Pensar lo Sagrado desde el habitar poético
Una meditación en torno al habitar y a la dimensión de lo sagrado
| Jesús Lozano Pino Vanesa Gourhand
► ADVERTENCIA: ¡No entre aquí quien no ame la poesía ni se interrogue como un filósofo! Absténgase quien no esté dispuesto a poetizar la palabra y filosofar con el texto, pues el artículo que sigue exige el abandono de lo ya trillado y sabido y una apertura exigente al lenguaje de lo sublime.
CEDO LA PALABRA en un tema nada fácil A MI AMIGA VANESA GOURHAND, Dra. Filosofía (UNED)
Atrevernos a pensar lo sagrado desde el habitar poético nos obliga a cuestionarnos por el habitar, por lo poético y la dimensión de lo sagrado desde donde se templa la voz consagrada a la escucha de la voz silente de lo divino.
La bibliografía sobre estas cuestiones es interminable, muchos libros se han escrito ocupando un lugar destacado en nuestras bibliotecas. Lo que aquí pretendo es traer alguna de estas lecturas posibles, retenernos tan solo por unos minutos, lo que dure esta lectura, a pensar lo ya dicho y jugar con las palabras que nos fueron dadas para poder nombrar lo más efímero e inaparente: el acontecer de lo Sagrado.
Voy a elegir a un filósofo, solo a uno entre tantos otros, que nos acompañe en esta conversación: el pensador alemán Martin Heidegger, el maestro de la Selva negra, y dígase, también, algún poeta que se alce imperioso en el habla del poema.
Nos preguntamos: ¿ qué significa habitar?
Prestar atención a esta temática en la obra de Martin Heidegger es acercarnos con paciencia a la conferencia «Construir Habitar Pensar»[1]. En ella el pensador invita a los oyentes a cuestionar la esencia misma del construir, que conlleva preguntar por el arraigo y el desarraigo propio del habitar. La pregunta conducente de ese texto es la misma que nos hacemos aquí: ¿Qué significa habitar? Y ¿en qué medida el construir (que también en su origen se dice poetizar: ποίησις) conforma el habitar?
El filósofo nos enseña que el Habitar es morar, demorarse en el lugar, y el construir ya es en sí mismo un habitar, hacer del lugar un sitio habitable. El saber construir es un saber del criterio, de la medida justa, es un saber discernir, seleccionar y poner a resguardo, es decir, poner en obra lo dado. Pero este saber, que es un poder ver lo propio de lo uno y lo otro en el configurar, es una capacidad que nos es posibilitada desde un claro, una apertura que nos convoca. Esta capacidad es, por tanto, responsiva y nos posibilita a poder hacer con las cosas, cosas, obras desde las cuales se abren comarcas en las cuales morar; es decir, el construir (que se dice también poetizar) habilita el lugar para conformar una morada que reúne un poblado, mas es el propio lugar el que posibilita tal habilitación. Con ello decimos que, en el construir y en el demorarse en el lugar la tierra se vuelve tierra natal.
La palabra "habitar" mienta el permanecer y el demorarse. El habitar hace lugar a lo que permanece, a lo que se demora. En el origen de la palabra alemana wohenen (habitar), coincide con la palabra construir bauen, y ésta en su etimología: buan, bhu, beo coincide con los términos: bin (soy), bist (eres), y la forma del imperativo, también del verbo ser, sei (sé). La antigua palabra bauen, a la que pertenece bin, hacen resonar juntas en alemán: yo soy/ yo habito, tú eres/ tú habitas (Heidegger, 2015, p. 15). Así, la antigua palabra «bauen» nos dice el modo en que el hombre es.
Veamos algunas notas en lengua castellana.
La palabra construir viene del latín construere. Y en latín, como en castellano antiguo, significa erguir y edificar, arreglar o extender con arreglo a algo (emplazar y trazar); también se solía usar para lo que hoy solemos emplear para componer, ‹construir una pieza o un poema› o para hablar de construcciones gramaticales.
Nuestro ‹construir› habla propiamente de una dinámica estructural, de la estructura y del edificar, de la composición y del escribir, de la figura y la configuración del texto o del asentamiento y de la hacienda, y del establecer o asentar. Es decir, la palabra ‹construir› en su origen expresa «la articulación propia de aquello que se da en obra»: edificar, ensamblar, articular, configurar… Hay, en esta construcción, en esta técnica o habilidad, el hacer con criterios y medidas, algo así como un saber reunir con carácter discriminatorio, selectivo y caracterizante, como cuando para construir un muro se necesita buscar, seleccionar y recoger las piedras necesarias.
Lo interesante de lo que dice la palabra construir, en su origen, es que revela lo más propio del ser del ser humano: el construir y el habitar, como el decir y el pensar[2], definen su esencia. El gesto de la mano que construye, la habilidad del artesano, la escucha atenta que comprende, el poder hablar en un decir articulado, son los modos en que habitamos en un mundo que nos antecede y al que siempre nos encontramos arrojados y en el cual nos erguimos y así poder andar y hacer camino.
