“Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis?” (Mt 5, 43-46)
“Creció como un retoño delante de él, como raíz de tierra árida. No tenía apariencia ni presencia; (le vimos) y no tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no le tuvimos en cuenta” (Is 53, 2-3).
Es fácil establecer un paralelismo entre lo descrito por el profeta y lo que sufrió Jesús a manos de los soldados cuando lo escupieron, lo molieron a palos, se burlaron de él y le pusieron una corona de espinas.
En los momentos en los que una persona es acusada, encarcelada o difamada, son pocos los que apuestan por ella, y los que se declaran amigos suyos. Y sin embargo, Jesús no solo pasó por el sufrimiento del desprecio y de la humillación, sino que a todos los que sufran semejantes agravios, los bendice con las bienaventuranzas.
No solo serán benditos los que sufran persecución por causa de la justicia, o injustamente, sino que también lo serán quienes se compadezcan de los encarcelados e incluso de los propios enemigos.
¿Qué reacción tienes ante los que son difamados o ante los que te hacen mal?