Una reflexión sobre la reciente dimisión del arzobispo de Canterbury El caso Welby: un terremoto que sacude el cristianismo del Viejo Continente

Justin Welby
Justin Welby EFE

"El caso Welby no es un incidente aislado. En Alemania, la Iglesia Evangélica (EKD) se enfrenta a cifras aún más impresionantes: 2.200 víctimas confirmadas de abusos desde 1946 hasta hoy, con estimaciones que podrían llegar a 9.000 casos"

"Una historia que se entrelaza con una crisis mucho más amplia que está afectando a todas las iglesias protestantes europeas, desde Alemania hasta Francia, en lo que parece ser un terremoto destinado a rediseñar la geografía del cristianismo en el Viejo Continente"

"Esta crisis es diferente. No se trata de dogmas teológicos o rituales litúrgicos, sino de la capacidad misma de la Iglesia para proteger a los más vulnerables y vivir de acuerdo con sus propios principios morales"

La noticia es una de esas que sacuden siglos de historia: Justin Welby, el arzobispo de Canterbury -una figura que para los anglicanos representa aproximadamente lo que el Papa es para los católicos- ha anunciado su dimisión. ¿La razón? Habiendo guardado silencio durante más de una década sobre uno de los escándalos de abuso sexual más graves que jamás haya afectado a la Iglesia de Inglaterra. Una historia que se entrelaza con una crisis mucho más amplia que está afectando a todas las iglesias protestantes europeas, desde Alemania hasta Francia, en lo que parece ser un terremoto destinado a rediseñar la geografía del cristianismo en el Viejo Continente.

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El caso que ha causado la dimisión de Justin Welby es uno de lo que los británicos llamarían "una tormenta perfecta". En el centro de la historia está John Smyth, un respetable abogado londinense que llevó una doble vida entre finales de los 70 y principios de los 80: un brillante profesional durante la semana, un predicador en campamentos cristianos de verano los fines de semana. Y es precisamente en estos campos donde John Smyth perpetró lo que el “informe Makin”, publicado el 11 de noviembre de 2024, define como "ataques continuos, brutales y horribles" contra más de 130 niños y jóvenes. 

Las cifras son aterradoras. Según testimonios recogidos por la comisión independiente, John Smyth había desarrollado un sistema metódico de abuso que continuó durante años, primero en el Reino Unido y luego, cuando empezaron a circular los primeros rumores, en Zimbabwe y Sudáfrica.

Encubrimiento

¿Lo sabía la Iglesia? Parece que todo apunta a que sí. Una investigación interna realizada en 1982 por Iwerne Trust (la organización que financió los campamentos de verano) fue prudentemente encubierta. Winchester College, una de las escuelas públicas británicas más prestigiosas a la que asistieron muchas de las víctimas, simplemente prohibió a John Smyth la entrada a sus instalaciones. A nadie se le ocurrió informar a la policía. Después de todo, como dice un viejo adagio anglicano, "el escándalo es siempre peor que el pecado".

Justin Welby
Justin Welby EFE

Pero es en 2013 cuando la historia adquiere contornos más oscuros. Ese año, Justin Welby, recién nombrado Arzobispo de Canterbury, fue informado de las acusaciones. Su reacción, según el ‘informe Makin’, se caracterizó por "una clara falta de empatía" y "una tendencia a restar importancia al asunto". Sólo en 2017, cuando un documental de televisión sacó a la luz toda la historia, la policía finalmente abrió una investigación criminal. Pero John Smyth murió en 2018, a los 75 años, y se llevó sus secretos a la tumba. 

El caso Welby no es un incidente aislado. En Alemania, la Iglesia Evangélica (EKD) se enfrenta a cifras aún más impresionantes: 2.200 víctimas confirmadas de abusos desde 1946 hasta hoy, con estimaciones que podrían llegar a 9.000 casos. Un tercio de los abusadores identificados son pastores y obispos, y los demás operadores trabajan para organizaciones eclesiásticas. El escándalo ya provocó la dimisión de la presidenta Annette Kurchus y llevó al EKD a invertir 3,6 millones de euros en un programa de investigación y prevención.

