Espiritualidad, fe y misión desde Lima-Perú
Estas Navidades, por primera vez, hemos estado en una de las ciudades más emblemáticas de América Latina y del mundo, Lima, capital de Perú. Una bella ciudad con una profunda tradición espiritual, cultural y social que a lo largo de su historia ha dado fecundos frutos de santidad, de amor fraterno y solidario. Una ciudad que, como otras latinoamericanas y del mundo, expresa la realidad social e histórica de contrastes, pobrezas, desigualdades e injusticias sociales-globales. Con lacras como la esclavitud humana, laboral e infantil, con poblaciones y niño/as que sufren esta desigualdad e injusticia de la pobreza, miseria y exclusión, del trabajo basura e indecente. A causa del egoísmo e individualismo con sus ídolos del poder y la riqueza-ser rico, del capital, beneficio y mercado al que se idolatra con el sacrificio de la vida y dignidad de los pobres.
En esta realidad humana, social e histórica se encarna la fe, la espiritualidad y misión de la iglesia con estos frutos o testimonios de santidad, de amor y justicia con los pobres. Tales como, por ejemplo, miembros de la familia dominicana como Santa Rosa de Lima, patrona de la ciudad, San Martín de Porres, patrono de la justicia social, San Juan Macías, el franciscano San Francisco Solano o Santo Toribio de Mogrovejo, éstos tres últimos de origen español. Estos santos y testimonios espirituales son paradigma de una fe e iglesia misionera-evangelizadora, en salida hacia las periferias y reverso de la historia. Una espiritualidad e iglesia en comunión con Dios en Cristo y con los otros, misericordiosa y pobre con los pobres, de servicio y compromiso por la paz, la justicia y un desarrollo humano, liberador e integral. Con una defensa de la vida, dignidad y derechos de los pobres u oprimidos, como son por ejemplo los indígenas. En un diálogo fraterno con las culturas u otras religiones, en una inculturación de la fe, en donde se acoge todo lo bueno de las tradiciones culturales, de la tierra y de la naturaleza (ecología). Tal como nos enseña la historia de santidad de la iglesia y los Papas como Francisco.
Así se ha manifestado en la Iglesia latinoamericana contemporánea con las Conferencias de Medellín, Puebla...hasta llegar a Aparecida. En el seguimiento de Jesús, es una iglesia fraterna, misericordiosa y compasiva con el sufrimiento e injusticia que padece el otro, el pobre. Una espiritualidad de la pobreza evangélica, espiritual y solidaria al servicio de la fe, del Reino de Dios y su justicia liberadora con los pobres, en comunión de vida, de bienes y luchas liberadora con los empobrecidos. De tal forma que toda esta fe, con su santidad, está en el origen de una espiritualidad y teología liberadora con la opción por los pobres, que tiene una de sus cunas en Lima-Perú. Con autores como el dominico G. Gutiérrez, estudioso y muy influido a la vez, como indicamos, por estos testimonios latinoamericanos como Bartolomé de las Casas. Y que tanto han marcado a personas como el Cardenal Müller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
En sus últimos libros, “Del lado de los pobres, Teología de la liberación” e “Iglesia pobre para los pobres, Misión liberadora de la Iglesia”, con una prólogo-presentación del mismo Papa Francisco, escritos junto a su íntimo amigo G. Gutiérrez, Müller valora todo lo verdadero y bueno que ha tenido toda esta espiritualidad y teología de la liberación. Tal como lo han hecho anteriormente los Papas y el Magisterio de la Iglesia, con sus comunidades eclesiales de base, al igual que el Papa Francisco actualmente. De esta forma, como nos enseña San Juan Pablo II, "estamos convencidos nosotros y ustedes de que la Teología de la Liberación es no sólo oportuna sino útil y necesaria" (Carta a la Conferencia Episcopal de Brasil).
