Opción por los pobres, ricos y la Navidad
El Papa Francisco nos enseña que “para la Iglesia, la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica. Dios les otorga «su primera misericordia». Por eso quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos. Además de participar del sensus fidei, en sus propios dolores conocen al Cristo sufriente. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos. La nueva evangelización es una invitación a reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el centro del camino de la Iglesia. Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos… ¡Cuántas palabras se han vuelto molestas para este sistema! Molesta que se hable de ética, molesta que se hable de solidaridad mundial, molesta que se hable de distribución de los bienes, molesta que se hable de preservar las fuentes de trabajo, molesta que se hable de la dignidad de los débiles, molesta que se hable de un Dios que exige un compromiso por la justicia… ” (EG 198, 203).
Y ciertamente el sistema de poder con sus relativismos e integrismo, cuyos extremos se tocan, están cada día más molestos con esta entraña del Evangelio y de la Iglesia, tal como nos está actualizando el Papa Francisco. En un texto memorable, nos enseña S. Juan Pablo II que "hay que seguir preguntándose sobre el sujeto del trabajo y las condiciones en las que vive. Para realizar la justicia social en las diversas partes del mundo, en los distintos Países, y en las relaciones entre ellos, son siempre necesarios nuevos movimientos de solidaridad de los hombres del trabajo y de solidaridad con los hombres del trabajo. Esta solidaridad debe estar siempre presente allí donde lo requiere la degradación social del sujeto del trabajo, la explotación de los trabajadores, y las crecientes zonas de miseria e incluso de hambre. La Iglesia está vivamente comprometida en esta causa, porque la considera como su misión, su servicio, como verificación de su fidelidad a Cristo, para poder ser verdaderamente la «Iglesia de los pobres». Y los «pobres» se encuentran bajo diversas formas; aparecen en diversos lugares y en diversos momentos; aparecen en muchos casos come resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano: bien sea porque se limitan las posibilidades del trabajo -es decir por la plaga del desempleo-, bien porque se deprecian el trabajo y los derechos que fluyen del mismo, especialmente el derecho al justo salario, a la seguridad de la persona del trabajador y de su familia" (LE 8).
Sigue enseñando el Papa Santo que “hoy más que nunca, la Iglesia es consciente de que su mensaje social se hará creíble por el testimonio de las obras, antes que por su coherencia y lógica interna… De esta conciencia deriva también su opción preferencial por los pobres… El amor de la Iglesia por los pobres, que es determinante y pertenece a su constante tradición, la impulsa a dirigirse al mundo en el cual, no obstante el progreso técnico-económico, la pobreza amenaza con alcanzar formas gigantescas… El amor por el hombre y, en primer lugar, por el pobre, en el que la Iglesia ve a Cristo, se concreta en la promoción de la justicia. Ésta nunca podrá realizarse plenamente si los hombres no reconocen en el necesitado, que pide ayuda para su vida, no a alguien inoportuno o como si fuera una carga, sino la ocasión de un bien en sí, la posibilidad de una riqueza mayor. Sólo esta conciencia dará la fuerza para afrontar el riesgo y el cambio implícitos en toda iniciativa auténtica para ayudar a otro hombre. En efecto, no se trata solamente de dar lo superfluo, sino de ayudar a pueblos enteros —que están excluidos o marginados— a que entren en el círculo del desarrollo económico y humano. Esto será posible no sólo utilizando lo superfluo que nuestro mundo produce en abundancia, sino cambiando sobre todo los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad” (CA 57-58).
Como se observa, todo lo anterior tiene su raíz en la esencia de la fe, como se nos manifiesta en el acontecimiento de Navidad. Nos enseña Benedicto XVI, “como reafirmé a los obispos latinoamericanos reunidos en el santuario de Aparecida, «la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8, 9)». Por eso, resulta natural que quien quiera ser de verdad compañero de Jesús comparta realmente su amor a los pobres. Nuestra opción por los pobres no es ideológica, sino que nace del Evangelio. Son innumerables y dramáticas las situaciones de injusticia y pobreza en el mundo actual, y si es necesario esforzarse por comprender y combatir sus causas estructurales, también es preciso bajar al corazón mismo del hombre para luchar en él contra las raíces profundas del mal” (Discurso a la 36 GC SJ, 21-04-2008). Así lo muestran y viven los Santos en la historia. Por ejemplo, desde los Padres de la Iglesia, como San Nicolás de Bari que es el auténtico Santa Claus o Papá Noel. Pasando por S. Domingo y S. Francisco de Asís, iniciador del Belén, S. Antonio de Padua con su representación y veneración por el Niño Jesús, S. Ignacio de Loyola, S. Juan de La Cruz, S. Vicente de Paul, S. Juan Bosco…Hasta la época contemporánea con los beatos C. de Foucauld, Mons. Romero y testimonios como Rovirosa.
