“Una noche dijo el Señor a Pablo en una visión: «No temas, sigue hablando y no te calles, pues yo estoy contigo, y nadie te pondrá la mano encima para hacerte daño, porque tengo un pueblo numeroso en esta ciudad». Se quedó, pues, allí un año y medio, enseñando entre ellos la palabra de Dios” (Act 18, 9-11)
La fortaleza de los apóstoles, los primeros cristianos y los habitantes de las lauras, así como la de los mártires, se explica por la experiencia que narra san Pablo: “No temas, sigue hablando y no te calles, pues yo estoy contigo, y nadie te pondrá la mano encima para hacerte daño”.
Cuando contemplamos la vida ejemplar de aquellos que han alcanzado la corona de la santidad, su testimonio heroico no solo se debe a su empeño, fortaleza y reciedumbre, sino también al derroche de gracia al saberse amados por Dios.
Vivimos momentos propicios para sentir que la fidelidad al seguimiento de Jesús no solo depende del esfuerzo por mantenernos fieles a nuestra identidad cristiana, sino también del derroche de gracia y misericordia que recibimos. Conscientes de tanta gratuidad, surge la respuesta evangélica generosa.
¿Experimentas la gracia de la fe?