Como es el constitutivo dialogo de la fe con la razón y sus expresiones o mediaciones como son las ciencias sociales y humanas, el pensamiento social y ético crítico, ético y liberador. Lo que nos facilita el análisis y compresión de la realidad humana, social e histórica, que es el lugar donde se encarna la fe y la misión. El inherente carácter social, público y ético-político de la fe, la caridad política- tal como nos enseñan los Papas-, que busca el bien común, la civilización del amor y la justicia con los pobres; que va a las raíces o casusas de los males e injusticias como es la pobreza. Esto es, el pecado personal, el egoísmo e individualismo relativista con sus ídolos del poder y de la riqueza-ser rico, y sus estructuras (sociales e históricas) de pecado. El pecado del mundo-estructural que genera toda esta desigualdad e iniquidad del hambre y de la pobreza, de las guerras y destrucción ecológica…. Tal como se plasma hoy en día en el inmoral y deshumanizador sistema e ideología que se ha impuesto, el (neo-)liberalismo economicista, el capitalismo que por esencia es injusto e inhumano. Con su fundamentalismo del mercado y del capital, de la competitividad y del crecimiento economicista convertidos en dioses (falsos), la idolatría del consumismo, de la propiedad y del tener-riqueza, con su individualismo posesivo y relativista.
Frente a estos ídolos del poder, del capital y la riqueza que dan muerte a los pobres, está la espiritualidad y ética de la vida, que promueve y defiende la vida, la dignidad y los derechos humanos. Ya no se trata sólo de hacer filosofía o teología después de Auschwitz, sino desde Ayacucho. Desde el lugar del actual holocausto, mal e injusticia del hambre, la pobreza y la exclusión que padecen los pueblos crucificados del sur empobrecido como son los latinoamericanos, africanos o asiáticos. Tal como se revela en el Dios de la vida, en el Evangelio de Jesús. Es el Dios de la vida y de los pobres, desde el reverso de la historia, el Dios liberador de todo pecado, personal, social e histórico, de todo mal e injusticia. Una fe y misión que, desde el don primero de Dios, promueve el protagonismo, promoción y liberación integral de los pobres de la tierra. Los pobres son los sujetos principales de la misión, del desarrollo y de la salvación liberadora. La salvación se va realizando ya en las liberaciones sociales e históricas, en la justicia y liberación integral con los pobres. Lo que culmina en la liberación trascendente y total, global de todo pecado, mal, muerte e injusticia. Se trata de beber en el propio pozo originario de la espiritualidad, de Jesucristo Salvador y Liberador, que nos revela al Dios de la vida humanizadora, plena, eterna…
En esta realidad humana, social e histórica se encarna la fe, la espiritualidad y misión de la iglesia con estos frutos o testimonios de santidad, de amor y justicia con los pobres. Tales como, por ejemplo, miembros de la familia dominicana como Santa Rosa de Lima, patrona de la ciudad, San Martín de Porres, patrono de la justicia social, San Juan Macías, el franciscano San Francisco Solano o Santo Toribio de Mogrovejo, éstos tres últimos de origen español. Estos santos y testimonios espirituales son paradigma de una fe e iglesia misionera-evangelizadora, en salida hacia las periferias y reverso de la historia. Una espiritualidad e iglesia en comunión con Dios en Cristo y con los otros, misericordiosa y pobre con los pobres, de servicio y compromiso por la paz, la justicia y un desarrollo humano, liberador e integral. Con una defensa de la vida, dignidad y derechos de los pobres u oprimidos, como son por ejemplo los indígenas. En un diálogo fraterno con las culturas u otras religiones, en una inculturación de la fe, en donde se acoge todo lo bueno de las tradiciones culturales, de la tierra y de la naturaleza (ecología). Tal como nos enseña la historia de santidad de la iglesia y los Papas como Francisco.
