83. Hay que obedecer la ley de Dios
| Luis Van de Velde
“Lean el capítulo 7 del segundo libro de los Macabeos, ahí tienen una teología del martirio, una teología que hoy necesita mucho nuestro pueblo, la teología del testimonio de fidelidad a la ley de Dios antes que obedecer a los que profana la Ley del Señor, los derechos del Señor. …. Hay que obedecer la ley de Dios, aun cuando suponga el riesgo de morir. ¡Qué principio más valiente.”
Con este título, tomado de esta homilía, recordamos aquellas últimas palabras de Monseñor Romero en catedral el domingo 23 de marzo de 1980: “Ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice “No matar”. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios….En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno, en nombre de Dios: ¡Cese la represión!” El día siguiente fue asesinado.
La sincera preocupación por la obediencia a la ley de Dios, por el cumplimiento con la Palabra de Dios y en concreto por la vida y la defensa de la vida, han sido característica del profetismo de Monseñor Romero. Para entender su mensaje es importante recordar la realidad de la vida en El Salvador finales de los años 70 del siglo pasado, ya hace algo más de 40 años. Ninguna frase de sus homilías puede ser sacada del contexto histórico, por ejemplo, para aplicarlas literalmente a situaciones históricas diferentes. Es de recordar que fueron miles de asesinados y desaparecidos, miles que fueron masacrados durante las manifestaciones en las calles de San Salvador, miles que fueron capturados y cuyos cadáveres fueron encontrados con signos graves de tortura en los grandes basureros alrededor de la ciudad. No había espacios políticos porque eran tiempos de dictadura militar, altos militares en el gobierno, golpes de estado para sacar a militares y para poner a otros, a veces con civiles para mejorar internacionalmente la imagen. Es ante esa historia de violencia y muerte que Monseñor Romero reaccionó con voz profética: hay que obedecer la ley de Dios que dice “no matar”.
Monseñor se jugó la vida tratando de evitar la guerra en El Salvador. No lo pudo. Nuevamente murieron miles y miles de hermanos/as salvadoreños, tanto de parte de la población civil (en las masacres), del ejército y la policía y la guardia, como de las organizaciones populares y de parte de la guerrilla. En el parque Cuscatlán están los nombres de civiles asesinados y desaparecidos, gravados en el muro de mármol. Los Acuerdos de Fin de Guerra abrieron espacios políticos y facilitaron cambios políticos, entre otros con la incorporación de la ex guerrilla en la vida política. Sin embargo no se hicieron los cambios económicos, no se arrancó (ni superficialmente, ni de raíz) la injusticia de la estructura y la dinámica económica. Ese cáncer siguió (hasta hoy) minando la sociedad salvadoreña. Pasaron los gobiernos y no se hizo justicia, no se investigó ni las masacras, ni los asesinatos más significativos. ¡sigue una misión pendiente!
Al mismo tiempo empezaron a regresar migrantes, expulsados de los EEUU donde habían aprendido la vida de las maras, con extorsiones, amenazas, asesinatos, …. La economía nacional no pudo integrar a los que venían de afuera, ni dar trabajo digno a los de adentro. Los sucesivos gobiernos no lo tomaron en serio, mientras el pueblo pequeño, los pobres seguían poniendo los muertos. Ahora era gente pobre (de las familias de las maras, de las pandillas) que asesinaba y extorsionaba a familias pobres, que asaltaban en los buses y en las paradas de los buses. De repente se registraba ya más homicidios después de los Acuerdos de Paz que durante la guerra. Es de recordar que ha habido meses con más de 900 homicidios. Se observaba que las pandillas seguían creciendo, incorporando a jóvenes, adolescentes y hasta niños, seguían con infiltrados en muchos sectores de la sociedad, controlaban colonias enteras. Las políticas de “mano dura” y “super mano duro”, ni las treguas lograron disminuir la cantidad de crímenes, sangrando al pueblo. La muerte volvió a convertirse en un gran negocio de los líderes de las pandillas. La gente vivía atemorizaba. Mareros vigilaban cada movimiento y asaltaban y mataban. Durante todo ese período post guerra, ya no hubo ninguna voz, ni de las Iglesias, que con autoridad profética romeriana gritaba: ¡Obedezcan la Ley de Dios que dice no matar! Recordamos esta historia de muerte para ubicar las palabras de Monseñor Romero.