Hay otro sentido que permanece en la palabra Bauen, y quizás ayude a comprender mejor lo se está diciendo, que es el de «cultivar y labrar» lo que crece, en tanto, proteger y cuidar el lugar de la siembra, que en nuestra lengua latina vendría a ser colere, que también algo dice del culto y el arraigar.
Tanto el ‹proteger y cuidar› el lugar de la siembra, como el ‹habitar›, son sentidos que han caído en el olvido en el devenir de las lenguas, persistiendo el ‹erguir› y ‹edificar›, como vemos en castellano. Por este olvido, nos señala Heidegger, el habitar no se experimenta como el ser del hombre, como su rasgo fundamental (Heidegger, 2015, p. 17). El habitar en su olvido, como el arraigar y el resguardar, son palabras que despiertan cierto pudor, como también la palabra amor, o cuidado, o misterio son dichos que saben guardar silencio.
Atendamos a ese silencio.
Considerando, pues, que todo construir [compaginar/ensamblar] es en sí mismo un habitar [acampar/morar el lugar: en tanto hacer lugar y cuidar], ¿en qué consiste su esencia, su darse activamente?
Heidegger, en su insistencia en ir al origen de las palabras para así escuchar al Habla en su decir inicial, insisten en la vinculación del ‹habitar› a las nociones de ‹permanecer› y ‹demorarse›, mas este permanecer, se asienta en un modo muy particular de experimentar la demora, porque esta porta en su decir ‹lo reservado› y el ‹resguardar›. Leamos una cita del texto: —La antigua palabra sajona ⟨wunnon⟩ y el gótico ⟨wunian⟩ significan –al igual que el antiguo bauen– el permanecer, el demorarse. Pero la palabra gótica ⟨wunian⟩ dice de una manera clara: estar satisfecho y en paz; ser llevado a la paz, permanecer en ella. La palabra ‹paz› ⟨Friede⟩ indica lo libre ⟨das Freire⟩, das Frye y Fry[3] significan preservado de daños y peligros, reservado de algo, es decir, resguardado. Liberar quiere decir propiamente preservar —(Heidegger, 2015, p. 19).
Volvemos a escuchar el ‹proteger y cuidar›, el poner a resguardo. La lentitud y la constancia de lo que crece y llega a la presencia de la inagotable fuerza de lo sencillo que custodia el enigma de lo duradero nos interpela. El preservar guarda en custodia algo en su ser propio: el rasgo fundamental del habitar es este preservar y tener cuidado y, en consonancia con el ser del ser humano, se muestra como el modo de la estancia de los mortales en la tierra (Heidegger, 2015, p. 21).
Como mortales somos llamados a habitar [ser], a preservar y cuidar. Mas, ¿ qué es lo que nos lleva imperativamente a habitar?
Dice el poema, en lucha con el silencio:
Las manos portan y soportan el tejido textual donde nuestra voz se hace oír, las manos hacen mundo; las manos portan vida y portan muerte. De ellas la sagrada escritura que supo recoger la ofrenda dadora de vida, una vida que obliga a ser vivida: respira la tierra acompasada por los astros del cielo.
El mortal habita la tierra en afinidad con ella; desde el cuidado y la preservación de lo donado por ella la tierra da en mano la estancia donde poder-ser productores, puestos al servicio en tanto sus guardianes. Sobre la tierra significa ya debajo del cielo [éter, camino del sol del día a la noche y la noche al día, calor y frío, la luna en conjunción con el mar, y la estrella, estela de la navegación]. Gracias al cielo aprehendemos a ver, a medir el paso de las estaciones, el pulso de las mareas, y marcar las distancias entre los polos de la tierra guiados por las estrellas. La amplitud de su abertura nos enseña a ver y tomar-la-medida.
Perteneciendo a la comunidad de los hombres y mujeres nos sabemos en diálogo y en la cercanía junto a otros, en el cuidado mutuo, en el respeto a las leyes comunes, y a la pertenencia, desde la lengua, nos sabemos pertenecientes a un pueblo histórico. Somos conducidos; nos es dado el paso en el trazo de las sendas que surcan nuestro cuerpo, que forjan nuestras manos, que nuestro pensar delinea, desde el nacimiento hacia nuestra muerte, el final en el que se concentran y, a la vez, se retiran todas las posibilidades.
Canta una copla de antaño, recogida en las leyes de los pueblos ancestrales de América:
Siete varones subían la ladera rocosa de la montaña, con picos y cuerdas para arrancar las piedras de su ladera. Piedras con las que construir refugios y templos. Cinco jóvenes bajaban a la cantera con picos y cuñas y más cuerdas extraída de la corteza de los árboles, mármol blanco para el escultor que prepara la pieza para las tumbas y los cuerpos sagrados para los templos. Obras esculpidas en las que permanecerá la fuerza inquebrantable de la piedra que no llora y era montaña.
