Resistencia a quienes esclavizan: personas o instituciones que no respetan los derechos humanos Ser hijos de Dios, la mayor dignidad humana (Domingo 2º de Navidad 2ª Lect. 05.01.2025)

Elegidos, “en Cristo”, para ser hijos

Comentario:Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo” (Ef 1,3-6.15-18)

La mayoría de investigadores bíblicos considera esta carta, atribuida a Pablo, como una circular a las comunidades de Asia Menor (península de Anatolia, en Turquía), de autor desconocido. Éfeso, en la época de Augusto, era la ciudad más importante del Imperio Romano en Asia. Dos fragmentos del primer capítulo. Los versículos 1-6 son parte de un himno o eulogía (palabra de alabanza), que se extiende desde el versículo 3 al 14. Origen litúrgico, tal vez bautismal. También Pablo, en sus cartas auténticas, introducía himnos o fragmentos hímnicos (1Cor 13,1-13; Flp 2,5-11; Rm 11,33-36; 2Cor 1,3-4), originales o procedentes de sus comunidades. Como ahora, hay letras de cantos que son verdaderas cátedras de teología espiritual.

Este himno es una bendición ascendente a Dios.Decimos bien” de Dios de forma exclamativa con un participio verbal: “Bendito (Εὐλογητὸς) el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”. Este es nuestro “Dios”. “A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer” (Jn 1, 18). Por la palabra y vida de Jesús de Nazaret lo hemos conocido. Este “Dios” es el sujeto activo de todas las acciones del himno, por las que le “bendecimos”:

a) “Nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos”. Dios, desde siempre, “ha dicho bien” de nosotros “en Cristo”. Nos ha bendecido con el Espíritu (ἐν πάσῃ εὐλογίᾳ πνευματικῇ: en toda bendición espiritual) dado por Cristo. El Padre que ve, mira y ama a su Hijo, ve, mira y ama a todo ser humano, “única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo” (GS 24). Por eso dice Pablo: “Estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8,31-39).

b) “Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor”. Antes de existir, nos “eligió” en su Hijo. Nuestros padres han cooperado con Dios para que lleguemos a existir. Ellos no eligieron nuestra identidad; querían un hijo/a, pero no podían elegirnos de antemano. El único que nos conoció desde siempre es Dios: él nos eligió “antes de la fundación del mundo” para que fuéramos “buenos” viviendo en su Amor como Él y su Hijo.

c) “Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en el Amado”. Esta es la realidad “misteriosa” de nuestra vida: somos hijos de Dios, Padre de Jesús. Ser hijo de Dios supone no ser esclavo de nada ni de nadie. Ni siquiera de nuestro Creador, pues no ha hecho hijos, libres por amor. Cuánto menos de otras realidades y personas. De aquí surge la lucha por no dejarnos esclavizar de realidades deshumanizantes (internas o externas) ni de personas que quieren dominarnos y utilizarnos para sus fines egoístas. Toda institución debe estar al servicio de las personas, valor supremo humano. No puede permitirse que una institución, por muy sagrada que se considere, exija algo que menoscabe o dañe al ser humano. Desde este punto de vista, la Iglesia debe eliminar algunas leyes que cercenan los derechos humanos (celibato obligatorio para ministerios, prohibir el ministerio “ordenado” a la m mujer…).

En el segundo fragmento (vv. 15-18), el autor reconoce queha oído hablar de vuestra fe en Cristo (ἐν τῷ κυρίῳ Ἰησοῦ: en el señor Jesús) y de vuestro amor (τὴν ἀγάπην: caridad) a todos los santos”. La información le lleva a “dar gracias por vosotros, recordándoos en mis oraciones”. Los deseos de su oración son:

a)que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría (πνεῦμα σοφίας) y de revelación para conocerlo (ἀποκαλύψεως ἐν ἐπιγνώσει αὐτοῦ: de “quitar la cubierta” en su reconocimiento)”. Deseos de todo creyente: afán de saber vivir y de reconocer lo que el Padre, dador de nuestra vida, quiere de nosotros.

