Francisco no es una tormenta de verano, en todo caso un temporal
En la Iglesia Universal y Española estamos viviendo un tiempo tormentoso, pero al mismo tiempo fecundo. El Pontificado del Papa Francisco, sin duda invita a reflexionar y a alinearse. Francisco no es una tormenta de verano, en todo caso un temporal. Su mensaje, como la lluvia fina isaiana, va calando en muchas tierras “resecas, agostadas, sin agua” como nos recuerda el salmista. Y, además no para…cada día desde Santa Marta, las audiencias de los miércoles, las peregrinaciones de los fines de semana…Por eso no podemos instalarnos en la indiferencia ante las propuestas del Papa Francisco.
A la luz del mensaje de Francisco, tenemos que definirnos ante muchas palabras y gestos de nuestros prelados patrios. El tiempo de la comunión forzada en las alturas ha terminado. El mito de la balsa de aceite ha llegado a su fin. El pluralismo se ha instalado entre los mitrados, y esto es positivo, porque así ya sabemos más claramente quien es quien. En un artículo reciente en este digital, Jesús Bastante, lo deja bien claro. Evidentemente, lo que antes sospechábamos, ahora se hace cada vez más patente. No obstante, desde Roma para los suyos y desde Madrid para los nuestros, sería importante trazar unas líneas rojas. Más allá de las cuáles se siembra la des-comunión y el desconcierto. El pluralismo, en principio siempre es sano, pero no puede amparar el sectarismo, cuando está en juego lo esencial en la transmisión del mensaje cristiano. La Conferencia Episcopal es el contexto más adecuado para que nuestros prelados manifiesten el pluralismo a todos los niveles. Y esto a los laicos no nos escandaliza, en todo caso lo contrario cuando sabemos que es artificial o forzado.
Por otro lado, este pluralismo eclesial es una llamada a la madurez de los laicos. En estos tiempos, una buena formación e información es la mejor opción para situarse en este momento eclesial. Y mucha “intuición” para elegir el camino que más cuadra con nuestra sensibilidad. Estamos llamados a ponernos en la fila de aquellos que sentimos, desde lo más profundo de nuestras entrañas, la autenticidad. Sin duda es lo que estamos percibiendo en el Papa Francisco muchos cristianos en nuestros tiempos. Un mensaje claro, profundo y legible al mismo tiempo. Sus palabras son perfectamente comprensibles para la mayoría de la gente sencilla. Uno, a veces se pregunta, para quien hablan o escriben, ciertos prelados.
El Papa Francisco nos invita, cada día, a asumir el riesgo de la libertad cristiana, a transitar territorios nuevos para el compromiso cristiano. Y esto va calando poco a poco en mucha gente. Hace unas semanas, de peregrinación en Roma, pude percibir en la Plaza de San Pedro una escucha muy activa por parte de los numerosos fieles allí reunidos. Sin duda, muchos cristianos, en Francisco, intuyen la cercanía y la frescura del evangelio, a pesar de las limitaciones institucionales. Su mensaje es siempre concreto y abierto al mismo tiempo. Traza sendas, hace propuestas, invita, pero cada uno, desde su madurez y libertad tiene que elegir. Esto, por supuesto, es mucho más complicado que el cristianismo de consignas y recetas. Esta manera de asumir el evangelio con imaginación creadora genera madurez. El Papa Francisco, sin duda desea cristianos lúcidos, críticos y audaces, por eso combate sin cuartel la indiferencia. Para Francisco, la indiferencia es la madre de todas las parálisis, porque nos sitúa en el egoismo integral.
Y, junto a sus palabras también sus gestos, su espontaneidad, desde los primeros tiempos de su Pontificado, en el trato con la gente. El gesto valiente de Lesbos, solidaridad químicamente pura y ecumenismo pragmático. Todo un mensaje para los políticos europeos. El Papa Francisco es, sin duda, incómodo para las políticas neoliberales tan agresivas que están de moda en nuestro continente. Y, ecumenismo activo, que comparte lo esencial del mensaje cristiano: el amor a lo más necesitados. Nada de postureo.
