Cuando fue consagrado obispo y tomó posesión de la arquidiócesis, Castillo partió en procesión desde la parroquia de San Lázaro hacia la Catedral como lo hizo santo Toribio de Mogrovejo en su ingreso a la ciudad en 1581. Lo acompañaron hermandades y cofradías, religiosas, y sacerdotes, mientras era saludado por los vecinos y vecinas en las calles y desde sus ventanas y balcones.
Estudió sociología en la Universidad de San Marcos y obtuvo la licenciatura y el doctorado en Teología en la Universidad Gregoriana de Roma. Es un pastor que se esfuerza por ser creativo y transmitir de modo fácil el Evangelio, aunque algunos lo consideran intelectual por su erudición en muchos temas. Le gusta cantar y recitar para llegar mejor a la gente.
Cuenta que a los 15 años ya sabía las canciones del grupo “Los Perales” y que, con su amigo Gastón Garatea, aprendía los temas traídos de Chile. A los 17 años fue presidente nacional de la JEC y recorrió el país con su guitarra enseñando las canciones.
Explica que “la vocación de uno no es un mandato que me dio un director espiritual a nombre de su congregación. La vocación es un llamado que te hace Dios, desde lo más profundo de tu ser, desde tus raíces. Que luego, una persona la nota porque el Espíritu Santo se la confirma. Pero es algo que brota del ser mismo, es un don. Entonces, para ser cura, uno tiene que hacer que todo su ser pueda expresarse como uno es. Uno no recibe una función. La función es importante para saber la altura con la cual uno se debe comportar. Pero hay licencias que se producen porque cada uno es como uno es. Si Juan XXIII no hubiera sido libre como era, a pesar de que era el Papa, la Iglesia no hubiera cambiado”.
— Usted cumplió en marzo último dos años como arzobispo de Lima ¿cuál ha sido su principal esmero?
— El esfuerzo mayor es cómo ser fiel al trabajo pastoral evangelizador que, durante tanto tiempo, ha faltado. Porque lo que ha habido no es pastoral, es una especie de funcionariado, que evidentemente ha impartido los sacramentos y ha mantenido la estructura y el funcionamiento de la iglesia, pero sin acompañamiento a los problemas más álgidos y humanos que esta iglesia tiene.
“El primer año, empezamos con un proceso de escucha hasta que llegamos a la Asamblea Sinodal Arquidiocesana, teniendo la imagen de María que acoge al Señor y luego se echa a la cama porque está encinta. Después, cuando el ángel le avisa de su prima Isabel, ella sale corriendo a ayudar. Regresa y se vuelve a recluir, en el sentido de esperar la venida de Jesús, pero para volver a salir y darlo al mundo. Esa es más o menos la idea, que nosotros somos sístole y diástole. Y así lo planeamos, con todas las indicaciones del Santo Padre y con la reflexión que, a nivel universal, muchos obispos hacemos para unirnos al pensamiento del Papa”.
Arzobispo en tiempos de pandemia
— ¿Cómo es ser arzobispo cuya mitad del tiempo que lleva ha estado en pandemia?
— Pues, estamos en una crisis definitiva en la historia de la humanidad, una crisis gravísima, que nos puede llevar a situaciones inéditas. Entonces, a partir de marzo de 2020, cuando voy a Roma a entregar la conclusión de mi primer año, salgo y a los tres días llega la pandemia acá. También el Papa entra en confinamiento. Entonces, había que pensar, otra vez, todo. Desde el punto de vista teológico y pastoral había que situarse ante el desafío. Eso ha sido difícil. Porque estar encerrado con una pastoral que es para caminar y para estar con la gente, es muy duro.
“Creo, además, en cierto modo, que la pandemia lo que hace es continuar despedazando lo social. Es una tendencia que los vínculos sociales desarrollados ante el sistema liberal, con la pandemia se acentuaron. Sin embargo, a pesar de eso, se fortalece la unidad, la cercanía y la comprensión profunda de la solidaridad. O sea, las condiciones de fragilidad generalizadas, no han producido individualismo generalizado, que es lo que quisieran algunos. Que, acentuando la desesperación, cada uno realice el sálvese quien pueda. Y hay católicos, incluso, que están en el plan de azuzar para que la gente se una en torno a un grupo compacto que declara al mundo como un infierno o las tinieblas y donde ellos son la luz. Entonces, lo que hemos hecho a partir de ahí, es incentivar todos los medios de solidaridad posibles. Así potenciamos fuerte Caritas, y empezamos a llamar a la gente a colaborar”.
