Todo es gracia. Nada podemos apropiarnos para nuestro bien en exclusiva. Y mucho menos, para herir, humillar, dominar, honrarnos a nosotros vanamente (como el atribuirnos títulos honoríficos: “santidad, excelencia, eminencia, reverendo…”) Los dones del Espíritu sostienen la Iglesia (Domingo 2º C TO 2ª lect. 19.01.2025)
Queremos actuar como tú, Señor
| Rufo González
Comentario: “El mismo y único Espíritu obra todo esto” (1Cor 12,4-11)
Pablo está agradecido por la riqueza espiritual de la Iglesia en Corinto: “Doy gracias a mi Dios continuamente por vosotros, por la gracia de Dios (ἐπὶ τῇ χάριτι τοῦ θεοῦ) que se os ha dado en Cristo Jesús; pues en él habéis sido enriquecidos en todo: en toda palabra y en toda ciencia; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo, de modo que no carecéis de ningún don gratuito (Χαρίσματι), mientras aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo” (1Cor 1,4-7).
Lógico que, ante tanta gracia, surjan problemas de coordinación, tensiones y deseos de superioridad por el rol más o menos importante de los diversos dones espirituales. Pablo, que conoce la comunidad, les advierte: “ya que anheláis tanto los dones espirituales, procurad sobresalir para la edificación de la comunidad” (14,12). Por eso, los tres versículos primeros del capítulo 12 (no leídos hoy) aportan dos principios básicos ante este tema:
a) Necesidad de reconocer los dones espirituales: carismas, ministerios, actuaciones: “Acerca de los dones espirituales, no quiero, hermanos, que sigáis en la ignorancia” (1Cor 12,1). “Sabéis que, cuando erais gentiles, os sentíais impulsados a correr tras los ídolos mudos” (12,2). Alusión del profeta Habacuc: “¿Cómo confía el artesano en su producto, si fabrica dioses mudos? ¡Ay del que dice a la madera: ¡levántate!, y a la piedra muda: ¡despierta! ¿Es ella quien enseña? Ahí está, chapada de oro y plata, pero sin rastro de espíritu en su seno” (Hab 2, 18-19). Ahora ocurre lo mismo: impulsos diversos incitan nuestra vida. Hay que conocerlos para dirigir correctamente nuestra vida.
b) Necesidad de discernir los impulsos. Criterio básico de reconocimiento:“Por ello os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios dice: `anatema sea Jesús´, y nadie puede decir `Jesús es Señor´ sino por el Espíritu Santo” (12,3). Jesús y el Espíritu de Dios están siempre unidos. “Maldecir a Jesús” es no seguir el Espíritu de Dios, y reconocerle “Señor” es seguir el Espíritu divino. Cuando los dirigentes judíos acusan a Jesús de estar movido por el espíritu del mal, el demonio, Jesús apela a sus obras buenas, expresivas del amor de Dios No verlo es negar la evidencia, llamar “mal” al “bien”, “blasfemar contra el Espíritu Santo” (Mt 12, 22-32; y par.).
La lectura de hoy podemos sintetizarla en dos partes claras:
1. Principios básicos sobre los dones espirituales (12,4-7):
a) “Hay diversidad de carismas, ministerios y actuaciones” (v. 4). “Carisma”, viene de χάρις: gracia (don gratuito). A veces se utiliza como gracia en general -este es el significado en 1,7; de aquí que el traductor lo traduzca como “don gratuito--. Aquí se utiliza en sentido más restringido, como “don particular, dado según el beneplácito de Dios, para el bien de cada uno y la utilidad de todos”. Los carismas no son las gracias fundamentales (fe, esperanza, caridad), necesarias en todo cristiano.
b) Unidad de origen: “hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos” (v. 5-6). Lo repite: “El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como él quiere” (v. 11). Todo es gracia. Nada podemos apropiarnos para nuestro bien en exclusiva. Y mucho menos, para herir, humillar, dominar, honrarnos a nosotros vanamente (como el atribuirnos títulos honoríficos: “santidad, excelencia, eminencia, reverendo…”).