Por supuesto que esta forma de asumir nuestro compromiso cristiano es más arriesgada, ya que nos sentiremos confrontados dentro y fuera de la Iglesia. Nuestras claudicaciones, incoherencias y contradicciones serán juzgadas con crueldad y severidad. Pero, al menos estaremos en camino, no hacia cualquier lugar, sino hacía la realización de nuestro compromiso cristiano, en la línea del Papa Francisco.
A la luz del mensaje de Francisco, tenemos que definirnos ante muchas palabras y gestos de nuestros prelados patrios. El tiempo de la comunión forzada en las alturas ha terminado. El mito de la balsa de aceite ha llegado a su fin. El pluralismo se ha instalado entre los mitrados, y esto es positivo, porque así ya sabemos más claramente quien es quien. En un artículo reciente en este digital, Jesús Bastante, lo deja bien claro. Evidentemente, lo que antes sospechábamos, ahora se hace cada vez más patente. No obstante, desde Roma para los suyos y desde Madrid para los nuestros, sería importante trazar unas líneas rojas. Más allá de las cuáles se siembra la des-comunión y el desconcierto. El pluralismo, en principio siempre es sano, pero no puede amparar el sectarismo, cuando está en juego lo esencial en la transmisión del mensaje cristiano. La Conferencia Episcopal es el contexto más adecuado para que nuestros prelados manifiesten el pluralismo a todos los niveles. Y esto a los laicos no nos escandaliza, en todo caso lo contrario cuando sabemos que es artificial o forzado.
Por otro lado, este pluralismo eclesial es una llamada a la madurez de los laicos. En estos tiempos, una buena formación e información es la mejor opción para situarse en este momento eclesial. Y mucha “intuición” para elegir el camino que más cuadra con nuestra sensibilidad. Estamos llamados a ponernos en la fila de aquellos que sentimos, desde lo más profundo de nuestras entrañas, la autenticidad. Sin duda es lo que estamos percibiendo en el Papa Francisco muchos cristianos en nuestros tiempos. Un mensaje claro, profundo y legible al mismo tiempo. Sus palabras son perfectamente comprensibles para la mayoría de la gente sencilla. Uno, a veces se pregunta, para quien hablan o escriben, ciertos prelados.
El Papa Francisco nos invita, cada día, a asumir el riesgo de la libertad cristiana, a transitar territorios nuevos para el compromiso cristiano. Y esto va calando poco a poco en mucha gente. Hace unas semanas, de peregrinación en Roma, pude percibir en la Plaza de San Pedro una escucha muy activa por parte de los numerosos fieles allí reunidos. Sin duda, muchos cristianos, en Francisco, intuyen la cercanía y la frescura del evangelio, a pesar de las limitaciones institucionales. Su mensaje es siempre concreto y abierto al mismo tiempo. Traza sendas, hace propuestas, invita, pero cada uno, desde su madurez y libertad tiene que elegir. Esto, por supuesto, es mucho más complicado que el cristianismo de consignas y recetas. Esta manera de asumir el evangelio con imaginación creadora genera madurez. El Papa Francisco, sin duda desea cristianos lúcidos, críticos y audaces, por eso combate sin cuartel la indiferencia. Para Francisco, la indiferencia es la madre de todas las parálisis, porque nos sitúa en el egoismo integral.
Y, junto a sus palabras también sus gestos, su espontaneidad, desde los primeros tiempos de su Pontificado, en el trato con la gente. El gesto valiente de Lesbos, solidaridad químicamente pura y ecumenismo pragmático. Todo un mensaje para los políticos europeos. El Papa Francisco es, sin duda, incómodo para las políticas neoliberales tan agresivas que están de moda en nuestro continente. Y, ecumenismo activo, que comparte lo esencial del mensaje cristiano: el amor a lo más necesitados. Nada de postureo.
Por supuesto que esta forma de asumir nuestro compromiso cristiano es más arriesgada, ya que nos sentiremos confrontados dentro y fuera de la Iglesia. Nuestras claudicaciones, incoherencias y contradicciones serán juzgadas con crueldad y severidad. Pero, al menos estaremos en camino, no hacia cualquier lugar, sino hacía la realización de nuestro compromiso cristiano, en la línea del Papa Francisco.