"'Papable, tolerante, abierto y cauteloso', de penetrantes ojos azules" La tumba de Martini (sj) en el duomo de Milán (I)
"Esta vez me llamó la atención las numerosas personas que parecían rezar ante la tumba de Martini, austera y sin flores"
"Señalaré de entrada que Martini, de alguna manera, me sigue recordando al cardenal judío Arón Lustiger, contemporáneo suyo"
"Ambos purpurados jamás fueron presidentes de la respectiva conferencia episcopal, la francesa e italiana, lo que denota el rechazo y tormentos que ambos, tuvieron que padecer en sus discutidas carreras episcopales"
"Ambos purpurados (5º), jóvenes en los años sesenta, los del Concilio, vivieron muy de cerca los avatares del Mayo francés del 68, y ambos también vivieron las angustias de la Iglesia y del Papa San Pablo VI, postconciliares"
"Ambos purpurados jamás fueron presidentes de la respectiva conferencia episcopal, la francesa e italiana, lo que denota el rechazo y tormentos que ambos, tuvieron que padecer en sus discutidas carreras episcopales"
"Ambos purpurados (5º), jóvenes en los años sesenta, los del Concilio, vivieron muy de cerca los avatares del Mayo francés del 68, y ambos también vivieron las angustias de la Iglesia y del Papa San Pablo VI, postconciliares"
Acabo de regresar de Milán, ciudad de los Visconti, que es la urbe italiana favorita mía y, por supuesto, sólo pecadora en los negocios. Acaso si el Papado estuviera en Milán, mi ciudad favorita, entonces, sería Roma. Y llegué a Milán como el ilusionado Eneas, el héroe, hijo de Anquises, que llegó triunfante al Lacio desde la derrotada Troya.
Siempre que estoy en Milán --varias veces al año-- no me harto de hacer las mismas visitas: a la Pinacoteca del Palacio de Brera para ver las pinturas de El Greco; a las librerías Rizzoli (en la Gallería Victor Emanuele II, enfrente del comercio de las estilográficas Montblanc) y Mondadori (en la misma Piazza Duomo); a mi amiga la condesa Donatella Barifaglia, compañera de estudios en los veranos juveniles en el Valle de Aosta, y no sabiendo si Donatella es cada vez más religiosa o más bruja, siempre entre sus apliques de Murano y cretonas de carmesí, del color de las fajas de los obispos.
También visito la tumba del que fue jesuita y cardenal Martini, fallecido en 2012, diez años después de su jubilación del Arzobispado ambrosiano; en aquella tumba está depositado definitivamente el cadáver del turinés y alto clérigo, monseñor Carlo María, encontrándose al medio de la nave a la izquierda entrando en la Catedral, teniendo a su fondo o enfrente, encima de un altar, un austero Cristo Crucificado. En la nave opuesta, la de la derecha, están las tumbas de otros arzobispos de Milán, como Colombo o Tettamanzi, al que sucedió Angelo Scola, aún vivo y emérito, aunque ridiculizado por lo del Cónclave de 2005.
Esta vez me llamó la atención las numerosas personas que parecían rezar ante la tumba de Martini, austera y sin flores. Ese gentío, comunicado a mi director, José Manuel Vidal, le hizo repensar en la importancia de Martini en la Historia de la Iglesia contemporánea, a pesar de su “distante” personalidad. El director me animó a escribir sobre él para Religión Digital, y a ello me puse.
Recordando la carta al Cardenal Martini, escrita por el sacerdote Armando Matteo, en el libro que se indicará más adelante, comienza así: ¡Le echamos de menos! ¡Le echamos de menos! Ese pudiera ser el sentido del gentío milanés en derredor de la tumba de Martini.
Señalaré de entrada que Martini, de alguna manera, me sigue recordando al cardenal judío Arón Lustiger, contemporáneo suyo y también muy importante en el Papado de San Juan Pablo II, copartícipes principales en el Cónclave seguido a su muerte, en el que fue elegido Papa el cardenal Ratzinger.
Ambos purpurados (1 º) no escribieron libros, destacándose las homilías y predicaciones, cartas pastorales, artículos periodísticos, así como las entrevistas en forma de libros, que en el caso de Martini son tres a destacar:
--¿En qué creen los que no creen? (diálogo en forma de cartas sobre la Ética entre Umberto Eco y Martini). Libro publicado en castellano por Ediciones “Temas de hoy”, 1997.
--Creer y conocer (conversación con Ignazio Marino, del Partido Democrático italiano, de centro-izquierdas), calificada de “testamento ético”, resultando un Martini ejemplo de catolicismo liberal y no dogmático).