Ocho varones entraban en el bosque del norte con hachas a talar árboles. Unos trepan como monos salvajes a las ramas más altas, otros de brazos gruesos y piernas como troncos dan los hachazos, muchos golpes contra el cuerpo del árbol y uno y otro, uno y otro más. Se extrae la madera por los caminos del bosque que se entrega al artesano con la que creará utensilios, ventanas y puertas de las casas de piedras, y las ruedas de las carretas, y hará más herramientas y arados con el hierro fundido, que agotarán la tierra que dará el alimento cultivado. Y las ramas más altas serán servidas al fuego, el fuego del hogar que se arraiga al suelo de la casa y alrededor del cual se reúnen los hombres y las mujeres, los niños y los viejos, y las ramas serán ceniza que se elevaran en humo hacia el cielo, es la diosa, el espíritu del fuego, que nos reúne haciendo hogar.
Seis viejos entran con sus hachas y sierras pequeñas en las selvas del sur, buscarán los árboles de cortezas más flexibles, madera que el artesano curara para crear instrumentos musicales, con finos cinceles y lijas y capas de aceites que se extrajo de la planta, que nos traerán sonidos únicos, que nos harán escuchar lo que no-tiene-nombre y evocara el sonido del cuerpo partido del árbol que donara en sonidos su nobleza, su solidaridad, su soledad y firmeza, su existencia como hijo predilecto de la naturaleza. Y los más altos, lo más nobles miembros del bosque, se entregarán al constructor de barcos y piraguas. Barcos con los que surcar los ríos por los que transportar la mercancía y las herramientas, y las pieles de los animales y la leña y la comida para el invierno, madera solida que conduce el agua hacia la tierra hacia la cuenca hacia delante, a-delante.
Cinco varones y cinco mujeres se adentraban entre los surcos de la tierra labrada a recoger la cosecha alzada al calor de los astros y las lluvias, las gotas de dios que dieron las uvas, el sol yaciendo aún entre los pliegues de la mazorca. Danzando en la negra tierra que oculta entre sus pliegues raíces y semillas que cobijará en las heladas noches de invierno. Manos ágiles que cortan con precisión el tallo, que reconocen la textura de la fruta madura, y con su nariz olfatean el aire que traerá vientos que derramará las semillas de los frutos venideros.
Diez mujeres se reúnen en silencio en torno a los niños y las plantas y la lana esquilada, en sus manos, pequeñas agujas que tomaron de la leña sagrada y lijaron hasta dejarla lisa sin astillas. Y los hilos saldrán de las plantas y de los animales esquilados, madre-tierra-donada, se hilarán en el huso, manos ancestrales que tejerán vestimentas, colchas para cubrir las camas o las ventanas, tejidos prietos de telares de la fuerza del trabajo, mujeres reunidas con sus agujas y sus hijas: contarán historias en sus tejidos. Recuerdos, memoria de pueblos ya cenizas, puntos en los que convergen lo sido con lo siendo llamando a los hijos por venir. Tristeza, valor, alegría, nacimientos y muerte, la tierra con la palabra: allí escritas los primeros cantos que fueron abrigo de los hombres. Colores que se gestaron en las plantas, formas que se gestaron en el gesto de la mano hábil con la aguja, tejidos conformados que portan una identidad que nos cuentan de lo sido y así permanecer, aun siendo olvido.
(Copla popular americana, Anónima -adaptada al decir del artículo-).
Este canto nos hace ver (recordar) la co-pertenencia de los mortales con el lugar. Para poder habitar es necesario construir, el construir habilita el poder morar. El mortal toma la medida que le es ofrendada en la mutua pertenencia de cielo y tierra.
La comarca es ella misma a la vez, amplitud y morada… la amplitud que hace demorar, la que reuniendo todo, se abre de modo que en ella lo abierto es mantenido y sostenido para hacer eclosionar toda cosa en su reposar. Ésta es la dimensión de lo sagrado, el sitio donde evocar desde la plegaria, desde el canto, desde la danza el advenir de los dioses que aguardan nuestra mirada, nuestra palabra: —Tierra y cielo, los divinos y los mortales, son una cosa sola a partir de una unidad originaria —(Heidegger, 2015, p. 21). Los mortales moran en la demora afinados a las voces destinales. El mortal se demora conmemorando, rememorando y agradeciendo en sus obras, siendo los necesitados y perteneciendo a lo libre (a lo propio que apropia y propicia). Lo libre, que aquí se mienta, algo dice de la Necesidad, aquella que, en silencio, reúne pensar y ser, habitar y construir, amar y cuidar. El habitar poético deja, al habitar, ser un habitar: cuidar y abrigar la alianza ínfima, entre divinos y mortales, cielo y tierra, en su esenciar.