Miles de niños sufrieron abusos sexuales en la Iglesia evangélica de Alemania
Miles de niños sufrieron abusos sexuales en la Iglesia evangélica de Alemania

En Francia, la situación no es mejor. La Iglesia Protestante Unida (EPUdF) tuvo que incorporarse a la Comisión de Reconocimiento y Reparación, estableciendo un tope de 60.000 euros para la indemnización a las víctimas. Como explicó Antoine Garapon, presidente de la Comisión, "una vida rota por uno o más actos violentos no puede repararse. Lo que ofrecemos es una forma de reparación simbólica".

Profundas contradicciones

La crisis está poniendo de relieve las profundas contradicciones del protestantismo contemporáneo. Como señalaba en su momento Valérie Duval-Poujol, vicepresidenta de la Federación Protestante de Francia, existen "factores agravantes" específicos: relaciones de poder desequilibradas, sobrevaloración de la figura pastoral, tabúes sobre la sexualidad y desigualdades de género profundamente arraigadas".

Para la Iglesia de Inglaterra la situación es particularmente delicada. No olvidemos que ésta no es una Iglesia cualquiera: es la Iglesia "establecida", la establecida por la ley, cuyo jefe supremo es el propio soberano

Para la Iglesia de Inglaterra la situación es particularmente delicada. No olvidemos que ésta no es una Iglesia cualquiera: es la Iglesia "establecida", la establecida por la ley, cuyo jefe supremo es el propio soberano. La dimisión de Justin Welby abre, por tanto, una crisis institucional sin precedentes. El procedimiento para su sucesión será responsabilidad de la "Comisión de Nombramientos de la Corona" que deberá seleccionar dos nombres para presentarlos al Primer Ministro Keir Starmer, quien elegirá uno que será aprobado por el rey Carlos III.

Las cifras hablan de una Iglesia de Inglaterra en profunda crisis. Desde 2013, cuando Jusin Welby se convirtió en arzobispo, la Iglesia de Inglaterra ha publicado una serie de informes sobre su gestión de los casos de abuso. Casi todos encontraron pruebas de encubrimiento e intentos de proteger la reputación institucional a expensas de las víctimas. A pesar de una inversión significativa en programas de protección y prevención, la mayoría de los supervivientes dicen que la respuesta de la Iglesia ha sido "inconsistente y a menudo dañina".

Justin Welby
Justin Welby TAOC

Las cifras del descenso son impresionantes: la asistencia a los servicios dominicales ha caído un 27% en los últimos diez años. Sólo el 12% de los británicos se identifican hoy como anglicanos activos, en comparación con el 40% de hace apenas treinta años. La edad media de los fieles supera los 65 años.

La Iglesia de Inglaterra ha sobrevivido a mucho en sus casi cinco siglos de historia: ha resistido la Revolución Puritana de Cromwell, ha superado la Ilustración y la Revolución Industrial. Pero esta crisis es diferente. No se trata de dogmas teológicos o rituales litúrgicos, sino de la capacidad misma de la Iglesia para proteger a los más vulnerables y vivir de acuerdo con sus propios principios morales.

División entre los anglicanos

El próximo Arzobispo de Canterbury heredará una Iglesia profundamente dividida: entre progresistas y conservadores, entre el Norte y el Sur del mundo, entre la necesidad de modernizarse y el peso de la tradición. También tendrá que hacer frente a una sociedad británica cada vez más secularizada, donde el cristianismo corre el riesgo de convertirse, como se escribía recientemente en el The Observer (periódico británico que se publica los domingos), en "una antigüedad cultural más que una fuerza espiritual viva".

Me llamaron la atención particularmente algunas palabras de Justin Welby en sus declaraciones de dimisión cuando decía que existe "un profundo y sentido sentimiento de vergüenza por los fracasos históricos". Son palabras con las que pone fin a su servicio a la Iglesia de Inglaterra pero quizá, más aún, son como el epitafio a toda una manera de concebir la autoridad eclesiástica. La cuestión ahora no es si la Iglesia sobrevivirá -probablemente lo hará-, sino de qué forma. Y, sobre todo, si podrá encontrar esa voz moral que, como señaló amargamente la obispa de Newcastle Helen-Ann Hartley, parece haber perdido "cuando no supimos poner orden en nuestra propia casa".

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