Unamuno, Rizal y "Clarín", discípulos del helenista Lázaro Bardón

El vasco Miguel de Unamuno, el filipino José Rizal y el zamorano Leopoldo Alas "Clarín", discípulos del helenista Lázaro Bardón y Gómez, siempre que hablaron de su maestro lo hicieron con una gran admiración y un sincero cariño.

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Cada uno de nosotros cuenta en su vida con una serie de raíces que condicionan, desde las profundidades de su subconsciente, el empuje de la planta que somos cada hijo de vecino. Aunque esto sucede sin que nos demos cuenta, en cuanto primeros interesados por la eficacia del mecanismo, no es imposible que la causa determinante del fenómeno sean nuestros padres y educadores, que se las arreglan para que nuestro subconsciente se configure y funcione como ellos lo han pretendido.

La manera más sutil de hacerlo es el transformar en emblema de la familia a uno de nuestros más ilustres antepasados. Viniendo como venimos detrás de tal o cual persona insigne, no podemos estropear nosotros el buen nombre de la familia.

Éste ha sido mi caso con la figura del helenista don Lázaro Bardón y Gómez, prestigioso paleógrafo y lexicógrafo salmanticense, catedrático de griego de las Universidades de Salamanca y de Madrid, que fue también senador republicano, durante la primera república española, y rector de la Universidad Central de Madrid (Ver el Expediente personal del Senador D. Lázaro Bardón y Gómez, por la provincia de León, en el Senado).

Confieso que su pasión por el helenismo y por la semántica me condicionó hasta tal punto, que en un momento muy importante de mi vida, cuando mis padres me preguntaron qué regalo deseaba yo que me hicieran para celebrarlo, les pedí que me procuraran una máquina de escribir que dispusiera al mismo tiempo de caracteres griegos y latinos. Como tal herramienta no existía por aquél entonces en España, era el año escolar 1956-57, mis padres me la hicieron traer de Alemania.

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En los textos de don Miguel de Unamuno, que publico a continuación, aparece con una fuerza sorprendente la admiración y el cariño que tanto él como José Rizal, padre espiritual de la república filipina, profesaban hacia el tío abuelo de mi madre. El primer texto es un retazo del "EPÍLOGO" de don Miguel a Vida y Escritos del Dr. José Rizal de W.E. Retana. El segundo, una auténtica joya del buen humor unamuniano, es la reproducción completa del artículo España-Perejil y la isla de Calipso, publicado el 27 de junio de 1902 en la revista Alrededor del Mundo.

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Epílogo

Con un íntimo interés recorría yo en el libro de Retana aquel diario que Rizal llevó en Madrid siendo estudiante. Bajo sus escuetas anotaciones palpita un alma soñadora tanto ó más que en las amplificaciones retóricas de los personajes de ficción en que encarnó más tarde su espíritu tejido de esperanzas.

Rizal estudió Filosofía y Letras en Madrid por los mismos años en que estudiaba yo en la misma Facultad, aunque él estaba acabándola cuando yo la empezaba. Debí de haber visto más de una vez al tagalo en los vulgarísimos claustros de la Universidad Central, debí de haberme cruzado más de una vez con él mientras soñábamos Rizal en sus Filipinas y yo en mi Vasconia.

En su diario no olvida hacer constar su asistencia á la cátedra de griego, á la que pareció aficionarse y en la que obtuvo la primera calificación. No lo extraño. Rizal no se aficionó al griego precisamente, puedo asegurarlo: Rizal se aficionó a D. Lázaro Bardón, nuestro venerable maestro, como me aficioné yo. En el Noli me tángere hay dos toques que proceden de D. Lázaro. Uno de ellos es el traducir el principio del Gloria como Bardón lo traducía: "Gloria á Dios en las alturas; en la tierra, paz; entre los hombres, buena voluntad". Don Lázaro fue uno de los cariños de Rizal; lo aseguro yo que fui discípulo de D. Lázaro y que he leído el diario y las obras de Rizal.

