Un santo para cada día: 23 de agosto Santa Rosa de Lima (Patrona de Perú, América y Filipinas)
| Francisca Abad Martín
Dicen que el amor o se da entre iguales o transforma en iguales y este es el caso de Santa Rosa de Lima, en quien hemos de destacar, aparte de su pureza virginal, su caridad hacia pobres y enfermos, su inmenso amor a Cristo crucificado. Ella es la primera flor de santidad de la América Meridional, en unos tiempos en que en Lima se vivía un clima de religiosidad exuberante. La población en general estaba animada del espíritu cristiano y los valores religiosos no solamente eran tenidos en gran aprecio sino que se ponían en práctica, lo que explica que en este periodo histórico no fueran pocas las personas que murieran en olor de santidad.
Rosa nace el 20 de abril de 1586, en Lima (Perú), en el seno de una cristiana familia, modesta pero no pobre, aunque el tratar de alimentar y vestir a 11 hijos hacía que, tanto su padre Gaspar Flores como su madre María de Oliva, tuvieran que hacer muchos números todos los días para poder sacar adelante una familia tan numerosa.
Isabel, que así se llamaba la niña, aunque muy pronto comenzaron a llamarla Rosa, no solo porque eran sus flores preferidas, sino también por su exquisita belleza, era el ojito derecho de sus padres, especialmente de su madre, quien al ver la hermosura y la gracia de la chiquilla, pensó que si conseguía para ella una buena vida todas sus penurias económicas se habrían terminado; por esto, haciendo miles de esfuerzos, trataba de darle una esmerada educación: labores, pintura, poesía, aprender a tocar instrumentos musicales como el arpa y la vihuela, pensando que así un día llegaría el novio soñado, el heredero de una casa opulenta. Pero éste no era su providencial destino.
Desde muy pequeña era silenciosa y recogida, muy piadosa y enemiga de juegos y diversiones. Todo el empeño de su madre por llevarla a fiestas y compromisos sociales, donde pudiera relacionarse con gentes de la alta sociedad limeña, chocaba con los pretextos que encontraba Rosa para no salir. Desfiguraba su rostro de mil formas y sus manos metiéndolas en cal viva, incluso llegó a cortarse su larga y abundante cabellera. Y los jóvenes que antes habían sentido una atracción hacia ella, ahora se apartaban, por considerarla “rara”. La pobre madre, desesperada, en el exceso de su amor, llegaba incluso a tratarla con dureza.
Un día se fue al convento de los Padres Dominicos y postrada de rodillas ante el prior, le pidió que la admitieran como “Terciaria Dominica” con el hábito blanco y la capa negra. En un rincón del jardín de su casa se construyó una pequeña “choza” con ramas y hojarasca y allí la joven “eremita” penitente, pasaba las horas del día y de la noche entregada a la oración y a las más duras penitencias. Comenzó a experimentar fenómenos místicos extraordinarios, como éxtasis y apariciones de Cristo y de su Santísima Madre, quienes mantenían coloquios con ella.
Como suele suceder, estos “fenómenos” comenzaron a alarmar a los hombres de la ley y a los celadores de la disciplina. Un día irrumpieron en su apacible huerto y la sometieron a un largo y duro interrogatorio. Al final se tuvieron que convencer de que no estaba loca, ni poseída, sino que era una santa como la copa de un pino y la dejaron en paz. Por fin un día 24 de agosto de 1617, fiesta de San Bartolomé, del que era muy devota, en la fecha que ella misma había anunciado, fue a unirse con su amado Jesús, a los 31 años de edad.
Fue beatificada por el Papa Clemente IX el 15 de abril de 1668 y canonizada por Clemente X el 12 de abril de 1671.
Reflexión desde el contexto actual:
En estos tiempos de tanta indiferencia hacia lo religioso, Rosa de Lima viene a ser un revulsivo en todo el Continente Americano, especialmente en Perú, donde los fieles devotos acuden de los más apartados rincones del país a celebrar la memoria de su insigne paisana. En esta fecha la Iglesia de Santa Rosa, en el centro de la capital, se convierte en lugar de peregrinación, donde los limeños, junto con los que vienen de fuera, depositan sus cartas cuidadosamente redactadas, en las que manifiestan los deseos más íntimos y personales, para que sean atendidos por su santa patrona, que sigue siendo orgullo de su pueblo.