"Sería una lástima que pase desapercibida y que no se incardine de manera concreta y real en las dinámicas diocesanas" Benavent se estrena con una Carta Pastoral Jubilar

Papa Francisco y Enrique Benavent
Papa Francisco y Enrique Benavent

En pocas palabras quiere aprovechar la ocasión jubilar para que signifique un momento de profunda renovación diocesana

Enrique Benavent desmonta muchas seguridades en las que se basaba nuestra tarea evangelizadora y no invita a recorrer otros caminos como insistirá desde la comunión

Hace una llamada a la autocrítica severa y a la humildad, para hacer frente a las frustraciones pastorales. En una palabra ser conscientes que nuestro mundo y sus dificultades son las nuestras y las soluciones tienen que se las de hoy, no las de ayer. Las nostalgias en este caso son letales para la renovación a la que se nos convoca

Nos invita reiteradamente a una conversión pastoral que nos lleve a una nueva manera de vivir en la Iglesia

Sería una lástima que pase desapercibida y que no se incardine de manera concreta y real en las dinámicas diocesanas. ¿La han leído o están trabajándola los curas? ¿La están dando a conocer a los fieles, aunque sean resúmenes? ¿Están implicándose los distintos movimientos diocesanos en difundirla o van por libre? El objetivo merece la pena: aprovechar el Jubileo 2025 para dinamizar la Archidiócesis desde nuevas perspectivas pastorales

Hace unas semanas el Arzobispo de Valencia, Enrique Benavent, publicaba su primera carta pastoral. El objetivo fundamental es la preparación del Jubileo 2025 y para que se trate verdaderamente de un “kairos”, un momento de gracia, es necesario hacerlo de una manera seria y profunda, por eso: “dirigirme a todos los que os sentís miembros de nuestra iglesia diocesana para compartir con vosotros algunas reflexiones sobre el momento eclesial que estamos viviendo y el horizonte hacia el que creo que debemos caminar”.  En pocas palabras quiere aprovechar la ocasión jubilar para que signifique un momento de profunda renovación diocesana. Después de pasar revista a unos cuantos acontecimientos de la vida diocesana que “nos han producido una gran alegría, porque nos han hecho percibir que la fe está viva en nuestras tierras” presenta una clara conclusión: “Todos estos momentos y realidades eclesiales nos han permitido experimentar que, gracias a Dios, tenemos motivos para la esperanza, porque la Iglesia es una realidad viva. Os invito a que no nos instalemos en el pesimismo o en la desesperanza y a que sepamos dar gracias a Dios “siempre y en todo lugar” por toda la riqueza de vida cristiana que hay entre nosotros”. El punto de partida es que tenemos motivos suficientes para seguir alentando nuestra fe en este mundo que nos ha tocado vivir.

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A continuación con gran sentido de la realidad, analiza la situación de la Iglesia en general, y particularmente de la Iglesia Valentina en el momento actual: “no podemos ignorar una sensación que a menudo aparece en nuestras conversaciones cuando comentamos la situación eclesial en la que nos encontramos actualmente: es el sentimiento de que no estamos pasando unos tiempos fáciles para la vida de la Iglesia”. Y enumera algunas de las situaciones eclesiales en las que estamos inmersos: “El contexto cultural que nos rodea, en el que los interrogantes sobre Dios no tienen relevancia social, dificulta la apertura al Evangelio. La imagen de Iglesia que muchos de nuestros contemporáneos tienen, justificada o injustificadamente, ha provocado en amplios sectores de nuestra sociedad un distanciamiento y una desconfianza frente a ella como el “lugar de la verdad” acerca de Dios y de las propias opciones de vida. El proceso de transmisión de la fe se ha roto, tan vez porque confiábamos demasiado en la fuerza de la cultura cristiana que impregnaba la vida de nuestra sociedad, que, en realidad, no era tan fuerte. La vida sacramental ha entrado en crisis, hasta el punto de que la mediación eclesial y sacramental, que es una garantía para el encuentro salvador con Cristo, se ha convertido en una dificultad para muchos. La religiosidad popular, que puede predisponer el corazón para el encuentro con Dios y, de este modo, ayudar a la evangelización, a menudo es valorada únicamente por su dimensión cultural, es vivida superficialmente y, en algunas ocasiones, también presenta signos de debilidad.”. Enrique Benavent desmonta muchas seguridades en las que se basaba nuestra tarea evangelizadora y no invita a recorrer otros caminos como insistirá desde la comunión.

