Domingo 4º Pascua B 2ª lect. (22.04.2018): Lo que identifica al cristiano es el amor gratuito
Comentario: “Somos hijos de Dios” (1Jn 3, 1-2)
El texto pertenece a la segunda parte de la carta: “Dios es Padre y nosotros sus hijos” (2, 29-4, 6). Esta relación paterno-filial incluye: a) obrar su justicia (2, 29-3,10), b) tenerse amor mutuo (3, 11-24), c) fiarse de Jesús (4, 1-6). El texto (3, 1-2) sólo enuncia el hecho de ser hijos y su esperanza. El versículo anterior (1Jn 2, 29), reconoce: “quien obra la justicia ha nacido de Dios”. La “justicia” es el amor de Dios. Quien así actúa “ha nacido de Dios”, es su hijo. Se usa “hyiós” (hijo, para Jesús) y “téknon” o “paidion” (hijo, para el cristiano) para distinguir la relación de Jesús de la nuestra. Ésta es de adopción vital, no jurídica o externa: “recibisteis un Espíritu que os hace hijos y os permite gritar: ¡Abba! ¡Padre! Ese Espíritu le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios” (Rm 8, 15-16). Tenemos por gracia lo que Jesús tiene por naturaleza.
Nuestro amor dice quiénes somos
“Mirad qué amor nos ha tenido [lit.: nos ha dado] el Padre, para llamarnos [lit.: hayamos sido llamados] hijos de Dios, pues ¡lo somos!”(v. 1a). Es importante mirar, ver cómo es nuestro amor. Dios ofrece a todos “su amor”, pero no todos aceptan “ese amor”. “Hijos de Dios son todos y sólo aquellos que se dejan llevar por el Espíritu de Dios” (Rm 8,14), dirá Pablo. Dios nos ama y nos da su Espíritu para que amemos como él. Quienes lo aceptan y se dejan llevar por él nacen como hijos y son en verdad hijos. Cuando no nos dejamos llevar por el Espíritu, Dios nos ama y nos considera hijos, pero en la práctica no lo somos. Nuestro dinamismo no es fruto del Espíritu; salimos del Amor y vivimos del egoísmo. ¿Cómo ser llamados “hijos de Dios” si no actuamos con su Espíritu?
“No a la mundanidad espiritual” (Papa Francisco)
“El mundo no nos conoce porque no le conoció a él” (v. 1b). Mundo es el reino del egoísmo. Toda persona o institución, aunque sea religiosa, puede estar mundanizada por el egoísmo: el dinero, el poder, el honor... Y peor aún: “figurarse que ofrece culto a Dios dando muerte” al hombre, hijo de Dios (Jn 16,2). “Si uno posee bienes, y su hermano pasa necesidad, y le cierra las entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios?” (1Jn 3,17). Francisco, en “Evangelii Gaudium” (Exhortación Apostólica del 24 noviembre 2013), reflexiona sobre esto:
La esperanza de los hijos de Dios
“Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que,
cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es” (v. 2). Alusión a la consumación de la esperanza cristiana. Si ser cristiano es asemejarse a Dios, amar como él ama, nuestro futuro será participar de su misma condición, estar con Cristo resucitado, “ver a Dios como es”. Esperanza que se anticipa viendo a Jesús en todos, sobre todo en sus hermanos más débiles.
Oración: “Somos hijos de Dios” (1 Jn 3,1-2)
Jesús, Hijo de Dios, lleno de Espíritu Santo:
hoy la carta de Juan invita a contemplar el amor que nos habita:
“Mirad qué amor nos ha tenido el Padre,
para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!”.
Ese “amor” viene de tu Espíritu:
“que nos hace hijos y que nos permite gritar: ¡Abba! ¡Padre!”;
“ese Espíritu le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios” (Rm 8, 15-16).
Nuestra fe nos dice que el Padre nos ama siempre:
“antes de la creación nos eligió para que fuéramos santos e inmaculados por el amor;
destinándonos a ser adoptados por hijos suyos por medio de ti, Jesús Mesías..." (Ef 1,4-5).
Amor tan singular lo hemos conocido en tu vida, Jesús:
“hemos conocido el amor en que tú diste la vida por nosotros” (Jn 3, 16; 1Jn 4, 9);
en esto conocen los demás nuestro amor: si crea vida, alimenta, cura...
“el mundo no nos conoce, porque tampoco le conoció a él”, a ti, Jesús (1Jn 3, 1b);
el mundo, enraizado en la codicia, desconoce la gratuidad del Amor;
el mundo conoce a los poderosos, no a los súbditos que aplauden o callan;
el mundo conoce el dinero ocultando la injusticia por donde vino;
el mundo conoce el brillo de la cultura y el arte disimulando la opresión...
