“Señor mío y Dios mío”, restaura tu amor sacerdotal en nuestro orgulloso corazón El Resucitado nos hace sacerdotes dándonos su Espíritu (D. 2º Pascua 24.04.2022)
El sacerdocio cristiano se condensa en el Amor que mueve nuestra vida
| Rufo González
Comentario: “Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor” (Jn 20,19-31)
La fe en Jesús resucitado seexplica como aparición. En catequesis sencillas se resume la experiencia pascual de los primeros cristianos. Todas contienen elementos similares: aparición inesperada; iniciativa de Jesús; reconocimiento del Señor; paso del desaliento a la alegría al convencerse de que Jesús vive de un modo nuevo; se sienten enviados a su misma misión.
Hoy leemos dos apariciones.La expresión “a los ocho días” alude a la celebración de la eucaristía, que ya viven las iglesias como “aparición” del Resucitado. Aún están bajo la presión social hostil de los judíos: “estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos”. Jesús “entró, se puso en medio”. Su condición nueva le permite traspasar espacio y tiempo: “ponerse en medio de los suyos”. Su presencia da “su paz”: convencimiento de que es el crucificado (manos y costado traspasado), y les ama plenamente. Incluye perdón, consuelo, alegría... Es lo inmerecido a la cobardía de la huida, negación... Es el milagro del encuentro con el Viviente, que trae el Amor del Padre: “los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”.
Otra experiencia inherente a la fe-encuentro con el Resucitado es la entrega de su Espíritu. Sienten lo mismo que Jesús: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos»”. El “sopló sobre ellos” (`enephýsese´) recuerda la escena creativa del Génesis en la que Dios “insufló en su nariz aliento de vida; y el hombre se convirtió en ser vivo” (Gn 2,7). El Espíritu de Jesús conlleva reconciliación: ofrecer a todos el amor del Padre. Quienes lo aceptan son declarados libres de egoísmo (pecado).
En la segunda aparición está ya Tomás. Escéptico, termina por percibir la presencia de Jesús, y expresa su experiencia con una ejemplar confesión de fe: “¡Señor mío y Dios mío!”. Obtiene una bendición para todos nosotros: “bienaventurados los que crean sin haber visto”. Juan cierra su evangelio: “estos signos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre”.
Este evangelio ilumina muchas situaciones históricas de la Iglesia. El “cerrar las puertas” viene siendo consecuencia del debilitamiento de la fe. Diversos miedos han ido presionando a la Iglesia: el progreso de la ciencia, la evolución social, la pérdida de poder y privilegios... Y, sobre todo, el miedo al Evangelio. La estructura eclesial ha sacralizado leyes y costumbres ajenas al evangelio, ha creado instituciones patriarcales, masculinas, clericales...; ha marginando a la mayor parte de la Iglesia en sus decisiones; el pueblo ha sido infantilizado y hecho creer que sólo podían obedecer a los dirigentes. La Iglesia hoy se ha hecho intolerable para la sociedad democrática. Sigue teniendo “cerradas muchas puertas” por sus normas no evangélicas: absolutismo, nombramientos, celibato impuesto, marginación de la mujer... Sacerdotes casados, mujeres, divorciados, homosexuales... esperan ser recibidos en plenitud en la Iglesia, sin más trabas que las evangélicamente imprescindibles. Jesús respetaría el ministerio de los sacerdotes casados, acogería a los fracasados matrimoniales y les ayudaría a rehacer su vida, no impediría a la mujeres que presidieran la comunidad de sus hermanos, bendeciría a los divergentes de género...
Oración: “Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor” (Jn 20,19-31)
La Pascua, Jesús resucitado, es nuestra gran fiesta:
celebramos tu amor siempre vivo,
tu vida siempre entregada,
tu sacerdocio “que no pasa,
que puede salvar definitivamente
a los que se acercan a Dios por medio de él,
pues vive siempre para interceder por ellos” (Hebr 8,24-25).
