“Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le dará una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden” (Mt 7, 7-11)
“Señor mío, rey nuestro, tú eres el único. Defiéndeme que estoy sola y no tengo más defensor que tú, porque yo misma me he puesto en peligro” (Est 4, 17i).
Cabe escuchar la súplica de la reina Ester en labios de María, la madre de Jesús, quien se ha atrevido a acompañar a su Hijo hasta la Cruz, y aunque vaya protegida por las mujeres que la acompañan, es la madre del ajusticiado, del condenado a muerte.
Aunque tanto Jesús como María, su madre, estaban sostenidos por la fe y la confianza, en ellos podemos intuir el dolor de tantos condenados, despreciados y marginados.
En concordancia con las afirmaciones de Jesús sobre la oración y con la experiencia de la reina Ester, Dios escuchó la súplica de María y vio su soledad, como nos escucha y ve también a nosotros, si somos constantes en nuestros ruegos.
En momentos de apuro, ¿te encomiendas a Dios?