Bergoglio, Papa Francisco
Unas semanas antes del fallecimiento de Juan Pablo II, durante un viaje a la ciudad eterna, me encontré con un amigo, ya fallecido, muy cercano a los colaboradores inmediatos del Papa. Ante la inminencia de la muerte del Pontífice, me atreví a preguntarle sobre el posible nuevo Papa y los posibles candidatos. Sin dudarlo un segundo, me respondió, Ratzinger. La razón era muy sencilla. Después de un largo Papado, los cardenales votarán seguridad y continuidad. Me lo decía quien era colaborador también del Cardenal Ratzinger, en la Congregación de la Doctrina de la Fe. Y así aconteció. Probablemente Ratzinger daba seguridad, aunque también una cierta vulnerabilidad, ya que los últimos años de Juan Pablo II, habían supuesto el ascenso de muchos generales con galones y aspiraciones. A pesar del esfuerzo de Benedicto XVI y su equipo de colaboradores el caos y la decadencia se fueron instalando en el Palacio Apostólico. El asalto al primer cinturón de Benedicto XVI, no tardó en llegar. Confidencias en las penumbras, conversaciones a media voz, contubernios en las logias, idas y venidas de los mensajeros, manos negras,…Los fantasmas de otras épocas de la Historia de la Iglesia resucitaban con fuerza. El rostro de la Iglesia se desfiguraba cada vez más. Muchos cristianos se avergonzaban de las noticias que situaban al Vaticano como un ente descontrolado. Joseph Ratzinger se vio abrumado y sobrepasado. Un hombre netamente intelectual, tiró la toalla ante las conjuras de los necios. Y un buen día les sorprendió a todos y les dejó descolocados. En un latín impecable, anunció su renuncia a seguir llevando la barca de Pedro. Pero ese gesto de profunda honestidad noqueó a más de uno, que no entendió el mensaje fundamental. Podía sonar así: esto está tan lleno de dificultades, léase podredumbre, que es necesaria una savia nueva. Pasarán siglos y la Iglesia seguirá recordando a Benedicto XVI como el Papa que facilitó la renovación de la Iglesia en el siglo XXI. Y aquí entra en la historia, Jorge Bergoglio. Un hombre del fin del mundo, que al parecer de los vaticanistas, ya había sido candidato, pero que, en principio ya no se contaba con él.
Benedicto XVI, indirectamente marcó un camino muy claro: un curial no. Un hombre de la “Casa” prolongaría esa situación viciada que se había instalado en el corazón de la Curia Romana. La Curia necesitaba una regeneración, era preciso reinventarse. Y no se podía hacer desde dentro. Hacía falta un hombre libre y lejano de todas esas cuitas. El camino para la elección de Bergoglio estaba abierto. Un hombre de un solidez espiritual, de un buen espíritu de discernimiento y lejano a las ansias de poder. Sin duda, muchos cardenales de la periferia hartos de esas situaciones volverían sus miradas hacia alguien de una cierta edad, que garantizara una renovación sin sobresaltos. El italianismo Papal sufría un golpe de muerte. Francisco tuvo claro desde el primer momento quien le había elegido y para qué. El Espíritu Santo que da libertad a los hijos de Dios renovar la Iglesia. Se estaba hablando demasiado de la Iglesia en términos poco evangélicos: dineros, escándalos sexuales, pedofilia. Un nuevo impulso era absolutamente necesario. Se imponía la necesidad de renacer desde sus raíces. Con él, el evangelio adquiría de nuevo protagonismo. Así de sencillo. Hacía falta volver a lo más elemental.
Francisco no está engañando a nadie. Francisco está reseteando la Curia poco a poco. Las expectativas de muchos se han visto truncadas con la elección de este Papa, porque desde el primer momento ha marcado un camino muy claro. Es posible para un Papa vivir más sencillamente, tener un discurso comprensible y unos gestos evangélicos. El Papa Francisco no es el fruto de una campaña electoral, en la que candidato es diseñado por el marketing. Francisco es así de natural, y así continuará esa renovación sin prisas, pero sin pausas. A pesar de las muchas zancadillas de algunos resentidos de la Curia. Francisco tiene claro el apoyo del pueblo de Dios, que respira a fondo y a pleno pulmón con este Papa. Por eso, hoy en día, se comprenden mal, estilos y formas, gestos y palabras de otra época. En cada homilía, en cada intervención está marcando un camino para los obispos, sacerdotes y para todos los cristianos de buena voluntad. Esperemos que esta primavera dure lo suficiente para dejar establecidos algunos puntos de no retorno. Y que en todos los escalones se vaya asimilando el estilo de Francisco, aunque a muchos les está costando demasiado.