Fe, democracia ética y fronteras: alternativas a la crisis
La crisis de civilización que vivimos, hace ya mucho tiempo, solo tendrá salida con una espiritualidad y ética que integre la fe, la razón y la emoción, el pensamiento con el sentimiento, la moral con los afectos, la mística con la política. Relativismos e integrismos, fanatismos o fundamentalismo de diverso tipo, que llegan incluso a las lacras del terrorismo o la corrupción como puede ser hasta el abuso de niños, nos asolan de diferentes formas. Frente a ello, hace falta un dialogo, análisis y discernimiento razonable y crítico, ético y espiritual que conozca o comprenda la realidad, la examine y valore con sus aspectos positivos, buenos y verdaderos, rechazando lo negativo, el mal e injusticia.
Creemos que la fe y la teología, la misión pastoral y la moral que por ella es inspirada, como es la doctrina social de la iglesia (DSI), nos puede dar claves y criterios para afrontar varias cuestiones que, desde lo anterior, se vienen planteando. Como decimos, la fe y el magisterio de la iglesia, por ejemplo el Concilio Vaticano II o la DSI, posibilitan estas claves y criterios con las que tratar dichas cuestiones en las fronteras o periferias existenciales, sociales y espirituales. Tal como nos muestran hoy los Papas, como el Papa Francisco o diversas tradiciones espirituales y eclesiales, por ejemplo, la dominicana e ignaciana. Una realidad muy importante, que nos encarna en muy buena medida en el marco de la misión en el mundo, es el ordenamiento político y jurídico en el que nos movemos como es la democracia.
El Vaticano II y la DSI ha acogido todo lo bueno de la democracia u orden democrático, surgido en la conocida como modernidad., que marca la edad moderna. A la vez que ha hecho una valoración crítica y ética de la misma, señalando sus posibles peligros o errores. San Juan Pablo II ha tratado y sintetizado muy bien la enseñanza de la iglesia al respecto. Nos muestra el Papa como “la Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica… Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana. Requiere que se den las condiciones necesarias para la promoción de las personas concretas, mediante la educación y la formación en los verdaderos ideales, así como de la «subjetividad» de la sociedad mediante la creación de estructuras de participación y de corresponsabilidad….A este propósito, hay que observar que, si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia. La Iglesia tampoco cierra los ojos ante el peligro del fanatismo o fundamentalismo de quienes, en nombre de una ideología con pretensiones de científica o religiosa, creen que pueden imponer a los demás hombres su concepción de la verdad y del bien. No es de esta índole la verdad cristiana. Al no ser ideológica, la fe cristiana no pretende encuadrar en un rígido esquema la cambiante realidad sociopolítica y reconoce que la vida del hombre se desarrolla en la historia en condiciones diversas y no perfectas. La Iglesia, por tanto, al ratificar constantemente la trascendente dignidad de la persona, utiliza como método propio el respeto de la libertad… La Iglesia respeta la legítima autonomía del orden democrático; pero no posee título alguno para expresar preferencias por una u otra solución institucional o constitucional. La aportación que ella ofrece en este sentido es precisamente el concepto de la dignidad de la persona, que se manifiesta en toda su plenitud en el misterio del Verbo encarnado” (CA 46-47).
Como se puede observar claramente, en este luminoso y hondo texto de Juan Pablo II, la iglesia considera ya irrenunciable el orden democrático entendido adecuadamente. Esto es, más allá de las democracias liberales-burguesas y capitalistas, la participación o protagonismo de las personas, de la sociedad civil y de los pueblos en la gestión de las realidades sociales, políticas y económicas para que se vaya realizando un orden ético. Con los valores básicos e imprescindibles de la libertad, del bien común y de la justicia social-global con los pobres de la tierra, de la defensa de la sagrada e inviolable vida y dignidad de toda persona. Como nos transmite el Vaticano II y la DSI, que enseña Juan Pablo II, la iglesia por tanto rechaza de igual forma: una democracia sin moral ni valores básicos como los mencionados, en donde la religión o fe e iglesia con su dimensión pública puede y debe aportar todo su humanismo ético, espiritual e integral; como una teo(eclesio)-cracia o fascismos, por ejemplo tipo nacionalcatolicismo, sin distinguir las esferas de la fe y de las ideologías o partidos, la iglesia del estado.