Todos estos santos y testimonios, como nos expone S. Ignacio en los EE, han contemplado “al Señor nascido en summa pobreza, y a cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz; y todo esto por mí” (EE116). Como manifiesta Foucauld, "no sé si habrá alguien que pueda contemplarte en el pesebre y seguir siendo rico: yo no puedo". Por tanto, como sigue afirmando S. Ignacio, que hay que promover la “pobreza contra riqueza, oprobrio o menosprecio contra el honor mundan; humildad contra la soberuia, y destos tres escalones induzgan a todas las otras virtudes…Por imitar y parecer más actualmente a Cristo nuestro Señor, quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que riqueza, oprobrios con Cristo lleno dellos que honores, y desear más de ser estimado por vano y loco por Cristo que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo” (EE 146, 167). Dios en Cristo se encarna fraternalmente en lo humano y en la vida, en lo pobre y esclavo de forma solidaria (Jn 1, 14; Flp 2, 6-11), asumiendo todo nuestro sufrimiento, mal e injusticia para liberarnos de la esclavitud e ídolos de la riqueza-ser rico y del poder. Así lo muestra S. Juan de La Cruz, afirmando que “la Madre estaba en pasmo de que tal trueque veía: el llanto del hombre en Dios, y en el hombre la alegría, lo cual del uno y del otro tan ajeno ser solía” (Romance de Nacimiento); por lo tanto, "para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada. Para venir a serlo todo, no quieras ser algo en nada”(Subida 1,13).
El seguimiento de Jesús en el Espíritu, en comunión con Cristo tal como se nos revela en el Niño-Dios Pobre, nos trae la Gracia del amor en la pobreza fraterna y solidaria. Con su salvación liberadora de todo mal, pecado e injusticia, del egoísmo con su idolatría de la riqueza-ser rico y del poder. Es la experiencia de Dios que se manifiesta en María, la Madre pobre (anawin) de Dios-Jesús, que nos transmite el verdadero rostro e imagen del Dios de la fe, como se nos revela en el Magníficat. “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava…Su nombre es Santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón. Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. Alos hambrientos los colma de bienes y a los ricos despide vacíos” (Lc 1,46-55).
Como nos muestra el Evangelio (Mt 25,31-46) y la Tradición de la Iglesia, tal como ha actualizado S. Juan Pablo II (RM 16), la salvación se va realizado en este amor y justicia con los pobres de la tierra. Lo que nos va liberando del mal con sus estructuras de desigualdad e injusticia que generan el pecado de la riqueza-ser rico (epulón), lo cual causa la iniquidad del hambre, de la pobreza y miseria (Lázaro). Por eso, como nos enseña el Evangelio (Mc 10, 17-30) y los Padres-Doctores de la Iglesia, por ejemplo S. Jerónimo (Epístola a Hebidia, 121,1), no se puede seguir a Jesús ni vivir la fe de su Evangelio del Reino desde la riqueza-ser rico. Ya que deshumaniza y es vivir en la injusticia (Lc 6,20-23; 16,9), es un robo y expolio al pobre. Así S. Juan Crisóstomo, “el sabio de la antigüedad” como nos recuerda el Papa Francisco, transmite que “no compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos”. Es el falso dios de de la riqueza y del ser rico, que no quiere compartir y distribuir de forma justa los bienes con los pobres (cf. EG 58). El Concilio Vaticano II (GS 69) y S. Juan Pablo II (SRS 31) nos lo han seguido recordando y profundizando, con su enseñanza de la vida en la solidaridad. Esto es, compartir ya no solo de lo que nos sobra- que por definición es dejar de ser rico-, sino hasta de lo que necesitamos para vivir. A ejemplo de viuda del templo, a la que Jesús pone como modelo de amor y entrega (Mc 12,41-44), a imagen y semejanza del Dios Trinitario, es la comunión solidaria de vida, de bienes y lucha por la justicia con los pobres de la tierra. Todo lo anterior es el auténtico Espíritu de la Navidad en la opción por los pobres como nos enseña Jesús y su Iglesia, los Papas como Francisco.
