Pensamiento social desde el Sur y pasión ética de la realidad
En este artículo, presento la experiencia en los últimos meses de mi misión en el Sur del planeta y en América Latina, más concretamente en Ecuador. Misión y frontera entre el Sur y el Norte del planeta, en la que transita nuestra experiencia y vida. En esta misión, desempeña un lugar muy importante el trabajo cultural y académico, de docencia e investigación en distintos ámbitos. Como son, por ejemplo, la Pontificia Universidad Católica del Ecuador y el Seminario Diocesano de Ibarra. Con Cátedras de Ciencias Sociales, correspondientes a mi primer doctorado (Departamento de Psicología y Humanidades, ULPGC), y de Filosofía o Teología. En las que acabo de obtener mi segundo doctorado (Humanidades y Teología, UM), con un estudio sobre pensamiento social y ética con su antropología en perspectiva teológica. La aportación que puede hacer la conocida como Doctrina Social de la Iglesia (DSI) a un humanismo integral.
Todas estas responsabilidades o compromisos vitales y académicos, como indicamos, los trato de vivir desde el Sur. Esto es, desde el lugar o realidad del amor fraterno, solidario y la justicia con los pobres de la tierra, con los pueblos crucificados por el mal e injusticia. Ya que este es el lugar y la realidad donde se revela el Dios encarnado en Jesucristo. El Dios del amor y de la fraternidad, de la paz y de la justicia, el Dios de los pobres y de las víctimas de la historia. Lo cual asume la pasión por la realidad social e histórica, la com-pasión y misericordia liberadora con el sufrimiento e injusticia que padecen los pueblos, las personas y los pobres.
Esta perspectiva o epistemología desde el Sur, clave de todo el pensamiento social y ético con su antropología integral, es necesaria e imprescindible (transversal) en el mundo de la cultura, de la educación y de la universidad. Si la formación, los estudios e investigación de cualquier tipo no están enraizados en este humanismo social-liberador e integral, en esta antropología espiritual, se cae en el intelectualismo, academicismo e individualismo burgués. La cultura y la vida del Norte del mundo, más enriquecido, puede ser humanizada, liberada y salvada desde el Sur (llamado también tercer y cuarto mundo). Esto es, desde el amor solidario, servicio y compromiso (militancia) por la justicia con los pobres ya que, en este sentido como indicamos, es el lugar o realidad de la espiritualidad y la fe.
Es la manifestación de lo humano y trascendente, tal como se reveló en el don (gracia) de Dios encarnado en Jesús. Dios de amor, entregado y pobre con los pobres que con su justicia nos libera de todo mal, pecado e injusticia. Lo humano que culmina en lo divino tiene su realidad más espiritual o mística en la comunión con el Otro, con Dios, con los otros, con los pobres y con la naturaleza o cosmos. En una antropología y ecología integral que abarca y co-relaciona todo con todo, todas las dimensiones de la realidad. La fe y la justicia, la espiritualidad y la ética, la mística y la política…; frente al espiritualismo, inmanentismo o dualismo que niega el realismo de la fe y espiritualidad encarnada con su antropología integral.
De ahí que frente a los ídolos de la riqueza (ser rico) y del poder, del estado o mercado (poder político y económico), este humanismo integral sitúa como principio, fin y sujeto protagonista de la realidad: la vida digna de la persona; la solidaridad, el bien común y la justicia con los pobres. Con una economía y desarrollo social o humano, sostenible ecológico e integral (espiritual) que pone en el centro las verdaderas necesidades, capacidades y vocación de las personas, de los pueblos y de los pobres. Esta espiritualidad, antropología y ecología integral nos libera de estos falsos dioses e idolatrías del tener y poseer, del capital y fundamentalismo del mercado, de la civilización de la riqueza. Y promueve la civilización del amor, de la pobreza y del trabajo, la globalización de la solidaridad, de la paz y de la justicia socio-ambiental.
Con el trabajo, la persona y sujeto trabajador, por encima del capital, del beneficio y la ganancia. Principios morales básicos como es un salario justo para el trabajador y su familia, el destino universal y común de los bienes que tiene la prioridad sobre la propiedad. El mundo del trabajo y de la empresa como comunidad humana, con una democracia y socialización de la vida (marcha, destino y propiedad) de la empresa con sus medios de producción. Para ello, para esta economía social y desarrollo integral, hace falta el trabajador y la persona cooperativa, el ser humano fraterno en pobreza solidaria y liberadora con los pobres; en contra del ídolo de la riqueza, del ser rico, del individualismo posesivo, materialista-economicista y consumista.
De ahí que sea esencial la caridad política, esto es, el amor social y civil que busca el bien común, la civilización del amor y la justicia con los pobres. Esta caridad política, que es la identidad y misión más propia del laico, hace que las personas, los pueblos y los pobres sean los sujetos de la historia. Los protagonistas y gestores de la vida o realidad social, cultural, económica y política. Frente a todo asistencialismo y paternalismo, la constitutiva caridad política va a las raíces y causas de los males e injusticias, como son la pobreza y las guerras o la destrucción ecológica. Convierte a las personas, a los pueblos y a los pobres en sujetos principales de su desarrollo, promoción y liberación integral. En protagonistas de las luchas sociales por la paz, por la justicia y el desarrollo ecológico e integral.