— ¿La solidaridad es una forma de combatir los fundamentalismos?
— Bueno, los fundamentalismos desaparecen en la medida que todos tenemos que ayudar al otro. Tengo esa convicción. Ha tenido que pasar un año entero para que ahora surjan nuevamente los fundamentalismos. Pensando que la cosa se iba a calmar pero se ha puesto más grave, como en Chile. Entonces, nuevamente hay un nuevo ventarrón solidario que se necesita. Evidentemente, con menos recursos, con más dificultades pero también con más inteligencia porque ya se ha adquirido destreza.
Con participación
— ¿Cómo celebra esta Semana Santa?
— El año pasado hicimos la Semana Santa encerrados. Pero nosotros tenemos nuestra Semana Santa limeña, que es la celebración del Señor de los Milagros, durante todo octubre, un mes santo. Y lo interesante fue que los propios hermanos pidieron el año pasado que no se saliera, a pesar de que las élites más conservadoras querían que saliera en procesión por las calles. Nosotros no lo hicimos y la gente, reaccionó muy bien.
“Otra cosa: es un signo de esperanza que la gente crea que Dios es amor. Y por ello no se escuchó más esa frase que se pronunciaba en el siglo XVI, XVII y XVIII: ‘aplaca tu ira, Señor’ especialmente frente a cada terremoto. Esta vez, nada. O sea, Dios está sufriendo con nosotros. Y eso es muy importante, porque la gente siente que necesita la fuerza del Señor para poder caminar en la tragedia que se está viviendo, viendo que su gente muere, que se enferma. Pero todos, siempre pidiendo fuerzas, tratando de explicar, alentar. Ahí el asunto más importante es el anuncio, no la denuncia, y la pedagogía de la unidad, respecto de la división. En un país muy fragmentado como el nuestro, eso es muy importante, porque la gente desea la unidad, desea el encuentro para poder ayudarnos todos. Y Fratelli Tutti cayó perfectamente».
— ¿De qué modo Fratelli Tutti ayuda?
— Aunque había una situación de hecho que impelía a la solidaridad, también hay egoísmos. Por ejemplo, el guardarse oxígeno para venderlo más caro. Sin embargo, había personas, como el Ángel del Oxigeno, que murió también de coronavirus, que lo vendía barato para que la gente tuviera acceso. Y este año, los monopolizadores del oxígeno se fueron a romperle la casa y a ponerle candados a sus rejas para que no vendiera. Es la competencia contra la persona que ama, que sirve. Tenemos ejemplos extraordinarios de una pelea por la solidaridad.
“Lo mismo los comedores populares, que ya no existían. Se han fundado muchas ollas comunes, tanto que ha obligado a que Caritas cambie de forma. Ahora no solamente hay repartición, que tuvimos que hacerla, con voluntarios, y con el Ejército también.
«Ahora es un sistema de participación, donde la gente se organiza y va conformándose una red de ollas comunes en toda la ciudad, donde se apoyan unos a otros. Y los curas, lo digo por la iglesia, los curas no tenían ninguna experiencia de esto, porque aquí la Caritas no funcionó durante años. Funcionó para un barrio popular para señalar que había una obra social de la iglesia. Pero era el único barrio que recibía, en el resto, no recibía nadie».
Parroquia Misionera y Solidaria
— ¿Y cuál fue la propuesta?
— Hemos formado las Caritas parroquiales, y constituido un modelo de iglesia, que llamamos Parroquia Misionera y Solidaria, con los dos elementos básicos del Papa Francisco. Y claro, por ejemplo, no hemos tenido confirmaciones, bautizos, y las ceremonias se han suspendido. Pero en los momentos donde ha habido posibilidad de abrir, y ha bajado un poco la pandemia, se ha hecho preparaciones y pequeñas ceremonias con un espíritu muy creativo por parte de los curas, viendo que había que salir de la mentalidad de que todo tiene que ser hecho según una norma fija.
“La verdad, la liturgia es pura poesía y pura construcción de ritos, al interior de las condiciones. Y lo vemos en el evangelio. En Juan no existe la institución de la eucaristía. Existe el lavado de los pies, porque es una iglesia peregrina, una iglesia que andaba en la intemperie. Eso lo hemos ido explicando y, poco a poco, los curas han empezado a perder el miedo y a ayudar a la gente. También a imaginar formas de celebrar, de dar aliento a la gente, siempre siguiendo las formas tradicionales, pero con pequeñas modificaciones, como las que estamos haciendo esta semana.