“Mirad qué amor nos ha tenido el Padre” (1Jn 3, 1a):
amor universal en tiempo y lugar;
amor que hace salir el sol y bajar la lluvia sobre justos e injustos;
amor que no divide ni separa, no margina ni excluye;
amor opuesto a la avaricia productora de tiranía y miseria;
amor que abre la puerta a cualquiera que llame...
Este amor gratuito y universal es tu amor:
amor que, efectivamente, no merecemos;
ese amor ha sido y sigue siendo regalo del Padre dador de vida;
ese amor te ha enviado a Ti, portador del mismo Espíritu;
ese amor lo has sembrado Tú con palabras y obras;
ese amor ha sido y sigue siendo acción de tu Espíritu;
ese amor viene con su misma fuente: “recibid el Espíritu Santo” (Jn 20, 22).
Este amor es tu regalo pascual:
con él los discípulos se sintieron perdonados sin merecerlo;
ni un reproche, ni una explicación de su abandono...;
con ese amor les vino tu paz, tu perdón, tu alegría, tu esperanza;
con ese amor “supieron que serían semejantes a Dios porque le verían como es” (1Jn 3, 2).
La fe en ti, Jesús resucitado, nos ha introducido en esta gracia:
habita en nosotros tu mismo Espíritu;
sentimos tu misma pasión por la fraternidad y la vida;
el amor gratuito y universal es nuestro camino, verdad y vida.
Tu amor es la única estrategia, “sin trampas ni cartón”:
vivir con las entrañas empapadas de esta pasión amorosa;
organizar nuestra vida desde estas entrañas conmovidas;
elegir las prioridades que estas entrañas ven más necesarias y urgentes;
denunciar el mal que la ausencia de estas entrañas produce;
desechar la venganza, la imposición, la marginación, la exclusión...;
identificarnos contigo, Jesús pobre, humilde, marginado hasta el final;
releer tu memoria histórica en palabras y hechos;
celebrar en nuestras reuniones la vida en comunión contigo.
Rufo González
Leganés (Madrid).
El texto pertenece a la segunda parte de la carta: “Dios es Padre y nosotros sus hijos” (2, 29-4, 6). Esta relación paterno-filial incluye: a) obrar su justicia (2, 29-3,10), b) tenerse amor mutuo (3, 11-24), c) fiarse de Jesús (4, 1-6). El texto (3, 1-2) sólo enuncia el hecho de ser hijos y su esperanza. El versículo anterior (1Jn 2, 29), reconoce: “quien obra la justicia ha nacido de Dios”. La “justicia” es el amor de Dios. Quien así actúa “ha nacido de Dios”, es su hijo. Se usa “hyiós” (hijo, para Jesús) y “téknon” o “paidion” (hijo, para el cristiano) para distinguir la relación de Jesús de la nuestra. Ésta es de adopción vital, no jurídica o externa: “recibisteis un Espíritu que os hace hijos y os permite gritar: ¡Abba! ¡Padre! Ese Espíritu le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios” (Rm 8, 15-16). Tenemos por gracia lo que Jesús tiene por naturaleza.
Nuestro amor dice quiénes somos
“Mirad qué amor nos ha tenido [lit.: nos ha dado] el Padre, para llamarnos [lit.: hayamos sido llamados] hijos de Dios, pues ¡lo somos!”(v. 1a). Es importante mirar, ver cómo es nuestro amor. Dios ofrece a todos “su amor”, pero no todos aceptan “ese amor”. “Hijos de Dios son todos y sólo aquellos que se dejan llevar por el Espíritu de Dios” (Rm 8,14), dirá Pablo. Dios nos ama y nos da su Espíritu para que amemos como él. Quienes lo aceptan y se dejan llevar por él nacen como hijos y son en verdad hijos. Cuando no nos dejamos llevar por el Espíritu, Dios nos ama y nos considera hijos, pero en la práctica no lo somos. Nuestro dinamismo no es fruto del Espíritu; salimos del Amor y vivimos del egoísmo. ¿Cómo ser llamados “hijos de Dios” si no actuamos con su Espíritu?