Tusacerdocio fue tu vida tan humana:
tu sacerdocio no necesita de templos, ritos y sacrificios,
ni especiales intermediarios entre Dios y los hombres;
tu sacerdocio se condensa en el Amor que dirige tu vida,
el Amor del Padre que manifiestas;
Amor que se concreta en la solidaridad con pobres,
enfermos, publicanos, mujeres...;
los ultrajados, despreciados, aborrecidos,
los que no contaban y su palabra carecía de valor...
“hacer el bien y ayudaros mutuamente;
esos son los sacrificios que agradan a Dios” (Hebr 13,16).
En cada aparición renuevas la entrega de tu Espíritu:
es tu ejercicio sacerdotal:
“recibid el Espíritu Santo...,
paz a vosotros...,
perdonad como yo perdono...,
como el Padre, así os envío yo...
trae tu dedo, trae tu mano...”;
nos ofreces tu Espíritu de amor gratuito:
perdonas sin ajuste de cuentas, como el Padre (Lc 15,11ss);
das paz y alegría;
invitas a poner dedos y manos en las llagas de la vida.
“Señor mío y Dios mío”, restaura tu amor sacerdotal
en nuestro “orgulloso” corazón:
afanado por la seguridad, el sobresalir, el poder;
infestado de recelo a quien no piensa como nosotros;
creyéndonos superiores: despreciamos y excomulgamos,
amenazamos con venganzas futuras en tu nombre...
Queremos vivir tu mismo sacerdocio:
acercándonos a quienes los demás desprecian y marginan;
dando la cara por ellos para que no les hagan daño;
mirando a todos como a hijos de Dios, hermanos tuyos;
dándoles tu mismo Amor, haciéndoles todo el bien que podamos.
Que tu resurrección nos incorpore a tu corazón:
a tu vida gloriosamente humana;
a tus sentimientos verdaderamente sacerdotales;
a tu actividad constante por la fraternidad universal.
Preces de los Fieles (D. 2º de Pascua. 24.04.2022)
Celebramos la Pascua de Jesús, “paso” de muerte a vida, de esclavitud a libertad, del odio al amor. Cada “ocho días” celebramos su presencia “en medio de nosotros”: nos enseña sus llagas, nos alimenta, nos anima a seguir viviendo en su Amor, a ser todos sacerdotes como él. Pidamos diciendo: “Queremos, Señor, ser sacerdotes como tú”.
Por todos los cristianos:
- que recuperen el mismo sacerdocio de Jesús;
- que se consideren enviados por el amor del Padre, como Jesús.
Roguemos al Señor: “Queremos, Señor, ser sacerdotes como tú”.
Por las intenciones del Papa (abril 2022):
- que “los sanitarios atiendan enfermos y ancianos, sobre todo en los países más pobres”;
- que “el personal sanitario sea apoyado por los gobiernos y las comunidades locales”.
Roguemos al Señor: “Queremos, Señor, ser sacerdotes como tú”.
Por los servidores dela Iglesia:
- que sean ejemplos de respeto, de libertad, de no imponer ni dominar...;
- que su vida sea memoria y testimonio de Jesús.
Roguemos al Señor: “Queremos, Señor, ser sacerdotes como tú”.
Por nuestra sociedad:
- que sea capaz de superar las guerras mediante el diálogo;
- que esté siempre con las víctimas de la violencia, curando sus heridas.
Roguemos al Señor: “Queremos, Señor, ser sacerdotes como tú”.
Por los más débiles:
- que sean ayudados, animados a unirse para superar sus problemas;
- que sean el centro de nuestra atención comunitaria.
Roguemos al Señor: “Queremos, Señor, ser sacerdotes como tú”.
Por esta celebración:
- que sintamos a Jesús resucitado en medio de nosotros;
- que nos alegremos por confiar en él, por amar como él.
Roguemos al Señor: “Queremos, Señor, ser sacerdotes como tú”.
Reanima, Señor, nuestra comunidad. Todos, por el bautismo, somos sacerdotes para anunciar y comunicar el amor del Padre a la humanidad, especialmente a los más débiles. Queremos ser testigos de tu amor en la familia, en el trabajo, en la sociedad, en la Iglesia. Por los siglos de los siglos.
Amén