Pensar la dimensión de lo sagrado significa disponer-nos a la escucha de lo silente, al gesto que invita y convoca al lugar en que se gesta desde el gesto, la alianza de los mortales y los divinos. Una experiencia con lo sublime y con ello decimos, ‹lo alto›, ‹lo profundo›. Atender al gesto, hacia donde gesticula el gesto, es avistar el límite del mortal: ‹lo fuera› de lo abismal o de la abertura de ‹lo sin fundamento›, lugar del acaecer de su ex-sistencia.
Pensar esta abertura de lo abierto, la dimensión de lo sagrado, es a-tender a la diferencia de divinos y mortales, de cielo y tierra, soportar la instancia tensional de la oposición en la que el mortal es en su mortalidad (aquel que percibe el abismo, que se sabe en su finitud) y lo divino, en su inmortalidad, hace resonar el eco de lo abismoso; la amplitud misma entre uno y otro vibra en su disonancia. Este tono fundamental, la disonancia del vínculo, vibra en el espacio entremedio en el que cada uno se apropia de un quién de un qué, es decir, de un modo de ser en relación del uno con el otro, correspondiendo a esta instancia tensional en que se desapropian (dejan-ser) apropiándose de lo que le es más propio en su ser: dejar-ser dejando-de-ser, haciendo sitio y ocupando cada cual su lugar en la intimidad de una relación tensional y necesaria: un ámbito dialectal dialogal, un ámbito de oscilación. Es en esta ínfima relación de pertenencia, ínfima e íntima, que media soportando la tensión de los opuestos, en que lo diáfano se transfigura en belleza y verdad: armonía.
Permaneciendo ante los divinos [los presentes y los ausentes también] nos sabemos mortales, sabemos del temor y el pudor, aprehendemos a orar en plegaria y agradecer el misterio, y sabemos de la gracia del cuidado eterno, contenido en el gesto de la madre poniendo a cobijo la mortalidad del hijo divino.
¿Qué significa poetizar?
En lo ya señalado en la lectura del texto «Construir Habitar Pensar»: el poetizar es un construir, un saber ensamblar y componer, un saber poner en imagen lo visto y oído. El poeta (la poetiza) sabe escuchar la voz silente de lo sagrado, el poeta (la poetiza) es prendado por el espíritu de su época[4] y funda un modo de habitar.
Él/ella, la profetiza o sacerdotisa, en tiempos lejanos, son los bien dispuestos: escuchan el sonido silente de este espacio de abertura [lo abierto/lo libre: el movimiento que permite que aparezca todo lo que aparece], son ellos y ellas, en su vocación de poetas, los destinados a ver (y atisbar) lo por venir, los que presienten el llamado, el instante de la fuga que ensambla una synthesis, un instante sublime; en él cae el poeta[5], y toma la seña (el fuego de Prometeo fue antaño): la medida para el habitar del hombre en la tierra, la medida donde fundar una región (tierra natal) donde construir y crear, donde fundar en concordancia con la ley sagrada del amor, la belleza, lo justo, lo bueno.
Lo sagrado se sustrae a cualquier explicación. Es un poder que aúna mortales y divinos, cielo y tierra, que se aloja en la interioridad de todo lo que es, una fuerza silenciosa abraza a los cuatros en el espacio de juego en que se juegan su ser. Una fuerza mediadora en la medida en que es amor. Una fuerza que hace vibrar las voces en su disonar y cuya fuga se ensamblan en coro, en coro gesticulan, danzan en dulce armonía en instancia de lo Sagrado. Y el poeta funda con su palabra: nombrando al cielo y la tierra e invocando a los dioses, im-porta a los hombres su habitar; el poema, por la palabra, hace que lo Sagrado sea palabra y que la palabra sea sagrada.
Lo Sagrado es lo inmediato (lo que nunca es comunicado pero es el principio de toda posibilidad de comunicar[6]), el claro resonante que entona mutuamente las regiones mediando (el son de la calma) que en-camina y decide, inicial y previamente, sobre los hombres y los dioses, otorgando, así, las relaciones y correspondencias en este juego de pertenencias mediadas, el espacio-tiempo en que puedan ser. La omnipresencia inmediata es la mediadora para toda medida en la que se es, la medida común a todos: ley sagrada en cuanto ley que ensambla y apropia en su propiciar.
La plegaria, la voz (vocativa) de aquel que se deja tocar por esa disonancia que aguarda el ensamble necesario de palabra y habla, es la piedad del pensar poético [un pensar que es contestativo al Logos, lenguaje originario]. La piedad corresponde al pensar poético, al pensar que cuestiona, es decir, que atiende a lo extraño, a lo inaparente, a lo indecible que lo golpea y trastoca… Corresponde, a la vez, al silencioso aguardar que sabe del silencio de las palabras, de la calma que apacigua, de la ausencia y del olvido porque el pensar poético se configura en resonancia a la Memoria. Una memoria que se dice como Mito, como palabra originaria que custodia, pero que, a la vez, dona al mortal la posibilidad misma de poder pensar-en la Memoria que, entendida como Logos, posibilita el pensar-en lo sido y en lo por venir dispuesto al mortal.