Papa Francisco y Enrique Benavent
Papa Francisco y Enrique Benavent

Insiste en sus análisis aterrizando realidades más concretas :“Si entramos a analizar las actitudes de muchos cristianos comprometidos en la vida de las parroquias e incluso de muchos sacerdotes, nos encontramos a menudo con un gran desánimo: nos pesan más los fracasos pastorales que la alegría por los frutos del trabajo…Si quisiéramos caracterizar la vida de la Iglesia en el momento actual, podríamos decir que tal vez estamos viviendo un momento en el que a muchos les puede invadir el pesimismo y la desesperanza”. Sin duda, un análisis sin entreguismos al desánimo, ni apocalipsis, pero llamando a las cosas por su nombre. Por eso, el Arzobispo insiste en que: “Algunas de las actitudes que a menudo afloran en la vida eclesial pueden ser reflejo de esta falta de esperanza: a menudo no vemos la utilidad de tanto esfuerzo y dejamos de creer en lo que hacemos, porque valoramos nuestro trabajo según la respuesta que encontramos a nuestras iniciativas pastorales y, cuando no es la que esperábamos o deseábamos, podemos caer en la tentación de pensar que lo que hacemos no sirve para nada”. Pero añade como antídoto: “hemos de revisar constantemente e interrogarnos sobre el modo de hacer las cosas, el lenguaje que utilizamos, la oportunidad de nuestras iniciativas, y los caminos más adecuados para conectar con nuestro mundo”.  Y nos recuerda no obstante que: “A menudo olvidamos que nuestros ritmos no coinciden con el ritmo de Dios; y que nuestro tiempo es el tiempo de la siembra y no el de la siega”. Estos dos últimos aspectos son una llamada a la autocrítica severa y a la humildad, para hacer frente a las frustraciones pastorales. En una palabra ser conscientes que nuestro mundo y sus dificultades son las nuestras y las soluciones tienen que se las de hoy, no las de ayer. Las nostalgias en este caso son letales para la renovación a la que se nos convoca.

En la misma línea añade una segunda actitud siempre nacida de la falta de esperanza: “perder la capacidad de percibir los signos y las realidades de vida cristiana que hay entre nosotros, que a menudo no se descubren a primera vista… como nos ha recordado el papa Francisco, hay mucha santidad de personas sencillas que viven la fe sin ningún tipo de protagonismo”. El desánimo nos puede conducir a no ser capaces de discernir todo lo bueno y maravilloso que pasa de parte de Dios a nuestro alrededor.

Primera Carta Pastoral de Enrique Benavent
Primera Carta Pastoral de Enrique Benavent Archivalencia

“Una tercera actitud… que puede poner en peligro la comunión eclesial, - recuerda Benavent- es acusarnos mutuamente de ser los culpables de la situación que estamos viviendo, como si las propias opciones pastorales fueran las únicas válidas para afrontar los retos del momento actual…No podrá haber una auténtica conversión pastoral en la Iglesia si no vivimos una conversión personal que nos lleve a vivir en ella desde las actitudes creadoras de una verdadera comunión entre nosotros y que llevan a una reforma de la Iglesia, que no consiste fundamentalmente en un cambio de sus estructuras externas, sino a hacer que en ella se trasparente cada día con más claridad el verdadero rostro de Cristo”. Estos son los parámetros desde los cuáles aborda el capítulo siguiente y más significativo, al que sitúa en el jubileo Eclesial de 2025.

