"La 'estampita' de Lalachus, ¿sátira o una ofensa gratuita?" A la Radio Televisión Española, sobre el mal gusto
"La exhibición por parte de la Sra. Laura Yustres Vélez, más conocida como Lalachus, de una imagen en la pasada retransmisión de las campanadas en la Noche Vieja, con un tono irónico hasta puede ser una prueba de que la libertad de sátira no basta para expresar el pensamiento, sino que también hacen falta inteligencia y buen gusto"
"La sátira es libre, y hay que decirlo claro. Y también, por decirlo a la manera de Voltaire, aunque no esté de acuerdo y no comparta nada de lo que se dice, siempre hay que defender el derecho a decirlo. La sátira es libre, por supuesto, dentro de la ley, pero sobre todo dentro de la frontera infranqueable del respeto al otro"
La exhibición por parte de la Sra. Laura Yustres Vélez, más conocida como Lalachus, de una imagen en la pasada retransmisión de las campanadas en la Noche Vieja, con un tono irónico hasta puede ser una prueba de que la libertad de sátira no basta para expresar el pensamiento, sino que también hacen falta inteligencia y buen gusto. Cualidades que hoy en día no son tan comunes ni se dan por sentadas.
La sátira es libre, y hay que decirlo claro. Y también, por decirlo a la manera de Voltaire, aunque no esté de acuerdo y no comparta nada de lo que se dice, siempre hay que defender el derecho a decirlo. La sátira es libre, por supuesto, dentro de la ley, pero sobre todo dentro de la frontera infranqueable del respeto al otro.
No sé si interpretar la ‘estampita’ como una sátira o como una ofensa gratuita. No sé si se trata de irreverencia, transgresión irónica, burla mordaz o arremetida contra el imaginario cristiano, o de un insulto a una parte de esta población que se considera religiosa católica ridiculizando una imagen con estereotipos trillados y repetitivos nacidos de la presunción de una falta de educación y de respeto. En todo caso, es de desear que ese suceso no sea la muestra del nivel cultural inexistente ni de ninguna pretendida superioridad al respecto. Me temo que es el mismo mal gusto y la misma ignorancia flagrante los que llevan a degradar, con una vulgaridad gratuita y ofensiva, las creencias y los símbolos religiosos, en este caso, de los católicos, jugando voluntaria y maliciosamente con las sensibilidades más íntimas. Jugando con los sentimientos de las personas hacia su fe.
La sátira es libre, pero no absoluta e intocable. También está sujeta al derecho de crítica, de poder decir que es vergonzosa e indecente, además de inútil. Y también está sujeta a la libertad del espectador o del lector de indignarse y asquearse. O simplemente de comentar con crítica, como está reservado a los que han dado a luz un despropósito. Tal vez pensando que han producido el genio del siglo. La decadencia de la sátira y de la capacidad de hacer ironía inteligente y sutil, mordaz en lo necesario pero apelando al cerebro, no a la barriga o incluso a otras partes anatómicas menos nobles, es el espejo de una involución general de la capacidad de argumentar los propios pensamientos sin expirar en gritos o insultos.
Es una degradación que se ha generalizado y afecta a todos los ámbitos de la vida común y de las relaciones. No hay más que ver la avalancha de improperios y contumelias, además de tonterías, que genera incluso el enfrentamiento más banal en Internet, en blogs o redes sociales. Por no hablar de la televisión, donde incluso los telediarios o las tertulias se reducen a un ring para pegarse y tirarse estiércol, en una carrera por ver quién cae más bajo. Ya no hay diálogo político sobre ideas (quizá también porque no hay ideas), ni razonamiento sobre contenidos, sino sólo eructos y flatulencias que se hacen pasar por gran sagacidad crítica, utilizando sólo el insulto, la burla, el insulto o la difamación de contrabando como libertad de expresión.
También para la sátira, como para la crítica política, el debate, la confrontación de posturas,…, es necesaria la expresión libre. Pero para abrir la boca, hay que tener algo que decir, y no sólo ser capaz de vomitar sobre los sentimientos vivos del otro, aderezados con epítetos varios o incluso patéticos ataques, descalificaciones,… (quizás hechos pasar por caricaturas irónicas). Esta es la fuerza de nuestra libertad, de la libertad de Occidente, que ningún fundamentalismo -ni siquiera el fundamentalismo del mal gusto- puede detener. Pero la libertad termina donde empieza la libertad del otro, empezando por la de ser respetado en su propia dignidad, en sus propias creencias. Se llama responsabilidad, que es la otra cara de la libertad. Y requiere inteligencia. Pero quizá sea demasiado pedir hoy en día, incluso para ciertos espectáculos de pretendida comicidad y gracia.