”. Jesús le dice: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en Mí aunque haya muerto vivirá”. Avisaron a María y llegó a tiempo de presenciar el prodigio. Jesús había sollozado y todos decían ¡Cómo le amaba! Y se produjo el gran milagro, saliendo Lázaro de la tumba para regresar a la vida.
Volvemos a tener noticia de ella, pocos días antes de la Pascua en que el Maestro vino a hospedarse con sus discípulos. Sería ya la última vez que Jesús pisaba esta casa. La vemos servir a la mesa, como de costumbre, mientras María su hermana rinde honores al Maestro y su hermano Lázaro conversaba animadamente con los comensales. Todo estaba a punto. ¡Qué mayor felicidad, debió pensar la dueña y responsable de la casa, que poder servir al Señor para que se encontrara a gusto y no le faltara de nada! Después de esto ya no sabemos más de ella, pero fácil es adivinar con qué intensidad viviría los momentos próximos de la pasión de Cristo y luego su Resurrección. Las leyendas posteriores se encargarían de mitificar su persona, permaneciendo su recuerdo y veneración entre los cristianos.
Con toda lógica y justicia, Santa Marta es la Patrona del ramo de la hostelería, por haber mostrado tanta diligencia en su atención y servicio a unos huéspedes tan señalados, que siempre tenían mesa reservada en su casa.
Reflexión desde el contexto actual:
La polémica entre la contemplación y la acción se ha dado siempre, probablemente tomando como base el pasaje evangélico de Lucas 10,40. San Benito supo compaginar estas dos posturas con su lema “ora et labora”. La pena es que en nuestro mundo tan materialista parece que han suprimido la primera parte y solo queda el “labora”, olvidándose del trato íntimo con Dios. Ello ha dado lugar a que los últimos papas hablen del peligro que entraña la herejía del activismo. El ocupacionismo febril, que no deja espacios para hablar con Dios, como si todo dependiera de la habilidad y destreza del operario, es uno de los grandes peligros de nuestro tiempo, pues como bien dijera en su día Pablo VI, no puede ser verdadero evangelizador aquel que no tiene una personal, profunda, ardiente vida interior. Es lo que sucede con la energía que despliegan los motores, si no se les alimenta convenientemente con combustible, todo acaba paralizándose.