c) Finalidad comunitaria: “Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común (πρὸς τὸ συμφέρον: `pros to synféron´, de syn-fero: llevar conjuntamente; algo que se lleva compartido)” (v. 7). El Papa Francisco: “en la perspectiva cristiana, el carisma es mucho más que una cualidad personal, que una predisposición con la cual se puede estar dotados: el carisma es una gracia, un don prodigado por Dios Padre, a través la acción del Espíritu Santo. Y es un don que es dado a alguien no porque sea más bueno que los otros o porque se lo haya merecido: es un regalo que Dios le hace para que, con la misma gratuidad y el mismo amor, lo pueda poner al servicio de la entera comunidad, para el bien de todos” (Catequesis 1 octubre 2014).
2. Algunos carismas: “Y así uno recibe del Espíritu el hablar con sabiduría; otro, el hablar con inteligencia, según el mismo Espíritu. Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, don de curar. A este se le ha concedido hacer milagros; a aquel, profetizar. A otro, distinguir los buenos y malos espíritus. A uno, la diversidad de lenguas; a otro, el don de interpretarlas” (vv. 8-10).
Oración: “El mismo y único Espíritu obra todo esto” (1Cor 12,4-11)
Tu Espíritu, Jesús, sigue con nosotros:
“habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles
como en un templo (1Co 3,16; 6,19),
y en ellos ora y da testimonio de su adopción
como hijos (Ga 4,6; Rm 8,15-16 y 26).
Guía la Iglesia a toda la verdad (Jn 16, 13),
la unifica en comunión y ministerio,
la provee y gobierna con diversos dones
jerárquicos y carismáticos
y la embellece con sus frutos
(Ef 4,11-12; 1Co 12,4; Ga 5,22)” (LG 4).
Tu Espíritu, Jesús, nos sostiene con personas:
que nos “hablan con sabiduría”:
personas que miran la vida con el corazón de Dios;
comprenden y aplican la verdad en la vida ordinaria.
que nos“hablan con inteligencia”:
personas que entienden el Evangelio de Jesús;
analizan la realidad y sus causas, desde el Evangelio.
que nos reavivan con el “don de la fe”:
personas que confían plenamente en Jesús:
“Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo” (Jn 5,17);
mantienen amistad inquebrantable con el amor de Dios.
que nos rehacen con el “don de curar”:
personas que crean actitudes positivas ante toda dolencia;
consuelan e iluminan la esperanza.
que nos guían “profetizando”:
personas que intuyen la voluntad de Dios;
nos abren caminos de realización auténtica;
nos impulsan a la alegría, al amor, a la concordia…
que nos enseñan a “distinguir buenos y malos espíritus”:
personas que nos abren los ojos ante los engaños egoístas;
reconocen las intenciones del corazón;
mueven siempre al bien, a la verdad, a la vida…
que usan “diversas lenguas y las interpretan”:
personas que entienden palabras y conductas extrañas;
nos enseñan a respetar lo desconocido;
nos mueven incluso a “no hacer frente al que os agravia” (Mt 5,39).
Gracias, Señor, por tanto amor repartido:
“tu mismo y único Espíritu obra todo esto,
repartiendo a cada uno en particular como él quiere”;
“a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu
para el bien común”;
tus dones son fruto del “amor paciente, benigno;
el amor que no tiene envidia, no presume, no se engríe;
no es indecoroso ni egoísta; no se irrita;
no lleva cuentas del mal;
no se alegra de la injusticia,
sino que goza con la verdad;
amor que todo lo excusa, todo lo cree,
todo lo espera, todo lo soporta;
el amor que no pasa nunca” (1Cor 13,4-8a).
Queremos, Jesús de todos, poner nuestros dones:
al servicio de todas las personas,
con el mismo amor con que tu Espíritu nos los da;
queremos actuar como tú, Señor:
“para ser hijos de nuestro Padre celestial,
que hace salir su sol sobre malos y buenos,
y manda la lluvia a justos e injustos” (Mt 5,45).