“Se decidió que Pablo, Bernabé y algunos más de entre ellos subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre esta controversia. Ellos, pues, enviados por la Iglesia provistos de lo necesario, atravesaron Fenicia y Samaría, contando cómo se convertían los gentiles, con lo que causaron gran alegría a todos los hermanos. Al llegar a Jerusalén, fueron acogidos por la Iglesia, los apóstoles y los presbíteros; ellos contaron lo que Dios había hecho con ellos. Pero algunos de la secta de los fariseos, que habían abrazado la fe, se levantaron, diciendo: «Es necesario circuncidarlos y ordenarles que guarden la ley de Moisés». Los apóstoles y los presbíteros se reunieron a examinar el asunto” (Act 15, 2-6).
Los Hechos de los Apóstoles relatan lo que se conoce como el Concilio de Jerusalén, una reunión de los apóstoles y presbíteros para examinar y decidir sobre el problema de la circuncisión de los cristianos de origen pagano, según la ley mosaica.
Es común en la sociedad y en la Iglesia anhelar tiempos pasados en lugar de abrirse a la novedad que el Espíritu Santo puede traer. Cuando se tiene una preferencia por lo antiguo simplemente porque siempre se ha hecho así, es posible que se caiga en la ideología y hasta en un cierto narcisismo al sentirse perfecto, cumplidor y fiel...
La Iglesia nos insta a permanecer atentos a los signos de los tiempos, ya que en ellos también se revela la voluntad de Dios. Solo Dios es Dios, y Jesucristo es el único Señor. Aferrarse a las tradiciones puede convertirse en una forma de idolatría.
¿Permaneces abierto a los signos de los tiempos y los lees a la luz de la Palabra?