"Saber dar un paso atrás es verdaderamente la primera y más difícil tarea del cristiano" Juan Bautista es una voz elocuente y potente que se convierte en grito del alma
"Juan Bautista tiene en su destino todo el poder y espíritu del que es portador y testigo"
"Es un hombre que se atreve, que sabe elegir la marginalidad y la franqueza, escuchar, comprender primero y saber hablar después"
"Una persona indomable, que grita desde el silencio del desierto para invitarnos a escapar de la mediocridad, de la vida plana"
"Cada uno de nosotros ha encontrado hombres y mujeres capaces de sembrar a Dios en nuestra vida"
"Una persona indomable, que grita desde el silencio del desierto para invitarnos a escapar de la mediocridad, de la vida plana"
"Cada uno de nosotros ha encontrado hombres y mujeres capaces de sembrar a Dios en nuestra vida"
Es un comunicador especial. Una de las grandezas de Juan consiste en dar testimonio sin pruebas. Como aún no ha sucedido nada de lo que acontecerá, sólo puede ofrecer un anticipo de Jesús, anunciando su significado con la figura del Cordero de Dios, símbolo de quien sufre y al mismo tiempo ofrece su vida por sus amigos.
La imagen que tengo de este hombre inmenso, no sé si responde a la iconografía sagrada, está centrada en su muerte martirial.
Juan Bautista tiene en su destino todo el poder y espíritu del que es portador y testigo.
Juan Bautista es una voz elocuente y potente que se convierte en grito del alma.
El mensaje austero y fuerte de este hombre está para mí todo en ese desenlace de su vida.
En el desierto, su figura es el signo de su coraje, de su esencialidad, del viento de Dios que lo aleja del poder, del Templo, donde quizás su padre Zacarías lo habría imaginado o soñado. Es un hombre que se atreve, que sabe elegir la marginalidad y la franqueza, escuchar, comprender primero y saber hablar después.
Voz de una Palabra que no es suya porque es la Palabra del Altísimo.
Es una imagen, la suya, que me parece tan relevante como significativa.
Una persona indomable, que grita desde el silencio del desierto para invitarnos a escapar de la mediocridad, de la vida plana. Tantas veces encuentro a la Iglesia con el deseo de ordenar demasiado todo, de intentar definir y cerrar las cosas en una fijeza predeterminada.
Juan Bautista es el santo de la Navidad del inicio del verano: el único santo cuyo nacimiento se celebra el 24 de junio, como sólo el del Señor y María. Celebración del solsticio, momento de transición significativa, cuando la luz, aunque parece tener mayor fuerza durante la noche, imperceptiblemente comienza a disminuir, disminuyendo lentamente... y las horas del día se acortan.
Como la figura de Juan, que como fuerte mensajero y audaz preparador de corazones, se hace pequeño hasta desaparecer en la oscuridad de las cárceles de Herodes y silenciar su voz para siempre.
Del grito del desierto al silencio de la mazmorra, de la luz cegadora del desierto a la oscuridad de la celda, para hacer verdaderamente lugar a la Palabra de Dios, que se hará carne durante el solsticio de invierno, la Navidad de Jesús, cuando la luz se hará realidad venciendo a la oscuridad.
“Ahora esta alegría mía es completa. Él debe crecer y yo menguar" (Juan 3, 30) dirá a sus seguidores dudando de su figura en comparación con la de Jesús, más allá del Jordán.
Creciendo y decreciendo.
Solamente cuando Juan baja con su propio peso hace que Jesús suba. Y esto es motivo de alegría completa para Juan.
Juan dejó su voz, el grito de Dios que prepara y abre paso a nuevas alianzas. La cabeza decapitada, separa de su cuerpo, habla de un hombre anunciado por Dios y anunciador de Dios, el último profeta del mundo antiguo y el único profeta que vio rasgarse los cielos ante la novedad. Juan no fue un mártir de la fe porque nunca la negó, sino un verdadero mártir de la Verdad.
Y en este tiempo resuena una palabra, aquel grito tan suyo: ¡abrid, allanad, enderezaos!
"Vino un hombre enviado de Dios y se llamaba Juan". Es maravilloso el incipit que abre el Evangelio de Jesús. Dios envía un hombre y este hombre tiene una identidad clara: un nombre, una historia, una vida. Pero también tiene una misión: "dar testimonio de la luz".
Esta es una figura humana, Juan el Bautista, de gran fecundidad espiritual porque nos invita a la gratitud y a la memoria: ¿cuántos hombres y mujeres han sido enviados por Dios a nuestras vidas para "dar testimonio de la luz"?