La DSI no acepta ni el laicismo, excluyente de la fe e iglesia con su moral del ámbito público, ni tampoco el confesionalismo teo-eclesiocrático con el monopolio e imposición de la fe al resto de ciudadanos y al estado. “La fe no se impone, se propone” recalcaba Juan Pablo II. Conviene releer al respecto, para todas estas cuestiones que tratamos, a Pablo VI y su OA que nos iluminará de igual forma. Se trata de buscar la adecuada laicidad de la comunidad política o del estado y de las religiones e iglesias, con un mutuo dialogo, colaboración y servicio a dichos valores o principios irrenunciables. Tales como, por ejemplo nos enseñó igualmente Benedicto XVI, el respeto a la vida y dignidad de la personas en todas sus fases o dimensiones. El bien común con unas condiciones sociales que hagan posible el desarrollo humano e integral y la justicia liberadora con los pobres, frente a las desigualdades e injusticias sociales-globales (cf. al respecto la encíclica CV de Benedicto XVI). La protección e impulso del matrimonio y la familia entre un hombre y una mujer abierto a la vida, a los hijos y a la solidaridad con el compromiso por un mundo más justo, como nos acaba de recordar el Papa Francisco en la AL.El derecho a la libertad religiosa, de educación y formación de las personas o familias con sus hijos sin que se les pueda negar este libre y público culto, educación o formación en las creencias y cosmovisiones asumidas.
De ahí que, como por ejemplo nos muestra Juan Pablo II en EV, la iglesia esté en contra de “todo lo que se opone a la vida, como los homicidios de cualquier género, los genocidios, el aborto, la eutanasia y el mismo suicidio voluntario; todo lo que viola la integridad de la persona humana, como las mutilaciones, las torturas corporales y mentales, incluso los intentos de coacción psicológica; todo lo que ofende a la dignidad humana, como las condiciones infrahumanas de vida, los encarcelamientos arbitrarios, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; también las condiciones ignominiosas de trabajo en las que los obreros son tratados como meros instrumentos de lucro, no como personas libres y responsables; todas estas cosas y otras semejantes son ciertamente oprobios que, al corromper la civilización humana, deshonran más a quienes los practican que a quienes padecen la injusticia y son totalmente contrarios al honor debido al Creador “ (EV 3).
De esta forma, como nos transmite el Papa Francisco constantemente, la iglesia se opone a la pena de muerte y a la guerra, tal como nos muestra claramente ya Juan Pablo II en la EV (cf. los nn. 26 y 56). Frente a toda violencia, muerte y guerra, Juan Pablo II nos enseña: “¡Nunca más la guerra!». ¡No, nunca más la guerra!, que destruye la vida de los inocentes, que enseña a matar y trastorna igualmente la vida de los que matan, que deja tras de sí una secuela de rencores y odios, y hace más difícil la justa solución de los mismos problemas que la han provocado. Así como dentro de cada Estado ha llegado finalmente el tiempo en que el sistema de la venganza privada y de la represalia ha sido sustituido por el imperio de la ley, así también es urgente ahora que semejante progreso tenga lugar en la Comunidad internacional. No hay que olvidar tampoco que en la raíz de la guerra hay, en general, reales y graves razones: injusticias sufridas, frustraciones de legítimas aspiraciones, miseria o explotación de grandes masas humanas desesperadas, las cuales no ven la posibilidad objetiva de mejorar sus condiciones por las vías de la paz. Por eso, el otro nombre de la paz es el desarrollo. Igual que existe la responsabilidad colectiva de evitar la guerra, existe también la responsabilidad colectiva de promover el desarrollo. Y así como a nivel interno es posible y obligado construir una economía social que oriente el funcionamiento del mercado hacia el bien común, del mismo modo son necesarias también intervenciones adecuadas a nivel internacional. Por esto hace falta un gran esfuerzo de comprensión recíproca, de conocimiento y sensibilización de las conciencias “(CA 52).
