Ecumenismo, fe y testimonio ético

Estamos celebrando en la Iglesia la Semana de la Unidad de los cristianos, un acontecimiento muy importante para la fe, ya que el ecumenismo es parte irrenunciable e imprescindible de la misión de la iglesia. Como nos enseña el Vaticano II y transmite el Papa San Juan Pablo II, “la llamada a la unidad de los cristianos, que el Concilio Ecuménico Vaticano II ha renovado con tan vehemente anhelo, resuena con fuerza cada vez mayor en el corazón de los creyentes…Cristo llama a todos sus discípulos a la unidad… Con el Concilio Vaticano II la Iglesia católica se ha comprometido de modo irreversible a recorrer el camino de la acción ecuménica…La Iglesia católica asume con esperanza la acción ecuménica como un imperativo de la conciencia cristiana iluminada por la fe y guiada por la caridad… Jesús mismo antes de su Pasión rogó para «que todos sean uno» (Jn 17, 21). Esta unidad, que el Señor dio a su Iglesia y en la cual quiere abrazar a todos, no es accesoria, sino que está en el centro mismo de su obra” (cf. UUS 1-9).

En esta tarea ecuménica, debemos buscar principalmente todo lo bueno, verdadero y común que nos une en el seguimiento de Jesús, como la iglesia que Él quiso y que ya está realizado, aunque no en su plenitud, la comunión de las iglesias como quiere Jesús. Nos sigue mostrando el Papa Juan Pablo II con el Concilio que en las otras iglesias existen “muchos elementos de santificación y de verdad que, como dones propios de la Iglesia de Cristo, empujan hacia la unidad católica… En efecto, los elementos de santificación y de verdad presentes en las demás Comunidades cristianas, en grado diverso unas y otras, constituyen la base objetiva de la comunión existente, aunque imperfecta, entre ellas y la Iglesia católica…Por este motivo el Concilio Vaticano II habla de una cierta comunión, aunque imperfecta.

La Constitución Lumen gentium señala que la Iglesia católica « se siente unida por muchas razones » a estas Comunidades con una cierta verdadera unión en el Espíritu Santo. La misma Constitución explicita ampliamente « los elementos de santificación y de verdad » que, de diversos modos, se encuentran y actúan fuera de los límites visibles de la Iglesia católica: « Son muchos, en efecto, los que veneran la Sagrada Escritura como norma de fe y de vida y manifiestan un amor sincero por la religión, creen con amor en Dios Padre todopoderoso y en el Hijo de Dios Salvador y están marcados por el Bautismo, por el que están unidos a Cristo, e incluso reconocen y reciben en sus propias Iglesias o Comunidades eclesiales otros sacramentos. Algunos de ellos tienen también el Episcopado, celebran la sagrada Eucaristía y fomentan la devoción a la Virgen Madre de Dios. Se añade a esto la comunión en la oración y en otros bienes espirituales, incluso una cierta verdadera unión en el Espíritu Santo. Este actúa, sin duda, también en ellos y los santifica con sus dones y gracias y, a algunos de ellos, les dio fuerzas incluso para derramar su sangre. De esta manera, el Espíritu suscita en todos los discípulos de Cristo el deseo de trabajar para que todos se unan en paz, de la manera querida por Cristo, en un solo rebaño bajo un solo Pastor»” (cf. UUS 10-12).

Por lo tanto, el ecumenismo no es sólo una tarea y una realidad a efectuar, a futuro, sino que es un don de Dios y verdad real que ya se está realizando en la identidad de las iglesias con su misión y comunión. “Así creía en la unidad de la Iglesia el Papa Juan XXIII y así miraba a la unidad de todos los cristianos. Refiriéndose a los demás cristianos, a la gran familia cristiana, constataba: «Es mucho más fuerte lo que nos une que lo que nos divide». Por su parte, el Concilio Vaticano II exhorta: «Recuerden todos los fieles cristianos que promoverán e incluso practicarán tanto mejor la unión cuanto más se esfuercen por vivir una vida más pura según el Evangelio. Pues cuanto más estrecha sea su comunión con el Padre, el Verbo y el Espíritu, más íntima y fácilmente podrán aumentar la fraternidad mutua»“ (UUS 20). En este camino de unidad y comunión entre las iglesias, es principal y decisivo el testimonio espiritual de santidad, conversión, amor y justicia con los pobres de la tierra, tal como se nos reveló en el Dios encarnado en Jesucristo. «Esta conversión del corazón y santidad de vida, junto con las oraciones públicas y privadas por la unidad de los cristianos, deben considerarse como el alma de todo el movimiento ecuménico y pueden llamarse con razón ecumenismo espiritual»” (UUS 21).

