El afán por defender la ley celibataria lleva a este disparate: justificar los textos de las cartas comunitarias(1Tim 3,2.12; Tito 1,6) por la carencia de hombres célibes Durante los primeros siglos, se preferían obispos y presbíteros casados (1Tim 3,2.4-5)
Hablemos claro sobre la ley del celibato (10)
| Rufo González
Sigo comentando el artículo encontrado en Catholic.net: “Disciplina eclesiástica del celibato sacerdotal. Breve exposición histórica desde el Nuevo Testamento a nuestros días”. Firmado por Juan Carlos Sack, religioso del Instituto del Verbo Encarnado. Divide la evolución de la ley del celibato en “tres momentos principales: a) de los comienzos al siglo IV; b) del siglo IV al XII; c) del siglo XII a nuestros días”.
Siento decirlo, pero este religioso del Instituto del Verbo Encarnado no está actualizado bíblicamente. Las cartas “comunitarias” (1 y 2 Tim y Tit) no son de San Pablo, aunque son canónicas, admitidas como revelación por la Iglesia, pero son escritas a principios del siglo II (entre los años 120-125), cuando Pablo llevaba bastantes años fallecido. A las comunidades coetáneas de Pablo no son aplicables estructuras, que aparecen en estas otras cartas, inexistentes en sus cartas genuinas. No puede mezclarse la enseñanza de 1Corintios (carta auténtica de Pablo) con las normativas referentes a cargos comunitarios de unos sesenta años después. Sencillamente porque sus enseñanzas sobre el celibato en 1Corintios no tiene nada que ver con ministerios eclesiales.
El autor mantiene fuerte confusión sobre 1Cor 7,7-8: “no debemos olvidar que el mismo Pablo nos hablaba de la conveniencia de "no estar divididos" (es decir, no estar casados), y agregaba que él quisiera que "todos fuesen como él" (1Cor 7,7-8), dejando claro que él mismo no tenía mujer, y que prefería - ciertamente no imponía - que el servidor de Dios tampoco la tuviese (incluye también la virginidad femenina, como camino ideal de quien quiera servir a Dios con corazón indiviso)”.
¿Dónde dice 1Cor 7,7-8 que “el servidor de Dios tampoco la tuviese”? Aquí Pablo no se dirige a clérigos y laicos, servidores o no servidores, inexistentes en sus comunidades. Su consejo sobre celibato es para todos los creyentes en Cristo: “cada uno permanezca en la situación en que fue llamado... Por la angustia que apremia, es bueno para un hombre quedarse así... Quiero que os ahorréis preocupaciones: el no casado se preocupa de los asuntos del Señor, buscando contentar al Señor; en cambio, el casado se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su mujer, y anda dividido... Os digo todo esto para vuestro bien; no para poneros una trampa, sino para induciros a una cosa noble y al trato con el Señor sin preocupaciones” (1Cor 7,24-35). “La angustia que apremia” era la creencia de la inminente llegada del Resucitado para consumar este mundo. Lo mejor es centrarse en la espera, sin preocupaciones. Nada, por tanto, de permanecer célibes los servidores de la comunidad, por ser servidores.
Sobre el asunto del “corazón indiviso”, el pensamiento de Pablo está influido por creer cercano el fin del mundo y por el dualismo platónico de espíritu-materia. Hoy superado por la teología. Dios no es un objeto más de amor. No es rival del hombre. Su amor, don del Espíritu, es “vínculo de unidad perfecta” (Col 3,14), y hace “indiviso todo corazón”. Casados y célibes, hombres y mujeres, en los que habita su Espíritu, tienen un “corazón indiviso”. Amar esposa, hijos, padres..., no impide amar a la comunidad. Nuestro amor, bautizado, convierte en “cosas del Señor” toda nuestra vida. Los presbíteros orientales no tienen su “corazón dividido”: aman a su familia y a su comunidad con corazón imbuido del Espíritu de Jesús. Los célibes, es evidente, pueden dedicar más tiempo a tareas de la comunidad. El amor pastoral no impide el amor a la familia (padres, hermanos, tíos...). De hecho el sacerdote diocesano suele vivir con sus padres, hermana...