Como se observa, todo este pensamiento social y moral, con su antropología integral, expresa un humanismo solidario, espiritual e integral que no se debe ocultar ni manipular. Para lo cual, es imprescindible la conversión de la fe y la justicia con los pobres, la mirada y misericordia compasiva con el Sur, con los pueblos crucificados por la injusticia y las víctimas de la historia. De lo contrario, ideologizamos la fe y la moral, deformamos el pensamiento ético y este tesoro oculto u ocultado que es la DSI. Cuando en la educación, formación y cultura no entra como clave constitutiva dicho humanismo verdadero e integral, como es esta auténtica compresión de la moral y DSI, la ideologización, el integrismo o el relativismo corrompe la espiritualidad y fe originaria. Tal como nos las reveló el Evangelio de Jesús y su iglesia, como han enseñado y testimoniado todo lo expuesto hasta aquí los Papas, hasta llegar a Francisco, de nuestra época contemporánea.
Todas estas responsabilidades o compromisos vitales y académicos, como indicamos, los trato de vivir desde el Sur. Esto es, desde el lugar o realidad del amor fraterno, solidario y la justicia con los pobres de la tierra, con los pueblos crucificados por el mal e injusticia. Ya que este es el lugar y la realidad donde se revela el Dios encarnado en Jesucristo. El Dios del amor y de la fraternidad, de la paz y de la justicia, el Dios de los pobres y de las víctimas de la historia. Lo cual asume la pasión por la realidad social e histórica, la com-pasión y misericordia liberadora con el sufrimiento e injusticia que padecen los pueblos, las personas y los pobres.
Esta perspectiva o epistemología desde el Sur, clave de todo el pensamiento social y ético con su antropología integral, es necesaria e imprescindible (transversal) en el mundo de la cultura, de la educación y de la universidad. Si la formación, los estudios e investigación de cualquier tipo no están enraizados en este humanismo social-liberador e integral, en esta antropología espiritual, se cae en el intelectualismo, academicismo e individualismo burgués. La cultura y la vida del Norte del mundo, más enriquecido, puede ser humanizada, liberada y salvada desde el Sur (llamado también tercer y cuarto mundo). Esto es, desde el amor solidario, servicio y compromiso (militancia) por la justicia con los pobres ya que, en este sentido como indicamos, es el lugar o realidad de la espiritualidad y la fe.
Es la manifestación de lo humano y trascendente, tal como se reveló en el don (gracia) de Dios encarnado en Jesús. Dios de amor, entregado y pobre con los pobres que con su justicia nos libera de todo mal, pecado e injusticia. Lo humano que culmina en lo divino tiene su realidad más espiritual o mística en la comunión con el Otro, con Dios, con los otros, con los pobres y con la naturaleza o cosmos. En una antropología y ecología integral que abarca y co-relaciona todo con todo, todas las dimensiones de la realidad. La fe y la justicia, la espiritualidad y la ética, la mística y la política…; frente al espiritualismo, inmanentismo o dualismo que niega el realismo de la fe y espiritualidad encarnada con su antropología integral.
De ahí que frente a los ídolos de la riqueza (ser rico) y del poder, del estado o mercado (poder político y económico), este humanismo integral sitúa como principio, fin y sujeto protagonista de la realidad: la vida digna de la persona; la solidaridad, el bien común y la justicia con los pobres. Con una economía y desarrollo social o humano, sostenible ecológico e integral (espiritual) que pone en el centro las verdaderas necesidades, capacidades y vocación de las personas, de los pueblos y de los pobres. Esta espiritualidad, antropología y ecología integral nos libera de estos falsos dioses e idolatrías del tener y poseer, del capital y fundamentalismo del mercado, de la civilización de la riqueza. Y promueve la civilización del amor, de la pobreza y del trabajo, la globalización de la solidaridad, de la paz y de la justicia socio-ambiental.
Con el trabajo, la persona y sujeto trabajador, por encima del capital, del beneficio y la ganancia. Principios morales básicos como es un salario justo para el trabajador y su familia, el destino universal y común de los bienes que tiene la prioridad sobre la propiedad. El mundo del trabajo y de la empresa como comunidad humana, con una democracia y socialización de la vida (marcha, destino y propiedad) de la empresa con sus medios de producción. Para ello, para esta economía social y desarrollo integral, hace falta el trabajador y la persona cooperativa, el ser humano fraterno en pobreza solidaria y liberadora con los pobres; en contra del ídolo de la riqueza, del ser rico, del individualismo posesivo, materialista-economicista y consumista.
De ahí que sea esencial la caridad política, esto es, el amor social y civil que busca el bien común, la civilización del amor y la justicia con los pobres. Esta caridad política, que es la identidad y misión más propia del laico, hace que las personas, los pueblos y los pobres sean los sujetos de la historia. Los protagonistas y gestores de la vida o realidad social, cultural, económica y política. Frente a todo asistencialismo y paternalismo, la constitutiva caridad política va a las raíces y causas de los males e injusticias, como son la pobreza y las guerras o la destrucción ecológica. Convierte a las personas, a los pueblos y a los pobres en sujetos principales de su desarrollo, promoción y liberación integral. En protagonistas de las luchas sociales por la paz, por la justicia y el desarrollo ecológico e integral.
Como se observa, todo este pensamiento social y moral, con su antropología integral, expresa un humanismo solidario, espiritual e integral que no se debe ocultar ni manipular. Para lo cual, es imprescindible la conversión de la fe y la justicia con los pobres, la mirada y misericordia compasiva con el Sur, con los pueblos crucificados por la injusticia y las víctimas de la historia. De lo contrario, ideologizamos la fe y la moral, deformamos el pensamiento ético y este tesoro oculto u ocultado que es la DSI. Cuando en la educación, formación y cultura no entra como clave constitutiva dicho humanismo verdadero e integral, como es esta auténtica compresión de la moral y DSI, la ideologización, el integrismo o el relativismo corrompe la espiritualidad y fe originaria. Tal como nos las reveló el Evangelio de Jesús y su iglesia, como han enseñado y testimoniado todo lo expuesto hasta aquí los Papas, hasta llegar a Francisco, de nuestra época contemporánea.