“No a la mundanidad espiritual” (Papa Francisco)
“El mundo no nos conoce porque no le conoció a él” (v. 1b). Mundo es el reino del egoísmo. Toda persona o institución, aunque sea religiosa, puede estar mundanizada por el egoísmo: el dinero, el poder, el honor... Y peor aún: “figurarse que ofrece culto a Dios dando muerte” al hombre, hijo de Dios (Jn 16,2). “Si uno posee bienes, y su hermano pasa necesidad, y le cierra las entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios?” (1Jn 3,17). Francisco, en “Evangelii Gaudium” (Exhortación Apostólica del 24 noviembre 2013), reflexiona sobre esto:
“La mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal. Es el reproche del Señor a los fariseos: “¿Cómo es posible que creáis vosotros, que os glorificáis unos a otros y no os preocupáis por la gloria que sólo viene de Dios?” (Jn 5,44). Es un modo sutil de buscar “sus propios intereses y no los de Cristo Jesús” (Flp 2,21). Toma muchas formas, de acuerdo con el tipo de personas y con los estamentos en los que se enquista. Por estar relacionada con el cuidado de la apariencia, no siempre se conecta con pecados públicos, y por fuera todo parece correcto. Pero, si invadiera la Iglesia, “sería infinitamente más desastrosa que cualquiera otra mundanidad simplemente moral” (H. de Lubac, Méditation sur l’Église, Paris 1968, 231)” (EG 93).
La esperanza de los hijos de Dios
“Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que,
cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es” (v. 2). Alusión a la consumación de la esperanza cristiana. Si ser cristiano es asemejarse a Dios, amar como él ama, nuestro futuro será participar de su misma condición, estar con Cristo resucitado, “ver a Dios como es”. Esperanza que se anticipa viendo a Jesús en todos, sobre todo en sus hermanos más débiles.
Oración: “Somos hijos de Dios” (1 Jn 3,1-2)
Jesús, Hijo de Dios, lleno de Espíritu Santo:
hoy la carta de Juan invita a contemplar el amor que nos habita:
“Mirad qué amor nos ha tenido el Padre,
para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!”.
Ese “amor” viene de tu Espíritu:
“que nos hace hijos y que nos permite gritar: ¡Abba! ¡Padre!”;
“ese Espíritu le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios” (Rm 8, 15-16).
Nuestra fe nos dice que el Padre nos ama siempre:
“antes de la creación nos eligió para que fuéramos santos e inmaculados por el amor;
destinándonos a ser adoptados por hijos suyos por medio de ti, Jesús Mesías..." (Ef 1,4-5).
Amor tan singular lo hemos conocido en tu vida, Jesús:
“hemos conocido el amor en que tú diste la vida por nosotros” (Jn 3, 16; 1Jn 4, 9);
en esto conocen los demás nuestro amor: si crea vida, alimenta, cura...
“el mundo no nos conoce, porque tampoco le conoció a él”, a ti, Jesús (1Jn 3, 1b);
el mundo, enraizado en la codicia, desconoce la gratuidad del Amor;
el mundo conoce a los poderosos, no a los súbditos que aplauden o callan;
el mundo conoce el dinero ocultando la injusticia por donde vino;
el mundo conoce el brillo de la cultura y el arte disimulando la opresión...
“Mirad qué amor nos ha tenido el Padre” (1Jn 3, 1a):
amor universal en tiempo y lugar;
amor que hace salir el sol y bajar la lluvia sobre justos e injustos;
amor que no divide ni separa, no margina ni excluye;
amor opuesto a la avaricia productora de tiranía y miseria;
amor que abre la puerta a cualquiera que llame...
Este amor gratuito y universal es tu amor:
amor que, efectivamente, no merecemos;
ese amor ha sido y sigue siendo regalo del Padre dador de vida;
ese amor te ha enviado a Ti, portador del mismo Espíritu;
ese amor lo has sembrado Tú con palabras y obras;
ese amor ha sido y sigue siendo acción de tu Espíritu;
ese amor viene con su misma fuente: “recibid el Espíritu Santo” (Jn 20, 22).
Este amor es tu regalo pascual:
con él los discípulos se sintieron perdonados sin merecerlo;
ni un reproche, ni una explicación de su abandono...;
con ese amor les vino tu paz, tu perdón, tu alegría, tu esperanza;
con ese amor “supieron que serían semejantes a Dios porque le verían como es” (1Jn 3, 2).
La fe en ti, Jesús resucitado, nos ha introducido en esta gracia:
habita en nosotros tu mismo Espíritu;
sentimos tu misma pasión por la fraternidad y la vida;
el amor gratuito y universal es nuestro camino, verdad y vida.
Tu amor es la única estrategia, “sin trampas ni cartón”:
vivir con las entrañas empapadas de esta pasión amorosa;
organizar nuestra vida desde estas entrañas conmovidas;
elegir las prioridades que estas entrañas ven más necesarias y urgentes;
denunciar el mal que la ausencia de estas entrañas produce;
desechar la venganza, la imposición, la marginación, la exclusión...;
identificarnos contigo, Jesús pobre, humilde, marginado hasta el final;
releer tu memoria histórica en palabras y hechos;
celebrar en nuestras reuniones la vida en comunión contigo.
Rufo González
Leganés (Madrid).