Un pensar-en lo sido o lo sido en lo dicho (un rememorar que poetiza o produce logra des-cubrir/dejar ver o traer a la presencia lo que permanecía olvidado o retirado en el ocultamiento), que es capaz de pensar-en lo aún no sido. Lo dicho gesticula hacia lo no dicho, y lo no dicho propicia lo dicho por venir. Mas como memorar es un demorarse en el Dicho, en la palabra ofrendada, es un conmemorar poniendo en obra la ofrenda dada, es un rememorar trayendo a la presencia el olvido sido, y es un morar en la lengua, en el dialecto en que permanece la memoria de un pueblo. La memoria porta olvido, y a esa ausencia debemos, también, plegarnos, porque el olvido (la ausencia, la renuncia de lo que se deja decir) nos obliga a renunciar a nuestro imperar, debilitando nuestro poder de voluntad, una voluntad que solo quiere poder de voluntad (de dominio y aseguramiento) y no de un ‹poder ser›, ser lo libre, en lo propio de nuestra mortalidad.
Se señala un ámbito dialectal hacia un diálogo de lo inmanente (el ser es): hablar-en-diálogo es un corresponder, la correspondencia al logos (lo que deja ser lo que es), una correspondencia afectiva, es decir, una disposición o estar dispuestos a lo que adviene. Esta correspondencia, siempre y necesariamente dispuesta al llamado silente que reverbera, es en el ámbito de una llamada, la amplitud en la que algo trascendente [ser/estar tendido a] acontece. Esto es, quizá, lo más difícil de comprender.
Escuchar al logos, que se deja decir también como mythos, es atender al sonido silente de (la) palabra originaria, de una palabra ofrendada al pensar, una escucha en la que se es. Dejarse decir por el logos es un dejar-se tocar, un tocar en la que el comprender se vuelca en un prender-con (quedarse prendado): amoroso encuentro, un fundir-se en el lenguaje del Ser [el sitio de reunión: unidad originaria que se da en el retorno al hogar], el lenguaje como espacio de un juego de un tiempo, comprendido como el acontecer por venir. Un porvenir que nos llama a su encuentro: lo destinado (el envío siempre vocativo/ voz y vocación) en la dimensión o abertura de un Haber que no se deja tomar ni sujetar, que nos obliga a pensar en el límite/frontera, en la fragilidad, en la ausencia, en la caída… la experiencia del afuera (la ex- de la asistencia), del asistir a la abertura de lo sagrado que nos arroja y porta en el vivir (en la medida asignada al nacer).
Ser en el hacer: ¿ cómo esta carga nos destina al cuidado… a la responsabilidad…a la piedad? Permaneciendo en la cercanía de lo abismoso (lo profundo sin-fundamento), en la desgarradura, haciendo vibrar la disonancia (el desquiciamiento de la palabra)… hacer que tiemble (tremor) la voz, dejando que impere el resonar silente de la ausencia de fundamentos, experimentar el estremecimiento del abismo, el paso fugaz del gesto gestante que gesticula en el saludo del acaecer propiciante: «aquí se descubre la más íntima finitud del ser (Seyn): en la seña del último dios»[7] (Heidegger, 2011, p. 329).
Y el poema se hace memoria, su imperar nos hace pensar-en esa ausencia, en ese olvido… nos en-camina a lo no-dicho en lo dicho, nos templa en el temple fundamental del duelo, del duelo sagrado que nos habilita a poder conmemorar (llamar) la necesidad sagrada de una alianza olvidada: «Uno: Todo»[9].
Pensar lo sagrado desde el habitar poético es dar el espacio para que acontezca (para que se posibilite) la sacralizad de la belleza, preparar el lugar para que este acontecer tenga sitio, y no en la lejanía de un cielo supralunar, sino aquí, en la tierra, en la naturaleza: en el río, en el mar, en la montaña, en el bosque…, en medio de una tormenta de nieve, en la ronda en que los amantes se juntan en la fiesta celebrando, en la plegaría, en el lugar donde la palabra hace el canto consagrado… Estas son las caras visibles de lo divino. El gesto del abrazo de la madre que acoge el cuerpo de su hijo, el gesto de la mano que ora, o el gesto de la mano que con destreza guía la herramienta en la hechura del tajo en la madera y en la piedra, en las manos que tejen, que acunan, que acarician …. estos son los gestos visibles de lo divino: tomo tu mano en mi mano, tu boca en mi boca, tu voz prenda en mi oído, mi palabra recogida en tu lectura: com-pasión…com-prender…com-memorar, con-versar.
El habitar poético es el estar templado a lo sagrado y el poetizar (crear y producir): ‹la puesta en obra› abre el lugar para tal acontecimiento, donde lo sagrado resplandece y hacer resonar todo aquello que alcanza su resplandor. La experiencia de lo Sagrado es una experiencia amorosa, es una experiencia con los sublime, lo profundo, lo abismal en cuanto que es lo sin-fundamento, sin porqué. En la naturaleza impera lo sagrado silente, en la conmemoración y el agradecimiento, en el arte, en tanto puesta en obra de la belleza, en la medida justa, en la mirada comprensiva, en la escucha atenta.