Las religiones e iglesias deben ser siempre una realidad de paz, de no violencia y de justicia con los pobres, frente a toda guerra, terrorismo o violencia, venga de donde venga; en contra de toda desigualdad, opresión e injusticia. Se debe promover todo este desarrollo humano, ecológico e integral, frente a la destrucción social y ambiental que estamos padeciendo. Como nos muestran los Papas, por ejemplo el Papa Francisco en la LS. Con la promoción de la dignidad y protagonismo de los pobres, por ejemplo de las mujeres que son doblemente empobrecidas o excluidas. Y que la iglesia reconoce todo lo que “el genio femenino” puede aportar a la sociedad-mundo e iglesia (cf. la MD de Juan Pablo II). De ahí que, por lo tanto, sea esencial todo este dialogo y encuentro inter-cultural e inter-religioso entre las personas, los pueblos y las diversas religiones. Para esta promoción del desarrollo personal y social, femenino y ecológico, cultural e inter-espiritual. Hay que promover esta ética civil y ciudadana, global y mundial en todos estos valores universales, comunes y compartidos. El bien común e internacional, la civilización del amor y la globalización de la solidaridad, de la paz y del desarrollo sostenible-ecológico e integral; frente a la globalización del capital y de la guerra, de la competitividad y la violencia, excluyente y antiecológica tal como nos enseña la DSI.
Por el contexto en el que estamos viviendo, en dicha ética civil y global con el dialogo inter-cultural e inter-religioso, es pues muy importante el encuentro con el Islam. La enseñanza de la iglesia, por ejemplo el Vaticano II (cf. NA 2-3), con los Papas (cf. Juan Pablo II en RM 55-56 o el Papa Francisco en EG 250-54) ha acogido y promovido este dialogo y encuentro entre las religiones. Como es el Islam con todo lo bueno, bello y verdadero que tienen, que nos aporta. Sin dejar de señalar que, para la fe cristiana, Dios y su salvación se nos revela universalmente en Jesucristo, los Papas han alentado y promocionado todo este dialogo en el encuentro con las religiones e islam: valorando todo el bien, belleza y verdad espiritual o mística y moral que nos transmiten. Y como, por ejemplo hizo Juan Pablo II con los encuentros de Asís, han subrayado la trascendencia de las religiones e islam al desarrollo de la paz y la justicia con los pobres. Desde la paz y la pobreza espiritual-solidaria en la justicia u opción con los pobres nos vamos liberando integralmente del mal, del pecado e injusticia con sus ídolos del poder, de la riqueza y de la violencia. Se va anticipando el Reino de Dios que culmina en la vida plena, eterna.
Creemos que la fe y la teología, la misión pastoral y la moral que por ella es inspirada, como es la doctrina social de la iglesia (DSI), nos puede dar claves y criterios para afrontar varias cuestiones que, desde lo anterior, se vienen planteando. Como decimos, la fe y el magisterio de la iglesia, por ejemplo el Concilio Vaticano II o la DSI, posibilitan estas claves y criterios con las que tratar dichas cuestiones en las fronteras o periferias existenciales, sociales y espirituales. Tal como nos muestran hoy los Papas, como el Papa Francisco o diversas tradiciones espirituales y eclesiales, por ejemplo, la dominicana e ignaciana. Una realidad muy importante, que nos encarna en muy buena medida en el marco de la misión en el mundo, es el ordenamiento político y jurídico en el que nos movemos como es la democracia.
El Vaticano II y la DSI ha acogido todo lo bueno de la democracia u orden democrático, surgido en la conocida como modernidad., que marca la edad moderna. A la vez que ha hecho una valoración crítica y ética de la misma, señalando sus posibles peligros o errores. San Juan Pablo II ha tratado y sintetizado muy bien la enseñanza de la iglesia al respecto. Nos muestra el Papa como “la Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica… Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana. Requiere que se den las condiciones necesarias para la promoción de las personas concretas, mediante la educación y la formación en los verdaderos ideales, así como de la «subjetividad» de la sociedad mediante la creación de estructuras de participación y de corresponsabilidad….A este propósito, hay que observar que, si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia. La Iglesia tampoco cierra los ojos ante el peligro del fanatismo o fundamentalismo de quienes, en nombre de una ideología con pretensiones de científica o religiosa, creen que pueden imponer a los demás hombres su concepción de la verdad y del bien. No es de esta índole la verdad cristiana. Al no ser ideológica, la fe cristiana no pretende encuadrar en un rígido esquema la cambiante realidad sociopolítica y reconoce que la vida del hombre se desarrolla en la historia en condiciones diversas y no perfectas. La Iglesia, por tanto, al ratificar constantemente la trascendente dignidad de la persona, utiliza como método propio el respeto de la libertad… La Iglesia respeta la legítima autonomía del orden democrático; pero no posee título alguno para expresar preferencias por una u otra solución institucional o constitucional. La aportación que ella ofrece en este sentido es precisamente el concepto de la dignidad de la persona, que se manifiesta en toda su plenitud en el misterio del Verbo encarnado” (CA 46-47).
