80 años de la muerte en prisión del 'rayo que no cesa' Orihuela exhibe un poema al Nazareno de Miguel Hernández
El poema al Nazareno está fijado en un panel cerámico en la fachada de una casa cerca de la Iglesia de Santiago.
El poeta se casó por la Iglesia días antes de su muerte con su esposa, con la que había casado por lo civil
En la madrugada del 28 de marzo de 1942, el poeta oriolano Miguel Hernández, a los 31 años, moría afectado por la tuberculosis que no le quisieron curar en la cárcel de Alicante
El espíritu de Miguel Hernández -“el rayo que no cesa” - rezuma por los poros de las piedras de Orihuela. Sus versos aparecen por todas sus calles y plazas
En los balcones se ve pancartas donde se lee: "Para la libertad, sangro, lucho, pervivo". Miguel Hernández
En la madrugada del 28 de marzo de 1942, el poeta oriolano Miguel Hernández, a los 31 años, moría afectado por la tuberculosis que no le quisieron curar en la cárcel de Alicante
El espíritu de Miguel Hernández -“el rayo que no cesa” - rezuma por los poros de las piedras de Orihuela. Sus versos aparecen por todas sus calles y plazas
En los balcones se ve pancartas donde se lee: "Para la libertad, sangro, lucho, pervivo". Miguel Hernández
En los balcones se ve pancartas donde se lee: "Para la libertad, sangro, lucho, pervivo". Miguel Hernández
“Y entre mil encapuchados con mil llamas de mil cirios,/ con las carnes desgarradas, aún más pálidas que lirios/ y la cruz sobre los hombros, cruza, humilde, el Nazareno/”, dicen unos versos del poeta oriolano Miguel Hernández, muerto en la postguerra franquista en la cárcel de Alicante. El poema entero figura plasmado en un panel cerámico de una casa cercana a la cerrada y hermosa Iglesia de Santiago, a los pies del monte san Miguel.
El poeta Miguel Hernández, de filiación comunista, condenado a muerte por el franquismo y conmutada su pena por 30 años de prisión, se casó por la Iglesia días antes de morir de tuberculosis en el penal, al objeto de consolidar el matrimonio civil que contrajo con su esposa, ante el temor de que el nuevo régimen no reconociera el matrimonio republicano. De estos hechos hace ahora 80 años.
En la madrugada del 28 de marzo de 1942, el poeta oriolano Miguel Hernández, a los 31 años, moría afectado por la tuberculosis que no le quisieron curar en la cárcel de Alicante. Había sido condenado a muerte curiosamente “por adhesión a la rebelión” –era comunista- y le habían conmutado la muerte por 30 años de prisión, gracias, entre otras gestiones, a las realizadas por su amigo el poeta chileno Pablo Neruda y al escritor José María Cossío. Al concluir la guerra civil, Miguel Hernández fue llevado por varias cárceles, primero cogió una gripe, luego el tifus y finalmente acabó tuberculoso. Hubo alguna gestión para trasladarlo a Valencia al hospital antituberculoso, pero se llegó tarde, murió antes de su traslado.
Miguel Hernández fue pastor de cabras, oficio que tuvo que tomar por necesidades familiares cuando comenzaba a encarrilar su vida académica y cultural. Nació y vivió muy cerca del imponente Convento de los Dominicos de Orihuela, Universidad Literaria en su día. La casa donde residía la familia enfrentaba su enorme mole y hoy es visitada a diario por mútiples personas de distinta condición. El Ayuntamiento tiene a su cago varias rutas hernandianas.
Llego a Orihuela en tren y la propia estación se llama Miguel Hernández. Una estatua del poeta se alza en una rotonda frente a la misma. Anuncia que se está en la tierra del poeta y señala la devoción que se tiene en la histórica ciudad alicantina, amable, afable, hospitalaria y orgullosa de su poeta, a quien le rinden el caso que su valía literaria y vida merece, la que no ha tenido mucha suerte en el resto del territorio valenciano, porque escribió en la lengua que es la más común y general en la propia Orihuela y su comarca.
El espíritu de Miguel Hernández -“el rayo que no cesa” - rezuma por los poros de las piedras de Orihuela. Sus versos aparecen por todas sus calles y plazas. En los puntos de información turística te ofrecen rápido sus rutas, te invitan a visitar su casa familiar, su centro de estudios, su museo. Su retrato y la bandera republicana a la que sirvió aparecen en no pocos rincones de la ciidad, junto con versos que hablan de ella y sus gentes.
Preciosa es la humilde casa de la familia, sencilla, diáfana, con su corral y huertecito para autoabastecerse, todo perfectamente organizado. Una casa que está al pie del curioso ermitorio de la Virgen de Monserrate, la patrona, construcción en modo puente sobre la calle, desde cuyo ventanal predicara san Vicente Ferrer a esta ciudad que acabaría siendo sede episcopal. La casa está llena de grafittis con sus versos. Y en la montaña sobre la que se recuesta el arrabal que la anida hay un enorme retrato del poeta mira y admira Orihuela.
Todo es sencillez y claridad, expresivo. Una vida intensa en la desnudez, en la total sencillez, para vivir tampoco se necesita tanto. El Ayuntamiento cuida y mima todo lo que a Miguel Hernández concierne. Lo potencia y ensalza. La acción tiene sus frutos. Son numerosas peregrinaciones las que llegan al santuario del poeta, cuyo espíritu se mantiene vivo, aletea por entre los monumentales edificios de Orihuela. Impresiona el silencio del lugar que invita a sentarse en cualquiera de sus sillas a leer y vivir sus poemas.
Murió hace 80 años, pero no sería hasta 1985 cuando su figura, su casa y sus cosas comenzarían a ser recuperadas con fruición. Fuera del ámbito estricto del hogar familiar de Miguel Hernández se encuentra gestos y detalles hernandianos, que remiten a su liderazgo en los sentimientos y reivindicaciones de Orihuela. En los balcones se ve pancartas donde se lee: ”Para la libertad, sangro, lucho, pervivo. Miguel Hernández. Cultura. Orihuela.” ,”¡Queremos aprender en la lengua de Miguel. Libertad de elección”.
Miguel Hernández está verso a verso descrito en las calles de Orihuela. Paseo la ciudad, la recorro una y otra vez, y sus viejas piedras, sus poros, están hoy impregnados de versos del poeta. Me sorprende un poema, cerca dela Iglesia de Santiago –en Orihuela todos son conventos e Iglesias, hoy muchos recintos cerrados- y encuentro en la fachada de una casa un poema que Miguel Hernández dedicara en 1930 a un Jesús Nazareno de su Semana Santa.
“Se horrorizan los ancianos, se conmueven las doncellas/ enseñando las pupilas, tras los mantos y los velo, / anegadas por el llanto. Y las masas por los suelos/ caen mostrando, de temores y dolores en la faz, huellas. / Enmudecen los clarines, no se escuchan las querellas/ y tristísmas saetas, ni la voz de los abuelos,/ que pidiendo van por Cristo. Y en el rostro de los cielos/ como lágrimas enormes se estremecen las estrellas ./ Reina un horrido silencio, que están solo interrumpido/ por redobles de tambores y algún lúgubre gemido/ que se sube hasta los labios desde un pecho de fe lleno…/ Y entre mil encapuchados con mil llamas de mil cirios,/ con las carnes desgarradas, aún más pálidas que lirios/ y la cruz sobre los hombros, cruza, humilde, el Nazareno/.”
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