Jesús vive de su trabajo (DOMINGO 5º TO B 08.02.2015)

Introducción:Recorrió toda galilea, predicando... y expulsando demonios” (Mc 1,29-39)
Leemos hoy la parte central del relato conocido como la “jornada de Cafarnaún” (1, 21-3,6). Nos asomamos a la actividad diaria de Jesús. En ella constatamos sus prioridades vitales, observando la distribución de su tiempo. La mayor parte la emplea en atender y curar a los enfermos. Para ellos nunca tiene prisa. La segunda prioridad es enseñar a la gente y a los discípulos. En tercer lugar estaría la oración, no sólo accidental, sino programada con reserva de tiempo y lugar adecuados.

En la mañana de un sábado, enseña en la sinagoga. Al mediodía va “a casa de Simón y Andrés”, que consideraba suya. Allí cura a la suegra de Simón: “se acerca, la coge de la mano, la levanta”. Como resultado, ella “se puso a servirles”. La suegra es símbolo de los ancianos de la comunidad: hay que estar cerca de ellos, cogerles, levantarles... “Que sirvan”, como todo miembro de la comunidad cristiana.

Por la tarde, la mayor parte la dedica a curar. Le llevan “enfermos y poseídos”. Cura “a muchos... y expulsa muchos demonios”. Enfermedades físicas, psíquicas y sociales rebajan la vida o la hacen inviable. Jesús viene para cumplir la voluntad de Dios: que tengamos vida en abundancia.

Se levanta de madrugada, va al descampado y se pone a orar”. Jesús elige tiempo (de madrugada) y lugar (en soledad). La oración le conecta con el Misterio de amor gratuito. Ahí intuye y saborea su verdadera personalidad y misión. Reconoce la voluntad divina, toma decisiones, a veces imprevistas para la gente y los discípulos: “vámonos a otra parte”. Desde el amor divino, desoye pretensiones y expectativas egoístas de los amigos y de la multitud. Revitaliza el Espíritu de anunciar el reino y “expulsar demonios”.

“Curar” puede considerarse como el trabajo profesional de Jesús. Por él recibiría ayuda para subsistir él y su grupo. “Predicar el reino” a la gente y, más detenidamente, a los discípulos, sería otra actividad que ocuparía lo que hoy llamamos “tiempo libre”, no remunerado, pero útil socialmente. “Orar” era otra acción básica, pero gratuita. ¿Qué diría Jesús del uso de la eucaristía y otros rezos con precio taxado (misas sueltas y gregorianas, intenciones por difuntos y otras causas, con el hábil eufemismo de “do ut des”, donde todos “dan”, nadie compra ni vende? ¿No les aplicaría aquello de “¡cuidado con esos que se comen los hogares de las viudas con pretexto de grandes rezos!? (Mc12,40; Lc 20,47).

El trabajo remunerado y la actividad gratuita en forma de voluntariado son formas de vivir este mundo. Conocer el evangelio y comunicarlo es misión de todos los discípulos. Orar al Padre es encontrar sentido y orientación, fuerza y consuelo, respiro de nuestro espíritu en consonancia con el Espíritu de Jesús. El parasitismo social es una acusación permanente contra el clero. En muchos casos con verdad. Por ello, lo normal, como hacía Jesús, es vivir de un trabajo civil. Ello libera al ministro y a la comunidad en muchos aspectos. Permite que el ministro “ordenado” no absorba la totalidad de los servicios comunitarios, ahogando los carismas de otros cristianos. El que los carismas se ejerzan vocacional y gratuitamente, los hace signos del amor gratuito divino. Hay carismas que absorben mucho tiempo y necesitan ser sostenidos económicamente (profesores, administración de diócesis, limpieza...). Cada comunidad debe organizarse y ver qué dedicación debe ser remunerada. Carece de sentido que los llamados clérigos deben, por ley, ser sostenidos por la Iglesia, aunque su trabajo sea celebrar una misa al día (menos de una hora diaria).

