"El misionero debe estar dispuesto a partir hacia donde es enviado" Josep M. Abella, obispo de Fukuoka: "Intento compartir la lucha de quienes saben ser críticos con todo lo que se opone a la dignidad de las personas"
"Una Iglesia misionera necesita profundizar la experiencia de fe de cada uno de sus miembros y de todas sus comunidades"
"Las comunidades eclesiales se han implicado sobre todo a través de la atención a los inmigrantes que viven con una angustia especial esta situación"
"Laudato si' ha ayudado a sopesar de modo diverso lo que hasta ahora se definía como 'progreso'"
"Actualmente me siento parte de este pueblo japonés que me ha aceptado y al que amo de todo corazón. Por eso, he intentado aprender lo mejor posible la lengua, apreciar su cultura y asumir la tarea de construir una sociedad capaz de acoger a todos"
"Laudato si' ha ayudado a sopesar de modo diverso lo que hasta ahora se definía como 'progreso'"
"Actualmente me siento parte de este pueblo japonés que me ha aceptado y al que amo de todo corazón. Por eso, he intentado aprender lo mejor posible la lengua, apreciar su cultura y asumir la tarea de construir una sociedad capaz de acoger a todos"
"Somos unos 29.000 católicos entre algo más de siete millones de habitantes". Con estas palabras habla Josep M. Abella, cmf de su diócesis, al haber sido nombrado obispo de Fukuoka. Este misionero español, quien fue general de los claretianos, lleva más de dos décadas en Japón, se siente identificado con su cultura y o ama "de todo corazón". Quiere, como el Papa, una Iglesia en salida y que esté siempre al lado de los más pobres, esepecialmente tras el paso del coronavirus.
¿Qué sintió cuando le comunicaron su nombramiento como obispo de Fukukoa?
Sorpresa. Ciertamente existía la posibilidad de que uno de los dos obispos auxiliares de la arquidiócesis de Osaka fuera destinado a otra diócesis. De hecho, es algo bastante común entre los obispos auxiliares en todo el mundo. Siempre pensé que sería el otro obispo auxiliar, japonés y más joven, quien iba a ser destinado. No fue así. Me pidieron este nuevo servicio y lo he asumido con ilusión y esperanza. No había tenido ningún contacto especial con la diócesis de Fukuoka, fuera de haber acompañado a los sacerdotes diocesanos en los ejercicios espirituales del año pasado. Siempre he pensado que el misionero debe estar dispuesto a partir hacia donde es enviado. Se lo pedí a bastantes hermanos claretianos cuando era superior general. Ahora me tocaba de nuevo a mí responder a la llamada.
¿Cómo es su nueva diócesis?
La diócesis de Fukuoka comprende tres prefecturas (provincias) situadas en la isla de Kyushu: Fukuoka, Saga y Kumamoto. Tiene una parte urbana y zonas rurales.
La comunidad católica es minoritaria como en todo Japón. No llegamos al 0,4% de la población. Somos unos 29.000 católicos entre algo más de siete millones de habitantes. Una peculiaridad es que hay bastantes familias en las que todos sus miembros son católicos. No es algo común en las diócesis de las islas de Hokkaido, Honshu y Shikoku. La diócesis de Fukuoka es limítrofe con la de Nagasaki, la patria de muchos mártires y el lugar donde las comunidades cristianas mantuvieron viva su fe durante 250 años sin la presencia de ningún sacerdote.
Actualmente contamos con la presencia de muchos católicos llegados de otras partes que enriquecen nuestras comunidades cristianas. Obviamente son más numerosos los que provienen de otros países de Asia, sobre todo Filipinas y Vietnam, pero también hay latinoamericanos, africanos, etc. En la diócesis existen 55 parroquias y 9 vicarías, además de otros centros pastorales (escuelas, hospitales, centros de pastoral social, etc.).
