Sandri tomó como punto de partida las palabras del cántico de alabanza a la Virgen María (Magnificat, Magnificat), “que contempla con asombro la historia humana, la del pueblo de Israel y la suya propia como historia de salvación”. El cántico “resuena como un estribillo continuo en el testamento espiritual de nuestro querido padre, hermano y amigo, el Venerable Cardenal Pironio, y este canto resuena también en nuestros labios esta tarde, dando gracias al Señor por el don de la declaración de las virtudes heroicas de este gran pastor de la Iglesia”, señaló.
El purpurado precisó que, en el sitio de la solemne eucaristía, había muchas personas y muchas otras se unieron espiritualmente, procedentes de los diferentes lugares donde el Cardenal Pironio vivió y trabajó. Sandri se refirió a “la querida tierra de Argentina, donde fue bautizado, se hizo sacerdote, profesor y luego obispo” y a América Latina, de cuyo episcopado (CELAM) fue primero secretario y luego presidente. También mencionó a Italia, “con su querido Friuli, lugar de origen de su familia”, “Roma y el Vaticano con los diversos dicasterios que presidió bajo los santos pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, así como la diócesis suburbana de Sabina-Poggio Mirteto”.
La fecundidad como un don
Para Sandri, la Palabra de Dios proclamada en esta etapa del camino cuaresmal “puso ante los ojos de nuestros corazones la imagen descripta por el profeta Ezequiel: del lado oriental del Templo de Jerusalén brota el agua, que se transforma gradualmente de pequeño arroyo en torrente y luego en río, principio de fertilidad, haciendo fértiles las riberas del río y recuperando incluso el mar en el que desemboca”.
El Prefecto afirmó que, unos capítulos más tarde, el profeta anuncia que por esa misma puerta oriental fluirá un río que será el principio de la bendición y la redención, de modo que el agua no llega al templo ni sale de él para quedarse en él, sino es un manantial que brota de allí para saciar su sed, hacerla fértil y salvarla.
“Este anuncio nos interpela como creyentes en nuestra relación con el espacio sagrado y nuestro modo de celebrar: por un lado, la certeza de poder sumergir nuestra vida en la acción misma de Dios que vino al mundo para curarnos de nuestras dolencias y del pecado que nos mina, sanando nuestra vida y haciéndola fecunda. Pero, por otro lado, la necesidad de pensar en esta fecundidad como un don que pide ser sacado del templo, para que nuestra existencia se convierta en un instrumento de anuncio y presencia de Cristo”
Cristo hoy y siempre
Sandri apuntó que la conciencia de la humanidad en marcha era la perspectiva del Cardenal Pironio, una gracia “a la que recurrir y que nos impulsa a salir al encuentro de la humanidad de hoy, para anunciar que Cristo es su contemporáneo, hoy, no ayer, y que permanecerá con nosotros hasta el fin del mundo”.
Por esa razón, el sacerdote y el obispo –según Sandri-, son hermanos de camino y padres en el Espíritu. Esto lo saben bien, consideró, los seminaristas de los que el Venerable Pironio fue rector, los alumnos que “han saboreado su enseñanza”, los sacerdotes y fieles de las Diócesis de la Plata, Avellaneda y Mar del Plata. También lo saben los religiosos y religiosas “que fueron apoyados en el gran camino de confrontación y revisión de las Constituciones de sus Congregaciones e Institutos a la luz del Concilio Vaticano II, y finalmente, sobre todo, los laicos y, especialmente, los jóvenes a través de la intuición y puesta en marcha, junto a San Juan Pablo II, de las Jornadas Mundiales de la Juventud”.
“Solo un contemplativo como él puede ser un amigo en el verdadero sentido de la palabra”
Al citar el relato evangélico del paralítico en la piscina de Betsaida, curado por Jesús ante el desprecio y la incomprensión de los judíos, Sandri recordó la pregunta del Señor: “¿Quieres ser curado?”.
“La cercanía del Señor a la enfermedad del hombre se convierte en palabra y gesto concretos, aceptando plenamente a la persona que tiene delante y su necesidad, dando el primer paso sin esperar la súplica y la petición del paralítico.”