Como se puede observar claramente, en este luminoso y hondo texto de Juan Pablo II, la iglesia considera ya irrenunciable el orden democrático entendido adecuadamente. Esto es, más allá de las democracias liberales-burguesas y capitalistas, la participación o protagonismo de las personas, de la sociedad civil y de los pueblos en la gestión de las realidades sociales, políticas y económicas para que se vaya realizando un orden ético. Con los valores básicos e imprescindibles de la libertad, del bien común y de la justicia social-global con los pobres de la tierra, de la defensa de la sagrada e inviolable vida y dignidad de toda persona. Como nos transmite el Vaticano II y la DSI, que enseña Juan Pablo II, la iglesia por tanto rechaza de igual forma: una democracia sin moral ni valores básicos como los mencionados, en donde la religión o fe e iglesia con su dimensión pública puede y debe aportar todo su humanismo ético, espiritual e integral; como una teo(eclesio)-cracia o fascismos, por ejemplo tipo nacionalcatolicismo, sin distinguir las esferas de la fe y de las ideologías o partidos, la iglesia del estado.
La DSI no acepta ni el laicismo, excluyente de la fe e iglesia con su moral del ámbito público, ni tampoco el confesionalismo teo-eclesiocrático con el monopolio e imposición de la fe al resto de ciudadanos y al estado. “La fe no se impone, se propone” recalcaba Juan Pablo II. Conviene releer al respecto, para todas estas cuestiones que tratamos, a Pablo VI y su OA que nos iluminará de igual forma. Se trata de buscar la adecuada laicidad de la comunidad política o del estado y de las religiones e iglesias, con un mutuo dialogo, colaboración y servicio a dichos valores o principios irrenunciables. Tales como, por ejemplo nos enseñó igualmente Benedicto XVI, el respeto a la vida y dignidad de la personas en todas sus fases o dimensiones. El bien común con unas condiciones sociales que hagan posible el desarrollo humano e integral y la justicia liberadora con los pobres, frente a las desigualdades e injusticias sociales-globales (cf. al respecto la encíclica CV de Benedicto XVI). La protección e impulso del matrimonio y la familia entre un hombre y una mujer abierto a la vida, a los hijos y a la solidaridad con el compromiso por un mundo más justo, como nos acaba de recordar el Papa Francisco en la AL.El derecho a la libertad religiosa, de educación y formación de las personas o familias con sus hijos sin que se les pueda negar este libre y público culto, educación o formación en las creencias y cosmovisiones asumidas.
De ahí que, como por ejemplo nos muestra Juan Pablo II en EV, la iglesia esté en contra de “todo lo que se opone a la vida, como los homicidios de cualquier género, los genocidios, el aborto, la eutanasia y el mismo suicidio voluntario; todo lo que viola la integridad de la persona humana, como las mutilaciones, las torturas corporales y mentales, incluso los intentos de coacción psicológica; todo lo que ofende a la dignidad humana, como las condiciones infrahumanas de vida, los encarcelamientos arbitrarios, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; también las condiciones ignominiosas de trabajo en las que los obreros son tratados como meros instrumentos de lucro, no como personas libres y responsables; todas estas cosas y otras semejantes son ciertamente oprobios que, al corromper la civilización humana, deshonran más a quienes los practican que a quienes padecen la injusticia y son totalmente contrarios al honor debido al Creador “ (EV 3).