¿Qué nombra, pues, el decir poético?
Lo poético, nombra el habla en su origen fundacional que se rehúsa en el decir enunciativo; lo poético hace resonar lo silente: la más ínfima intimidad y, así, nos trae la medida en la que poder-ser. Lo poético nos arranca del concepto y del nombre vacío, lo poético porta la memoria de un pueblo, de una estirpe, de una tierra. El esenciar poético de la poesía nos hace pensar-en y nos cuestiona, a la vez, que nos lanza a la búsqueda de otras sendas trazadas. El canto del poema nos templa en una tónica fundamental que sostiene y reúne todo afinar [ensamble- armonía] porque el poema es, en su fundamento, esa unidad armónica que se canta, se hace imagen, se hace palabra y voz.
El poeta, la poetiza,en su experiencia con la lengua, aprende a escuchar y a ver, aprende la palabra legada y la hace vibrar, como el toque de la cuerda de una lira. El poeta y la poetiza saben de las medidas y de los tonos en lo visto y lo oído, saben de la colecta de las señas. El poeta y la poetiza Poetizan. Poetizar es imaginar, traer a imagen lo que espera ser dicho y mostrado. El poeta, la poetiza invocan, llaman a lo sagrado y dan cobijo al espíritu en su alma soportando el misterio de lo indecible, inscriben el tiempo en un pentagrama, trazados que replican la armonía, donde este podrá oscilar: Resonancia de la diferencia de(l) Ser, sitio donde el ser es.
El poeta, la poetiza llora las lágrimas de un mundo que se olvidó de llorar, señalan hacia donde el hombre quiere olvidar, danzan el coro de la gracia y la alegría, juegan lanzado las palabras que en su juego disloca lo asentado, pero jugando jamás abolirán el azar, de ahí la belleza de su canto. El poeta y la poetiza hacen de la tierra y de los ríos un lugar donde morar, de los árboles quemados y de las piedras rojas una sombra donde sostener la mirada, portan las cenizas que aplastan su lengua y convierten en cristales que cortan la piel de las palabras sedimentadas. Ellos y ellas proclaman y callan, ellos y ellas se retiran al silencio del habla, ellos y ellas son los dicentes expertos… y los mortales pensantes, a la escucha dejándose decir, y nada más: dejándose conducir por los caminos arriados y meditar / dejándose habitar por el Habla de(l) Ser [Logos] y repicar, repicar como las campanas del campanario que llama a la reunión
¿Y cómo es la escucha en la dimensión de lo sagrado?
Por lo pronto alguien que presta oídos, atiende concentrado en un sitio, atento a una palabra robada u ofrendada en la confianza del secreto; ser en la escucha es ahondar en el silencio para poder percibir la sonoridad de la composición musical, el tono del llanto de un recién nacido, el tartamudeo de quien no encuentra las palabras, y el silencio del que calla en el golpe de un gran acontecimiento.
Escuchar, cobija, en el legado de su significado: inclinarse y auscultar, comprender y tender ⟨entendre⟩ en lengua francesa, y en la lengua alemana, también, dice, obedecer ⟨gehorchen⟩. Los humanos oímos porque hay sonidos, y escuchamos porque hay sentido, hay λóγος -lógos- [una palabra que es pura ofrenda, que crea desde sí un sentido (compasa el paso de los hombres en la tierra)]. Podemos comprender [prender-con] porque el lógos nos posibilita poder escuchar: la escucha está tendida hacia un sentido presente más allá del sonido (Nancy, 2105, p.19)[10]. El sentido es este tender-a, o solicitación, es, hacer-sentir en su re-sonar [sonar es vibrar en sí mismo o por sí mismos para el cuerpo sonoro (Nancy, 2015, p. 21), el sentido es (este) vibrar que toca y eriza [erizamiento]: «Se dirá por tanto que, como mínimo, el sentido y el sonido comparten el espacio de una remisión, en el que al mismo tiempo remiten uno a otro, y que de manera muy general como el de un sí mismo» (Nancy, 2015, p. 24). Un sí mismo, en tanto cuerpo sonoro, es un espacio de reminiscencias y afinidades, estar a la escucha será siempre un estar tendido hacia lo mismo [el sí afirma la mismidad de lo que es siendo, de lo permanece aguardando]: «un remisión infinita [in-finito/ ínfimo/] porque remite a aquello que no es nada fuera de la remisión» (Nancy, 2015, p. 25).