b) “ilumine los ojos de vuestro corazón(τοὺς ὀφθαλμοὺς τῆς καρδίας ὑμῶν: los ojos de vuestro corazón -asiento de pasiones y facultades del alma-: que nuestras tendencias y capacidades vean lo mejor para nosotros) para que comprendáis (εἰς τὸ εἰδέναι ὑμᾶς: hacia el saber vosotros) cuál es la esperanza a la que os llama (ἡ ἐλπὶς τῆς κλήσεως αὐτοῦ: cuál es la esperanza de su llamada), cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos”. Su herencia es su clero (κληρονομίας αὐτοῦ): todos los cristianos. Este nombre ha sido hurtado por los servidores principales de la Iglesia: obispos, presbíteros y diáconos. Hoy aún siguen llamándose “clero” frente al laicado (pueblo), como si ellos no fueran "pueblo".

Oración:Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo” (Ef 1,3-6.15-18)

Jesús, hermano nuestro:

nos unimos a las comunidades de todos los tiempos

para agradecer tu presencia divina entre nosotros.

“¡Bendito sea Dios, Padre tuyo, Señor nuestro Jesucristo!

él nos ha bendecido en ti, Cristo,

con toda clase de bendiciones espirituales, con tu mismo Espíritu.

Él nos eligió en ti, Cristo, antes de la fundación del mundo:

para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor.

Él nos ha destinado por medio de ti, Jesucristo,

según el beneplácito de su voluntad,

a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia,

que tan generosamente nos ha concedido

en ti, el Amado suyo y nuestro” (Ef 1,3-6).

Gracias a ti, Jesús, nos sabemos:

“única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma” (GS 24).

Nuestros padres han cooperado con Dios para que lleguemos a existir.

Ellos no eligieron nuestra identidad; querían un hijo/a,

pero no podían elegirnos de antemano.

El único que nos conoció desde siempre es Dios, tu Padre:

él nos eligió “antes de la fundación del mundo

para que fuéramos “buenos” como Él y tú, su Hijo.

Él nos ha destinado por medio de ti, Jesucristo,

a ser sus hijos”, en ti, Amado de Dios y de nosotros.

Queremos, Jesús hermano, vivir como hijos de Dios:

esta es nuestra realidad verdadera y “misteriosa”:

hijos del Dios, Padre tuyo, Jesús, y Padre nuestro;

en nosotros vive tu mismo Espíritu;

Espíritu que “da testimonio a nuestro espíritu

de que somos hijos de Dios;

y, si hijos, también herederos;

herederos de Dios y coherederos contigo, Cristo;

de modo que, si sufrimos contigo,

seremos también glorificados contigo” (Rm 8,16-17).

Para la libertad nos has liberado tú, Cristo:

nosotros, tus hermanos, hemos sido llamados a la libertad;

no a la libertad como estímulo para el egoísmo;

al contrario, para ser esclavos unos de otros por amor;

la libertad de tu Espíritu produce en nosotros:

amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad,

lealtad, modestia, dominio de sí.

Contra estas cosas no hay ley.

Los que somos tuyos, Cristo Jesús, hemos crucificado

el egoísmo con sus pasiones y deseos.

Nosotros vivimos por el Espíritu,

marchamos tras el Espíritu” (Gál 5,1.13.22-25).

Por eso nos resistimos a quienes quieren esclavizarnos:

personas o instituciones, que no respetan los derechos humanos;

quienes impiden “lo que el ser humano necesita para vivir

una vida verdaderamente humana;

como son el alimento, el vestido, la vivienda,

el derecho a la libre elección de estado y a fundar una familia,

a la educación, al trabajo, a la buena fama, al respeto,

a una adecuada información,

a obrar de acuerdo con la norma recta de su conciencia,

a la protección de la vida privada

a la justa libertad también en materia religiosa” (GS 26).

Queremos, Jesús de todos, ser dóciles a tu Espíritu:

para vivir la dignidad y libertad de hijos de Dios;

para amarnos como tú nos amas;

para hacer crecer tu reino de vida y esperanza.

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