"Desde hace tiempo he descubierto que la mejor oración es la que mana de la Sagrada Escritura" La oración y la vida

Oración de los monjes
Oración de los monjes

"La oración no es un talismán, un amuleto, tampoco un tiempo de relajación o de sentirse bien. La oración es un dejarse hacer más Cristos, más Él"

"Siempre hay algo por hacer con lo que podemos evitar ponernos a tomar el sol de Dios. Porque a veces quema...y nos quedamos con la ampolla durante un tiempo, hasta que cura"

"Pero, en último término, hay que decir que la oración no tiene sentido en sí misma, no es un fin a alcanzar. El fin, el objetivo, es la vida, la vida vivida como Cristo, de cara al Reino"

"Orar decía Santa Teresita es tan simple como una mirada dirigida al cielo. Nos enseñaron a amar amándonos, aprendemos a orar orando"

Hace unos días me contaba una persona que acudió al monasterio cómo su vida estaba cada vez más envuelta en la oración, cómo sentía la necesidad de entregarse a la oración de una manera casi constante a pesar de ser un profesional. A medida que iba contándome todo esto de una manera mucho más desarrollada, yo mismo me veía reflejado en su experiencia. 

A veces, hay cristianos que no les vale dedicar un poco de su tiempo a la oración, para ellos la oración es como la respiración, sin ella mueren por dentro. La oración no es un talismán, un amuleto, tampoco un tiempo de relajación o de sentirse bien. La oración es un dejarse hacer más Cristos, más Él. Todo lo demás, sentimientos, pensamientos, razonamientos, mociones, etc., no importa. Es solo estar, dejarse, dejarse amar…

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Oración
Oración

Y no es que esto sea fácil. La oración requiere de lucha hasta el último suspiro de la vida, decían los monjes del desierto. Siempre hay algo por hacer con lo que podemos evitar ponernos a tomar el sol de Dios. Porque a veces quema...y nos quedamos con la ampolla durante un tiempo, hasta que cura. Nuestra Teresa decía sobre la oración aquello de “aunque se muera en el camino...aunque se hunda el mundo”, porque a veces parece que así es.

Desde hace tiempo he descubierto que la mejor oración es la que mana de la Sagrada Escritura. Aquella oración que tú no “haces”, sino que se te da hecha. En la Escritura encontramos al Dios vivo, no un dios hecho a nuestra pequeña medida. Por eso nos desconcierta a veces la Palabra de Dios, por eso no llegamos a entenderla casi nunca. Al fin y al cabo, está más allá de todas nuestras categorías y su misión es precisamente esta, sacarnos de nuestras categorías para entrar en las de Dios y su Reino. 

De la misma manera, en el rezo de los salmos encontramos a toda la humanidad en sus gozos y sus penas clamando a Dios y nosotros con ellos. Porque los salmos son como un espejo en que podemos encontrarnos reflejados a nosotros mismos con todos nuestros sentimientos (San Atanasio). A veces los salmos nos escandalizan por su crudeza, pero eso es en buena medida porque no conocemos bien nuestro interior.

También en nosotros, si somos sinceros, se encuentra aquello que te escandaliza: odio, deseo de venganza, maldad gratuita, envidia, lucha contra los enemigos… Si Dios nos ha dado estos salmos y no otros para rezar, por algo será. No los recortemos o edulcoremos. Más bien, intentemos encontrar su sentido para nosotros y para nuestro mundo.    

Pero, en último término, hay que decir que la oración no tiene sentido en sí misma, no es un fin a alcanzar. El fin, el objetivo, es la vida, la vida vivida como Cristo, de cara al Reino. La oración no se discierne por sí misma, es la vida quien discierne si oramos o no, si oramos bien o mal. 

Porque puede haber gente de mucha oración, pero dura de juicio. Oración y virtud deben ir juntas, si no, es fácil que creyendo que oras, en realidad no hagas más que darte la razón a ti mismo y endiosarte. La oración va junto a la humildad y la caridad. Sin esto último, hay que sospechar de lo primero y mucho.

Cardeña

Oí una vez a una hermana que cada vez que oramos, Dios se abaja a nosotros para escuchar. Su kénosis sigue presente cada vez que levantamos nuestro corazón para orar. Esta es la esencia de la oración: Dios que se abaja a nosotros, nosotros le imitamos abajándonos para encontrarnos a nosotros mismos y a todos. La oración es un acto de kénosis: de Dios hacia nosotros, de nosotros hacia los demás.  

Y ¿cómo orar?, nos preguntan a menudo. Orar decía Santa Teresita es tan simple como una mirada dirigida al cielo. Nos enseñaron a amar amándonos, aprendemos a orar orando

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