La llamada, la orden “Hay que obedecer la ley de Dios que dice: no matar” debe exigir hoy, en El Salvador y en todos los países los mejores esfuerzos por detener las olas de violencia. Ningún pueblo puede avanzar y desarrollar sus capacidades si es flagelado por la violencia, si cada iniciativa económica es extorsionado a pagar renta, si caen los muertos por decenas cada día, si muchos otros tienen que salir huyendo del país. Es de lamentar que durante décadas políticos, gobiernos, analistas, profesionales en todas las áreas no se han unido para parar realmente esas avalanchas de muerte y destrucción de vida, mientras tanto crecían las agencias privadas de seguridad y el pueblo seguía poniendo los muertos. Pero quizás no todo está perdido si se toma la decisión de tomar en serio la situación y de hacer hasta lo imposible para reducir los homicidios y parar las actividades mortales y destructivas de las estructuras de las pandillas. Más que nunca hoy ha llegado la hora de unir todas las fuerzas vivas para arrancar de raíz la estructura injusta de la economía neo liberal bajo el dominio del mercado, para buscar caminos de pacificación para la reintegración social. La violencia económica victimiza a todo el pueblo. En ese espacio también los miembros de las pandillas son víctimas de un sistema que devora para enriquecer a unos pocos. La violencia provoca tremendas heridas tanto en las miles de víctimas como en los miles de victimarios (que hasta dañaron su piel con tatuajes de identificación con la maldad organizada). Solamente con la decisión de unir todas las fuerzas vivas se podrá buscar alivio y bálsamo para las heridas, con la esperanza de poder llegar a una sociedad reconciliada. Hoy se ha capturado a miles y disminuyeron los homicidios, pero no es solución a mediano, ni a largo plazo. Los problemas son más complejos y exigen la responsabilidad compartida y conjunta de todas las fuerzas de la sociedad salvadoreña. Personas no involucradas en criminalidad no deben estar en la cárcel y la sociedad debería ser capaz de tratar con un mínimo de humanidad también a quienes cometieron graves crímenes. Urge hacer caso a Monseñor Romero: Obedezcan la ley de Dios.
Pero el mismo grito de “obedezcan la ley de Dios que dice “no matar” debería sonar en todos los países, desde todas las iglesias y religiones. Sin embargo las guerras siguen y si son presidentes norteamericanos católicos o protestantes, parece que no importa, porque siguen produciendo armas, armando a otros gobiernos, haciendo guerras. Para eso hay dinero, pero para garantizar que todos los pueblos tengan comida y salud, eso no parece importar. Los conflictos bélicos (alimentados desde las industrias de armas) afectan a millones de personas y dejan heridas profundas. La guerra fría no solo ha retornado sino se está poniendo cada vez más caliente, fuego rojo. Los países priorizan cada vez más la inversión en armamento, en el ejército…. Así garantizan que siempre habrán focos bélicos y que nunca habrá paz.
¡Cuan urgente es esa llamada de Monseñor Romero: obedezcan la Ley de Dios que dice no matar! Matamos no solamente con armas físicas, biológicas, químicas,… sino también con armas sociales de exclusión (quizás el ejemplo más dramática es la exclusión de todas las niñas y mujeres de parte de los talibanes en Afghanistán, ejemplo claro del fracaso total de las guerras), con armas económicas (mientras dejamos que el dios “Mercado” se impone sobre las necesidades reales de los pueblos), con armas ideológicas divulgadas sobre todo con información falsa o media verdad – media mentira, ….
En Europa la guerra contra el pueblo Ucraniano está tan cerca y afecta a todos los países (precios altos de productos derivados de petróleo y gas, de productos alimenticios, escasez creciente,…), sin embargo no se oye con fuerza las voces como la de Mons. Romero. Los pueblos no se movilizan en las calles para gritar: paren de matar!! No. Nos hacen falta profetas que nos llaman, que nos despiertan, que nos motivan para tomar las calles y exigir a los políticos que “paren de matar”.