Misa crismal: El gesto revolucionario de Jesús Pasolini: "La inteligencia de la cruz, frente a la artificial y algorítmica, es completa porque está basada en el amor"

"Roberto Pasolini, nuevo predicador de la Casa Pontificia, presidió ayer la misa crismal de Semana Santa"
"No podría haber situado mejor el contexto, la situación y la actualidad en relación con la muerte de Jesús: contraponiendo las diferentes inteligencias que dominan hoy el mundo con la inteligencia de la cruz"
| Jose Miguel Martínez Castelló*
El pasado 9 de noviembre conocíamos una de esas noticias que pasan desapercibidas para la gran mayoría de la sociedad. Después de 44 años ejerciendo como predicador de la Casa Pontificia,Rainero Cantalamessa dejaba el cargo tras la confianza de tres papas de una altura teológica inmensa y fuera de toda duda como la de Wojtyla, Ratzinger y Bergoglio. Su función es dirigir a la Curia, bajo la atenta mirada del Papa, las catequesis de Adviento y Cuaresma. Sin embargo, el momento más importante de esta función es la intervención que tiene en la misa crismal del Viernes Santo en San Pedro.
Medio mundo, creyentes y no creyentes, de todas las confesiones religiosas y espirituales, escuchan qué tiene qué decir alguien que no es Papa ni cardenal a un mundo donde la descreencia y el nihilismo se han convertido en moneda de cambio y de moda. Recomiendo vivamente la intervención de Cantalamessa en 2023 cuando habló de la importancia de Nietzsche, el filósofo que profetizó la muerte de Dios, para entender la muerte de Jesús en la cruz como el hecho universal más importante de la historia de la humanidad. Nunca olvidaremos su profundidad, su expresión profunda y tranquila. Ahora se dedicará en cuerpo y alma a lo que siempre le ha apasionado: el retiro, el estudio y la oración. Su programa en la RAI, “Las razones de la esperanza” es una muestra fehaciente de su grandeza y la necesidad de seguir a este hombre que irradia una luz en tiempos de desesperanza como los que vivimos.

La persona que lo va a sustituir es el italiano y capuchino Roberto Pasolini. Se estrenó el pasado mes de noviembre con las catequesis de Adviento invitando a estar atentos a la novedad que implica la Navidad, la encarnación de Dios en el mundo a través de su ser persona, de carne y hueso. El pasado 14 de marzo, en su sexta y última catequesis y meditación, dentro de los ejercicios espirituales de Cuaresma dirigidos a la Curia, sorprendió a propios y extraños, sin titubear, con un lenguaje a mano y de la calle, una de las cuestiones que la Iglesia universal se plantea constantemente como uno de los retos y es el alejamiento, incluso, la ignorancia de la existencia de Jesús y una vida a partir de su seguimiento: “La eficacia del bautismo ha decaído. Pero no lo podemos ver como un problema, sino como un llamamiento, un renacimiento espiritual a través de la oración. No es un camino fácil. Es necesario, para ello, abandonar una vida centrada en el ego y en las cosas, dejar de poseer y tomar la vida, para darla. Como diría Jesús, quien odia la propia vida, es decir, quien deja de vivir para sí mismo, la encontrará en este mundo, pero en un horizonte más grande”. Dicho horizonte se da en el hilo conductor que se traza entre Belén, el Monte Gólgota y la Resurrección que es, precisamente, lo que estamos celebrando y viviendo estos días. Ahora bien, donde Pasolini se la jugaba era donde hemos visto a Cantalamessa durante 44 años: el Viernes Santo. ¿De qué hablaría? ¿Qué temas va a tratar en un momento de la historia en que se atisban cambios de época como hace décadas que no vivíamos? ¿Tiene algo que decir la Iglesia en este momento tan decisivo? ¿Y cómo transmitirlo desde una fidelidad al evangelio y al mensaje de Jesús de Nazareth?
A partir del 18 de abril de 2025, ante un Papa convaleciente y enfermo, pero ni ausente ni mudo, se recordará su acierto en señalar a este hombre como otra palanca de comprensión del evangelio en nuestros días. Sus primeras palabras nos hacen caer en la cuenta de los colores de la liturgia tiñéndolo todo de rojo, de esa sangre que jamás ha parado de correr en la historia de las personas por su afán de dominación y egoísmo. La Iglesia, apunta, “medita desde el silencio porque hoy se detiene en ese misterioso triunfo que es la muerte en cruz que va más allá de toda derrota”. Jesús es capaz de hacer todas las cosas nuevas, de transformarlas, desde una lógica diferente a la que estamos acostumbrados. ¿De dónde procede, entonces, esa forma diferente de proceder? La respuesta a esta pregunta es la clave de la intervención de Pasolini y que a buen seguro pasará a las anales de la exégesis evangélica de la Pasión de Jesús. No podría haber situado mejor el contexto, la situación y la actualidad en relación con la muerte de Jesús: contraponiendo las diferentes inteligencias que dominan hoy el mundo con la inteligencia de la cruz.
Frente a las inteligencias artificiales y algorítmicas, que se entienden desde la eficacia, desde la no originalidad, porque copian y, simplemente, unen, en muchas ocasiones, sin sentido, “la inteligencia de la cruz es relacional porque se basa y se fundamenta en el amor”. Una inteligencia que se nutre del silencio arraigado en el sufrimiento humano.

