Toda norma eclesial debe concordar con la vida de Jesús, con su conducta y con su espíritu “Seguid adelante” de acuerdo con Jesús (Domingo 1º Adviento C 2ª lect. 01.12.2024)
Que tu Espíritu guíe nuestra celebración de la Navidad
| Rufo González
Comentario: “el Señor os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos”(1Tes 3,12-4,2)
El Adviento nos despierta y reaviva la esperanza. Como los profetas, sentimos el Espíritu que nos habita y la debilidad de nuestro espíritu: “Pensé en olvidarme del asunto y dije: «No lo recordaré; no volveré a hablar en su nombre»; pero había en mis entrañas como fuego, algo ardiente encerrado en mis huesos. Yo intentaba sofocarlo, y no podía” (Jer 20,9). Como Jesús, creemos que “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor… Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír” (Lc 4,18-19.21).
Pablo apenas pudo evangelizar Tesalónica (hoy Salónica). Pues “los judíos, llenos de envidia, echando mano de algunos maleantes de la calle, armaron motines, alborotaron la ciudad y, llegándose a casa de Jasón (un creyente que hospedó a Pablo y Silas en su casa), los buscaban para llevarlos ante el pueblo. Al no encontrarlos, condujeron a Jasón y a los hermanos ante los magistrados, vociferando: «Estos que han revolucionado el mundo se han presentado también aquí y Jasón los ha alojado. Todos estos actúan contra los decretos de César, diciendo que hay otro rey, Jesús» … Los hermanos hicieron salir para Berea a Pablo y a Silas” (He 17,1-7.10; 1Tes 2,14-16).
Arraigó bien lo fundamental: “Bien sabemos, hermanos amados de Dios, que él os ha elegido, pues cuando os anuncié nuestro evangelio, no fue solo de palabra, sino también con la fuerza del Espíritu Santo y con plena convicción. Sabéis cómo nos comportamos entre vosotros para vuestro bien. Y vosotros seguisteis nuestro ejemplo y el del Señor, acogiendo la Palabra en medio de una gran tribulación, con la alegría del Espíritu Santo. Así llegasteis a ser un modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya” (1Tes 1,4-7). Dice más adelante lo confirman: “Ahora Timoteo acaba de llegar de ahí y nos ha traído buenas noticias de vuestra fe y vuestro amor, añadiendo que seguís manteniendo siempre buen recuerdo de nosotros y que tenéis tantas ganas de vernos como nosotros de veros a vosotros” (1Tes 3,6).
Ante esto, Pablo expresa sus deseos de buen misionero: “Que Dios nuestro Padre y nuestro Señor Jesús nos allanen el camino para ir a vosotros” (1Tes 3,11), y “en cuanto a vosotros, que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos a vosotros; y que afiance así vuestros corazones, de modo que os presentéis ante Dios, nuestro Padre, santos e irreprochables en la venida de nuestro Señor Jesús con todos sus santos” (3,12-13). Pide la santidad cristiana: “el amor (ágape) entre ellos y hacia todos”. “Ágape” designa el amor gratuito y universal, fruto del Espíritu divino. Ese amor es “para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos… Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 45.48; Lc 6, 35).
La segunda parte del texto exhorta a vivir como han aprendido de sus evangelizadores para ser gratos a Dios: “Por lo demás, hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús: ya habéis aprendido de nosotros cómo comportarse para agradar a Dios; pues comportaos así y seguid adelante. Pues ya conocéis las instrucciones que os dimos, en nombre del Señor Jesús” (4,1-2). Importa mucho este aviso: “cómo comportarse para agradar a Dios; ya conocéis las instrucciones que os dimos, en nombre del Señor Jesús”. Toda norma eclesial debe concordar con la vida de Jesús, con su conducta y con su espíritu. Bien sabemos que nuestra Iglesia tiene normas que contradicen el espíritu evangélico en puntos esenciales. La división clero-laicos, como dos estados o clases de discípulos, se opone al “todos vosotros sois hermanos” (Mt 23,8). El celibato obligatorio para los responsables o dirigentes de las comunidades contradice la práctica de Jesús al elegir a los Doce, y de éstos al poner al frente de las primeras comunidades cristianas a personas casadas (1Tm 3, 2-5; Tit 1, 5-6). Impedir a las mujeres la representación de Jesús como cabeza de la Iglesia no concuerda con el espíritu de Jesús, explícito en este texto: “todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Cuantos habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo. No hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gál 3,26-28).
Oración: “el Señor os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos”(1Tes 3,12-4,2)
Jesús del adviento y de la Navidad:
empezamos a preparar la celebración de tu nacimiento;
recordaremos la situación que te esperaba y te espera hoy;
nos acercaremos a las personas que intuyeron tu venida,
y a las que hoy te siguen esperando;
vibraremos con la energía del Bautista presentándote al pueblo,
y con los que hoy pregonan tu presencia entre nosotros;
entraremos en el corazón de tus padres,
y en el corazón de quienes te acogen hoy.
Como san Ignacio al contemplar tu encarnación:
deseamos “conocimiento interno de tu persona, Señor,
que, por mí y por todos, te has hecho ser humano,
para que más te amemos y te sigamos” (EE 104).
Con tu corazón queremos contemplar nuestro mundo:
“lleno de personas tan diversas:
blancas y negras, en paz y en guerra,
llorando y riendo, sanas y enfermas,
naciendo y muriendo...;
escuchar cómo hablan unos con otros,
cómo juran y blasfeman, etc.;
ver cómo actúan sobre la faz de la tierra: hieren, matan…” (EE 106ss).
Tu mirada sobre nuestra vida viene del Espíritu divino:
“quien me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14,9);
“mi Padre sigue actuando, y yo también actúo” (Jn 5, 17).
Padre, Hijo y Espíritu, seguís mirando nuestra vida:
doliéndoos por el sufrimiento de cualquier ser humano;
preocupados por la ignorancia y la pobreza;
contrarios a la religión que crea diferencias, jerarquías,
esclavitud, exclusión;
entusiasmados con las personas que igualan,
vinculan en fraternidad, crecen en bondad y libertad…
Sentimos gratitud por la decisión divina:
porque tú, Cristo Jesús, eres la humanización de Dios;
tú “al revelarnos el misterio del Padre y de su amor,
nos manifiestas plenamente nuestro ser humano;
nos descubres nuestra eminente vocación;
tú eres “imagen de Dios invisible” (Col 1,15),
el humano perfecto, que nos ha devuelto la semejanza divina;
en ti nuestra naturaleza humana ha sido elevada a dignidad sublime;
tú, Hijo de Dios, con tu encarnación, te has unido con todo ser humano;
trabajaste con manos humanas, pensaste con inteligencia humana,
obraste con voluntad humana, amaste con corazón humano.
Nacido de la Virgen María, te hiciste de verdad uno de los nuestros,
semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado” (GS 22).
Cristo Jesús, hermano nuestro, con Pablo te pedimos hoy:
que nos colmes y nos hagas rebosar de amor mutuo y de amor a todos;
que afiances nuestros corazones, de modo que
nos presentemos ante Dios, nuestro Padre,
santos e irreprochables en tu venida con todos sus santos” (1Tes 3,12-13).
que, como tú, acerquemos a las personas al Padre
que acoge la vida real y la restaura, respetando cada ser personal;
que nuestra ética sea próxima y siempre samaritana;
que no impongamos normas contrarias a la libertad evangélica;
que “sigamos adelante”, curando el dolor que podamos,
según “las instrucciones que nos han dado
en tu nombre, Señor Jesús” (1Tes 4,1-2).
que tu Espíritu guíe nuestra celebración de la Navidad.