LOS SACERDOTES CASADOS, SIGNO DEL ESPÍRITU (XXIX)

La doctrina de la Iglesia y la ley del celibato (2)

Clericalismo y celibato, se dan “honor sobresaliente” (LG 42)
Clericalismo y celibato, aliados, han pervertido bastante la vida cristiana. Han alejado el Evangelio como criterio de vida en favor del Código de Derecho Canónico. Basta leer con mirada evangélica los textos doctrinales de la Iglesia sobre el celibato como consejo evangélico. Lo venimos viendo en el número 42 de Lumen Gentium dedicado a los consejos evangélicos. Recordad lo dicho en el artículo anterior sobre la “entrega a Dios con corazón indiviso”. En el mismo párrafo leíamos:
“esta perfecta continencia por el reino de los cielos siempre ha sido tenida por la Iglesia en gran honor, como signo y estímulo de la caridad, y como fuente peculiar de fecundidad espiritual en el mundo” (LG 42).


Yo diría que “en excesivo honor” –el original latino: “in honore praecipuo”, primero, principal...-, si es que hay que tener en algún “honor” a los carismas. El evangelio no es partidario de honores. Toda gracia es digna de “agradecer” y de “servir”. Discutir categorías de honores no es evangélico. Máxime cuando se sabe que es “gracia”, no fruto de nuestro esfuerzo. Sólo Dios sabe el esfuerzo que cada persona hace al responder a la gracia recibida y colaborar con ella en servicio de los hermanos. Piénsese en el esfuerzo de los padres (hijo, don de Dios) por los hijos: ¿es menor y merece menos honor que el del clérigo célibe? Lo mejor es la norma evangélica: “que tu mano derecha no separa lo que hace la izquierda... que tu Padre que ve en los escondido... (Mt 6, 3-4).

Toda gracia es “signo y estímulo de la caridad”
La razón del “honor” es por ser “signo y estímulo de la caridad”. Razón que es común a todo don o carisma, y extensible a todos los que se dejan llevar del Amor gratuito. En el fondo, toda realidad deja transparentar el amor divino. Todo don gratuito o carisma (gracia) es signo del amor inmenso de Dios, semilla de Evangelio. Todo don despierta en nosotros su mismo amor, la caridad: “sed compasivos como vuestro Padre...” (Lc 6,27-38). Jesús llamó a todos a vivir en el amor del Padre. A solteros y a casados. Es la vida en este amor la que se convierte en “luz y sal” del mundo. La soltería sería fruto de la fidelidad a sí mismo, del respeto a la propia persona, al don que cada uno ha recibido. Éste es criterio básico de una ética humana que acepta la realidad, las tendencias naturales, como regalo del Creador. Desde la fe en el Padre, creador y dador de vida, tanto la soltería como el matrimonio se convierten en “signo y estímulo de la caridad”.

Con esta singular distinción a favor de los célibes, por parte de la Iglesia –da pena reconocer que la palabra “Iglesia”, aquí, sólo se refiere a obispos reunidos en concilio, es decir, a “célibes” casi en su totalidad-, parece que son ellos los más agraciados del Espíritu, los más cercanos a la santidad, al Amor. Esta deriva clerical de exaltación de sus carismas ha impedido el desarrollo de comunidades adultas y ha desvalorizado los demás carismas, entre ellos, el matrimonio cristiano. Parece claro que para promocionar un carisma no es necesario anular o infravalorar otros. Todos están “activados por el mismo y único Espíritu” (1Cor 12,11).

El matrimonio verdadero, de amor mutuo, símbolo del amor de Dios
Con mucho mayor apoyo bíblico podrían haber dicho del matrimonio que es “don de Dios” (1Cor 7,7) y, por tanto, “signo y estímulo de la caridad”. Además de los profetas (Os 2,16.19.21; Jr 2,2; 3,1-4; Is 50,1; Ez 16,8ss, etc.), ahí está el texto de Efesios (5, 25-32): “este símbolo es magnífico; yo lo estoy aplicando a Cristo y a la Iglesia”. Y el Apocalipsis (19,7ss; 21, 9; 22,17) ve en las bodas de carne y hueso el signo del amor de Cristo que se desposa con la humanidad. El matrimonio entre cristianos es el gran signo del amor divino. Amándose en todos los niveles personales –físicos y psíquicos- como Cristo nos ama, están expresando el misterio insondable del mismo Dios, el amor sin límites, manifestado en la vida de Jesús. No es la virginidad o soltería lo que desposa a Cristo con la humanidad, sino el amor. Por eso el matrimonio real, verdadero, mutuamente aceptado, es el símbolo del amor de Dios. Si Cristo se hubiera casado –cosa que no consta- nos habría igualmente desposado con Dios, y estaríamos diciendo que su matrimonio era el gran signo del amor divino.