De esta forma, como continúa enseñando Juan Pablo II, es clave en el ecumenismo la misión de la iglesia “para la solidaridad al servicio de la humanidad, con los responsables de las Comunidades cristianas que adoptan conjuntamente posiciones, en nombre de Cristo, sobre problemas importantes que afectan a la vocación humana, la libertad, la justicia, la paz y el futuro del mundo. Obrando así «comulgan » con uno de los elementos constitutivos de la misión cristiana: recordar a la sociedad, de un modo realista, la voluntad de Dios, haciendo ver a las autoridades y a los ciudadanos el peligro de seguir caminos que llevarían a la violación de los derechos humanos. Es claro, y la experiencia lo demuestra, que en algunas circunstancias la voz común de los cristianos tiene más impacto que una voz aislada. Los responsables de las Comunidades no son sin embargo los únicos que se unen en este compromiso por la unidad. Numerosos cristianos de todas las Comunidades, movidos por su fe, participan juntos en proyectos audaces que pretenden cambiar el mundo para que triunfe el respeto de los derechos y de las necesidades de todos, especialmente de los pobres, los marginados y los indefensos. En la Carta encíclica Sollicitudo rei socialis he constatado con alegría esta colaboración, señalando que la Iglesia católica no puede soslayarla. En efecto, los cristianos que tiempo atrás actuaban de modo independiente, ahora están comprometidos juntos al servicio de esta causa para que la benevolencia de Dios pueda triunfar. La lógica es la del Evangelio” (UUS 43).

Como afirmó recientemente El Papa Francisco en su visita a Suecia, en un viaje de marcado carácter ecuménico con la reforma e iglesia luterana, "los cristianos seremos testimonio creíble de la misericordia en la medida en que el perdón, la renovación y reconciliación sean una experiencia cotidiana entre nosotros. Juntos podemos anunciar y manifestar de manera concreta y con alegría la misericordia de Dios, defendiendo y sirviendo la dignidad de cada persona…. Señor, ayúdanos con tu gracia a estar más unidos a ti para dar juntos un testimonio más eficaz de fe, esperanza y caridad. Es también un momento para dar gracias a Dios por el esfuerzo de tantos hermanos nuestros, de diferentes comunidades eclesiales, que no se resignaron a la división, sino que mantuvieron viva la esperanza de la reconciliación entre todos los que creen en el único Señor".

De esta forma, con este testimonio visible de comunión espiritual de fe en el amor solidario y la justicia con los pobres de la tierra, las iglesias deben luchar contra toda desigualdad e injusticia. Tales como el hambre y la pobreza, las guerras y la destrucción ecológica, el desempleo, la explotación laboral y la esclavitud infantil, como está sufriendo los refugiados e inmigrantes, los ataques a la vida como son el aborto o la eutanasia. Promoviendo el matrimonio y la familia, comunión de amor fiel entre un hombre y una mujer abierto a la vida e hijos, a la solidaridad y al compromiso por la justicia con las familias empobrecidas, como son las migrantes o refugiadas, y los pobres de la tierra. Así lo ha testimoniado reciente e igualmente el Papa Francisco, con la histórica declaración conjunta-encuentro con la iglesia ortodoxa y Kirill de Moscú. Desgraciadamente, existe un tradicionalismo e integrismo que niega esta imprescindible realidad ecuménica, rechazando realmente el Vaticano II y a los Papas, y demonizando a las otras iglesias y confesiones cristianas. Sigamos pues con la iglesia y con los Papas, como Francisco, en la promoción de la unidad de las iglesias como nos enseña la fe católica y nuestro Señor Jesucristo.

Volver arriba