Le acompañan las causas que dieron sentido a su vida: Dios, los pobres, la tierra, los indígenas Pedro Casaldáliga, el obispo descalzo y el poeta de los que no cuentan
Este obispo descalzo y sin mitra, con el corazón lleno de nombres, nunca dejó de apoyar a todos los que hoy más le cantan, y que no dejarán que sus versos sean un futuro imposible
Nació a orillas del Llobregat, en una lechería de Balsanery en 1.928, en el seno de una familia católica. La Guerra Civil española le cogió en zona republicana, por lo que desde sus ocho años y hasta los once, el tiempo que duró la guerra, se confesaba en los establos y galerías, y ayudaba en misa a eucaristías de catacumba
São Felix do Araguaia, pequeño municipio del Mato Grosso de Brasil. Llega en 1.968 desde España junto con Manuel Luzón, CMF a fundar una misión católica, cuyos 150.000 kilómetros cuadrados de pastizales, florestas, selvas y ríos habitados por indios, pobres campesinos emigrados y peones de acarreo de los interminables latifundios agropecuarios fueron hechos Prelatura Apostólica
São Felix do Araguaia, pequeño municipio del Mato Grosso de Brasil. Llega en 1.968 desde España junto con Manuel Luzón, CMF a fundar una misión católica, cuyos 150.000 kilómetros cuadrados de pastizales, florestas, selvas y ríos habitados por indios, pobres campesinos emigrados y peones de acarreo de los interminables latifundios agropecuarios fueron hechos Prelatura Apostólica
| Oficina de Prensa de los Claretianos
Ha muerto un referente religioso de nuestros días. El obispo emérito de São Félix do Araguaia ha fallecido a los 92 años. Aunque ya avisaba su larga enfermedad de Párkinson, con la que convivió durante muchos años el final llegó en el hospital de Batatais. A Pedro Casaldáliga le acompañan las causas que dieron sentido a su vida: Dios, los pobres, la tierra, los indígenas, los mártires… También su amplia obra poética y sus hermanos de la congregación a la que él pertenecía, los Misioneros Claretianos.
Era un religioso de una vida de oración muy profunda, de donde nace su ofrenda apostólica con la gente marginada. Un hombre insobornable, comprometido con el Evangelio. Y los suyos, su gente, han sido siempre los que nada pueden, los que no cuentan. Los que mueren-matados tantas veces antes de tiempo. Este obispo descalzo y sin mitra, con el corazón lleno de nombres, nunca dejó de apoyar a todos los que hoy más le cantan, y que no dejarán que sus versos sean un futuro imposible.
Pedro Casaldáliga nació a orillas del Llobregat, en una lechería de Balsanery en 1.928, en el seno de una familia católica. La Guerra Civil española le cogió en zona republicana, por lo que desde sus ocho años y hasta los once, el tiempo que duró la guerra, se confesaba en los establos y galerías, y ayudaba en misa a eucaristías de catacumba. Algunas veces tuvo que encubrir ante los milicianos el paradero de las monjitas de sus primeros años de escuela, o dar escondite a los desertores. Finalizada la guerra, le hizo saber a sus padres su deseo de ser sacerdote. Al año siguiente entró al seminario de Vic y entre conversaciones con sus superiores y visitas al sepulcro de San Antonio María Claret, llega a escribir en su diario que “se me despertó la vertiente última de mi vocación sacerdotal”. Sería misionero.
De sus años de formación, “podría decir lo que ya tantos otros han dicho”, pero el joven Pedro Casaldáliga ya sentía que el celo le abrasaba. Dicho con sus propias palabras “la definición que del Misionero Claretiano nos legara el Fundador pedía eso, un hombre que arde en caridad, que abrasa por donde pasa…”.
Sus primeros 16 años de claretiano en España
Sabadell, durante seis años y Barcelona durante los tres siguientes supusieron un contacto con la realidad social española que fue determinante a la hora de modelar su estilo y la esencia de su ministerio sacerdotal. Alternó el mundo obrero con los Cursillos de Cristiandad, con la vida en comunidad, con clases en la escuela y horas en el confesionario. También como director de la Juventud Claretiana, donde atendía a los ‘descartados’ -como hoy diría el papa Francisco- por culpa del vicio, del dolor, de las migraciones o de la falta de trabajo. Y en medio de todo esto, es llamado para implantar los Cursillos en Guinea, “en la parte que aún era española”. A su regreso, escribió: “Ya llevaba para siempre en el corazón, confusamente, como un feto, África, el Tercer Mundo, Los Pobres de la Tierra y esa nueva Iglesia –La Iglesia de los pobres– que diríamos a partir del Concilio”.