Y lo merecía aquel nobilísimo y rudo maragato (1), aquella alma de niño, aquel santo varón que fue D. Lázaro, cura secularizado. ¡Si todos los españoles que conoció Rizal hubieran sido como D. Lázaro...!

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España-Perejil y la isla de Calipso

El número de la Revue des Deux Mondes, correspondiente al 15 de mayo de este año (1902), traía un trabajo de M. Víctor Vérard sobre Los origenes de la Odisea, interesantísimo para los españoles. El tal trabajo llamó muy justamente la atención del docto y culto escritor Sr. Gómez de Baquero, que en la La Época del 10 de este mes de Junio y bajo el título de Los orígenes de la Odisea-Calipso-Perejil, da un extracto de parte de la labor de M. Bérard.

Trata este señor nada menos que de señalar la ruta y sitios de las correrías marítimas del astuto Ulises, y de probarnos que la Odisea es en buena parte una poetización de las instrucciones náuticas de los fenicios y de otros navegantes del Mediterráneo. Lleva a cabo Bérard su cometido con verdadero ingenio.

Fíjase, sobre todo, en la duplicidad de los nombres de lugares y cómo éstos se nos presentan con el nombre semítico y el que luego le dieron los griegos, traduciendo éstos el nombre que a un lugar le pusieran los fenicios a la vez que lo conservaban. Y esto me recuerda lo que en cierta ocasión nos decía mi inolvidable maestro, D. Lázaro Bardón, hablándonos del río Guadix: "Vinieron los semitas y le llamaron Ix -decía,- que significa 'río'; llefaron luego los árabes y le llamaron Wad-ix, es decir, el río río, y por último le llamanos nosotros el río Guadix, esto es, el río río río. Es como el puente de Alcántara, es decir, el puente del puente".

Volviendo a Bérard y Ulises, no puede negarse que es ingeniosísimo cuanto el erudito francés hace por determinar la posición de los parajes que recorrió el astuto heleno, sirviéndose para determinarlos de un cotejo entre el texto de la Odisea y el de las Instrucciones náuticas y Derroteros para uso de los marinos. Y no es el menos sorprendente de sus descubrimientos el de que la isla de Calipso, en que esta encantadora retuvo a Ulises, fue la actual isla del Perejil, adquiriendo así este indecente islote una importancia en que ni aún soñaba. Bien se ha dicho que Dios ensalza a los humildes.

De éste de que el islote del Perejil sea, según Bérard, la isla de Calipso, es de lo que dió cuenta el señor Baquero; pero queda otra cosa más sorprendente aún y es que, según el mismo ingenioso investigador, la tal isla es la que ha dado a España su nombre. No quiere decirse que España haya de llamarse Perejil, sino que el nombre de Hispania o Spania fue aplicado en un principio a ese islote y de él se corrió a la península toda.

Éste humilde y modestísimo peñasco está a casi igual distancia de la punta de Almanza y de la punta Leona, en el Estrecho de Gibraltar, y depende de Ceuta. Es de figura triangular, de piedra, con algunos arbustos, de una milla de bojeo y de 74 metros de altura. Es tan modesto y apocado el islote que es difícil hallarlo, pues hasta cuando está el tiempo claro no se le puede distinguir de la costa africana, uno de cuyos numerosos salientes parece. Hay en él una caverna, caverna a la que veremos adquirir, gracias a M. Bérard, una extraordinaria importancia. La tal caverna, que bien merece ser fotografiada, tiene por entrada una hendidura de 20 metros de alto por siete u ocho de ancho, componiéndose luego de dos salas, y a los diez metros, de otra de 30 o 40 metros de largo. Según el Derrotero del Mediterráneo, podrían refugiarse en tal caverna hasta 200 hombres.

Tal es, según Bérard, la isla de Calipso, es decir, del "escondrijo", derivando Calipso del verbo griego Kalypto ocultar o esconder. Según la Odisea había en ella perejil, de donde procede su nombre actual. Veamos ahora cómo este islote ha dado nombre a España, según Bérard siempre.

