Es cuestión de vida o muerte para el reino de Dios en esta tierra.
| Luis Van de Velde
“La Iglesia no puede callar ante esas injusticias del orden económico, del orden político, del orden social. Si callara, la Iglesia sería cómplice con el que se margina y duerme un conformismo enfermizo, pecaminoso, o con el que se aprovecha de ese adormecimiento del pueblo para abusar y acaparar económicamente, políticamente, y marginar una inmensa mayoría del pueblo. Ésta es la voz de la Iglesia, hermanos. Y mientras no se le deje libertad de clamar estas verdades de su Evangelio, hay persecución, Y se trata de cosas sustanciales, no de cosas de poca importancia. Es cuestión de vida o muerte para el reino de Dios en esta tierra.” (24 de julio de 1977)
Hoy nadie puede decir que en El Salvador la Iglesia no tiene la libertad de “clamar estas verdades de su Evangelio”. Y Monseñor nos recuerda que esa voz profética acerca de la verdad del Evangelio denunciando esas “injusticias del orden económico, del orden político, del orden social”, “es cuestión de vida o muerte para el reino de Dios en esta tierra. En países como Nicaragua y Venezuela se está dando golpes duros a la Iglesia para callar esa voz profética del Evangelio.
Al leer esto, nos preguntábamos: ¿habrá en el actuar y hablar de la Iglesia otra cosa aún más importante que el reino de Dios en esta tierra? Creemos que no. Sin embargo, las personas con más responsabilidad en la Iglesia parecen no dar prioridad a aquello mencionado por Monseñor Romero. Tenemos tantas otras prioridades y ocupaciones. En otros países como Nicaragua han logrado a la fuerza que la jerarquía se calle para evitar que más sacerdotes, religiosas y obispos sean expulsados y despatriados acusados de “terroristas”.
En un país donde más del 50% (otros dicen 70%) de la población económicamente activa se sitúa en la economía informal, - expresión del desempleo real- , la voz de la Iglesia debería ser una denuncia constante del sistema capitalista neoliberal y una llamada profética a los empresarios a invertir en su propio país, insistiendo a los gobiernos que prioricen apoyo real a todas esas pequeñas iniciativas económicas, salarios justos y pensiones que alcanzan para poder vivir.
A nivel social tenemos pendientes las leyes justas y humanas sobre la producción y distribución de agua potable respetando las cuencas naturales y en función de los derechos fundamentales de toda la población. Tendremos que luchar por aumentar sustancialmente los presupuestos para salud y educación y todo el sector social. Habrá que seguir luchando para detener las concesiones para las minerías y la destrucción de los bosques y del agua.
En lo político estamos constantemente en crisis y actualmente aún más profunda. ¿Dónde escuchamos la voz profética para empujar gobernanza democrática y participativa? ¿Dónde se promueve la conciencia política en las bases de las Iglesias para que seamos fermento de transformación? No dudamos de que haya experiencias concretas muy valiosas, pero en su conjunto observamos que las Iglesias nos quedamos como observadores, sin compromisos claros. Como que también en tiempos de elecciones las Iglesias se callan, mientras tenemos una responsabilidad de indicar horizontes de vida para todos, especialmente para los más débiles.
Las iglesias tenemos la misión de leer la realidad del país a la luz del Evangelio y nos toca ponernos en el camino que Jesús ha abierto. Estamos alegres que pudimos recordar y celebrar aniversarios (del nacimiento, de la beatificación, de la canonización, del martirio) de Monseñor Romero, pero ¿hasta cuándo vamos a asumir el papel profético? El mismo nos dijo que seríamos cómplices de las injusticias sociales, económicas y políticas, si calláramos. Monseñor denunció hacia el interior de la Iglesia “un conformismo enfermizo, pecaminoso”. Él estaba muy consciente que los que sustentan poderes (económicos, sociales y políticos – en los tres órganos del estado) “se aprovechan de ese adormecimiento del pueblo para abusar y acaparar económicamente, políticamente, y marginar una inmensa mayoría del pueblo” . ¿No tendríamos que ser desde las Iglesias verdaderos centros de formación concienciadora y liberadora en las parroquias, comunidades, colegios, universidades, sin caer en la trampa de la ideologización partidaria? Ser educadores para el pluralismo, para la participación democrática desde abajo, para poder arrancar de raíz la injusticia. Grandes desafíos.
Cita 1 en el capítulo III (La Iglesia) en 'El Evangelio de Monseñor Romero'