De esta forma, como nos transmite el Papa Francisco constantemente, la iglesia se opone a la pena de muerte y a la guerra, tal como nos muestra claramente ya Juan Pablo II en la EV (cf. los nn. 26 y 56). Frente a toda violencia, muerte y guerra, Juan Pablo II nos enseña: “¡Nunca más la guerra!». ¡No, nunca más la guerra!, que destruye la vida de los inocentes, que enseña a matar y trastorna igualmente la vida de los que matan, que deja tras de sí una secuela de rencores y odios, y hace más difícil la justa solución de los mismos problemas que la han provocado. Así como dentro de cada Estado ha llegado finalmente el tiempo en que el sistema de la venganza privada y de la represalia ha sido sustituido por el imperio de la ley, así también es urgente ahora que semejante progreso tenga lugar en la Comunidad internacional. No hay que olvidar tampoco que en la raíz de la guerra hay, en general, reales y graves razones: injusticias sufridas, frustraciones de legítimas aspiraciones, miseria o explotación de grandes masas humanas desesperadas, las cuales no ven la posibilidad objetiva de mejorar sus condiciones por las vías de la paz. Por eso, el otro nombre de la paz es el desarrollo. Igual que existe la responsabilidad colectiva de evitar la guerra, existe también la responsabilidad colectiva de promover el desarrollo. Y así como a nivel interno es posible y obligado construir una economía social que oriente el funcionamiento del mercado hacia el bien común, del mismo modo son necesarias también intervenciones adecuadas a nivel internacional. Por esto hace falta un gran esfuerzo de comprensión recíproca, de conocimiento y sensibilización de las conciencias “(CA 52).
Las religiones e iglesias deben ser siempre una realidad de paz, de no violencia y de justicia con los pobres, frente a toda guerra, terrorismo o violencia, venga de donde venga; en contra de toda desigualdad, opresión e injusticia. Se debe promover todo este desarrollo humano, ecológico e integral, frente a la destrucción social y ambiental que estamos padeciendo. Como nos muestran los Papas, por ejemplo el Papa Francisco en la LS. Con la promoción de la dignidad y protagonismo de los pobres, por ejemplo de las mujeres que son doblemente empobrecidas o excluidas. Y que la iglesia reconoce todo lo que “el genio femenino” puede aportar a la sociedad-mundo e iglesia (cf. la MD de Juan Pablo II). De ahí que, por lo tanto, sea esencial todo este dialogo y encuentro inter-cultural e inter-religioso entre las personas, los pueblos y las diversas religiones. Para esta promoción del desarrollo personal y social, femenino y ecológico, cultural e inter-espiritual. Hay que promover esta ética civil y ciudadana, global y mundial en todos estos valores universales, comunes y compartidos. El bien común e internacional, la civilización del amor y la globalización de la solidaridad, de la paz y del desarrollo sostenible-ecológico e integral; frente a la globalización del capital y de la guerra, de la competitividad y la violencia, excluyente y antiecológica tal como nos enseña la DSI.
Por el contexto en el que estamos viviendo, en dicha ética civil y global con el dialogo inter-cultural e inter-religioso, es pues muy importante el encuentro con el Islam. La enseñanza de la iglesia, por ejemplo el Vaticano II (cf. NA 2-3), con los Papas (cf. Juan Pablo II en RM 55-56 o el Papa Francisco en EG 250-54) ha acogido y promovido este dialogo y encuentro entre las religiones. Como es el Islam con todo lo bueno, bello y verdadero que tienen, que nos aporta. Sin dejar de señalar que, para la fe cristiana, Dios y su salvación se nos revela universalmente en Jesucristo, los Papas han alentado y promocionado todo este dialogo en el encuentro con las religiones e islam: valorando todo el bien, belleza y verdad espiritual o mística y moral que nos transmiten. Y como, por ejemplo hizo Juan Pablo II con los encuentros de Asís, han subrayado la trascendencia de las religiones e islam al desarrollo de la paz y la justicia con los pobres. Desde la paz y la pobreza espiritual-solidaria en la justicia u opción con los pobres nos vamos liberando integralmente del mal, del pecado e injusticia con sus ídolos del poder, de la riqueza y de la violencia. Se va anticipando el Reino de Dios que culmina en la vida plena, eterna.