No tenemos una ética sexual acorde con el evangelio
Sigue siendo cierto el diagnóstico de Marciano Vidal sobre la dificultad de conjugar el Evangelio con la sexualidad, en la Iglesia:
“En ningún otro terreno, como en el de la sexualidad, se manifiesta la impronta de enseñanzas extrañas a la espléndida luz del evangelio. Los restos de una mentalidad platónica, la extrema dificultad de precisar una norma cristiana para la sexualidad en medio de los abusos paganos, la influencia eventual en uno u otro autor (Jerónimo, Agustín) de perspectivas excesivamente marcadas por su psicología personal en materia sexual, se juntaron a los datos evangélicos para hacerles predicar con preferencia la virginidad o aconsejar la continencia en el matrimonio y no incitaron a los padres de la Iglesia a construir una moral conyugal plenamente equilibrada” (Moral del amor y de la sexualidad, 2ª ed. Ed. Sígueme. Salamanca 1972, p. 95)


Esta “preferencia por la virginidad y la continencia en el matrimonio” sigue arraigada hoy en los movimientos integristas católicos. Es el influjo del clericalismo y del celibato obligatorio para el ejercicio del ministerio. Y, para colmo, a quienes intentan seguir la evolución de la ética, de acuerdo con la ciencia y la antropología cultural y filosófica, les ponen todas las trabas imaginables y más. Les desacreditan, prohíben leer sus libros, les impiden enseñar en centros eclesiales, diciendo que no enseñan “doctrina católica”. ¡Menuda preevangelización hacen en el mundo de la ciencia y la libertad! Pienso, por ejemplo, en el profesor Juan Masiá Clavel. Su libro “Cuidar la vida”, editado por Herder y Religión Digital, es una puesta al día de la ética de la vida. Su apartado cuatro (“Bioética, sexualidad y creencias”) ilumina la sexualidad, sin contradecir el Evangelio.

“Fuente peculiar de fecundidad espiritual en el mundo”
Cualquier situación o estado en que se encuentre o elija el cristiano, soltería, viudez o matrimonio, puede ser “fuente” de fecundidad espiritual. De casados y célibes, animados por el Espíritu Santo, puede proclamarse lo que la constitución Lumen Gentium (número 46) aplica sólo a los célibes:
“por ellos la Iglesia muestran mejor a Cristo en la contemplación, en el anuncio del Reino, sanando heridos y enfermos, convirtiendo a los pecadores, bendiciendo a los niños, haciendo el bien a todos, obedientes a la voluntad del Padre...” (LG 46).


Matrimonio y soltería:
“no son impedimento para el enriquecimiento de la persona humana, sino que, por su misma naturaleza, la favorecen grandemente”, (LG 46) cada uno a su manera.

Matrimonio y celibato,
“según la vocación personal de cada uno, contribuyen a la purificación del corazón y a la libertad de espíritu, excitan continuamente el fervor de la caridad, y, sobre todo, como se demuestra con el ejemplo de tantos santos fundadores (LG 46) [podría añadirse: y de tantos santos casados, sacerdotes también], son capaces de asemejar más la vida del hombre cristiano con la vida virginal (LG 46) [la virginidad es cuestión del Espíritu, vivir en Amor, en Cristo, no de virginidad material. ¿Acaso una persona violada pierde la virginidad espiritual?] y pobre que para sí escogió Cristo nuestro Señor y abrazó su Madre, la Virgen” (LG 46).


Virginidad y pobreza están en quienes se dejan llevar del Amor de Jesús, quien está disponible para la ayuda mutua y comparte sus bienes. Casados y solteros están llamados a vivir en Cristo, es decir, en su Espíritu de amor: disponibles, dueños de ellos mismos, desprendidos de los bienes materiales, aptos y prontos para el Reino.

Buena Noticia (evangelio) del Papa Francisco
RD. Redacción, 13 de julio de 2014 a las 11,06. Entrevista del Papa con Scalfari, publicada hoy por el diario italiano "La Repubblica": “El celibato fue establecido en el siglo X, es decir, 900 años después de la muerte de Jesús. La Iglesia católica oriental permite que sus sacerdotes se casen. El problema ciertamente existe aunque no es de gran dimensión. Se requiere tiempo aunque hay soluciones y las encontraré”.

Lutero pedía en el siglo XVI la lengua vulgar en la liturgia, el cáliz para los laicos, y el matrimonio libre para los presbíteros. 450 años después, en el concilio Vaticano II, llegaron la lengua vernácula en la liturgia y la comunión bajo las dos especies para los laicos. El matrimonio libre para obispos y presbíteros aún no ha llegado. ¡Ojalá las soluciones del Papa actual sean evangélicas y no tarden en llegar!

Rufo González
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