Y ciertamente el sistema de poder con sus relativismos e integrismo, cuyos extremos se tocan, están cada día más molestos con esta entraña del Evangelio y de la Iglesia, tal como nos está actualizando el Papa Francisco. En un texto memorable, nos enseña S. Juan Pablo II que "hay que seguir preguntándose sobre el sujeto del trabajo y las condiciones en las que vive. Para realizar la justicia social en las diversas partes del mundo, en los distintos Países, y en las relaciones entre ellos, son siempre necesarios nuevos movimientos de solidaridad de los hombres del trabajo y de solidaridad con los hombres del trabajo. Esta solidaridad debe estar siempre presente allí donde lo requiere la degradación social del sujeto del trabajo, la explotación de los trabajadores, y las crecientes zonas de miseria e incluso de hambre. La Iglesia está vivamente comprometida en esta causa, porque la considera como su misión, su servicio, como verificación de su fidelidad a Cristo, para poder ser verdaderamente la «Iglesia de los pobres». Y los «pobres» se encuentran bajo diversas formas; aparecen en diversos lugares y en diversos momentos; aparecen en muchos casos come resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano: bien sea porque se limitan las posibilidades del trabajo -es decir por la plaga del desempleo-, bien porque se deprecian el trabajo y los derechos que fluyen del mismo, especialmente el derecho al justo salario, a la seguridad de la persona del trabajador y de su familia" (LE 8).
Sigue enseñando el Papa Santo que “hoy más que nunca, la Iglesia es consciente de que su mensaje social se hará creíble por el testimonio de las obras, antes que por su coherencia y lógica interna… De esta conciencia deriva también su opción preferencial por los pobres… El amor de la Iglesia por los pobres, que es determinante y pertenece a su constante tradición, la impulsa a dirigirse al mundo en el cual, no obstante el progreso técnico-económico, la pobreza amenaza con alcanzar formas gigantescas… El amor por el hombre y, en primer lugar, por el pobre, en el que la Iglesia ve a Cristo, se concreta en la promoción de la justicia. Ésta nunca podrá realizarse plenamente si los hombres no reconocen en el necesitado, que pide ayuda para su vida, no a alguien inoportuno o como si fuera una carga, sino la ocasión de un bien en sí, la posibilidad de una riqueza mayor. Sólo esta conciencia dará la fuerza para afrontar el riesgo y el cambio implícitos en toda iniciativa auténtica para ayudar a otro hombre. En efecto, no se trata solamente de dar lo superfluo, sino de ayudar a pueblos enteros —que están excluidos o marginados— a que entren en el círculo del desarrollo económico y humano. Esto será posible no sólo utilizando lo superfluo que nuestro mundo produce en abundancia, sino cambiando sobre todo los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad” (CA 57-58).
Como se observa, todo lo anterior tiene su raíz en la esencia de la fe, como se nos manifiesta en el acontecimiento de Navidad. Nos enseña Benedicto XVI, “como reafirmé a los obispos latinoamericanos reunidos en el santuario de Aparecida, «la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8, 9)». Por eso, resulta natural que quien quiera ser de verdad compañero de Jesús comparta realmente su amor a los pobres. Nuestra opción por los pobres no es ideológica, sino que nace del Evangelio. Son innumerables y dramáticas las situaciones de injusticia y pobreza en el mundo actual, y si es necesario esforzarse por comprender y combatir sus causas estructurales, también es preciso bajar al corazón mismo del hombre para luchar en él contra las raíces profundas del mal” (Discurso a la 36 GC SJ, 21-04-2008). Así lo muestran y viven los Santos en la historia. Por ejemplo, desde los Padres de la Iglesia, como San Nicolás de Bari que es el auténtico Santa Claus o Papá Noel. Pasando por S. Domingo y S. Francisco de Asís, iniciador del Belén, S. Antonio de Padua con su representación y veneración por el Niño Jesús, S. Ignacio de Loyola, S. Juan de La Cruz, S. Vicente de Paul, S. Juan Bosco…Hasta la época contemporánea con los beatos C. de Foucauld, Mons. Romero y testimonios como Rovirosa.
