Fraternidad y misericordia entrañable con los pobres: en las huellas de Marcelino Legido
Ha muerto Marcelino Legido, filósofo y profesor de la Universidad Pontifica de Salamanca, biblista, teólogo y sacerdote presbítero. Uno de los pensadores, autores y escritores más relevantes de nuestra época con numerosos libros u obras sobre Filosofía, Teología y Biblia, sobre el Evangelio, San Pablo y la Iglesia, sobre el servicio y compromiso social. Ante todo, un profeta y testimonio del Evangelio de Jesús, de fe, fraternidad y misericordia, de amor solidario y justicia con los pobres (empobrecidos y excluidos, últimos y oprimidos). Una vida entregada en el amor a Dios en Cristo, a la iglesia y a los pobres en pobreza solidaria.
Nos deja todo este legado espiritual y cultural, teológico y moral que deberemos actualizar, profundizar en la realidad social e histórica en la que vivimos. Lo primero, una búsqueda incesante de la verdad, de la belleza y del bien, de la trascendencia, espiritualidad y mística de la vida en comunión con el Otro, con Dios, con los otros y con el cosmos. Una espiritualidad de la encarnación en la vida, en la realidad y mundo para llevar el don de Dios, su gracia y salvación en el amor fraterno, misericordia entrañable y justicia con los pobres de la tierra.
Una vida de santidad y profecía en pobreza solidaria para la promoción liberadora con los pobres, frente a los ídolos del poder y la riqueza. Con una comunidad e iglesia pobre con los pobres, que celebra y ora, que anuncia o transmite y sirve al Evangelio. En comunión de vida, bienes y luchas por la justicia con los empobrecidos del planeta. La iglesia vive del Don (Gracia) del amor de Dios, acogida en la fe que actúa por la caridad, que nos hace hijo/as y, por lo tanto, hermanos de todos los seres humanos. Lo cual nos va salvando liberadoramente de todo pecado, mal e injusticia, de toda ley opresora y de la muerte. Nos transforma en la persona (humanidad) nueva con la santidad y justicia liberadora de toda esclavitud e idolatría del prestigio u honor y la fama, de los privilegios, poder y riqueza, del ser rico.
De ahí que la entraña y plenitud de todo culto, ley u ordenamiento sea este don del amor, la caridad, la fraternidad misericordiosa y la justicia con los pobres. De lo contrario, dicho culto, religión y ley u ordenamiento se pervierte. Se convierte en hipocresía y cinismo, en inhumanidad y alienación con la complicidad (colaboración) del mal, del pecado e injusticia, de todos estos ídolos del poder y la riqueza. La iglesia solo puede mostrar y trasmitir creíblemente el Evangelio de Jesús: en este amor, pobreza solidaria y compromiso por la justicia con los pobres; en esta profecía militante que anuncia el Evangelio (Buena Nueva) de la salvación liberadora e integral con los pobres. Y que denuncia a todos estos falsos dioses e ídolos de la riqueza, del ser rico, del poder, de la dominación y violencia.
Cuando la comunidad e iglesia de Jesús no anuncia ni vive este Evangelio del amor, que nos lleva a la pobreza solidaria y a la justicia con los pobres de la tierra, no hay credibilidad en la misión. Ni existe (nueva) evangelización autentica. No hay mayor obstáculo e impedimento a la misión evangelizadora que la alianza con los poderes mundanos, con los ídolos de la codicia o tener, del poder y la riqueza, con las élites, poderosos y ricos. Ya que se rechaza el Evangelio de la gracia de Dios con sus sacramentos, anuncio y diakonía que constituyen a la iglesia de Jesús.
La misión e iglesia vive pues de esta mística y santidad, de este amor, pobreza y comunión de vida, de bienes y luchas por la justicia con los pobres que da testimonio profético-escatológico. Lo que va anticipando el Reino de Dios y su salvación liberadora, la vida plena y eterna, la comunión y consumación final del mundo e historia en Cristo, cuando Dios sea todo en todo (el cosmos). Un testimonio, comunión y dialogo compasivo en la misericordia con el mundo e historia, en la que se va realizando esta gracia de la salvación liberadora, que va transformando a la sociedad y a la humanidad. Acogiendo todas las semillas y frutos del Evangelio que se encuentra en el mundo, toda verdad y bien (fraternidad solidaria, paz y justicia), venga de donde venga, y rechazando el mal, todo lo que se oponga al Reino de Dios y a su justicia, a la vida y dignidad de las personas; frente a todo relativismo e integrismo o fanatismo sectario.