Dice éste: "He aquí, pues, la Isla del Escondrijo, la Isla de Kalypso, la isla de arbustos, sembrada de perejil y de violetas, alzándose sobre las ondas como un 'ombligo' sobre el escudo homérico y conteniendo dos mesetas, dos planicies, cubiertas de monte y de yerba. Que hayan conocido y frecuentado este refugio los primeros navegantes del Estrecho; que hayan adoptado esta maravillosa estación de pesca, de comercio y de piratería los tirios o cartagineses en su cabotaje por la costa africana, es cosa que podemos afirmar a priori. Con la rada al abrigo de todos los vientos que deja entre sí y la costa; con su caverna accesible a los marinos e inaccesible a los terrestres, fácil de descubrir cuando se viene del Este, imposible de ver de todos los demás tuntos, con su alta atalaya que domina el mar de Levante y de Poniente; a la entrada del Estrecho, he aquí la mejor emboscada y el mejor depósito, la verdadera escala de las barcas primitivas. Sólo la topografía nos permite imaginar cómo tuvieron en este punto los primeros exploradores de las Columnas de Hércules unas de sus etapas y después uno de sus puntos de apoyo para el descubrimiento y explotación del mar occidental. Perejil fue la Isla, el Algeciras de los primeros marinos. Pero además de los datos topográficos tenemos, según creo, un nombre de lugar o más bien un doblete".

Y entra luego el erudito francés en lo más sorprendente y curioso de su trabajo, esto es, en establecer que el nombre Calipso -nombre del islote personificado en la encantadora- es la traducción del nombre primitivo de Perejil, que debió de ser I-spania. "Un doblete greco-semítico que va a llevarnos a la comprensión más exacta de este vocablo que empleamos sin comprenderlo, porque aplicamos al presente a toda la península ibérica o española el antiguo nombre que los primeros navegantes semíticos dieron a Perejil: España, I-spania, la Isla del Escondrijo".

El nombre de España se cree sea semítico por haber conocido los romanos nuestra península merced a los cartagineses, y suele traducirse "isla del Tesoro", aludiendo a las riquezas mineras de nuestro subsuelo, de i, ai, e, 'isla' y la raíz semítica sapan, de donde se deriva sapun o sapin, 'tesoro'. Pero M. Bérard da otra etimología derivándolo de I-spanea, del sustantivo spanea, 'escondrijo'. Y añade triunfalmente. "I-spanea no es más que la Isla de Kalypso, la Isla del Escondrijo, Perejil es la que era en un principio Ispania, y no fue sino por error o por una extensión de sentido por lo que este nombre pasó al continente vecino".

No es cosa de ponderar el descubrimiento de M. Bérard, que se pondera por sí solo. No faltará lector descontentadizo y difícil que no vea claro cómo pudo extenderse el antiguo nombre de la Isla del Perejil a toda España, pero con sólo reflexionar en que aquel nombre significaba Isla del Escondrijo, se le resolverán las dudas. Por mi parte la única dificultad que encuentro para admitir el brillante invento de M. Berárd es que, según algunos paisanos míos, el nombre España deriva del vascuence ezpaña, 'labio', aludiendo a la posición que tiene nuestra península en Europa, etimología muy racional y justa, ya que saca el actual nombre de España (no Hispania) del actual nombre del labio en vascuence, pues siempre debe uno atenerse a actualidades, que es lo real, sin ir a buscar la forma antigua de nombre España y del nombre vasco ezpaña, y por otra parte es sabido que los que dieron nombre a la península tenían a la vista constantemente un mapa de Europa. Más una vez salvado este escrúpulo, no tengo inconveniente en aceptar la brillante explicación de M. Bérard. Y ¡qué prestigio no adquiere Perejil! ¡Cuán insondables son las vías de la Providencia y qué inescrutables sus designios! En ese hasta hoy humildísimo y casi olvidado islote del Estrecho, frente al ominoso y agorero Gibraltar, tenemos al padre putativo de España, al que le dio nombre y con él individualidad entre las naciones. Bien podemos llamar a nuestra Isla del Escondrijo, a nuestra emperejilada Ispania, a nuestro gran Calipso, la Península del Perejil.
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