A los 33 años, coincidiendo con el inicio del Concilio Vaticano II, recibe destino para ir a Barbastro, para ser formador de los seminaristas claretianos –pasó allí tres años– “bajo las sombras aún presentes de los cincuenta y un mártires hermanos de 1.936”, anota en su diario. A estas alturas, le llegó un nuevo encargo: ir a Madrid, a dirigir la centenaria revista cordimariana El Iris de Paz, a la que cambió el nombre por Iris, Revista de Testimonio y Esperanza.
Dicho con sus propias palabras “la definición que del Misionero Claretiano nos legara el Fundador pedía eso, un hombre que arde en caridad, que abrasa por donde pasa…”
En torno a esta y otras actividades de Madrid se había fraguado un grupo de compañeros claretianos con quienes compartía la vida en total comunión –“compañeros del alma, compañeros de las horas decisivas, imprescindibles en el futuro: Fernando Sebastián, Teófilo Cabestrero, Maximino Cerezo, Santiago García, Rufino Velasco, etc…”–.
Seguidamente, hubo Capítulo General de renovación de la Congregación en 1.967 y Pedro fue elegido para participar en él como representante de la antigua Provincia de Aragón. De estos días, Pedro escribe: “El anuncio de la Palabra era nuestra misión en la Iglesia. Debíamos vivir el Vaticano II”. Y fue durante este Capítulo de renovación cuando fue enviado al Mato Grosso: “Yo –apunta Pedro en sus diarios– había conseguido, por fin, lo que había soñado y pedido y buscado, rabiosamente, durante todos los días de mi vida de vocación: las Misiones”.
América Latina será mi cruz definitiva
São Felix do Araguaia, pequeño municipio del Mato Grosso de Brasil. Llega en 1.968 desde España junto con Manuel Luzón, CMF a fundar una misión católica, cuyos 150.000 kilómetros cuadrados de pastizales, florestas, selvas y ríos habitados por indios, pobres campesinos emigrados y peones de acarreo de los interminables latifundios agropecuarios fueron hechos Prelatura Apostólica por la Santa Sede en 1.969.
A Brasil llegó, cuenta él, “sin saber muy bien a dónde ni cómo, pero sintiendo que veníamos en misión. Y llegamos en pleno recrudecimiento de la dictadura militar y nos encontramos con una Iglesia de catacumbas con sus espléndidas minorías proféticas y la sangre corriendo”.
Pronto le salpicaría en su misión esa sangre que corría, y pronto le consagrarían obispo, el 24 de octubre de 1.971, día de San Antonio María Claret. Y ese mismo día publicó la carta pastoral Una Iglesia en la Amazonía en conflicto con el latifundio y la marginación social. Junto a la Doctrina de la Iglesia que incluía denunciar las injusticias en la evangelización, daba 80 páginas de testimonios con nombres, apellidos, lugares, haciendas y firmas.
Y comenzó a ser misionero-obispo bajo amenazas de muerte, hasta el punto de ver cómo moría asesinado el P. João Bosco Penido, SJ, vicario de la Prelatura. Amenazado, pues, por su fidelidad a la misión profética de vivir y anunciar testimonialmente el evangelio liberador de los excluidos y esclavizados por el inhumano sistema de vida y de poder vigentes “bajo la Ley suprema del revólver del 38”.
Nunca volvió a España, ni siquiera para el entierro de su madre. No abandonó la Misión porque no podía correr el riesgo de salir de Brasil. Es más, a los pocos meses de ser ordenado obispo, ya escribía: “esta es mi tierra en la Tierra. Este es mi pueblo. Por ella, con él, caminaré hacia la Patria”. El Gobierno había intentado expulsarlo del país en diversas ocasiones; en concreto, le incoaron cinco procesos de expulsión, pero la intercesión directa del Papa Pablo VI lo impidió. “Quien toca a Pedro, toca a Pablo”, tuvo que subrayar el Pontífice. Años más tarde, tras la visita ad limina con el Papa Juan Pablo II, el 21 de junio de 1.988, Casaldáliga afirmó: “creo en Pedro y su primado y estoy dispuesto a dar la vida por él”. Hablaron, entre otras cosas, de la injusticia que se da en Brasil, y su problemática social.
