¿A quién le importa la salud mental de los curas?
Sin embargo, cuando aterrizamos en la realidad muchos sacerdotes se sienten impotentes y atrapados por situaciones que les superan. Desde ese momento entran en el oscurantismo y la clandestinidad. Malviven con esa lacra, que a largo plazo se ha convertido en una segunda naturaleza y no les deja vivir felices y realizados. Están clamando una ayuda de la comunidad cristiana y de la fraternidad sacerdotal.
Ciertamente en España hay muchos sacerdotes que viven en perfecta armonía su sacerdocio y asumen sus compromisos con las normales tensiones, pero con un alto nivel de realización, que se refleja en su vida privada y en su tarea pastoral.
Lo más preocupante el suicidio, pero también las dobles vidas de índole sexual, que conllevan problemas de conciencia impresionantes, el juego, el dinero, las drogas y, un sinfín de problemas que nacen en ese caldo de cultivo.
La nueva cúspide la Conferencia Episcopal debería plantearse la realización de un estudio, a nivel diocesano y nacional, desde la prudencia y la confidencialidad, en torno a la salud mental del clero, de tal manera que los datos sirvieran para cada Diócesis y para la CEE. Evidentemente estaríamos hablando de muestras muy importantes y de un equipo de expertos. Una inversión seria.
| José Luis Ferrando Lada
¿A quién le importa la salud mental de los curas?
La respuesta aparentemente es muy sencilla, a ellos mismos y a sus familias, pero también a los obispos. Sin embargo, cuando aterrizamos en la realidad muchos sacerdotes se sienten impotentes y atrapados por situaciones que les superan. Desde ese momento entran en el oscurantismo y la clandestinidad. Malviven con esa lacra, que a largo plazo se ha convertido en una segunda naturaleza y no les deja vivir felices y realizados. Están clamando una ayuda de la comunidad cristiana y de la fraternidad sacerdotal.
Ciertamente en España hay muchos sacerdotes que viven en perfecta armonía su sacerdocio y asumen sus compromisos con las normales tensiones, pero con un alto nivel de realización, que se refleja en su vida privada y en su tarea pastoral.
No obstante un reciente estudio publicado en varios medios y en este portal presenta una investigación realizada por Damián Picornell, párroco de la Iglesia de San Roque en Almansa (Albacete) y psicólogo, de que el síndrome de ‘burnout’ o quemarse en el trabajo también afecta a los curas. Entre los motivos, que cada vez tienen más carga de trabajo o que es un colectivo que se rejuvenece poco. “La media de edad aumenta entre los sacerdotes y esto hace que los más jóvenes tengan más sobrecarga de trabajo”, señala Picornell, quien considera, además, que también puede afectarles negativamente “el vivir en soledad”. Otros estudios realizados en países europeos abundan en parecidos resultados. El padre Giovanni Cucci en un ensayo recién publicado por La Civiltà Cattolica, afirma que el estrés y la soledad golpean por igual a los sacerdotes. En este sentido, el agotamiento y la sensación de inadecuación son síntomas a vigilar. «Se trata de un malestar destinado a crecer, porque los sacerdotes tienen a menudo varias parroquias que administrar, sin residir en ninguna de ellas, y a las tareas administrativas se añaden las responsabilidades canónicas, civiles y penales», escribe Cucci.
En Francia, el 25 de noviembre de 2020 se presentó un estudio financiado por la Conferencia Episcopal Francesa (CEF) y la Mutualité Saint Martin sobre la salud de los 6.400 sacerdotes diocesanos menores de 75 años que trabajan en las 105 diócesis.
Cuando se les pregunta en general cómo se sienten, la inmensa mayoría responde «bien» o «bastante bien» (93,3%); sin embargo, el 40% siente un bajo grado de realización personal y malestar en relación con la jerarquía eclesiástica, a menudo debido a problemas de gestión; dos de cada cinco sacerdotes tienen problemas con el alcohol y el 8% son adictos. Sin embargo, lo que más preocupa a los obispos es que el 2% de sus sacerdotes sufre de forma grave de burnout: el 7% experimenta «fatiga de forma elevada» y el 76% de forma débil; sólo el 15% parece estar exento.
También, desde hace algún tiempo, ha habido un aumento impresionante de suicidios entre los sacerdotes en Brasil. Durante el año 2018, 17 sacerdotes se quitaron la vida y otros 10 en 2021. La Conferencia Episcopal de Brasil también inició investigaciones. Los expertos consultados señalaron el exceso de trabajo, la falta de ocio, la soledad y la pérdida de motivación entre los posibles factores que llevan a algunos religiosos al suicidio (…) De las entrevistas realizadas, sin embargo, se desprende que el problema más común es la depresión: Un sacerdote joven en un país como Brasil, donde puede enfrentarse a mucho – demasiado – trabajo pastoral, puede llegar a una actitud digamos hiperresponsable, que fácilmente desemboca en activismo, que a su vez se convierte en estrés, y éste en ansiedad y depresión. Y a menudo está solo y no puede cuidar de sí mismo«.
También en Italia se han realizado estudios sobre el malestar entre los sacerdotes. Una investigación realizada en 2005 en Padua (una de las diócesis donde hay más sacerdotes, 806 en el momento de la investigación) muestra resultados muy similares a los encontrados en Francia. De las entrevistas se desprenden 2 grandes grupos (124 sacerdotes cada uno) antitéticos: para el primer grupo «todo va bien», mientras que el segundo se siente «agotado», con altos niveles de depresión, falta de implicación y escasa realización personal. Hay otras categorías, menos numerosas, pero que sienten una situación bastante similar a la de los «agotados».
Lo más preocupante el suicidio, pero también las dobles vidas de índole sexual, que conllevan problemas de conciencia impresionantes, el juego, el dinero, las drogas y, un sinfín de problemas que nacen en ese caldo de cultivo.
A todos nos debería importar que los sacerdotes vivan felices y realizados, y que sientan que compartimos sus dificultades con calor fraterno, ya que los sacerdotes también sufren y lloran…No son superhéroes.
Pero particularmente los obispos deberían tener la prioridad de salvaguardar -como lo haría todo buen padre con sus hijos- el bienestar de sus sacerdotes. Un sacerdote es ser humano con todas las vicisitudes, debilidades y virtudes de la naturaleza humana. Generar confianza y ayudar a sanar los corazones es un camino que no se puede dar por descontado.
La nueva cúspide la Conferencia Episcopal debería plantearse la realización de un estudio, a nivel diocesano y nacional, desde la prudencia y la confidencialidad, en torno a la salud mental del clero, de tal manera que los datos sirvieran para cada Diócesis y para la CEE. Evidentemente estaríamos hablando de muestras muy importantes y de un equipo de expertos. Una inversión seria. El objetivo es poner en marcha una política preventiva lo suficientemente potente para que ese porcentaje de sacerdotes que viven situaciones terribles y frustrantes encuentren la ayuda cualificada necesaria, y las nuevas generaciones asuman las dificultades, con realismo, que conlleva la vida sacerdotal. Los sacerdotes es uno de los valores más grandes de la Iglesia, por eso estamos llamados a acompañarles con autenticidad y sinceridad, y sin chismorreos. Necesitan cariño y afecto de sus fieles, pero “sin butifarras” atenazantes como dicen en mi tierra. Cuidar a los sacerdotes ancianos es un deber ineludible, pero también a los sacerdotes activos con dificultades, desde la verdad ayudarles a salir de ciertos infiernos.