«Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20, 25-28).
“Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. Como muchos se espantaron de él porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano, así asombrará a muchos pueblos, ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y comprender algo inaudito” (Isa 52, 13-15).
Jesús habla con autoridad. No echa fardos pesados sobre los demás quedando Él libre de llevar las cargas. Por el contrario, ha asumido el oficio de esclavo, se ha puesto a los pies de los discípulos y les ha lavado los pies.
En el abajamiento máximo, el Señor tomó la imagen de la pecadora y se sometió a la muerte, como un malhechor.
Gracias a la figura paradójica del Crucificado, todos los humillados de este mundo alcanzan la bienaventuranza. Para siempre los desechados de la sociedad se convierten en iconos de quien, desfigurado, se ofreció a Sí mismo para redención de todos.
Ante las personas más humildes, ¿reaccionas con respeto?