La diócesis de Fukuoka cuenta con 32 sacerdotes incardinados a la diócesis, 9 enviados por otras diócesis, sobre todo de Corea, 6 sacerdotes de sociedades misioneras y 24 sacerdotes religiosos. Además, nos sentimos bendecidos por la presencia de 5 religiosos hermanos, 280 religiosas y 17 miembros de institutos seculares. Actualmente la diócesis tiene tres seminaristas mayores, dos de ellos ya diáconos.
"La diócesis de Fukuoka es limítrofe con la de Nagasaki, la patria de muchos mártires y el lugar donde las comunidades cristianas mantuvieron viva su fe durante 250 años sin la presencia de ningún sacerdote"
Contamos con un buen número de laicos comprometidos en la tarea misionera y la atención a diversos servicios en las comunidades. El desafío es la renovación generacional.
¿Alguna prioridad a la hora de comenzar su pontificado en su nueva diócesis?
Las prioridades las deberemos discernir entre todos cuando definamos el proyecto pastoral diocesano. Es un proceso que procuraremos comenzar pronto y al que invitaremos a todos a participar. Definir este proyecto pastoral va a ser una prioridad.
Una Iglesia misionera necesita profundizar la experiencia de fe de cada uno de sus miembros y de todas sus comunidades. Ayudar a profundizar la experiencia de fe será ciertamente una prioridad. Buscar una formación que capacite a las personas para expresar con sus propias palabras su experiencia de fe. Es lo fundamental. Si no existe esta capacidad, que requiere una profundización de esta experiencia de fe, el catecismo se queda en conceptos que no llegan a tocar la vida y el corazón de las personas.
Quisiera que nuestra Iglesia diocesana fuera percibida como “amiga” por todas aquellas personas que viven experiencias de marginación y pobreza. La dimensión social del Evangelio ha de ser asumida por todos. Sin ello nuestro anuncio pierde credibilidad.
En toda la iglesia de Japón una gran prioridad es la pastoral juvenil. Espero poder reforzar esta dimensión que se ha cuidado bastante en esta diócesis.
Para mí, como obispo, la gran prioridad es cuidar la cercanía a las personas, especialmente a los sacerdotes y otros agentes de pastoral. Apoyar, sostener y animar. Amar de todo corazón a todos y cada uno. En último término buscamos construir aquella "Iglesia en salida" que pide el Papa.
Tras más de 20 años en Japón, ¿ya se siente tan japonés como catalán o español?
Llegué a Japón en 1973 y estuve trabajando en varios lugares y ministerios hasta el año 1991, en que me pidieron un servicio en el gobierno general de los Misioneros Claretianos. El año 2015, terminado dicho servicio, regresé a Japón. O sea, que he estado en Japón 23 años.
Nunca he dado excesiva importancia a la nacionalidad jurídica, aunque, ciertamente, amo a mi pueblo y a todos los pueblos con los que he compartido las diversas etapas de mi vida. Actualmente me siento parte de este pueblo japonés que me ha aceptado y al que amo de todo corazón. Por eso, he intentado aprender lo mejor posible la lengua, apreciar su cultura y asumir la tarea de construir una sociedad capaz de acoger a todos. En este sentido intento también compartir la lucha de quienes saben ser críticos con todo lo que, en esta sociedad, se opone a la dignidad de la persona y al derecho de todos a una vida digna.
¿Cómo está viviendo personal y pastoralmente el paso de la pandemia por Japón?
Compartiendo el sufrimiento y la preocupación por el futuro que acecha a tantas personas. Ha habido y hay mucho sufrimiento, pero ha habido y sigue habiendo mucha solidaridad. Ello abre horizontes de esperanza hacia el futuro. El pueblo japonés es disciplinado y se están respetando bien las recomendaciones de las autoridades en orden a evitar la expansión del COVID-19. Aquí el gobierno no puede imponer el confinamiento, aunque haya declarado el estado de emergencia; simplemente lo “solicita”. La gran mayoría de la gente asume esta recomendación.
Las comunidades eclesiales se han implicado a través de Cáritas y, sobre todo, a través de la atención a los inmigrantes que viven con una angustia especial esta situación. Muchos de ellos han perdido su trabajo y les resulta difícil encontrar soluciones a causa del poco conocimiento de la lengua y de las múltiples restricciones legales que sufren en Japón.