--Coloquios nocturnos en Jerusalén con el también jesuita padre Georg Sporschill. Esos coloquios fueron el pretexto para el libro La Iglesia que vendrá, reflexiones sobre la última entrevista a Carlo María Martini, de Armando Matteo, editado por PPC, 2024, dedicado “A los creyentes y a los no creyentes con inquietudes”. Armando Mateo destaca en el Cardenal Martini lo que llama El estilo o arte de la intercesión, que es: “El estilo de quien actúa tratando de hacer dialogar mundos diversos, mundos que son el cristianismo y la vida cotidiana de los hombres y mujeres de nuestro tiempo”.
Ambos purpurados (2º), que tanto se valieron de la palabra y de su voz, fallecieron a causa de enfermedades diferentes, cáncer de garganta en Lustiger, y Parkinson en Martini, pero que terminó la respectiva enfermedad dejándolos sin voz, lo que debió suponer gran penalidad, dolor espiritual y esperanza ante la muerte.
A Lustiger, aquí, en Religión Digital, dediqué varios artículos, no así a Martini, que fue doctor en Teología y Sagrada Escritura, profesor del Instituto Bíblico de Roma, Rector de la Universidad Gregoriana y presidente de las conferencias episcopales de Europa durante siete años. Se ha de destacar que, una vez cesado en el arzobispado de Milán (2002), habiendo renunciado al status de Príncipe de la Iglesia, residió nuevamente en Jerusalén, para profundizar en sus estudios bíblicos, especializado en la Crítica Textual de las Sagradas Escrituras, y regresando definitivamente en 2008 a Italia, a la residencia jesuítica de Gallarate, cerca de Milán, a cuidarse del inexorable Parkinson, falleciendo allí.
Ambos purpurados (3º), Lustiger, arzobispo de Paris (1981-2005), y Martini, arzobispo de Milán (1979-2002), curiosamente, jamás fueron presidentes de la respectiva conferencia episcopal, la francesa e italiana, lo que denota el rechazo y tormentos que ambos, tuvieron que padecer en sus discutidas carreras episcopales. Los pecadores llaman “cabronazos” a tantos monseñores en Francia y en Italia que les hicieron la vida imposible, lo que, por cierto, es muy normal y frecuente, pecados de purpurados, llamados Apóstoles.
Ambos purpurados (4º) tuvieron un importante papel en el Conclave de 2005, seguido a la muerte del Papa San Juan Pablo II, a pesar del cáncer visible, mirando a su cuello, de Lustiger (fallecería en 2007) y el Parkinson también visible de Martini, mirando a su continuo parpadeo y rigidez facial (fallecería en 2012). El tantas veces calificado de “papable Martini” apareció con un bastón, dejando claro cuáles eran sus intenciones, no papables precisamente. Y fue muy importante para la elección de Ratzinger, reservando Martini al cardenal también jesuita, Bergoglio, para la siguiente ocasión no lejana, dada la edad y características psicológicas de Ratzinger. El jesuita Bergoglio sería Papa en el Cónclave de 2013.
Reitero para señalar, en contrario a las mentiras de biógrafos, que Ratzinger fue siempre, en su carrera eclesiástica, incluso Papa, lo que quiso ser. Ante su renuncia, un periodista sacerdote preguntó: ¿Para qué quiso ser Papa? El cardenal Sodano no dejó de repetirlo, siendo, después de Ratzinger, el Decano de Colegio Cardenalicio, hasta su dimisión al cumplir noventa años, para tranquilidad del Papa Bergoglio, que no encontraba manera de quitárselo de encima (me refiero a Sodano).
En el libro reciente de Marcello Veneziani, Senza eredi (Marsilio Edtori, 2024) en las páginas 250 a 254, sobre Ratzinger, escribe: Pensiero forte, papato debole. Lo señalo por ser lo último de lo último.
Ambos purpurados (5º), jóvenes en los años sesenta, los del Concilio, vivieron muy de cerca los avatares del Mayo francés del 68, y ambos también vivieron las angustias de la Iglesia y del Papa San Pablo VI, postconciliares, que no fueron borradas por las nuevas o nuevos escándalos, novísimos, del actual tercer milenio. Acaso uno de los textos más dramáticos de aquellos tiempos, hayan sido los artículos aparecidos en el diario Le Monde, en enero de 1969, con el titular: La crise de L´Église Romaine, siendo sus autores Henri Fesquet y Jacques Nobécourt. “La Crisis -se dice en los artículos- es de orden doctrinal (es decir a la vez filosófica y teológica), espiritual, psicológica, pastoral, sacerdotal, litúrgica y de disciplina”.