Oración:recorrió toda galilea, predicando... y expulsando demonios” (Mc 1,29-39)

Jesús de cada día:
Contemplamos hoy las actividades básicas de tu vida:
trabajas curando enfermos;
enseñas el reino de Dios con palabras y actitudes;
reservas tiempo y lugar para orar al Padre.

Estas ocupaciones están envueltas por otras de menor calado:
encontrarte con la gente, estar con los amigos,
descansar, participar en fiestas, etc.

También para nosotros el trabajo forma parte esencial de nuestra vida:
desarrollamos nuestras capacidades y humanizamos el mundo;
obtenemos bienes para vivir y ayudar a quien no puede trabajar.

A veces hemos llegado a creer que el trabajo es una maldición:
lo hemos llamado “servil”, propio de los esclavos, indigno de los señores;
“para las nueve décimas partes de los cristianos practicantes,
el trabajo humano no pasa de ser un estorbo espiritual...;
...la masa de los fieles abriga oscuramente la idea de que el tiempo pasado en la oficina,
en los estudios, en los campos o en la fábrica es tiempo sustraído a la adoración”
(Teilhard de Chardin, El medio divino, Madrid, Taurus, 1967, edic. 6ª, P. 54).

Afortunadamente esta mentalidad está desapareciendo:
“el trabajo es el medio ordinario de subsistencia, nos unimos a los hermanos,
les servimos, les amamos, cooperamos al perfeccionamiento de la creación divina,
nos asociamos a la obra redentora de Jesús que trabajó, incluso manualmente...”;
“el trabajo es una cierta imitación sagrada de Dios creador”
(Vat. II GS 67; SC 127: lo dicho del trabajo artístico es común a todo trabajo).
Los cristianos sencillos siguen viendo con preocupación:
a clérigos holgazanes, “de misa y olla” y paseos solemnes;
que trabajan media hora, “y encima con vino”;
amigos de mesas pudientes y capellanías bien dotadas.

Jesús trabajador:
creemos símbolos de tu presencia a los sacerdotes:
que ocupan su tiempo en tareas de servicio real;
que han intentado no ser gravosos para sus comunidades,
trabajando manual o intelectualmente;
que están al lado de los más débiles;
que realmente se ganan el pan con “el sudor de su frente”;
que dedican tiempo a la enseñanza del Reino de Dios.

Cristo trabajador, carpintero, médico, enseñante:
ayúdanos a trabajar bien;
danos el Espíritu creador que alegra nuestra tarea diaria;
infunde en todos el amor a la justicia en el trabajo;
únenos en la lucha por la igual dignidad de todos los trabajadores.

Cristo de la oración:
equilibra nuestra vida entre acción y contemplación:
que seamos capaces de buscar tiempo y lugar para el encuentro contigo;
que sintamos el amor del Padre que está siempre con nosotros;
que a solas y en compañía pidamos el Reino de Dios.

Jesús, Hijo del Padre:
aviva en nosotros tu Espíritu Santo:
que habita en nuestros corazones y en nuestras comunidades;
que nos hace llamar a Dios Padre de todos;
que nos invita a trabajar por un mundo mejor;
que nos abre ojos y corazón de fraternidad;
que nos pone en movimiento contra todo egoísmo;
que nos endurece el rostro para defender al oprimido y desamparado;
que nos hace testigos tuyos en medio de la vida.

Jesús itinerante, que predicas en las sinagogas y expulsas demonios:
aviva en nuestras comunidades la libertad de palabra y de vida;
suelta nuestras lenguas para expresar tu Espíritu;
convéncenos de que Dios habla en el diálogo fraterno:
de que sólo en tu amor compartimos tu palabra;
de que sólo en comunidad nos conformamos al evangelio;
de que en los hermanos se revela tu Espíritu.

Rufo González
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