El buen Jesús, rostro del Padre y amigo de los hombres, se convierte –prosiguió el purpurado- en un punto de referencia para la actuación de los sacerdotes y obispos, “y ciertamente podemos dar gracias al Señor porque podemos encontrar estos rasgos en el ministerio del Venerable Cardenal Pironio”.
Sandri retomó las palabras del Cardenal Jorge Mario Bergoglio en 2022, cuando durante una homilía dijo que “el sacerdote es amigo de Dios para los hombres, no como un amigo de Dios que regula las cosas con Dios y luego las transmite a los hombres, sino que proyecta esta amistad hacia el prójimo”.
Por el contrario, el sacerdote se compromete afectivamente con la vida de los hombres y ese compromiso afectivo, decía Bergoglio, no es meramente humano, sino que encuentra su fuente en Dios, en la amistad con Dios.
Es significativo que uno de los temas favoritos del Cardenal fuera el de la amistad. Recordar a Pironio, el amigo de Dios, trae consigo la nostalgia de no tener ya en la tierra a ese amigo de todos los hombres, de todos los hombres. Al mismo tiempo, nos recuerda al hombre que dejó a la Iglesia en el camino de la amistad como medio para ir seguros y llegar a Dios con nuestros hermanos.
"Me siento muy feliz de haber sufrido tanto"
La amistad del querido Cardenal Pironio con Dios para los hombres -consideró Sandri- se consumó y purificó también a través del altar de la Cruz y del dolor, vivido con dignidad y sin querer dejar de encontrarse con las personas que estaban cerca de él, como muchos pudimos experimentar. Con confianza fraterna, con ese espíritu infantil de su primera comunión -como dijo el cardenal Bergoglio-, afirmó en su testamento espiritual: "Doy gracias al Señor por el privilegio de la cruz. Me siento muy feliz de haber sufrido tanto. Sólo lamento no haber sufrido bien y no haber saboreado siempre mi cruz en silencio. Deseo que, al menos ahora, mi cruz comience a ser brillante y fructífera". Lo que la Iglesia ha reconocido en los últimos años, y a la espera de que se reconozca un milagro que pueda llevar a la beatificación del Venerable Eduardo, es la señal de que esa cruz sí se ha confirmado como luminosa y fecunda.
Al fin y al cabo, la cruz no sólo era para él simbólicamente un signo de vida: el día de su ordenación episcopal como auxiliar de La Plata, recibió como regalo una cruz pectoral que había pertenecido a su predecesor en el cargo, y que tranquilizó a su madre, a la que se le había ordenado no tener más hijos tras una grave enfermedad a los dieciocho años. Confiando en esta bendición, vivió hasta los 82 años, dando a luz a veintiún hijos más, el último de los cuales fue el Venerable Eduardo. La cruz de la madre de la enfermedad, la cruz pectoral del obispo, la cruz del sufrimiento y de la muerte del cardenal Pironio: las tres son atravesadas por la luz de la Pascua. Sí, recordemos a nuestro hermano Eduardo como un hombre de Pascua, al entrar que escribió: "¡Abrazo a todos de corazón por última vez en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo! Todo lo pongo en el corazón de María, la Virgen pobre, contemplativa y fiel. ¡Ave María! A ella le pido: "Muéstranos después de este destierro a Jesús, el fruto bendito de tu vientre". Pedimos su oración e intercesión, por el Santo Padre, por los Obispos y sacerdotes, y por los jóvenes: pedimos que la Iglesia, también gracias al testimonio del Cardenal Pironio, sea aún más "peregrina, pobre y pascual". Y agradecemos al Santo Padre Francisco que, al declarar Venerable a nuestro querido amigo y hermano, nos ha dado a nosotros y a la Iglesia no sólo una biografía, un compañero de camino hacia el Señor, sino un ejemplo luminoso de santidad de vida, un testimonio de obediencia al Padre, de sobriedad y pobreza y de amor y amistad sin límites para todos. Magnificat. Amén.