Sabemos con certeza que Jesús nunca pensó en términos clericales, en ningún poder sagrado, en una Iglesia jerárquica. Mientras sea clerical, la Iglesia no puede ser evangélica, porque seguirá siendo coto privado de una élite, de una casta, que domina, impone y controla “LA PALABRA SE HIZO HOMBRE… Y vivió entre nosotros” (Jn. 1, 14)
¡Habló Roma y se acabó la broma!
| Pepe Mallo
San Pablo escribe a los Tesalonicenses: “Nosotros damos gracias a Dios sin cesar, porque, al recibir la palabra de Dios que os predicamos, la acogisteis no como palabra humana, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios que permanece operante en vosotros” (1Tes 2,13).
“Palabra humana” frente a “palabra de Dios”. A lo largo del ciclo litúrgico, proclamamos reiteradamente tras las lecturas “¡Palabra de Dios!”. Y asentimos automáticamente “¡Te alabamos, Señor!”. Sin embargo, a continuación. escuchamos otra palabra, la del sacerdote en su homilía. Oír de su boca “Palabra de Dios” y de inmediato escuchar “sus interpretaciones”, donde el Evangelio aparece sepultado por doctrinas dogmáticas e inflexibles normativas, resulta difícil la credibilidad. Y es que "Las palabras nos hacen y nos deshacen. Tienen un significado dentro de ti y otro fuera", sentencia el periodista y escritor J. J. Millás.
Pienso que en el vocabulario eclesial se dan de hecho engorrosas y resbaladizas tergiversaciones. Porque, cuando se habla de la “Palabra de Dios”, existe cierta discrepancia entre lo que proclama la institución y lo que intentamos comprender los creyentes en Jesús. Jesús es la “La Palabra”. Su transmisión, los escritos del Nuevo Testamento, reflejan, como su Palabra, la “Verdad” de Dios. “Yo he venido para dar testimonio de la Verdad” (Jn 18,37)
De frente, se posiciona el Catecismo de la Iglesia Católica que asegura que "el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo”. (CIC, 85). Esta presunción me recuerda el razonamiento del alcalde de Orense para evitar las ruedas de prensa, hace unas fechas: “¡La verdad no necesita intermediarios”! O sea, con escucharle a él en su propio canal de youtube es suficiente. Yo creo que, fuera del enmarañado terreno político, el criterio de este alcalde es extrapolable a la doctrina católica.
A partir del siglo III, la “comunidad” de los creyentes en Jesús se transformó en “institución sagrada” ((hierarchía = “poder sagrado”), provocando su división en clero y laicado, “ordenados” y “pueblo”. La jerarquía reivindicó para sí la dirección de las comunidades atribuyéndose funciones de gobierno y de doctrina. Hasta el punto de que solo los jerarcas, los “elegidos”, son los portavoces autorizados por Cristo para proclamar “su” palabra (¿la de quién?). Según “doctrina eclesial”, la originaria “Palabra de Dios” desciende de lo alto en cascada sobre el “Vicario” de Cristo, empapa a los obispos, recala en los presbíteros... Y ¡ya! Ahí se estanca. Ellos y sólo ellos ostentan en la Iglesia “palabra” determinante, convincente, indiscutible. Al máximo jerarca, el papa, se le designa representante de Dios; se le concede el privilegio de atar y desatar, interpretar la ley natural, cerrar o abrir las puertas del cielo. Más aún. Detenta la exclusiva de la “última palabra”, infalible por la presunta inspiración y especial asistencia del Espíritu Santo.
La Iglesia, a través de sus sucesivos mandatarios y teólogos, fue dejando de lado o interpretando en su beneficio, según los casos, la “Palabra de Dios” contenida en los Escritos. Con el tiempo, fue apropiándose de la verdad, proclamándose no solo la “auténtica intérprete”, sino la genuina portadora de la “verdadera” Palabra de Dios. Imponen "palabras de hombres" por encima del Espíritu que inspira y habla libremente al interior de los seres humanos. Y no es que sean “más papistas que el papa”; es que son más papistas que Dios. Quieren enjaular al Espíritu para dar seguridad a doctrinas obsoletas en contra de la “libertad de los hijos de Dios".
“Verba volant, scripta manent, exempla trahunt”. No sé si las palabras de esta mi reflexión navideña quedarán volando por los aires; pero intentaré aducir algunos ejemplos, por ejemplo, que permanecen inmutables en los Evangelios:
- ¡Palabra de Dios!: “Todos fuisteis bautizados en Cristo… Ya no hay ni judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo” (Gal. 3, 28) “En la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y los fariseos… Exhiben en su frente largas cintas con trozos de la Ley y despliegan llamativas borlas en sus amplios mantos… Todo lo lucen para aparentar entre la gente”. “No llaméis a nadie padre ni maestro ni jefe…”(Mt. 23, ss).
- Palabra de Iglesia: La estructura jerárquica tradicional, divide a los miembros del pueblo de Dios en dos estamentos, clero y laicado, con distintos privilegios, derechos y deberes, contra la igualdad bautismal. El clero, los “elegidos”, en sus diversos escalafones, se arrogan la autoridad y la sagrada potestad de interpretar la palabra de Dios, silenciando al resto de creyentes. Exhiben su atuendo eclesial con el disciplinario alzacuello celibatario, para hacerse notar como elegidos. Hacen gala del fastuoso ropaje litúrgico con sus bicornios mitrales y fastuosos báculos, vistosas casullas de colorines, solemnes procesiones y olorosos efluvios de incienso de las parafernalias litúrgicas, como aparatoso ornato. Crean diferencia entre los bautizados prohibiendo a las mujeres acceder a los ministerios o marginando al colectivo LGTBI+, o reemplazando el “No es bueno que el hombre esté solo” por “No es bueno que el cura esté acompañado”, y estigmatizan a teólogos que intentan vigorizar el Evangelio. Y más etcéteras.
¡Habló Roma y se acabó la broma! Después de toda esta constatación uno se queda sin palabras. La Iglesia seguirá dividida entre clérigos y laicos. Los clérigos, solo ellos, seguirán detentando la última palabra y el poder decisivo, el poder que siguen llamando “sagrado”, el poder que solo ellos creen haber recibido directamente de Dios gracias al sacramento del Orden, conferido por quienes a su vez lo habían recibido de otros, no sabemos desde cuándo ni cómo. Solo sabemos con certeza que Jesús nunca pensó en términos clericales, en ningún poder sagrado, en una Iglesia jerárquica. Mientras sea clerical, la Iglesia no puede ser evangélica, porque seguirá siendo coto privado de una élite, de una casta, que domina, impone y controla.
La palabra de Dios se ha humanizado; la palabra de la Iglesia se ha divinizado.