En cuanto a celebraciones litúrgicas públicas, están suprimidas desde el comienzo del mes de marzo. Esperamos reemprenderlas gradualmente, con todas las precauciones que exigen las autoridades, a partir del 1 de junio.
¿Teme que, a consecuencia de la coronacrisis, aumente la pobreza y el rechazo a los emigrantes en Japón?
No cabe duda de que va a aumentar la pobreza, no sólo de los emigrantes. De hecho, ya se han hundido muchas empresas y la cantidad de personas que quedan sin trabajo está aumentando. Los emigrantes van a sufrir de un modo especial las consecuencias de esta situación. Espero que el gobierno japonés sepa ver la situación de estas personas y formular políticas adecuadas para atender sus necesidades. Procuraremos, por una parte, participar en los movimientos que buscan presionar al parlamento y al gobierno en este sentido. Por otra parte, procuramos responder concretamente a las necesidades de comida y alojamiento que están sufriendo muchos emigrantes.
La 'Laudato si' cobra más actualidad que nunca, después de la pandemia.
Estoy seguro de que es así. Nos alerta sobre la necesidad de una solidaridad que va más allá de nuestros pueblos y nuestros continentes. Nos va a hacer más humildes y respetuosos ante la naturaleza. No lo podemos todo.
Por otra parte, está cuestionando un modelo de sociedad en el que la economía marca las opciones y los tiempos. Puede que se ayude a resituar la vida al centro de todo y a sopesar de modo diverso lo que hasta ahora se definía como “progreso”.
Creo que ha hecho ver la necesidad de una colaboración más estrecha entre los pueblos y entre quienes tienen la responsabilidad de gobernarlos. Una mayor colaboración entre el mundo científico, más allá de ideologías políticas, puede ser un fruto positivo de esta pandemia.
La encíclica Laudato si’ ha sabido conjugar el tema de la preocupación y el cuidado de la naturaleza con los derechos humanos y la justicia social. Creo que reflexionar sobre la pandemia nos ayudará a captar y asumir con mayor profundidad este llamado de la encíclica.
¿Cómo tendría que ser la Iglesia después del coronavirus?
La experiencia de esta pandemia ha hecho surgir en el corazón de mucha gente infinidad de preguntas y ha acercado a las personas a través de una experiencia común de dolor que nos hace sentir de modo diverso la necesidad que tenemos los unos de los otros.
Tendremos que purificar la imagen de Dios, la nuestra de cada uno, y la que ofrecemos frecuentemente a través de nuestras enseñanzas, oraciones, etc. Nos va a obligar a redescubrir con mayor profundidad a ese Padre/Madre que Jesús llamaba ABBA y que sufre viéndonos sufrir y nos hace sentir su cercanía a través de muchas mediaciones.
Tendrá que vivir de un modo nuevo el mandamiento del amor, “preocupándose”, o sea “ocupándose prioritariamente”, de quienes tienen más necesidad de ayuda y cercanía. La Iglesia se sentirá llamada a ser más “amiga” de los pobres y de quienes sufren.
Nos va a obligar a centrarnos más en lo esencial, en aquello que toca la vida y el corazón de las personas y que, por lo tanto, abre nuevos horizontes en sus vidas.
Obligará a la Iglesia a “des-centrarse” para poderse centrar en aquello que verdaderamente importa al Padre de los cielos: que todos tengan vida y la tengan en abundancia. Ayudará a comprender el peligro de la autorreferencialidad que tantas veces ha denunciado el Papa Francisco y que no acabamos de superar.
Creo que será una Iglesia más ecuménica y más “macro-ecuménica”, abierta al diálogo y la colaboración sincera con las personas de otras tradiciones religiosas y con quienes buscan la transformación del mundo desde los valores de la dignidad de las personas y los pueblos. Ojalá sepamos descubrir qué nos pide la experiencia vivida.