Debemos tomarnos el tiempo para recordar esto, con sentimientos de gratitud: cada uno de nosotros ha encontrado hombres y mujeres capaces de sembrar a Dios en nuestra vida. Hombres y mujeres, enviados de alguna manera por el Espíritu, que señalaron a Cristo, que actuaron para 'preparar el camino' al Mesías; hombres y mujeres que nos han acompañado, algunos por un corto recorrido, otros por un largo camino, quizás alguno aunque sea por un instante, pero a quienes podemos acudir con sentimientos de bien y cariño, porque somos (también) la suma de nuestros encuentros. Esto siempre es cierto, incluso en la vida cristiana.
Son hombres y mujeres generativos y, por tanto, padres y madres: portadores de vida, cofres de tesoros de fertilidad, alumbradores de futuro y novedad, dedos que señalan a Otro. Son personas que no han tomado el lugar de Dios (“Yo no soy el Cristo”), pero que han hecho posible el encuentro con Cristo. Se pusieron límites, dieron un paso atrás para que Dios pudiera emerger.
Haríamos bien en detenernos a menudo volver la mirada también a José y su paternidad afectiva, emocional, espiritual… Ser padres, ser fructíferos, ser responsables y capaces de dar un paso atrás. Y también reivindicar el papel paternal del Bautista: enviado de Dios, testigo, voz clara, humilde y sabia.
Jesús fue el Hijo destinado a inclinar la balanza del mundo y de la historia hacia el bien. Lo que entonces se realizó tuvo también su raíz en Juan Bautista: en la paternidad y en el testimonio de un amor recibido, gratuitamente, de un hombre dispuesto a sacrificarse la Verdad. De un hombre dispuesto a ser padre, a señalar la luz y luego hacerle espacio hasta desaparecer sin ruido.
Y esto es, con eco bíblico, Evangelio "algo bueno", "Buena Noticia".
Juan se manifiesta como un oxímoron viviente: sube y al mismo tiempo desciende; avances y retrocesos; manifestaciones y eclipses.
Quizás su grandeza resida precisamente en estas contradicciones aparentes, en estas paradojas que son la sal de la Palabra: lo que se hace pequeño es grande, lo que se esconde es luminoso.
El Bautista vive en un desierto, lugar solitario por excelencia, pero la multitud acude a él. Como los antiguos profetas, predica la conversión, vive de la penitencia, pero anuncia "el perdón de los pecados". Y, sobre todo, es capaz de hacerse a un lado: anuncia a alguien más grande, alguien para quien él, el profeta que bautiza, no es digno de desatarle la sandalia, lo que en la tradición judía era un gesto de "propiedad conyugal": el Bautista no quiere ninguna propiedad sobre Israel, porque él es sólo el mensajero, no el novio.
Saber dar un paso atrás, saber renunciar, saber cultivar el arte del eclipse: esta es una enseñanza de Juan que lo hace capaz de llevar una palabra inspirada por el Espíritu, que produce frutos donde queda espacio para ello.
Una vez más, Juan el Bautista - forma parte del Evangelio de Dios - nos recuerda también que para hacer espacio a Dios, para permitirle venir y habitar nuestras vidas, debemos reducir nuestro ego, con sus expectativas, sus narcisismos, sus necesidades de abuso. Saber dar un paso atrás es verdaderamente la primera y más difícil tarea del cristiano, para que la gracia de Dios pueda manifestarse.
Todos somos pábilo vacilante… pero precisamente al practicar la ardua tarea del eclipse, al buscar el escondite, podemos paradójicamente convertirnos en un lugar de luz, una manifestación del Otro. El Bautista, al fin y al cabo, no es más que una lámpara que ilumina las tinieblas esperando la luz, dispuesta a hacerse a un lado cuando ésta aparece, convirtiéndose así en "testigo de la Luz".
"Es necesario que él crezca; yo, en cambio, disminuya" (Juan 3,30).
Sí, hoy la Iglesia ha de seguir imaginando y recreando a aquel precursor con su voz poderosa y apasionada pero también siempre dispuesto a suavizarla, sabiendo que sólo es un portavoz, un precursor, uno que deja paso a otro más importante. Mejor dicho, "el amigo del novio" (Juan 3,29), que, una vez que ha acompañado a la novia hacia Él, discretamente se hace a un lado, se aparta, se retira.
Y es que solamente la sobria austeridad de Juan - incluso en el exceso, límite, periferia del desierto - le impulsa a sí mismo, y nos impulsa a los demás, a hacer espacio a Jesús, reconociéndolo como Señor y liberándose de todo aquello que no hace sino entorpecer y obstaculizar la libertad.
Etiquetas