El trabajo pastoral de Casaldáliga y de su equipo se centró en las siguientes áreas: catequesis y celebraciones de la fe; educación; atención a la salud; y las reivindicaciones mayores como la defensa de los derechos humanos, la lucha por la tierra y la causa indígena.
En torno a 1.984 se le diagnostica la Enfermedad de Párkinson –“el hermano Párkinson”, como él mismo se refiriera a ella–. Una enfermedad neurológica que afecta a los movimientos de la persona, causa lentitud de movimientos, rigidez muscular, y alteraciones en el habla y al escribir. Comienza a cumplir disciplinalmente los consejos médicos, lo que de alguna manera retarda, pero no detiene el avance de la enfermedad.
En el año 2.003 le llegó a Pedro el tiempo de renunciar al cargo de obispo. Su preocupación era la de la continuación de la caminhada pastoral. Esto le fue angustiando, sobre todo con la demora de la nunciatura, afectándole a su salud, cada vez más frágil. Finalmente, el 2 de febrero del 2.005 el Vaticano le aceptó la renuncia al gobierno pastoral de la Prefectura por mayoría de edad, nombrando obispo de São Felix do Araguaia a monseñor Leonardo Ulrich Steiner, de la Orden Franciscana. Dom Pedro continuó viviendo en la prelatura a partir de entonces, ya jubilado. Ex-mérito, como le definió un periodista poco familiarizado con el lenguaje eclesiástico, y que él siempre citaba como una broma.
Al final de sus años, muchos medios de comunicación estuvieron interesados en acercarse a Pedro, pero él se resistía a conceder entrevistas que hablaran de sí mismo: “Olvídense de mí y ocúpense de las causas que dan sentido a mi vida. Ellas permanecen”, argumentaba. La gente pasa. Las causas continúan y los días siguen dando que pensar.
Algunos Títulos y Premios otorgados a Mons.Pedro Casaldáliga, CMF.
El escritor argentino, Adolfo Pérez Esquivel propuso para premio Nobel de la Paz de 1.989 al obispo claretiano Pedro Casaldáliga. “El motivo principal para lanzar la candidatura de Pedro –dice el escritor– es el trabajo realizado durante veinte años por este obispo en pro de la integración latinoamericana en defensa de los derechos de los indios pobres y de los trabajadores de la Amazonía brasileña”. Fue nuevamente propuesto en 1.991 y 1.992.
La fundación española Alfonso Comín le concedía el 28 de septiembre de 1.992 el Premio Internacional por “compartir desde 1.968 la vida de los indígenas y campesinos de esta parte del Amazonas defendiendo sus derechos y haciendo sentir su voz frente a la agresión que padecen contra su vida, su tierra y su cultura y por la solidaridad que mantiene con toda América Latina”.
En 1.993 fue propuesto candidato al Premio Príncipe de Asturias de la Concordia. Al año siguiente, el actual Rey de España, Felipe VI, mencionó uno de sus poemas en el discurso de estos galardones. En 1.995, repite candidatura al Premio Príncipe de Asturias, esta vez optando al área de Comunicación y Humanidades.
En 1.999 la Fundación León Felipe, de España, le otorga el “Premio por los derechos humanos” con la siguiente argumentación: “Ante la globalización económica, que gratifica siempre a los más ricos y acaudalados, Pedro Casaldáliga ha universalizado el grito de los pobres por su liberación. Con su palabra profética y su presencia permanente entre los indígenas del Mato Grosso, Casaldáliga está siendo un acicate insobornable contra la injusticia y una llamada a la conciencia humana y cristiana sobre el valor y dignidad de la persona humana”.
En 2.006 recibe el Premio Internacional de Cataluña. Los miembros del jurado y el Presidente de la Generalitat, Pascual Maragall, viajan a Brasil para entregárselo. Es nombrado Hijo Predilecto de su Ciudad Natal en 1.985 y Doctor Honoris Causa por la Universidad Federal del Mato Grosso en 2.003 y por la Universidad de São Felix do Araguaia en el 2.006.