Así se ha manifestado en la Iglesia latinoamericana contemporánea con las Conferencias de Medellín, Puebla...hasta llegar a Aparecida. En el seguimiento de Jesús, es una iglesia fraterna, misericordiosa y compasiva con el sufrimiento e injusticia que padece el otro, el pobre. Una espiritualidad de la pobreza evangélica, espiritual y solidaria al servicio de la fe, del Reino de Dios y su justicia liberadora con los pobres, en comunión de vida, de bienes y luchas liberadora con los empobrecidos. De tal forma que toda esta fe, con su santidad, está en el origen de una espiritualidad y teología liberadora con la opción por los pobres, que tiene una de sus cunas en Lima-Perú. Con autores como el dominico G. Gutiérrez, estudioso y muy influido a la vez, como indicamos, por estos testimonios latinoamericanos como Bartolomé de las Casas. Y que tanto han marcado a personas como el Cardenal Müller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
En sus últimos libros, “Del lado de los pobres, Teología de la liberación” e “Iglesia pobre para los pobres, Misión liberadora de la Iglesia”, con una prólogo-presentación del mismo Papa Francisco, escritos junto a su íntimo amigo G. Gutiérrez, Müller valora todo lo verdadero y bueno que ha tenido toda esta espiritualidad y teología de la liberación. Tal como lo han hecho anteriormente los Papas y el Magisterio de la Iglesia, con sus comunidades eclesiales de base, al igual que el Papa Francisco actualmente. De esta forma, como nos enseña San Juan Pablo II, "estamos convencidos nosotros y ustedes de que la Teología de la Liberación es no sólo oportuna sino útil y necesaria" (Carta a la Conferencia Episcopal de Brasil).
Como es el constitutivo dialogo de la fe con la razón y sus expresiones o mediaciones como son las ciencias sociales y humanas, el pensamiento social y ético crítico, ético y liberador. Lo que nos facilita el análisis y compresión de la realidad humana, social e histórica, que es el lugar donde se encarna la fe y la misión. El inherente carácter social, público y ético-político de la fe, la caridad política- tal como nos enseñan los Papas-, que busca el bien común, la civilización del amor y la justicia con los pobres; que va a las raíces o casusas de los males e injusticias como es la pobreza. Esto es, el pecado personal, el egoísmo e individualismo relativista con sus ídolos del poder y de la riqueza-ser rico, y sus estructuras (sociales e históricas) de pecado. El pecado del mundo-estructural que genera toda esta desigualdad e iniquidad del hambre y de la pobreza, de las guerras y destrucción ecológica…. Tal como se plasma hoy en día en el inmoral y deshumanizador sistema e ideología que se ha impuesto, el (neo-)liberalismo economicista, el capitalismo que por esencia es injusto e inhumano. Con su fundamentalismo del mercado y del capital, de la competitividad y del crecimiento economicista convertidos en dioses (falsos), la idolatría del consumismo, de la propiedad y del tener-riqueza, con su individualismo posesivo y relativista.
Frente a estos ídolos del poder, del capital y la riqueza que dan muerte a los pobres, está la espiritualidad y ética de la vida, que promueve y defiende la vida, la dignidad y los derechos humanos. Ya no se trata sólo de hacer filosofía o teología después de Auschwitz, sino desde Ayacucho. Desde el lugar del actual holocausto, mal e injusticia del hambre, la pobreza y la exclusión que padecen los pueblos crucificados del sur empobrecido como son los latinoamericanos, africanos o asiáticos. Tal como se revela en el Dios de la vida, en el Evangelio de Jesús. Es el Dios de la vida y de los pobres, desde el reverso de la historia, el Dios liberador de todo pecado, personal, social e histórico, de todo mal e injusticia. Una fe y misión que, desde el don primero de Dios, promueve el protagonismo, promoción y liberación integral de los pobres de la tierra. Los pobres son los sujetos principales de la misión, del desarrollo y de la salvación liberadora. La salvación se va realizando ya en las liberaciones sociales e históricas, en la justicia y liberación integral con los pobres. Lo que culmina en la liberación trascendente y total, global de todo pecado, mal, muerte e injusticia. Se trata de beber en el propio pozo originario de la espiritualidad, de Jesucristo Salvador y Liberador, que nos revela al Dios de la vida humanizadora, plena, eterna…