“Esta Semana Santa, gracias a uno de mis auxiliares, que estuvo quince años en un barrio popular en Lima, en la parroquia Señor de los Milagros de Comas, ha creado una combinación de celebraciones virtuales con celebraciones reales en la casa. Y aprovechando que el Papa convocó al Año de la Familia, entonces vamos a consolidar a la familia como fuente de la iglesia, que es una vuelta a sus orígenes».
— ¿Cómo qué cosas se pueden hacer o cambiar?
— Por ejemplo, el miércoles de ceniza, pusimos las cenizas en la Catedral y en los centros parroquiales de modo virtual. Pero en las casas, la gente había fabricado sus cenizas, les habíamos enseñado a hacerlo con tutoriales del Arzobispado. Y después papá, mamá, impusieron la ceniza a sus hijos, y los hijos a sus padres, y así. Luego, lo mismo con el lavado de los pies, yo me puse de rodillas en la Catedral y todos los curas se pusieron de rodillas en sus parroquias. Los papás, de rodillas también, lavaron los pies a sus hijos, y los hijos a los padres, etc. Digamos, son signos. Hicimos, también, el Vía Crucis de las Periferias. Es una red de todas las parroquias de Lima, con sus decanatos. Todos participaban, simultáneamente. Habrá habido unas 30 mil personas implicadas. Y en la misa del Domingo de Ramos, hubo 700 mil personas conectadas por televisión sin contar redes sociales. La idea es que aprovechemos, realmente, para hacer una cosa fundamental, fortalecer el sujeto eclesial, y los vínculos eclesiales y sociales.
Iglesia doméstica
— ¿Ha sido una forma de “democratizar”, de algún modo, el ministerio sacerdotal a través de las familias?
— La palabra no es la más adecuada, pero sí, es un poco. También Jesús, cuando le dice al paralítico: “tus pecados están perdonados”, los escribas, dicen: “¿quién es este para perdonar los pecados? Y Marcos dice: “Nunca se vio tanto poder dado al hijo del hombre”. Y Mateo dice: “Nunca se vio tanto poder dado a los hombres”. O sea, Jesús, lo que admira de la iglesia, es eso que tú llamas democratización, o sea que el perdón todo el mundo lo puede hacer. A pesar de que no sea el ministerio específico que es la expresión última del perdón que quiere dar a todos y que nos ha dado la capacidad de perdonar a todos.
“Lo que pasa, es que a veces nos sentimos tan exclusivos, que convertimos cada gesto del Señor en una propiedad privada del sacerdote. Y todos somos, en ese sentido, (sacerdotes que) no tenemos el ministerio ordenado, pero el ministerio ordenado es el punto culminante de centrar la vida del mismo Jesucristo en la gente. No hay separación. La gente ejerce el ministerio de Cristo porque todos somos Cristos. Lo que hace el sacerdote, nada más, o el obispo, es mantener a todos en la unidad original, para que no se desvíe, para que no sea un perdón superficial. O sea, cuando hay una desviación, el que mantiene la unidad en la tradición, dice ‘esto no, esto sí’. Pero todos podemos perdonar. Todos podemos, en cierto modo, compartir”.
— Pero, al definir esto no y esto sí, en el afán de rescatar la unidad original, es fácil caer en el clericalismo.
— Claro, porque consideran que nuestro papel no es enraizar toda la diversidad eclesial en la unidad en Cristo. Si no creen que la unidad en Cristo sustituye el proceso de la unidad, y genera uniformidad no más, que se apropia de tal manera, que establece el sí y el no como un mandato que no respeta el crecimiento, el proceso de la gente… no acompaña, no es pastor. Es un policía. O es un verdugo. Pero no es el padre que como pastor acompaña y va corrigiendo en base a consejos. Es muy distinto el consejo de un papá que la sanción de un juez o de un verdugo. Y el Papa les dijo a los jesuitas: “ustedes, ayuden a discernir a la gente, a ser un pueblo más maduro”. Porque hay un problema en el Perú. La gente pregunta: “¿se puede o no se puede, padrecito?”. Eso no ayuda a que la gente madure. Y el Papa recordó el gran problema del Perú: es un país en donde la gente obtiene mucha riqueza pero no asume la responsabilidad, asume las costumbres y luego se cree que las costumbres son la religión. No tiene ningún sentido hacer prácticas religiosas si no enfrento la responsabilidad que tengo delante”.
