Comentario a la lectura evangélica (Marcos 6, 30-34) del XVIº Domingo del Tiempo Ordinario "Venid vosotros solos a un lugar desierto y descansad un poco"
"Qué hermoso es que la palabra del Señor, incluso en estos aspectos mínimos, incluso por libre interpretación, resuene como una palabra sabia dirigida individualmente a cada uno"
"Hay personas, sin ministerio reconocido, que permanecen ocultamente injertadas, transmitiendo savia incansablemente al organismo eclesial"
"Jesús ve a la multitud tal como es, ovejas sin pastor, cada una siguiendo su propio camino"
"Jesús ve a la multitud tal como es, ovejas sin pastor, cada una siguiendo su propio camino"
En el Evangelio de Marcos, dos verbos - "ir y venir"- retratan a personas sin puntos de referencia. Que, sin saber adónde ir, vagan como ovejas sin pastor. Jesús "siente compasión" por ellos, que acuden a él no por hambre de comida -esto vendrá después-, sino por hambre de dar sentido a la existencia.
Pasando a nuestro tiempo, encontramos -entre los desconcertados- individuos de todas las edades, no necesariamente jóvenes; hombres del espectáculo y hombres de Dios; incluso las clases dirigentes. Y desconcertado o perdido puede estar ocasionalmente cualquiera de nosotros, incluso sin estar mezclado con una multitud.
"Venid vosotros solos a un lugar desierto y descansad un poco". No creo que esta pequeña frase se encuentre en los otros sinópticos, es propia de Marcos. Así que la oímos una vez cada tres años, en tiempo de verano vacacional, y cada uno la oye dirigida a sí mismo. Los que pueden permitirse unas vacaciones fuera de casa y los que, por la razón que sea, se quedan en casa. Al fin y al cabo, ¿quién no quiere un poco de descanso? Qué hermoso es que la palabra del Señor, incluso en estos aspectos mínimos, incluso por libre interpretación, resuene como una palabra sabia dirigida individualmente a cada uno. Y la acogida de esta buena semilla, esparcida con generosidad, puede funcionar como una invitación a permanecer en la escucha, de cosas cada vez más profundas.
De hecho, si nos atuviéramos a la letra exacta del pasaje, la invitación al descanso tiene unos destinatarios muy precisos: los discípulos que han regresado de su misión, aquella de la que nos hablaba el pasaje del domingo pasado.
La narración de Marcos tiene su eficacia habitual: eran muchos los que iban y venían y ni siquiera tenían tiempo para comer. Podemos imaginarnos la situación: el pequeño grupo de gente instalado en torno a Jesús y los otros, muchos otros, que van y vienen. Van y vienen por curiosidad, porque anhelan una buena palabra, porque esperan una curación en el cuerpo o en el espíritu.
En realidad, el perímetro que identifica a los colaboradores estables no es tan obvio: hay personas, sin ministerio reconocido, que permanecen ocultamente injertadas, transmitiendo savia incansablemente al organismo eclesial, y quizá también hay ministros ordenados comprometidos "con horario de oficina".
Volvamos al Evangelio. Jesús se sitúa en el centro. "Ve" a la multitud y, al mismo tiempo, no pierde de vista al pequeño grupo de los que viven una vida común con él. Tiene que saciar, en todos los sentidos, a la multitud (de hecho, sigue la multiplicación de los panes y los peces) y, al mismo tiempo, se cuida de no agotar a los que colaboran con Él.
Jesús ve a la multitud tal como es, ovejas sin pastor, cada una siguiendo su propio camino: así leemos en la primera lectura de Jeremías y así leemos en Isaías, cada Viernes Santo. Cada uno sigue su propio camino, movido por los motivos más variados, y Jesús se compadece de ellos. Su compasión es independiente de las motivaciones de los que están cerca para verle, oírle, pedirle un milagro. Su compasión prevalece sobre la censura de los pastores inadecuados, que encontramos en Jeremías y también en otros pasajes de los Evangelios.
La frase final del pasaje de hoy subraya implícitamente esta actitud: y comenzó a enseñarles muchas cosas. ¿Qué enseñó Jesús en aquellos días? Muchas cosas, pero no se da a conocer cuáles; inmediatamente después, de hecho, está el relato del milagro. ¿Acaso no eran cosas importantes? Me parece, pues, que incluso en esta frase aparentemente inocua podemos encontrar una lección para nosotros. El qué, el contenido, importan, pero hasta cierto punto. Lo que queda es la actitud de entrega del pastor, y eso es lo que podemos imitar.
Para cerrar este comentario, sin embargo, quisiera volver al punto de partida. Aunque, literalmente, el momento del descanso parecería reservado a los discípulos, a los que trabajaban para Él, es la propia Iglesia la que sugiere una lectura amplia, que ensanche la mirada y el corazón. En este domingo, se nos recuerda el hermoso Salmo 22: El Señor es mi pastor, nada me falta... El Señor conduce la vida de todos nosotros, a través de días tranquilos y también de valles oscuros.
A la espera de ser acogidos en su casa, al final de las idas y venidas terrenas, todos, de vez en cuando, necesitamos pastos de hierba y aguas tranquilas, al menos para descansar un momento. Este es el sentimiento de estos meses de verano, desgraciadamente marcados todavía por las preocupaciones sobre tantos males más cercanos o más lejanos. Cada cual siente su propia necesidad de descanso, de refrescarse; quizá podamos intentar ver, y no sólo ver, la necesidad de alivio de los demás.
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