Todos estos santos y testimonios, como nos expone S. Ignacio en los EE, han contemplado “al Señor nascido en summa pobreza, y a cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz; y todo esto por mí” (EE116). Como manifiesta Foucauld, "no sé si habrá alguien que pueda contemplarte en el pesebre y seguir siendo rico: yo no puedo". Por tanto, como sigue afirmando S. Ignacio, que hay que promover la “pobreza contra riqueza, oprobrio o menosprecio contra el honor mundan; humildad contra la soberuia, y destos tres escalones induzgan a todas las otras virtudes…Por imitar y parecer más actualmente a Cristo nuestro Señor, quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que riqueza, oprobrios con Cristo lleno dellos que honores, y desear más de ser estimado por vano y loco por Cristo que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo” (EE 146, 167). Dios en Cristo se encarna fraternalmente en lo humano y en la vida, en lo pobre y esclavo de forma solidaria (Jn 1, 14; Flp 2, 6-11), asumiendo todo nuestro sufrimiento, mal e injusticia para liberarnos de la esclavitud e ídolos de la riqueza-ser rico y del poder. Así lo muestra S. Juan de La Cruz, afirmando que “la Madre estaba en pasmo de que tal trueque veía: el llanto del hombre en Dios, y en el hombre la alegría, lo cual del uno y del otro tan ajeno ser solía” (Romance de Nacimiento); por lo tanto, "para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada. Para venir a serlo todo, no quieras ser algo en nada”(Subida 1,13).
El seguimiento de Jesús en el Espíritu, en comunión con Cristo tal como se nos revela en el Niño-Dios Pobre, nos trae la Gracia del amor en la pobreza fraterna y solidaria. Con su salvación liberadora de todo mal, pecado e injusticia, del egoísmo con su idolatría de la riqueza-ser rico y del poder. Es la experiencia de Dios que se manifiesta en María, la Madre pobre (anawin) de Dios-Jesús, que nos transmite el verdadero rostro e imagen del Dios de la fe, como se nos revela en el Magníficat. “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava…Su nombre es Santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón. Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. Alos hambrientos los colma de bienes y a los ricos despide vacíos” (Lc 1,46-55).
Como nos muestra el Evangelio (Mt 25,31-46) y la Tradición de la Iglesia, tal como ha actualizado S. Juan Pablo II (RM 16), la salvación se va realizado en este amor y justicia con los pobres de la tierra. Lo que nos va liberando del mal con sus estructuras de desigualdad e injusticia que generan el pecado de la riqueza-ser rico (epulón), lo cual causa la iniquidad del hambre, de la pobreza y miseria (Lázaro). Por eso, como nos enseña el Evangelio (Mc 10, 17-30) y los Padres-Doctores de la Iglesia, por ejemplo S. Jerónimo (Epístola a Hebidia, 121,1), no se puede seguir a Jesús ni vivir la fe de su Evangelio del Reino desde la riqueza-ser rico. Ya que deshumaniza y es vivir en la injusticia (Lc 6,20-23; 16,9), es un robo y expolio al pobre. Así S. Juan Crisóstomo, “el sabio de la antigüedad” como nos recuerda el Papa Francisco, transmite que “no compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos”. Es el falso dios de de la riqueza y del ser rico, que no quiere compartir y distribuir de forma justa los bienes con los pobres (cf. EG 58). El Concilio Vaticano II (GS 69) y S. Juan Pablo II (SRS 31) nos lo han seguido recordando y profundizando, con su enseñanza de la vida en la solidaridad. Esto es, compartir ya no solo de lo que nos sobra- que por definición es dejar de ser rico-, sino hasta de lo que necesitamos para vivir. A ejemplo de viuda del templo, a la que Jesús pone como modelo de amor y entrega (Mc 12,41-44), a imagen y semejanza del Dios Trinitario, es la comunión solidaria de vida, de bienes y lucha por la justicia con los pobres de la tierra. Todo lo anterior es el auténtico Espíritu de la Navidad en la opción por los pobres como nos enseña Jesús y su Iglesia, los Papas como Francisco.