Nos recuerda el Arzobispo que: “El lema del próximo jubileo (Peregrinos de la Esperanza) es una llamada a no caer en la tentación de la desesperanza… El papa Francisco nos ha advertido en muchas ocasiones del peligro de convertirnos en una Iglesia que solo piensa en sí misma: es la tentación de la auto-referencialidad”. Enrique Benavent sitúa a “La Esperanza… la vive aquel que no duda de la fidelidad de Dios y de que es Él quien conduce la historia. No es, por tanto, el optimismo que nace de nosotros mismos, de nuestras fuerzas y nuestras habilidades para conseguir un determinado objetivo”. Y posiciona claramente la esencia de la esperanza cristiana, en clave de misión: “La esperanza cristiana que debe animar la misión de la Iglesia nace de una mirada creyente sobre el modo de actuar de Dios en la Historia de la Salvación; se fundamenta en la certeza de que Dios, que es fiel a su palabra, cumple sus promesas de salvación; no se detiene en los resultados inmediatos de nuestras acciones y, sobre todo, parte de la primacía de la acción de Dios en la vida de la Iglesia…Nuestra esperanza está en la acción de Dios, por lo que, aunque en algún momento parezca que no tenemos motivos para el optimismo humano, no por ello debemos dejar de confiar en Dios, que es quien traza los caminos de la historia y conduce a su Pueblo hacia la meta del Reino de Dios”.

Para que esto sea posible y realizable: “una profunda espiritualidad … la escucha creyente de la Palabra…la participación en la celebración litúrgica del Misterio de Cristo, que tiene su centro en la Pascua… la vida de oración…el compromiso en favor de los más necesitados mediante el cual los cristianos hacemos visible el amor de Dios a los más pobres e indefensos, les abrimos una luz de esperanza en sus vidas, que apunta a la Esperanza definitiva del Reino de Dios, y sembramos en nuestro mundo la semilla de su Reino. Es así como los cristianos y toda la Iglesia caminaremos en medio de nuestro mundo como auténticos peregrinos de la Esperanza”.  Pero para Benavent, recordando al Papa Francisco: “el gran signo de una Iglesia esperanzada, que el papa Francisco no ha dejado de recordarnos en sus escritos desde el comienzo de su pontificado, es la alegría con la que vivimos y anunciamos el Evangelio.”.

Monseñor Enrique Benavent
Monseñor Enrique Benavent

Desde una perspectiva muy lúcida el Arzobispo de Valencia nos interpela a todos: “La conversión pastoral nos debe llevar a buscar nuevos caminos para la transmisión de la fe. Desde hace unas décadas estamos viviendo en la Iglesia una situación en la que las instituciones básicas que eran unos instrumentos eficaces para la transmisión de la fe (familia, escuela y parroquia), ya no cumplen esa función en la mayoría de los casos. La familia es una institución valorada por los jóvenes, pero más como un ámbito en el que se cubren las necesidades afectivas que como un referente para configurar los valores o las ideas desde los que orientar la vida. La escuela, en una sociedad pluralista como la nuestra, vive de una concepción de la educación como instrucción o transmisión de saberes en la que los modelos éticos o antropológicos están cada vez más ausentes. La parroquia y las otras instituciones eclesiales son víctimas de la desconfianza hacia la Iglesia que se ha instalado en grandes sectores de nuestra sociedad. De un modelo de transmisión de

la fe por herencia familiar o por el peso institucional que tenían la escuela y la parroquia, ahora hemos pasado a un modelo testimonial. El excesivo peso institucional, que en épocas pasadas era una ventaja en orden a la eficacia de la transmisión de la fe, hoy parece haberse convertido en un obstáculo”. Nos está invitando a una verdadera puesta en común sinodal desde las parroquias, arciprestazgos y Vicarías para que el Jubileo no se quede en algo folklórico, ir a visitar las tumbas de Pedro y Pablo, sino entrar en una dinámica de renovación a todos los niveles.