Con este humanismo, personalismo y antropología espiritual e integral que, inspirada en la fe, promueve a la persona nueva que sirve al bien común y se compromete por la justicia e igualdad con los pobres. En contra del individualismo insolidario y posesivo del (neo)liberalismo economicista, del capitalismo con sus ídolos del beneficio y la propiedad, del mercado y la competitividad convertidos en absolutos (falsos dioses). En la promoción y protagonismo de la personas, de los pueblos y de los pobres. Con una libertad democrática y autogestionaria, en el que la comunidad y sociedad-mundo nueva sirve a la vida digna de toda persona; frente a los fascismos o totalitarismos como el comunismo colectivista, el colectivismo.
De ahí que, en la misión evangelizadora, es necesario e imprescindible la promoción de un laicado adulto, maduro que realice su vocación e identidad específica en la caridad política. Esto es, el compromiso bautismal del sacerdocio profético y de la diakonía en la gestión transformadora, más directa e inmediata, de las realidades del mundo (humanas, sociales e históricas). Con la guía y puesta en practica de la Doctrina Social de la Iglesia. La misión e identidad del laicado, en la caridad política, se hace compromiso por el bien común y la civilización del amor. Una militancia autogestionaria en la pobreza solidaria y lucha por la justicia con los pobres de la tierra, que busca transformar las raíces del mal, las causas de la desigualdad e injusticia del hambre y la pobreza (empobrecimiento o miseria). Con la liberación integral del mal o pecado personal y estructural, de los anti-valores o actitudes y estructuras perversas de pecado (sociales y culturales, políticas y económicas…) que con su ansia de poseer, de tener y de poder instaura el mal e injusticia en el mundo.
Por tanto, desde todo lo anterior, creemos firmemente que se puede actualizar y profundizar todo este legado que Marcelino Legido nos regaló. Toda una propuesta de sentido, de realización y de felicidadque se va logrando en este amor fraterno, en la pobreza solidaria y compromiso por la justicia con los pobres Tal como nos enseña todo lo que hemos expuesto hasta aquí el Evangelio y la Tradición, el Magisterio y Doctrina social de la iglesia, por ejemplo, el Concilio Vaticano II. Como hoy nos los está testimoniando el Papa Francisco. Para terminar, damos gracias a Dios, a la iglesia y a los pobres por la vida de Marcelino, por su testimonio profético y santidad que nos muestra a este Dios del Evangelio Revelado en Jesús.
Nos deja todo este legado espiritual y cultural, teológico y moral que deberemos actualizar, profundizar en la realidad social e histórica en la que vivimos. Lo primero, una búsqueda incesante de la verdad, de la belleza y del bien, de la trascendencia, espiritualidad y mística de la vida en comunión con el Otro, con Dios, con los otros y con el cosmos. Una espiritualidad de la encarnación en la vida, en la realidad y mundo para llevar el don de Dios, su gracia y salvación en el amor fraterno, misericordia entrañable y justicia con los pobres de la tierra.
Una vida de santidad y profecía en pobreza solidaria para la promoción liberadora con los pobres, frente a los ídolos del poder y la riqueza. Con una comunidad e iglesia pobre con los pobres, que celebra y ora, que anuncia o transmite y sirve al Evangelio. En comunión de vida, bienes y luchas por la justicia con los empobrecidos del planeta. La iglesia vive del Don (Gracia) del amor de Dios, acogida en la fe que actúa por la caridad, que nos hace hijo/as y, por lo tanto, hermanos de todos los seres humanos. Lo cual nos va salvando liberadoramente de todo pecado, mal e injusticia, de toda ley opresora y de la muerte. Nos transforma en la persona (humanidad) nueva con la santidad y justicia liberadora de toda esclavitud e idolatría del prestigio u honor y la fama, de los privilegios, poder y riqueza, del ser rico.