Y Charles Davis, conocido al otro lado del Canal de la Mancha como un prototipo de Padre Congar, después de haber dejado el sacerdocio traumatizó a los católicos ingleses y americanos, asegurando que la Iglesia católica, constantemente, trata de aplastar o de herir a las personas. Y todo eso y más, es el contexto de las predicaciones, escritos de Lustiger y Martini, y su arte de Gobierno diocesano, según el filósofo fenomenólogo, académico y discípulo del primero, Jean-Luc Marion.
Hasta aquí, las semejanzas entre ambos. Mas una de las diferencias entre ellos fue que Martini perteneció a la Compañía de Jesús, con inmenso discernimiento, naturalmente.
Quizá no sea correcto inferir que todo lo jesuítico es complejo, pero, sin duda, es muy complicado pertenecer al Instituto de San Ignacio de Loyola y a la vez ostentar rango o jerarquía en la Iglesia católica (orden episcopal). Lo sumo es llegar a ser un Papa jesuita, caso de Francisco, el primero en la Historia del Papado: papa blanco que no negro, por el color de la sotana. El papa es jesuita, como jesuitas son cardenales y obispos, nombrados por el actual Papa y los anteriores. Es indudable, por especiales votos, obediencias y reglas ignacianas, que los obispos jesuitas, para ser obispos, hayan de tener especiales plácets de su Congregación religiosa. Y tengo las versiones de los jesuitas cum placet, no la de aquellos que, siendo jesuitas, aceptan cargos eclesiásticos sin el placet.
Pienso en el jesuita asturiano, de carrillos colorados, también obispo auxiliar de Madrid, Juan Antonio Martínez Camino, cuya versión, una vez desocupado de la extravagancia de pretender Santa a Isabel la Católica y de la menor extravagancia de designar a Benedicto XVI Padre de la Iglesia, sería interesante conocer, para explicar por qué desde 2007 sigue siendo auxiliar, aunque obispo. Lo de ser de la “cordada del cardenal Antonio María Rouco”, no es explicación suficiente.
Sobre lo que significa, según Jorge Mario Bergoglio, “ser papa para un jesuita” y “sobre la Compañía de Jesús”, me remito expresamente a la entrevista concedida por el papa Francisco al P. Antonio Spadaro S.J., anterior director de La Civiltá Cattolica.
Y Martini, calificado por Dalbert Hallestein, en el diario El País del 17 de marzo de 1996, de “papable, tolerante, abierto y cauteloso”, de penetrantes ojos azules, fue uno de los mejores “biblistas”, de mente abierta y dialogante, habiendo siempre renunciado a hablar de su “papabilidad”. Su pretensión de reconciliación con todos, también con los hebreos, hace recordar que el Papa San Juan Pablo II llevó a término la canonización de la judía convertida al catolicismo, Edith Stein; también hace recordar la conversión al catolicismo del cardenal Lustiger.
En el periódico settimanale, del 8 de enero de 1995, Il nostro tempo se escribe de “L´ambrosianita” de Martini, fonte de valore, de la modalitá autentiche di dialogo col mondo, ripropone cioè la forza debole del Vangelio come risposta allá secolarizzazione. En ese mismo diario, en la página 11, hay un “recuerdo o aniversario” a Montini, que el 6 de enero de 1955, hizo en 1995 cuarenta años desde que monseñor Giovanni Battista Montini, como nuevo arzobispo, tomó posesión de la sede de San Ambrosio.
De los muchos textos y escritos de monseñor Martini, me interesa uno muy especial: Su discurso con ocasión de la entrega del Premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales correspondiente al año 2000, en el mes de octubre, de ese año. Es interesante ese discurso, por la tradicional negativa del cardenal-arzobispo a recibir premios, siendo excepcional lo de Oviedo en el Teatro Campoamor, ante el hoy Rey y entonces Príncipe de Asturias.
El análisis de ese excepcional Discurso de Martini, resumen de su pensamiento, pronunciado doce años antes de su muerte, cuando el Parkinson comenzaba a acecharle, será el objeto de la segunda parte (2ª Parte). Cuando le escuché en aquel tiempo, ya me llamó la atención su continuo y acelerado parpadeo, síntoma inicial de su enfermedad neurológica.
Concluyo, dando las gracias, por justicia, a la señora directora de la Fundación “Princesa de Asturias”, doña Teresa Sanjurjo, por la información que me facilitó para escribir estos artículos.
Continuará.
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