— El Sínodo de la Amazonía fue un hito en América Latina y se ha propuesto como un modelo para la Asamblea Eclesial que viene ahora en noviembre. ¿Qué le parece esta propuesta de Asamblea Eclesial para todo el continente?
— Un punto esencial es la enorme fuerza de la participación de todos, justamente, en condiciones de misión, que son en las que se encuentran en la Amazonía, desafían a la enorme creatividad. En cierto modo, lo que pasa con la Amazonía puede pasar con todo el mundo. El Papa siente que América Latina va siendo una reserva de una gran fuerza de la vegetación, no solamente de la Amazonía, sino de todo el ser ecológico de América. Es el pulmón del mundo.
“Yo creo que nosotros tenemos el deber de asumir esa responsabilidad. Y como Iglesia, situarnos de tal manera, que el evangelio sepa engarzar la condición geográfica, la condición de salubridad para el mundo, que sepa situar en el corazón una nueva manera de vivir, donde podemos nosotros, de alguna manera, discutir si podemos aceptar la modernidad como nos ha llegado en medio de una anarquía general.
“Creo que un tema que va a salir en esta asamblea es cómo nos situamos como latinoamericanos ante un mundo que se deteriora y que ha perdido ya, o no recuerda, las bellezas de su ancestro. Nosotros tenemos un ancestro muy complicado, porque es colonial, pero todavía están las bellezas de lo anterior, que han sabido esperar y resurgir. Como pasa en Perú, somos un país adolescente, que no ha sabido tratar con madurez lo que vivimos, pero simultáneamente están las raíces que emergen, que son los ríos profundos.
“No sé cómo va a ser la metodología, pero una Asamblea Eclesial es más grande que una simple conferencia episcopal. De tal manera que la participación de varios sectores, permite escuchar más dinámicamente todo y juntar las distintas cosas y debatir varios niveles y con varias iniciativas, especialmente de los laicos.
“Además, lo que pasa es que nosotros hemos tenido experiencia de laicos como gente formada. Ahora es más el laicado de base, que puede no ser muy formado, pero tiene experiencia y la cuenta sencillamente y tumba prejuicios. Me acuerdo que la Asamblea Sinodal de Lima, que fue para escuchar a la gente, había cuatro delegados de cada parroquia y se juntaron unas 700 personas. Y una señora se levanta y dice: ‘¿Y cuándo nos van a ordenar de diaconisas?’ (risas). La gente hablaba al calor de su experiencia. Los chicos, los jóvenes, decían: ‘necesitamos pastoral juvenil’. La palabra que más brilló fue pastoral, que es la palabra que durante veinte años no se escuchaba en las iglesias. No se podía usar, estaba proscrita”.
Iglesia y Política
— En Perú hay elecciones el próximo domingo y al parecer ninguno candidato alcanza para ganar en primera vuelta. ¿Que visión tiene la iglesia de este proceso político?
— Sí. Es difícil pronunciarme en eso porque la situación es grave. No hay nadie que tenga un perfil sólido, un proyecto, y creo que todos los grupos adolecen del inmediatismo y de la falta de visión de proyecto de fondo. Entonces, eso da lugar a un pequeño sector que presiona, antisistema, que no viene de la ultra izquierda sino de los sectores más conservadores. Me parece que eso es muy serio porque tampoco tiene proyecto. La gran cuestión, es que todos los peruanos tenemos que sentarnos a la mesa y decir: vamos a distribuirnos en orden, según lo que sepamos, las tareas para apreciar lo que tenemos, valorarlo y salvarlo juntos.
“Cuando San Martín vino del sur y Bolívar del norte, y se juró la Independencia, porque casi se impuso porque era la capital del imperio, muchas veces se dijo que no había habido héroes peruanos. Pero fue un peruano, Francisco de Luna Pizarro, que luego sería arzobispo de Lima, que propuso en la Constitución del 1823, que el Perú no fuera una república representativa sino que participativa. Y para recibir a Bolívar, junto con Sánchez Carrión, organizaron a toda la gente, de todos los pueblos, organizando las bases del Ejército Libertador. De tal manera, que Bolívar no podía hacer nada si no tenía las huestes organizadas. Y pueblo por pueblo, todos en consenso. Después de eso lo hicieron arzobispo. Fue una iglesia dinámica, capaz de acompañar, sin entrar directamente en la política, de revalorar los lazos, los valores más de fondo de la cultura, de la vida, e incentivarlos para alentar procesos políticos más fundados».
— ¿Cómo se relaciona iglesia y política?