De ahí que la entraña y plenitud de todo culto, ley u ordenamiento sea este don del amor, la caridad, la fraternidad misericordiosa y la justicia con los pobres. De lo contrario, dicho culto, religión y ley u ordenamiento se pervierte. Se convierte en hipocresía y cinismo, en inhumanidad y alienación con la complicidad (colaboración) del mal, del pecado e injusticia, de todos estos ídolos del poder y la riqueza. La iglesia solo puede mostrar y trasmitir creíblemente el Evangelio de Jesús: en este amor, pobreza solidaria y compromiso por la justicia con los pobres; en esta profecía militante que anuncia el Evangelio (Buena Nueva) de la salvación liberadora e integral con los pobres. Y que denuncia a todos estos falsos dioses e ídolos de la riqueza, del ser rico, del poder, de la dominación y violencia.
Cuando la comunidad e iglesia de Jesús no anuncia ni vive este Evangelio del amor, que nos lleva a la pobreza solidaria y a la justicia con los pobres de la tierra, no hay credibilidad en la misión. Ni existe (nueva) evangelización autentica. No hay mayor obstáculo e impedimento a la misión evangelizadora que la alianza con los poderes mundanos, con los ídolos de la codicia o tener, del poder y la riqueza, con las élites, poderosos y ricos. Ya que se rechaza el Evangelio de la gracia de Dios con sus sacramentos, anuncio y diakonía que constituyen a la iglesia de Jesús.
La misión e iglesia vive pues de esta mística y santidad, de este amor, pobreza y comunión de vida, de bienes y luchas por la justicia con los pobres que da testimonio profético-escatológico. Lo que va anticipando el Reino de Dios y su salvación liberadora, la vida plena y eterna, la comunión y consumación final del mundo e historia en Cristo, cuando Dios sea todo en todo (el cosmos). Un testimonio, comunión y dialogo compasivo en la misericordia con el mundo e historia, en la que se va realizando esta gracia de la salvación liberadora, que va transformando a la sociedad y a la humanidad. Acogiendo todas las semillas y frutos del Evangelio que se encuentra en el mundo, toda verdad y bien (fraternidad solidaria, paz y justicia), venga de donde venga, y rechazando el mal, todo lo que se oponga al Reino de Dios y a su justicia, a la vida y dignidad de las personas; frente a todo relativismo e integrismo o fanatismo sectario.
Con este humanismo, personalismo y antropología espiritual e integral que, inspirada en la fe, promueve a la persona nueva que sirve al bien común y se compromete por la justicia e igualdad con los pobres. En contra del individualismo insolidario y posesivo del (neo)liberalismo economicista, del capitalismo con sus ídolos del beneficio y la propiedad, del mercado y la competitividad convertidos en absolutos (falsos dioses). En la promoción y protagonismo de la personas, de los pueblos y de los pobres. Con una libertad democrática y autogestionaria, en el que la comunidad y sociedad-mundo nueva sirve a la vida digna de toda persona; frente a los fascismos o totalitarismos como el comunismo colectivista, el colectivismo.
De ahí que, en la misión evangelizadora, es necesario e imprescindible la promoción de un laicado adulto, maduro que realice su vocación e identidad específica en la caridad política. Esto es, el compromiso bautismal del sacerdocio profético y de la diakonía en la gestión transformadora, más directa e inmediata, de las realidades del mundo (humanas, sociales e históricas). Con la guía y puesta en practica de la Doctrina Social de la Iglesia. La misión e identidad del laicado, en la caridad política, se hace compromiso por el bien común y la civilización del amor. Una militancia autogestionaria en la pobreza solidaria y lucha por la justicia con los pobres de la tierra, que busca transformar las raíces del mal, las causas de la desigualdad e injusticia del hambre y la pobreza (empobrecimiento o miseria). Con la liberación integral del mal o pecado personal y estructural, de los anti-valores o actitudes y estructuras perversas de pecado (sociales y culturales, políticas y económicas…) que con su ansia de poseer, de tener y de poder instaura el mal e injusticia en el mundo.
Por tanto, desde todo lo anterior, creemos firmemente que se puede actualizar y profundizar todo este legado que Marcelino Legido nos regaló. Toda una propuesta de sentido, de realización y de felicidadque se va logrando en este amor fraterno, en la pobreza solidaria y compromiso por la justicia con los pobres Tal como nos enseña todo lo que hemos expuesto hasta aquí el Evangelio y la Tradición, el Magisterio y Doctrina social de la iglesia, por ejemplo, el Concilio Vaticano II. Como hoy nos los está testimoniando el Papa Francisco. Para terminar, damos gracias a Dios, a la iglesia y a los pobres por la vida de Marcelino, por su testimonio profético y santidad que nos muestra a este Dios del Evangelio Revelado en Jesús.