Cuántas veces nos quedamos sin palabras, sin poder expresar lo que nos pasa. Una inteligencia que acoge nuestro turbamiento ante aquello que nos aplasta y nos tritura, en palabras de Isaías; Jesús fue triturado por nuestras penas y nuestros pecados, y a nosotros, a su vez, el pecado nos parte en dos sin saber el por qué y las razones que se esconden detrás de todo ello. Pasolini vuelve a sorprender: “¿Cómo escuchará Dios nuestras lágrimas si se mostró ausente ante el tormento de la cruz?”. En esa ausencia, en ese transformar dicho abandono, se inaugura un nuevo reinado del mundo, se funda una posibilidad nueva que todavía está por explorar, donde hombres y mujeres nos cuesta acoger por comodidad, pereza y conformismo. Aún así, Jesús muestra una pedagogía del abandono total, no como algo negativo, sino mostrar la confianza en los caminos de Dios, la capacidad de aceptar la lógica de los acontecimientos, pero a través de la lógica del evangelio y, de esa forma, caminar y peregrinar en la vida de la mano de ese Dios encarnado, eterno guía y acompañante. Sólo así podrán adquirir sentido nuestras cruces diarias que nos afligen a diario.
Una vez sitúa la inteligencia de Dios como la única que puede acompañar a nuestra vida en cualquier momento, sobre todo en los más oscuros, donde las tinieblas impiden el paso de la luz y la esperanza, Pasolini sitúa dos momentos de la Pasión de Jesús para que hallemos las implicaciones de los diferentes alcances de la inteligencia de Dios para con los hombres y el mundo. El primero, Getsemaní, sabía que lo iban a detener, y aún así, como relata Juan, pregunta a quién buscan y enseguida responde: “Yo soy”. Sus capturadores retroceden, pero Jesús, fiel al Padre, se entrega, ofrece su vida libremente hacia una muerte segura como el cordero que va al matadero. Pero al cordero de Cristo nadie le quita la vida, sino que la ofrece. Sólo desde la lógica dialógica de Dios, que alimenta el encuentro y el servicio total y absoluto a los demás, razón de la pasión de Jesús, pueden contemplarse los acontecimientos desde la Fe.
"Jesús muere, pero antes lleva a cabo, a juicio de Pasolini, un gesto revolucionario, único: pide ayuda"
El segundo, a partir de la expresión “Tengo sed” que nos sitúa ante la muerte en la cruz. Jesús muere, pero antes lleva a cabo, a juicio de Pasolini, un gesto revolucionario, único, que es la senda por la que la humanidad debe transitar para trazar un camino de salvaguarda de toda dignidad humana: pide ayuda, es el Hijo de Dios, y, sin embargo, reclama ayuda, porque nos alerta que sólo hay salvación de los otros. Con Jesús el mundo tiene que adentrarse en un tiempo de descentramiento, dejando de lado las egomanías que atenazan la historia, que destruyen culturas y pueblos enteros. Jesús con su petición, señala el orgullo como uno de los cánceres y quistes de la humanidad.
La fortaleza implica la aceptación de la debilidad, poniendo fecha de caducidad al individualismo porque la cruz muestra y tiene otra lógica que va más allá del sujeto. El Dios de la cruz es un Dios necesitado. Sí, por paradójico y contradictorio que parezca, el Dios de Jesús nos necesita, quiere que lo acojamos a partir de los rostros sufrientes, las cruces que hoy nos interpelan y que, por desgracia, pasan desapercibidas en un mundo digital que nos asumen, nos centran en nosotros mismos, eliminando y eclipsando el rostro del otro.
"¿Cabe una muerte con un signo de esperanza más potente?"
¿Todo esto para qué? Para vivir y reconciliarnos con el mundo. Es una guía de vida. La cruz no es para llevarla al cuello y hacer gala de ella, como un amuleto de la suerte. Todo lo contrario. La cruz es camino, verdad y vida. Tenemos que empaparnos de ella. No es fácil, nos recuerda Pasolini, claro que no, sus mismos discípulos lo abandonaron, los que comieron, durmieron y vivieron con Él. ¿Qué será de nosotros entonces? El cristianismo es la vía de la cruz, el intento de asumir la sacralidad de la otra persona, porque somos ontológicamente deficientes; somos seres necesitados, limitados, que necesitan de una mano amiga, de hermano, de hermana, para poder completar lo que somos. Es un ejercicio, una tarea que nos lleva hasta la muerte, como a Jesús, pero con un poder transformador. Sólo seremos mediante el poder del amor.
Las soledades, los egoísmos, son carne de terapeuta y de violencia. Toda esta necesidad se reduce a un principio que se hace manifiesto en el Monte Gólgota cada Viernes Santo antes y después de la expiración de Jesús: Dios es nuestro Padre y todo somos hermanos en nuestro Señor. ¿Cabe una muerte con un signo de esperanza más potente?
*Doctor en Filosofía y profesor de bachillerato de filosofía, psicología y religión en el Patronato de la Juventud Obrera de Valencia (PJO)

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