Ser a la escucha, es la ofrenda de la posibilidad del diálogo, donde una palabra originaria (sagrada) se da a la escucha y es, ante todo, estar dispuesto, una inclinación del mortal a esa tensión dialectal (pólemos en el decir de Heráclito), obedecer a sus remisiones, es la gracia del pensar. El acontecimiento y la disposición se dan a la vez. De lo que trata es de la relación en sí misma, de lo con-temporáneo de lo audible. Una relación relacional que no clausura sino posibilita el poder comprender, poder escuchar y poder decir: «Escuchar es ingresar a la espacialidad que, al mismo tiempo, me penetra: pues ella se abre en mí tanto como en torno a mí, y después de mí tanto como hacia mí: me abre en mí tanto como afuera, y en virtud de esa doble, o cuádruple, o séxtuple apertura, un ‹si mismo› puede tener lugar» (Nancy, 2015, p. 33).
Y las sendas se retiran en la espesura de lo hollado. Mas una cosa reluce en el sitio-instante en que se retira el camino: el ‹olvido› y lo ‹sagrado›, que dicen de lo mismo y no-lo-mismo. El olvido y lo sagrado se dejan decir en el habla silente del ser, el tañido de su llamada, una única tónica fundamental que nos interpela en el desarraigo: de la pobreza (la falta de necesidad de un vínculo fundacional), una fuga que no somos capaces de oír porque hemos perdido la voz en lo ajeno. Mas en el pliegue silente del lenguaje se alza la palabra que concede lo que ningún fundamento alcanza..., la diciente en lucha con el olvido necesario que señala la diferencia de «el ser siendo olvido». Lo sagrado, lo que impera en todo lo que es, es la des-diciente, el dictado de la abnegación. Ambos son en la profundidad del tiempo que permite a la memoria ser.
La voz silente,
aquella que deja ser al cielo y la tierra en su compasar, que reúne en el conflicto a mortales y divinos, que vibra en el amor y el deseo, que desgarra en la ausencia y en la muerte… silencio del que brota la palabra justa, la impertinente, la poética, la que trae la Memoria. El silencio es la forzada fuerza de la quietud, porta el gesto de la mano que toma la ofrenda, el gesto de la plegaria. La voz silente del eco del abismo, la fuente que dona o rehúsa la palabra.
Lo sagrado, lo divino en su imperar, se ha retirado de su ámbito de pertenencia … ¿podemos asumir la llamada de(l) Ser, podemos arriesgarnos, a virar en la estela del pensar del ser (las posibilidades destinadas), sin asumir la posibilidad misma de lo sagrado, de la posibilidad de lo espiritual como lo capaz de ‹elevarse›, en oposición al dominio de la voluntad? ¿Somos capaces de querer el no-querer? ¿Cómo desacralizar el mundo mundano [en la huida de los dioses ante el poder aniquilador de lo humano el hombre impuso sus sacramentos y valores] y así dejar llegar a los dioses venideros?
Heidegger lo anuncia en su entrevista póstuma: "Solo un dios puede aun salvarnos"[11]. Pero, esta frase no significa recuperar una religiosidad perdida, de un dios antropomórfico y teológico. Nombrar un dios venidero es, obligarnos a cuestionarnos la caída en el in-mundo y la renuncia que clama a la ausencia de necesidad, prestar oídos al enigma de lo sagrado: oír el rugir de los ríos, la calma de la arboleda, el saludo del viento, el mar que da y quita memoria, dejar-se enseñar por los astros, y dejar a la tierra hablar en su reclamo de cuidado. Solo en la renuncia puede acontecer lo divino, en el dejar-de-ser se es en «lo libre».
Los mortales y los divinos, en la constelación de la cuaternidad [imagen poética de cielo y tierra, mortales y divinos], deben entrar en la lucha por su destinación, siendo esta lucha el lugar en que cielo y tierra entran en mutua relación; solo en la diferencia mortales y divinos alcanzan el uno y el otro su destino relacional: de los dioses toman los mortales la medida de su mortalidad, y los dioses soportan la medida de su mortalidad para que su campar se irradie: «Su vida, la vida del dios, es la negación, y más: la recusación ⟨Verweigerung⟩ de la inmortalidad para el hombre. Es el recuerdo de una falta, de una necesidad ⟨Not⟩ lo que hace de nosotros seres ek-sistentes: es, en definitiva, el recuerdo de que no somos dioses. Mas también a ellos, los siempre ‹eternos›, les hace falta el tiempo del hombre para manifestarse a su través porque ellos son los faltos-de-futuro ⟨Zukunftlosen⟩» (Duque, 2005, p. 721)[12].
Careciendo de dioses, los mortales son sin-medida: los dioses se han hecho fugitivos porque se les ha bloqueado todo camino para una divinidad. El hombre, siendo en el olvido mismo de ser-junto a otros- son lo monstruoso, aquél ser extraordinario capaz de pensar y producir, incapaz de escuchar en la sordera del ruido atronador de la maquinación: el peligro de la aniquilación de la esencia del hombre, camino de fuga hacia lo inhóspito. Su vida es pura fuga hacia el futuro siempre nuevo, un progreso inconmensurable hacia lo infinito, para conducir el habitar del mortal a lo más noble, en el que puedan medrar obra, poema, y ofrenda, donde es necesario el fracaso, la caída de aquel que lleva la debilidad de su decir hasta las últimas consecuencias.
