Cuando los obispos se convierten en un problema…

Uno de los procesos más opacos en nuestra Iglesia Católica es la elección de obispos. La nominación episcopal significa entrar en una terna. Una vez que el nombre se encuentra en la misma, a continuación vienen los informes secretos. Aunque a veces la gente “canta” y pasa de las terribles condenas anunciadas por revelar el secreto pontificio. Las anticipaciones de los nombramientos son clamorosas. Después un dedo señala al candidato y, finalmente, previa aceptación por parte del mismo, la proclamación pública. No obstante, durante el proceso pueden tener lugar interferencias de todo tipo. Por eso nunca se sabe…Los hombres de Iglesia, a pesar de las espinilleras, no están exentos de zancadillas. La discreta llamada de Nunciatura marca el final del proceso antes de la aceptación. En cualquier caso, esta elección es para siempre. Y esto, algunas veces puede convertirse en un problema.

En cada país, corresponde al Nuncio Apostólico realizar esas tareas electivas, “pastorear” y gestionar los problemas que puedan plantear los obispos. No es una tarea fácil. Acertar en la elección, a pesar de los filtros, es una lotería, y el error puede ser nefasto. ¡Demasiadas horas extras para el Espíritu Santo!.

Y, en cuanto al “pastoreo” de los obispos, en la España actual estamos asistiendo a una lista, más o menos amplia, dependiendo de los observadores, de obispos problemáticos. Unos por razones ideológicas, otros por comportamientos imprudentes de todo tipo o fallidos, y algunos por ser incompatibles con las tendencias eclesiales actuales. Sin olvidar a algunos que baculizan con tanta voracidad que parecen que se han tragado alguna “paloma” con plumas incluidas. Alguno se “enroca” en su palacio. Evidentemente los hay muy buenos: pastores e inteligentes servidores de la Santa Madre Iglesia, que han estado marginados en estas últimas décadas. Conozco personalmente la calidad y la valía de alguno de ellos sin grandes títulos, pero muy ovejero; mientras que otros con “titulitis crónica” parecen grandes señores venidos a menos, con unas formas y discursos absolutamente rancios. Me precio de haber compartido, en tiempos jóvenes, campamentos de verano con un par de obispos actuales. Y alguna que otra reunión y charla con alguno más. No quiero citar nombres de problemáticos, porque no me gusta tocar de oído, pero en la mente de los lectores seguro que tienen algunos ejemplares. De todos modos, resulta cada vez más difícil aplicar el método patentado clericalmente que se define con el latinajo “promoveatur ut removeatur”, a saber: que alguien sea promovido a un puesto más elevado para ser removido de su actual puesto. En los casos episcopales es muy complicado actualmente por razones obvias: todo se sabe.

De todos modos, si se acierta en la elección, el “para siempre" es saludable. Pero lo contrario puede convertirse en una eternidad para el Pueblo de Dios, que se preguntará: ¿qué hemos hecho para merecer este castigo? Por eso, hoy más que nunca, los analistas de la documentación de los candidatos aspirantes a la mitra hacen las valoraciones con temor y temblor. Muchos informes pueden estar cargados de amistad interesada o por haber cerrado los ojos ante realidades cuestionables. No dudamos de la sinceridad y buena voluntad de los informantes, que pueden estar consciente o inconscientemente condicionados. No les arriendo la ganancia ante esta responsabilidad eclesial. Tampoco estaría mal que, por medio de los Consejos Parroquiales, el pueblo de Dios llano, pudiera emitir alguna opinión para hacer creíble aquello: “consultado el pueblo de Dios”. Al menos en la Parroquia o lugares donde haya ejercido su ministerio. Ni olvidemos el “sensus fidei”. Hoy, tenemos medios para que esto pueda hacerse con garantías.

En estos momentos, sin embargo, la tarea no sería tanto tapar los agujeros episcopales que existen en nuestras diócesis, sino ahondar en el “perfil” del obispo, pero sobre todo en el contenido de su ministerio. Vivimos tiempos de cambio. Demasiado despacho y poca calle alejan al Pastor de sus ovejas. Demasiado calle y poco despacho pueden convertirle en un populista sin fundamento. Demasiado despacho y poca capilla hacen de ese obispo un funcionario de lo sagrado. Demasiada capilla y poca calle le sitúan fuera de la realidad. Una buena y equilibrada dosis de estas tres dimensiones (Capilla, Despacho, Calle) pueden dar con el perfil adecuado. Añadiendo a esto, presencias y talantes fraternos y cercanos. La cruz en el pecho no debería alejar, sino acercar. Y mucho sentido común. No desearía que fuera verdad, aquello que decía un profesor mío: “Meno la testa pensa, più presto arriva l´excellenza” (cuanto menos piensa la cabeza, antes llega el Excelencia). Nadie pide obispos perfectos, pero tampoco que se crean que lo son por defecto. Ni tampoco que el pueblo de Dios les pidamos lo que son incapaces de darnos, pero sí lo que el Señor les pide para servir con su carisma propio a la Iglesia. En estos momentos se está, sin duda, preparando un cambio generacional de prelados ovejeros. De ahí la prudencia de la Roma actual en los nombramientos.

José Luis Ferrando Lada
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