“Al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (…) Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5, 1-12).
Todos los exegetas coinciden en resaltar el paralelismo entre la figura de Moisés en lo alto del Monte Sinaí, y Jesús, subiendo al monte. Pero hay una diferencia esencial. Mientras Moisés recibe las tablas de la Ley, Jesús pronuncia las Bienaventuranzas. Jesús es el Monte de Dios, Él revela el modo de ser gratos, benditos para Dios.
La Liturgia ha escogido como salmo interleccional algunos versos del salmo 145: “El Señor hace justicia a los oprimidos, él da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos. El Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, el Señor ama a los justos, el Señor guarda a los peregrinos. Sustenta al huérfano y a la viuda”. Y resuena el discurso de Mt 25. “Venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber…”
Jesús nos revela cómo ser bendecidos, bienaventurados y benditos. Pero sobre todo es Él mismo el Bendito, quien realmente nos ha dado de comer y de beber, nos ha revestido, y enriquecido. Desde esta interpretación, los bienaventurados son los que siguen a Jesucristo.
¿Cómo te sientes al escuchar las Bienaventuranzas?