Benavent nos invita reiteradamente a una conversión pastoral que nos lleve a una nueva manera de vivir en la Iglesia: “La conversión pastoral nos pide en el actual momento eclesial una nueva manera de vivir en la Iglesia en la que se favorezca la participación de todos en la vida y en la misión eclesial, y que crezcamos de este modo en la comunión…Esa manera de vivir en la Iglesia debería llegar a todas las realidades presentes en nuestra diócesis, especialmente a las parroquias y a las estructuras diocesanas. No podemos olvidar que, a pesar de la gran pluralidad de realidades eclesiales y de grupos que existen en la actualidad, y de la movilidad que caracteriza el estilo de vida de nuestra sociedad, la parroquia continúa siendo para la gran mayoría de los bautizados el referente fundamental para su vida de fe. Detrás de este hecho hay un motivo teológico: aunque ningún cristiano es extraño allí donde se vive y se celebra la fe, los creyentes no podemos vivir la fe aisladamente. Necesitamos una comunidad concreta de hermanos donde celebrar habitualmente los sacramentos, escuchar la Palabra de Dios y vivir el mandato del amor. Eso enriquece mucho la vivencia de la fe. Todas las otras realidades eclesiales, métodos de evangelización, movimientos y grupos, etc. son constructores de Iglesia si sirven a la revitalización de la vida de las parroquias y comunidades cristianas. Solo así enriquecen a todos y se evita la tentación de la auto-referencialidad”.

El Arzobispo, en concreto, en concreto refiriéndose al Jubileo nos dice:”El año 2025 viviremos en la Iglesia un acontecimiento que puede ser un momento de renovación eclesial y de conversión personal…El Santo Padre desea también que esta celebración sea una ocasión para superar la tentación de la desesperanza que, a menudo, se hace presente en la vida eclesial, de modo que la Iglesia llegue a ser “cada vez más claramente signo e instrumento de la unidad en la armonía de la diversidad”. Una Iglesia que vive su misión sin esperanza no puede aportar nada valioso a nuestro mundo. Para que esto se haga realidad cada cristiano debe sentirse llamado a una participación responsable en la vida de la comunidad cristiana y todos debemos valorar los carismas y ministerios que el Espíritu Santo no cesa de conceder para la edificación de la única Iglesia”.

Benavent y Benlloch
Benavent y Benlloch

Y nos recuerda, Benavent, el camino concreto que el Papa Francisco propone para prepararnos al Jubileo: “recordar las enseñanzas de las cuatro constituciones del Concilio Vaticano II…El Jubileo debería servir para centrar la vida de nuestra diócesis en la perspectiva del Concilio y, de este modo, crecer en la sinodalidad como rasgo que debe caracterizar la vida de la Iglesia…La profundización en las enseñanzas de la Constitución sobre la Iglesia (Lumen Gentium), así como la segunda asamblea sinodal que se celebrará durante el mes de octubre de este año, nos deberían llevar a vivir el auténtico espíritu eclesial que buscó el Concilio Vaticano II…el Concilio nos indica el único camino adecuado para crecer en la comunión: no se trata de discutir sobre lo que cada uno piensa que debe ser la Iglesia, sino de preguntarnos cómo quiere el Señor que sea la Iglesia. Una aproximación al misterio de la Iglesia desde una perspectiva ideológica conduce a la división. Las constituciones sobre la Liturgia (Sacrosanctum concilium) y la Palabra de Dios (Dei Verbum) nos pueden ayudar a reflexionar sobre nuestra vivencia de los sacramentos y sobre el lugar que la Palabra ocupa en la vida de nuestras parroquias y comunidades…El Vaticano II, en la constitución sobre la Iglesia en el mundo actual (Gaudium et Spes), nos invitó a situarnos en la sociedad haciendo nuestros los sufrimientos y las esperanzas de los hombres y mujeres de nuestro tiempo; a buscar caminos para un diálogo sincero, y al mismo tiempo crítico en algunas ocasiones, con la cultura y los valores predominantes en nuestro mundo; a dar razón de nuestra esperanza con delicadeza y respeto; y a comprometernos, cada cual desde su vocación, en la tarea de construir un mundo que sea sacramento del Reino de Dios…Además de proponernos el estudio de las cuatro grandes constituciones conciliares para que continúen siendo la inspiración fundamental de la vida y de la misión de la Iglesia, el Papa nos ha sugerido que el año 2024 sea un tiempo dedicado a la oración. Una vida eclesial sin la profundidad que dan la oración y el encuentro con Dios deriva hacia un mero activismo y hacia la superficialidad”

