Vencer el miedo y mirar ¡Feliz Pascua!
"'Dinos, María, ¿qué has visto en el camino?': esta pregunta está en el centro de la secuencia con la que la liturgia pascual introduce la proclamación del Evangelio en el día de la Pascua y, por tanto, el anuncio de la resurrección de Cristo"
"Expresa el empuje dinámico de aquel acontecimiento extraordinario, capaz de desencadenar un movimiento en cadena, una especie de sacudida, que desde el amanecer de aquel 'primer día de la semana' mantiene la necesidad de transmitirse, de llegar hasta nosotros"
"Todos corren aquella primera mañana de Pascua. Todos están infectados por la picadura de un enemigo invisible: el miedo a que todo haya terminado … Aquellos discípulos no creen que su rabino haya resucitado … Por eso el evangelista señala que 'aún no habían entendido la Escritura'"
"Todos ellos, en definitiva, deberán tener una experiencia personal de Él, encontrándole, desviándose de su camino respecto a sí mismos, reconociéndole como verdaderamente es … Tal vez sea precisamente en este último énfasis donde radique el secreto de todo el asunto"
"Todos corren aquella primera mañana de Pascua. Todos están infectados por la picadura de un enemigo invisible: el miedo a que todo haya terminado … Aquellos discípulos no creen que su rabino haya resucitado … Por eso el evangelista señala que 'aún no habían entendido la Escritura'"
"Todos ellos, en definitiva, deberán tener una experiencia personal de Él, encontrándole, desviándose de su camino respecto a sí mismos, reconociéndole como verdaderamente es … Tal vez sea precisamente en este último énfasis donde radique el secreto de todo el asunto"
"Dinos, María, ¿qué has visto en el camino?": esta pregunta está en el centro de la secuencia con la que la liturgia pascual introduce la proclamación del Evangelio en el día de la Pascua y, por tanto, el anuncio de la resurrección de Cristo. Evoca, o al menos nos permite imaginar, la curiosidad atónita de Pedro y Juan, probablemente escondidos en el cenáculo, en un rincón de la antigua Jerusalén, cuando les llega esa noticia inesperada, completamente abierta a tantas interpretaciones dispares: "Se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto". Y expresa el empuje dinámico de aquel acontecimiento extraordinario, capaz de desencadenar un movimiento en cadena, una especie de sacudida, que desde el amanecer de aquel "primer día de la semana" -como narra el cuarto evangelista- mantiene la necesidad de transmitirse, de llegar hasta nosotros.
No es casualidad que la palabra que el evangelista utiliza con más insistencia, al describir el comportamiento de la mujer y de los discípulos, sea "correr". Todos corren aquella primera mañana de Pascua. María de Magdala corre, impulsada por una intuición demasiado parecida a la sospecha: no se atreve -y es comprensible, pues es una muchacha que deambula sola en medio de un cementerio- a entrar en el sepulcro, extrañamente abierto como no debería estarlo, pero no por ello deja de tener la certeza de que el cuerpo sin vida de su Maestro ya no está bajo tierra. Y corren Pedro y el otro discípulo, que -al ser más joven- alarga el paso y es más rápido.
Todos están infectados por la picadura de un enemigo invisible: el miedo a que todo haya terminado, a que mil aventuras se hayan frustrado por el fracaso, a que el rencor de sus enemigos arremeta contra el muerto antes de abalanzarse también sobre ellos. Es la incomprensión de las profecías lo que les hace tergiversar el escenario y malinterpretar laspistas: la lápida volcada, las vendas esparcidas, el sudario combado sobre sí mismo. No tienen la lucidez de preguntarse quién podría robar un cadáver tomándose primero la molestia de desnudarlo por completo. Pedro y los demás se limitan a ver la tumba vacía y, por tanto, creen.
Bien, podríamos concluir. En efecto, no podemos descartar precipitadamente la difícil cuestión de la fe en el Resucitado. Aquellos discípulos no creen que su rabino haya resucitado. En todo caso, dan crédito a lo que les había dicho la mujer asustada. Por eso el evangelista señala que "aún no habían entendido la Escritura". Su creencia se reduce a un préstamo de fe a su joven amigo, motivado por el vacío y la ausencia. Ya no veían a nadie en el sepulcro. Por eso creen a María. Por tanto, todavía no pueden creer de verdad. Para creer de verdad, una vez llegada "la tarde de aquel mismo día", tendrán que ver al Resucitado entrar en la habitación en la que están encerrados por miedo. Es más, incluso la mujer de Magdala -que se quedó llorando junto al sepulcro-, para creer finalmente, tendrá que ver a Jesús "de pie" y oírle llamarla por su nombre. Del mismo modo que los dos discípulos de Emaús tendrán que verlo y reconocerlo, según el relato del evangelista Lucas, sentados a la misma mesa que él para cenar, después de haber sido acompañados por él -también ellos- "por el camino". Todos ellos, en definitiva, deberán tener una experiencia personal de Él, encontrándole, desviándose de su camino respecto a sí mismos, reconociéndole como verdaderamente es.
"Tal vez sea precisamente en este último énfasis donde radique el secreto de todo el asunto: mientras uno permanezca en los confines de un escondite, en alguna sacristía, en algún palacio bien protegido o en algún lugar seguro, se resigna a ser rehén de la duda de que todo es una ilusión, de que todo terminó quién sabe hace cuánto tiempo"
Tal vez sea precisamente en este último énfasis donde radique el secreto de todo el asunto: mientras uno permanezca en los confines de un escondite, en alguna sacristía, en algún palacio bien protegido o en algún lugar seguro, se resigna a ser rehén de la duda de que todo es una ilusión, de que todo terminó quién sabe hace cuánto tiempo. Hay que asomarse, divisar al que ha vencido a la muerte.
Hay que salir, como no se cansa de recordarnos alguien, que todavía lleva el báculo que ya llevó Pedro. Hay que volver a correr por las calles, incluso las cuesta arriba, y por los callejones, incluso los más estrechos. Por la mañana temprano, sin somnolencia, y cuando oscurezca, sin miedo.
Una buena carrera beneficiará a todos. A los que dicen creer, como banco de pruebas en el que ponerse a prueba con justicia. Y a los que piensan que no creen, como una apuesta que hay que aceptar con un mínimo de valentía. Sobre todo, podrá ayudar a la Iglesia -en la que aún hoy persiste el primer cenáculo- a redescubrir su vocación pascual y a continuar el servicio ya confiado a los apóstoles: "Levántate y vete, por el camino que baja de Jerusalén a Gaza", oímos decir al ángel Felipe en Hechos de los Apóstoles 8, 26."Está desierta", continúa el texto de los Hechos.
"En particular, el lugar donde esperamos ser encontrados por la Iglesia son las calles, donde se encuentran personas de todo tipo"
Por eso es necesario ir allí, hacerse presencia "donde está la gente": son palabras que tomo de lo que escribieron los jóvenes en un documento preparatorio del sínodo que les dedicó Francisco en octubre de 2018. Su esperanza cuenta como un buen deseo de Pascua para todos: "Esperamos que la Iglesia venga a nuestro encuentro en los diferentes lugares donde tiene poca o ninguna presencia. En particular, el lugar donde esperamos ser encontrados por la Iglesia son las calles, donde se encuentran personas de todo tipo. La Iglesia debe tratar de desarrollar creativamente nuevas formas de salir al encuentro".
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