"¿Era un incrédulo o un buscador del que amaba?" Quiero creer como Santo Tomás
"Creo que Santo Tomás puede interesar a todos, también como icono del libre pensamiento, y sugerir a creyentes y no creyentes en un tiempo, el nuestro, que ve amenazada la libertad de expresión, el pensamiento de moda empaquetado para uso y consumo del vendedor de turno que se lucra con las "certezas inamovibles" siempre hijas de la ignorancia"
No puedo evitar ser Santo Tomás, y no temo decir que un verdadero creyente es como él, como el apóstol que, ante el absurdo de la vida más allá de la muerte, un absurdo que redefine la historia, la relee, la relanza y la hace capaz de grandeza, no puede sino plantearse preguntas de sentido"
El Evangelio de este próximo domingo nos muestra también a Santo Tomás, el del 'no creo si no meto mi dedo'. Pobre Tomás, no se lo merece y pocas veces una lectura del Evangelio ha sido más forzada y tergiversada. El maestro Michelangelo Merisi da Caravaggio lo pintó con el dedo índice de su mano derecha en la herida abierta del costado de su Maestro. Mientras Éste sostiene y guía con su mano izquierda el deseo y la búsqueda de su discípulo incrédulo. Yo creo que Santo Tomás puede interesar a todos, también como icono del libre pensamiento, y sugerir a creyentes y no creyentes en un tiempo, el nuestro, que ve amenazada la libertad de expresión, el pensamiento de moda empaquetado para uso y consumo del vendedor de turno que se lucra con las "certezas inamovibles" siempre hijas de la ignorancia.
Me gusta Tomás y, de hecho, creo que su historia me concierne de verdad. Creo en Dios, creo en Jesús, su Hijo, que murió y resucitó. Creo en la resurrección de la carne, creo que mi madre, mi padre, mis seres queridos, aquellos que he conocido en mi vida tienen su propia historia que continúa en el más allá, una historia que no se opone al tiempo, ni a la mía. Creo que un día volveremos a encontrarnos y estoy convencido de que un día celebraré con ellos en el cielo y no será una fiesta anónima, sino una fiesta de cuerpos salvados.
Creo, pero como Tomás hago preguntas, las hago y quiero respuestas, busco y no me canso de buscar. Cuando el Maestro llegó al cenáculo, de los doce faltaba uno, Tomás. Sus compañeros, a su regreso, le contaron lo sucedido y cómo habían visto al Señor: había venido entre ellos, pero no estaba. Un hombre que cree, si cree de verdad, conmueve. Su fe, su simple proclamación de una verdad que no es sólo intelectual, sino fruto de una experiencia, de un encuentro que te cambia para siempre, te conmueve: "¡He encontrado al Señor!". Y quizá, por qué no, también te enfada saber que él tuvo esa oportunidad, mientras que a ti parece negártela. El cristianismo puede conmover, emocionar, pero sólo tiene interés si es capaz de decir algo nuevo respecto a lo que los hombres de por sí ya saben.
Hay sufrimiento, muerte, cosas que salen bien y cosas que no. ¿Qué hay de nuevo? Nosotros, los cristianos, para hacernos aceptar por la diversidad de los tiempos, nos perdemos en palabras que no dicen nada más al hombre contemporáneo descorazonado por lo evidente. Por eso Santo Tomás es verdaderamente una persona especial. No se lanza a frases de circunstancias, no promete al Maestro una adhesión incondicional sólo para traicionar la expectativa y la confianza. Santo Tomás sabe que el anuncio cristiano se basa en la verdad revolucionaria de la vida resucitada, pero sabe que no es fácil aceptarla, sabe que tener fe no significa aceptar incondicionalmente un paquete cerrado, sin hacerse preguntas, sin alimentar dos constantes fundamentales para la autenticidad de la verdadera fe: la curiosidad y la investigación.
La curiosidad puede hacer crecer la fe y permitir comprender verdaderamente aquello en lo que se cree, la investigación es su actualización concreta, cada vez más necesaria para quien, intentando con seria aplicación y genuino entusiasmo ser coherente con el creyente dado, quiere tocar con las manos la verdad en la que cree, quiere dejarse provocar por la duda, no para desmontar el sistema de anuncio, sino para ser capaz de crecer por esa Palabra que sacude su conciencia y toda certeza anclada en el dato sensible.
¿Un incrédulo o un buscador?
No puedo evitar ser Santo Tomás, y no temo decir que un verdadero creyente es como él, como el apóstol que, ante el absurdo de la vida más allá de la muerte, un absurdo que redefine la historia, la relee, la relanza y la hace capaz de grandeza, no puede sino plantearse preguntas de sentido. ¿Santo Tomás era un incrédulo o un buscador del que amaba?
Dudaba y estaba enfadado, decepcionado y amargado por no haber podido encontrarse con el Maestro como los demás, pero es como si hubiera dicho: "Si realmente ha venido, es injusto que haya venido cuando yo no estaba: ¡no creo que haya venido, porque anhelo encontrarme con Él y verlo como vosotros lo habéis visto!". Y así, el prototipo del incrédulo se convierte en el icono de los buscadores de Dios, de los que no temen declarar sus dudas, sus perplejidades, porque todas sus preguntas nacen del deseo de poder gritar a Jesús, como Santo Tomás, el único en todo el Evangelio: "¡Señor mío y Dios mío!" (Jn 20,28).
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