Hacer la experiencia del olvido, del más profundo ahondamiento, emplazarse en él y ser a la escucha de su desgarramiento: dejar-se ser en la resonancia de las voces destinales, en el umbral de lo sagrado, ahí, el límite necesario que da la medida de la falla: El litigio es lo sagrado, lo que soporta la diferencia necesaria de ser y ente, lo resonante que hace ser a la escucha en la intimidad del amoroso azul [claroscuro de la lichtung], que envía y dispensa los destinos, de mortales y divinos, y a la vez, los mantiene en cercanía.
El peligro en el que somos y nos atenaza convirtiéndonos en sujetos sujetados es poder no-ser, que lo libre rehúse su acontecer destinal. Mas otro pensar es propiciado: atender al litigio disonante que resguarda silente en el lenguaje que porta memoria, pues un haber aguarda ser dicho.
Les invito a seguir pensando lo sagrado con la novena Elegía de Duino de Rainer Maria Rilke: https://drive.google.com/file/d/1tdt-GoK82Ez_h5yUVyqpn-gwOZEmGDU0/view?usp=sharing
¡Muchas gracias, querida Vanesa, por tu exigente y valiente reflexión!
NOTAS:
[1] Heidegger, M. (2015). Construir Habitar Pensar, trad. Jesús Adrián Escudero. La Oficina. Este texto recoge la conferencia que pronuncia Heidegger, bajo el mismo título, el 5 de agosto de 1951 en la localidad de Darmstadt, la fecha de la misma es importante porque indica el final de la segunda guerra mundial y la Alemania derrotada en pleno proceso de reconstrucción de sus ciudades [GA 7, Bauen Wohnen Denken, Vorträge und Aufsätze (1936-1952), ed. F.-W. von Herrmann.]
[2] véase Gourhand, V. (2021): «¿Qué quiere decir leer? Interpretaciones entorno a légein, legen y lesen en camino a la pregunta por el decir del habla en la obra de Martin Heidegger», Revista Differenz: «https://revistascientificas.us.es/index.php/Differenz/article/view/17356/15572"
[3] En otra conferencia, cercana a la fecha del texto que venimos leyendo, dice Heidegger de este término: «Ahora bien, ¿qué es lo Libre? Según lo que presiente en su decir nuestra lengua más antigua, lo Libre, frî, es lo indemne, lo preservado, lo que se sustrae a toda utilidad. ‹Liberar›, significa, original y propiamente: preservar, dejar a algo reposar en su propia esencia protegiéndolo. Pero proteger es: retener la esencia en el cobijo donde sólo permanece si se le permite retornar al reposto de su propia esencia. Proteger es: ir asiduamente en auxilio de este reposo, poner esmero en este retorno. Sólo esto es en su esencia el acontecer propiamente del preservar, que de ninguna manera se agota en lo negativo del no-tocar o del simple no-utilizar» (La Pobreza, 2006, pp. 107-109)
[4] Heidegger, M. (2010). Los himnos de Hölderlin «Germania» y «El Rin» (Merino Riofrío, Trad.). Biblos. (Trabajo original publicado en 1934-1935). [GA 39, Hölderlin Hymnen ‹Germanien› und ‹Der Rin› (1934/1935), ed. S. Ziegler. Frankfurt a.M: Klostermann, 1980].
[5] véase Papoulias, H.(2022): «Epílogo intempestivo acerca de lo sublime contemporáneo» en Longino, D. Acerca de lo sublime (Haris Papoulias, Trad.), Alianza editorial.
[6] véase Heidegger, M. (2016). «Como cuando en días de fiesta», en Aclaraciones a la poesía de Hölderlin, trad. H. Cortés y A. Leyte. Alianza Editorial.
[7] Véase Heidegger, M. (2011). Aportes a la filosofía. Acerca del Evento, trad. D. V. Picotti. Editorial Biblos. [GA 4, Erläuterungen zu Hölderlins Dichtung, ed. F-W. von Herrmann. Frankfurt a.M.: Klostermann, 1981.]
[8] Celan, P. (2009). Cambio de Aliento (José Luis Reina Palazón, Trad.). Obras Completas. Trotta, p. 251.
[9] Heraclito fr. B 50:«No escuchándome a mí, sino al lógos, sabio es reconocer que uno es todo»
[10] Nancy, J. (2015). A la escucha ⟨À l´écoute⟩. Amorrortu. Lectura que nos sirve de guía para ordenar lo aprehendido sobre la escucha y la importancia del oír en el desistimiento, iremos de la mano de sus pensamientos.
[11] véase: « https://www.pileface.com/sollers/pdf/ENTREVISTA DEL SPIEGEL A MARTIN HEIDEGGER.pdf»
[12] Duque, F. (2005). El dios del otro inicio. ENDOXA: Series filosóficas, (20), 719-732.