Y añade, el Arzobispo Benavent, sobre la necesaria dimensión fraterna de los años jubilares: “Si como cristianos estamos llamados a alentar la esperanza de nuestro mundo, no podemos olvidar la dimensión social del jubileo: debemos recuperar el sentido de la fraternidad universal; no podemos cerrar los ojos ante la pobreza que impide a tantos hermanos nuestros vivir de manera humanamente digna; estamos llamados a ayudar a los numerosos refugiados que se ven obligados a abandonar sus países y a luchar, de este modo, por un mundo más justo. Desde sus orígenes bíblicos, el año jubilar ha sido siempre una llamada a restablecer en nuestro mundo la justicia querida por Dios. En este momento histórico, el Papa no quiere que nos olvidemos de una de las preocupaciones que los cristianos compartimos con toda la humanidad, que es la necesidad de cuidar de la casa común”. Y reitera claramente: ”La dimensión espiritual del jubileo no debería separarse de estos aspectos fundamentales de la vida social porque, en caso contrario, la celebración sería incompleta”

Finalmente recuerda Benavent: “En todos los momentos de la historia de la Iglesia, los cristianos somos conscientes de que hemos sido precedidos por una gran cantidad de testigos de la fe que se han mantenido fieles a la llamada del Señor y se han dejado guiar por el Espíritu Santo, incluso en momentos y situaciones más difíciles que la nuestra. A ellos debemos dirigir nuestra mirada… Nuestra diócesis ha sido enriquecida, por gracia de Dios, con abundantes frutos de santidad”.

Y encomienda a María el camino de preparación al Jubileo: “Nuestra mirada creyente se dirige especialmente a María, la Madre del Señor… Ella vivió, como todos nosotros, un auténtico camino de fe en el que no faltaron momentos de oscuridad y de prueba. Al contemplarla como modelo, descubrimos que afrontó todas las situaciones sin perder la confianza en Dios, con una fe esperanzada. siguiéndola, no nos extraviaremos; dirigiendo a Ella nuestras plegarias, no desesperaremos; pensando en Ella, evitaremos los errores. Si Ella nos sostiene, no caeremos; si Ella nos protege, nada tendremos que temer; si Ella nos conduce, no nos cansaremos; con su favor, llegaremos a la meta. ¡Que Ella guíe el caminar de nuestra diócesis y sostenga nuestra esperanza!”

Un texto que merece su estudio y profundización en las parroquias para que podamos establecer una longitud de onda común, dentro de la pluralidad de opciones. Ante las dificultades, lo más importante es encontrar caminos de dialogo y de compartir experiencias, fracasos y logros. Sería una lástima que pase desapercibida y que no se incardine de manera concreta y real en las dinámicas diocesanas. ¿La han leído o están trabajándola los curas? ¿La están dando a conocer a los fieles, aunque sean resúmenes? ¿Están implicándose los distintos movimientos diocesanos en difundirla o van por libre? El objetivo merece la pena: aprovechar el Jubileo 2025 para dinamizar la Archidiócesis desde nuevas perspectivas pastorales. 

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