— Una cosa es un partido y otra cosa es la política como bien común y otra cosa es la prédica religiosa. En este momento, la gente que no sabe las distinciones necesarias y que la experiencia da, genera siempre tensiones que más bien entrampan los procesos. La iglesia no puede mezclarse directamente en la política. Y en eso todavía hay gente acá, tanto los hermanos protestantes como algunos católicos, que tienen una visión integrista. Eso le hace mucho daño.
“Tampoco hay que separar. Decir que hay dos mundos y yo no me meto. Hay que considerar que el evangelio tiene repercusiones sociales y políticas a partir del bien común y la construcción del hombre nuevo.
“Entonces, nosotros, ahorita, estamos en el proceso de volver al misterio de Cristo, para que Él nos inspire en sus actitudes fundamentales de entrega, de generosidad, de amor, de constancia y de crítica al sentido totalitario y egoísta del poder político. Para ayudarnos a tener aliento y esperanza e ir a encontrar acuerdos. En este momento, la política está muy diseminada, pero es expresión de la diseminación que hay en el país».
Colonia Peruana
— ¿Qué le gustaría decir a los peruanos que viven en Chile, donde hoy conforman la colonia más numerosa de migrantes?
— Primero, decir a los hermanos chilenos, gracias. Porque nos han acogido, como también nos acogieron los venezolanos cuando la crisis de Alan García. Eran cientos de miles que se iban del país. Ese agradecimiento es porque estamos aprendiendo a ser repúblicas hermanas que van más allá del interés propio.
“Lo más importante es aprender de la vida del país que a uno lo acoge y aportar lo más posible. Ayudar a seguir adelante en la vida de ese país que nos alberga. Tenemos que contribuir para que siga creciendo, avanzando.
“En ese sentido, mi palabra de aliento, porque deben estar sufriendo también, junto con todos, esta epidemia. Y sacar fuerzas de donde sea para siempre mostrar nuestra vena solidaria. De tal manera que tengamos una nacionalidad idéntica propia, que poco a poco estamos construyendo. No somos una nacionalidad todavía definida, pero estamos definiéndola. Y lo mejor es que la defina, justamente, la solidaridad y la solidaridad con todos los pueblos. Y a mí me parece muy lindo, que estén allá, que tengan un espacio, un trabajo que muchas veces en este país no encontraron. Esperamos desde acá poder crear juntos las condiciones para que muchos de ellos puedan volver, y los que ya se afincan allá, que creen relaciones de amistad y de justicia, sobre todo».
El clamor de la gente
— La misa que celebró usted el año pasado para Corpus Christi, en la Catedral de Lima, con el templo lleno de fotografías de la gente muerta por covid, dio la vuelta al mundo. ¿Que le significó en lo personal?
— Ese sí ha sido un desafío muy grande. A mí, una cosa que me está pasando como obispo, es que yo me demoro mucho ahora. Antes, cuando predicaba, hablaba muy rápidamente. Ahora predico con mucho cuidado, porque hay que decir la palabra que el Señor quiere y a veces hay que predicar contra uno mismo. Y en esas cosas que pasan, dije: vamos rezar por todos sus muertos, nuestros hermanos fallecidos, y si quieren, mándenos una foto. Fue una avalancha impresionante. Seis mil fotos. El Equipo de Comunicaciones preparó todo, y cuando he entrado a la Catedral, me he quedado impresionado, porque era como que las fotos te aplastaban. Ese era el clamor de la gente. Fue muy fuerte. Siento que ha sido el clamor de nuestra gente, que nos dice: ya tengamos una iglesia que nos escuche, que nos acompañe, que nos aliente, que nos fortalezca. La gente pide eso, no pide más. El resto lo van a hacer ellos.
“Si somos fortaleza para la gente, la gente desarrolla iniciativas. Como dice Violeta Parra (y recita de memoria): ‘el amor es torbellino, de pureza original, y hasta el feroz animal susurra su dulce trino. Detiene a los peregrinos, libera a los prisioneros. El amor con sus esmeros, al viejo lo vuelve niño. Y al malo, solo el cariño, lo vuelve puro y sincero’.
“Nuestro pueblo tiene esa capacidad. La tenía Violeta Parra porque estaba en la médula misma de ser chilena. Creo que tenemos mucho para dar si damos libertad a la gente y reconocemos su libertad. No tenemos por qué coaccionarla. No somos malos educadores. No somos educadores bancarios. Somos pastores, educadores de la vida de la gente para que sea libre, inclusive si se equivoca. Eso tenemos que cambiar en nuestras iglesias”.