El afán por defender la ley celibataria llevaa este disparate: justificar los textos de las cartas comunitarias por la carencia de hombres célibes. “Conviene que el obispo sea marido de una sola mujer... Los diáconos sean maridos de una sola mujer” (1Tim 3,2.12); “Que el presbítero sea marido de una sola mujer” (Tito 1,6). “Es obvio, dice, que en el comienzo de la predicación cristiana, cuando el celibato no era un estado admitido en la sociedad, los Apóstoles no esperasen encontrar hombres célibes en número suficiente para regir las numerosas comunidades cristianas que iban surgiendo, pues simplemente no los había, y no se podía pensar que el deseo de Pablo de que el servidor sea célibe fuese inmediatamente aceptado y practicado en toda la Iglesia”. Este argumento es falso: no es cierto que “el deseo de Pablo es que el servidor sea célibe” por ser servidor. Estas cartas lo demuestran. Aunque no son de Pablo, siguen su espíritu.
Y siguen disparates y afirmaciones falsas: “No había entonces seminarios: había que fundar las comunidades cristianas con la predicación, y para ello se escogía a los hombres más capacitados en ese momento. Por ello Pablo exige al menos lo indispensable, a saber, que no sean libertinos, o que no hayan tenido ya varias mujeres. Incluso es de admirarse que, en ese ambiente naturalmente contrario a la abstención sexual, Pablo haya tenido la claridad y el valor de predicar que "es mejor no casarse". Sus palabras son sin duda de un gran calibre profético”. No es cierto este aserto absoluto. Está sacado de contexto. Pablo distingue situaciones: “esto os lo digo como una concesión, no como una orden, aunque deseo que todos los hombres fueran como yo mismo. Pero cada cual tiene su propio don de Dios, unos de un modo y otros de otro. Ahora bien, a los no casados y a las viudas les digo: es bueno que se mantengan como yo. Pero si no se contienen, cásense; es mejor casarse que abrasarse” (1Cor 7,6-9).
Pablo habla de “concesión” o favor que él creer hacer con sus consejos, no de “orden” o mandato alguno. Y, además, en situación angustiosa: “Considero que, por la angustia que apremia, es bueno para un hombre quedarse así” (7, 26); “el momento es apremiante. Queda como solución que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran...” (7, 29). Habla, pues, para un tiempo determinado histórico. No puede generalizarse como si fuera bueno para todo tiempo, lugar y situación. Más aún: reconoce que “cada cual tiene su propio don de Dios, unos de un modo y otros de otro” (7,7b). Es Dios quien faculta o da capacidad para vivir sin necesidad de casarse. Los que tienen ese don harán mejor no casándose. Pero quienes no tienen el don de la continencia harán mejor casándose: “es mejor casarse que abrasarse” (7,9).
“Esta fue la práctica de la Iglesia durante los primeros siglos... Había ministros casados y ministros célibes, aunque no podemos determinar la cantidad y la proporción... Algunos estudiosos, por ejemplo, se inclinan a pensar que, si bien no era obligatorio, la mayoría de las iglesias locales, tal vez celosas de las palabras del Apóstol, guardaban la costumbre de admitir a las órdenes sagradas preferiblemente a los célibes”. ¿“Celosas de las palabras del Apóstol”? Las cartas de Timoteo y Tito, inspiradas en las cartas genuinas de Pablo, desmienten la última afirmación: “conviene que el obispo sea... marido de una sola mujer..., que gobierne bien su propia casa y se haga obedecer de sus hijos con todo respeto. Pues si uno no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?” (1Tim 3,2.4-5). La preferencia, pues, es para los casados, alegando motivos razonables.