El Papa vuelve a pedir la implicación de la comunidad internacional en Haití Francisco: "Queda mucho para que se reconozca completamente la igualdad de la dignidad de la mujer"
Francisco también mostró a "los hermanos musulmanes" su cercanía cuando "esta tarde iniciarán el Ramadán", y al saludar a la comunidad de fieles que viven en Roma de la República Democrática del Congo, pidió oraciones por la paz en ese país africano, así como "en la atormentada Ucrania y en Tierra Santa. Que cesen lo antes posible las hostilidades que provocan el sufrimiento de la sociedad civil"
"Jesús no vino a condenar, sino a salvar el mundo". Las palabras del evangelio de este domingo, cuarto de Cuaresma, sirvieron al papa Francisco para poner en su meditación previa al rezo del ángelus el foco en una actitud tan presente todavía en la Iglesia, porque "si el Padre no envió a Jesús a condenar el mundo, por cierto ¡no nos envió a nosotros por eso!"
"Jesús no vino a condenar, sino a salvar el mundo". Las palabras del evangelio de este domingo, cuarto de Cuaresma, sirvieron al papa Francisco para poner en su meditación previa al rezo del ángelus el foco en una actitud tan presente todavía en la Iglesia, porque "si el Padre no envió a Jesús a condenar el mundo, por cierto ¡no nos envió a nosotros por eso!"
"En cambio -prosiguió el Papa, asomado al balcón del palacio apostólico, en la plaza de San Pedro-, cuántos juicios negativos, cuántas condenas damos con demasiada facilidad. Pero quien conoce a Jesús, trae la luz de la salvación de Dios, no el hacha de sus juicios".
"A Jesús no le interesa procesarnos y someternos a una sentencia; Él quiere que ninguno entre nosotros se pierda. La mirada del Señor sobre nosotros no es un faro cegador que deslumbra y pone en dificultad, sino el suave resplandor de una lámpara amiga, que nos ayuda a ver en nosotros el bien y a darnos cuenta del mal, para convertirnos y sanarnos con el apoyo de su gracia", señaló Francisco, quien invitó a preguntarse cada uno cómo reacciona cuando ve "algunas limitaciones en los demás".
"¿Pienso en cómo ayudarles o condeno y chismorreo, juzgo y cotilleo? ¿y cuando me entero de los hechos del mundo, añado negatividad con mis comentarios? ¿o rezo, me intereso, intento hacer algo?", preguntó Francisco, dejando que cada uno hallase su propia respuesta.
Tras el rezo, Francisco aludió a la celebración, el pasado viernes, 8 de marzo, del Día Internacional de la Mujer, a las que quiso dedicar "mi pensamiento y cercanía", "especialmente a aquellas cuya dignidad no se respeta". "Hay mucho trabajo que cada uno de nosotros tenemos que hacer para que se reconozca completamente la igualdad de la dignidad de la mujer. Son las instituciones sociales y políticas las que tiene el deber fundamental de proteger y promover la dignidad de todo ser humano, ofreciendo a las mujeres, portadoras de vida, las condiciones necesarias para poder acoger el don de la vida y asegurar a los hijos una existencia digna", subrayó el Pontífice.
Igualmente, el Papa señaló que sigue "con preocupación y dolor la grave crisis que está afectando a Haití, con los violentos episodios de los últimos días. Estoy cerca de la Iglesia y del querido pueblo de Haití, que desde hace años está sufriendo mucho. Invito a rezar a la Virgen del Socorro para que cese toda violencia y se pueda dar una oportunidad a la paz y a la reconciliación en este país, con la ayuda renovada de la comunidad internacional".
Francisco también mostró a "los hermanos musulmanes" su cercanía cuando "esta tarde iniciarán el Ramadán", y al saludar a la comunidad de fieles que viven en Roma de la República Democrática del Congo, pidió oraciones por la paz en ese país africano, así como "en la atormentada Ucrania y en Tierra Santa. Que cesen lo antes posible las hostilidades que provocan el sufrimiento de la sociedad civil"
Las palabras del Papa en la oración del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este cuarto domingo de cuaresma el Evangelio nos presenta la figura de Nicodemo (cfr Jn 3,14-21), un fariseo, «uno de los notables entre los judíos» (Jn 3,1). Él vio los signos que Jesús ha cumplido, reconoció en Él a un maestro enviado por Dios, y fue a encontrarlo de noche, para no ser visto. El Señor lo acoge, dialoga con él y le revela que no vino a condenar, si no para salvar el mundo (cfr v. 17). Detengámonos a reflexionar sobre esto: Jesús no vino a condenar, sino a salvar el mundo.
A menudo en el Evangelio vemos a Cristo desvelar las intenciones de las personas que encuentra, a veces desenmascarando actitudes falsas, como con los fariseos (cfr Mt 23,27-32), o haciéndolas reflexionar sobre el desorden de su vida, como la Samaritana (cfr Jn 4,5-42). Ante Él no hay secretos: Él lee los corazones. Esta capacidad podría ser perturbadora porque, si mal utilizada, hace daño a las personas, exponiéndolas a juicios faltos de misericordia. Nadie, de hecho, es perfecto, todos somos pecadores, todos nos equivocamos, y si el Señor usara el conocimiento de nuestras debilidades para condenarnos, nadie podría salvarse.
Pero no es así. Porque Él no lo utiliza para señalarnos con el dedo, sino, para abrazar nuestra vida, para liberarnos de los pecados y salvarnos. A Jesús no interesa procesarnos y someternos a una sentencia; Él quiere que ninguno entre nosotros se pierda. La mirada del Señor sobre nosotros no es un faro cegador que deslumbra y pone en dificultad, sino el suave resplandor de una lámpara amiga, que nos ayuda a ver en nosotros el bien y a darnos cuenta del mal, para convertirnos y sanarnos con el apoyo de su gracia.
Jesús no vino a condenar, sino a salvar el mundo. Si Cristo no utiliza el conocimiento de nuestros pecados para golpearnos, sino para redimirnos en el perdón, nosotros los cristianos estamos llamados a hacer lo mismo. Si el Padre no envió a Jesús a condenar el mundo, por cierto ¡no nos envió a nosotros por eso! En cambio, cuántos juicios negativos, cuántas condenas damos con demasiada facilidad. Pero quien conoce a Jesús, trae la luz de la salvación de Dios, no el hacha de sus juicios. Por consiguiente, el conocimiento y la comprensión que nosotros tenemos hacia los demás, no son para juzgarlos, sino para ayudarlos.
Preguntémonos entonces: “¿me dejo salvar por Jesús, poniéndome ante Su mirada, especialmente en la oración y en la confesión? ¿y cuando veo algunas limitaciones en los demás, como reacciono? ¿Pienso en cómo ayudarles o condeno y chismorreo, juzgo y cotilleo? ¿y cuando me entero de los hechos del mundo, añado negatividad con mis comentarios? ¿o rezo, me intereso, intento hacer algo?
Que María nos ayude a desear el bien los unos a los otros.
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